Compañeros de viaje

jueves, 29 de noviembre de 2007

Hay a quien le gusta viajar solo, otros prefieren hacerlo acompañados. A me gustan ambas, pues viajar es una de mis grandes pasiones y disfruto con ello de todas las formas. En Marruecos mis compañeros de viaje fueron una parte fundamental de la experiencia que viví.

Merche. La verdadera "madrasa" de todos. Siempre poniendo el toque de cordura ante la avalancha de incoherencias que pueden soltar los otros 4 alocados viajeros viajando por el "coño tita" (con perdón, pero estos de Cádiz tienen mucha gracia diciéndolo).

Guepardo. Si en algún momento necesitas un momento de diversión, Guepardo tiene la solución. Con ella no hay lugar para el aburrimiento. Y todo lo que sabe... ¡sabe hacer magia!

Ballenato. Un gran compañero de aventuras que siempre tendrá una sonrisa en su boca nada chica.

Hanah. El gran descubrimiento. Mi Dorothy particular, no pasa un día en el que no me sorprenda por algo nuevo. Gracias por contaminarme.

Para todos vosotros, os dedico este vídeo.


La joven del agua

miércoles, 28 de noviembre de 2007


De vuelta del desierto conducía abstraído en ese tipo de pensamientos que vienen y van (como bien diría Fito) cuando vas al volante de un coche, cuando nos cruzamos con una de tantas personas que te encuentras en medio de la nada por las carreteras marroquíes. Pero en esta ocasión se trataba de una niña acompañada del que podía ser su hermano pequeño. Vestían ropas haraposas y nos hacían gestos pidiendo agua.

Decidimos parar y me bajé para trasvasar algo de la garrafa que llevábamos en el maletero. Con pulso firme llené su botella pero ante mi sorpresa a la mitad me dijo que parara y comenzó a pedirme insistentemente otras cosas, como pan o "un stylo" (bolígrafo). Abrí de nuevo el maletero y les di un pan pero ambos comenzaron a husmear dentro y pedir ropa para continuar pidiendo dirhams. Su ansia de pedir no cesó y tuvimos que apurarnos en cerrar las puertas y marcharnos rápidamente de allí. Arranqué el motor con una sensación muy agria, pues habíamos intentado ayudar a aquellos pequeños pero parecía que nuestro gesto no les reportó ninguna satisfacción.

Y al alejarnos de allí me pregunté si aquella joven alguna vez sería feliz.

Naturaleza en estado puro

lunes, 26 de noviembre de 2007


Un mismo día la naturaleza me regaló dos espectáculos únicos que, por desgracia, la intervención del hombre hace que normalmente para poder disfrutarlos haya que viajar hasta lugares remotos. Por su apreciada singularidad merece la pena el esfuerzo del viaje.

Una mañana me desperté el primero de todos. Me encontraba en una haima en algún lugar del Sáhara y enseguida noté algo que me llamó la atención. No escuchaba nada. Silencio absoluto. Ni bocinazos, ni anuncios en la televisión, ni campanadas de un tranvía, ni gritos del gentío. Ningún sonido llegaba a mis oídos y tuve la sensación de encontrarme en el vacío. Me pareció que tenía que ser muy similar a la que siente un astronauta levitando en el espacio. Y la sensación eran tan placentera... Salí de la haima deseando continuar con esa sensación en medio de las dunas. Sentado en el pico de la más alta, solo y rodeado de un mar de tranquilidad, me sentí muy pequeño.

Esa misma noche decidimos parar el coche en cualquier lugar de la carretera para picar algo y ver el cielo. Jamás había visto nada igual. Sin luces artificiales a nuestro alrededor que nos obligaran a contraer las pupilas, el firmamento nos invitó a contemplar toda su grandeza. Millones de estrellas que incluso dificultaban la percepción de las constelaciones más simples; una Vía Láctea más lechosa que nunca; estrellas fugaces que caían una vez sí y otra también; y dos invitados de excepción descubiertos por el gran maestro: la galaxia Andrómeda que siempre está ahí pero distinguirla se torna casi imposible, y el objeto borroso que, de repente, se situaba junto a Perseo (luego nos enteramos en la prensa que se trataba del cometa 17P/Holmes, que sin saber aún por qué ha decidido mostrarse a nuestros ojos). Tumbado en el suelo, junto a mis compañeros de viaje y mirando al cielo, me sentí aún más pequeño.

Naturaleza en estado puro.

El corazón de la medina

domingo, 25 de noviembre de 2007


Los zocos son vitales. La vida de la medina (el centro de las ciudades árabes) se articula al ritmo que palpita su zoco. De día el zoco alcanza su máximo esplendor. Es una experiencia sin igual para nuestros sentidos por su conjunción caótica de colores, olores, sabores y sonidos. La vista se deslumbra con las miles de tonalidades de las babuchas, carteras o chilabas perfectamente ordenadas; el olfato se desarrolla con los aromas de las especias o los tajines recién preparados; el gusto se deleita con la amplia variedad de frutos secos o las mazorcas de maíz aún humeantes; y el oído trata de asimilar el rumor constante del tráfago urbano formado por vendedores que vociferan o las motos y bicis que circulan endiabladas.

Cuando el zoco deja de latir, la ciudad resta en un profundo letargo. Los viernes, en su día sagrado, y por las noches, los puestos cierran y la medina parece otra: calles más anchas, gatos en lugar de personas, silencio en lugar de bullicio. Te sientes diferente sin atosigamientos y sientes de verdad que la ciudad ha cambiado.

Y así será hasta que a primera hora el zoco vuelva a palpitar y la ciudad recupere su corazón. Al fin y al cabo, "corazón" camufla en su interior la palabra "zoco".

Un país diferente

viernes, 23 de noviembre de 2007

Parece mentira lo relativas que pueden llegar a ser las distancias. 20 kms. 20 kms suponen un ínfimo suspiro para un avión en vuelo (si está bien controlado), o una eternidad para el maratoniano que a mitad de carrera comienza a flaquear. Es la distancia que separa mi casa actual de mi casa nueva, y la longitud del ancho del Estrecho (vaya contradicción) de Gibraltar.

Parece mentira cómo 20 kms pueden separar dos continentes, dos culturas; cómo en 20 kms cambiamos de hora, de lengua, de moneda y de religión; o cómo 20 kms se hacen infinitos para aquéllos que tratan de cruzarlos de manera clandestina en busca de un futuro mejor. La distancia no deja de ser un término físico (se puede medir) pero a la vez psicológico. Y en este sentido los escasos 20 kms del estrecho son un abismo cultural por el desconocimiento de nuestro país vecino y los prejuicios que tan fácilmente asumimos como ciertos.

Parece mentira cómo al principio tenía mis dudas acerca de realizar o no este viaje; y cómo ahora estoy deseando volver. Marruecos inaugura mi blog, y de mis vivencias en Marruecos hablaré en las próximas entradas. Mientras tanto, dejo un aperitivo en forma de vídeo.