Yo seguiré mirando al cielo

sábado, 20 de diciembre de 2008

El otro día, nada más salir de la estación de Chamartín, me quedé embobado. Nunca me habría podido imaginar que, ascendiendo desde las catacumbas del metro, se iban a alzar ante mí los edificios más altos que he visto en mi vida. Ya conocía de su existencia, y de hecho, los veo a lo lejos desde el parque Juan Carlos I cuando me pongo a correr alguna tarde (y eso que ambos puntos se encuentran situados a muchos kilómetros de distancia). Pero tenerlos enfrente tuya impresiona. Me resultaba imposible apartar la mirada ante semejantes colosos. Y el cuello, desde luego, se resentía.

Madrid siempre ha tenido edificios muy altos, pero, al igual que no tiene playa, tampoco contaba con el rascacielos de mayor altura de España, honor que ostentaba hasta ahora el hotel Bali de Benidorm. Lo de acercar el mar es tarea imposible (aunque si Esperanza Aguirre se lo propone...) pero lo segundo, en la ciudad donde todo es grande, parecía al alcance de los presupuestos municipales.

Así surgió la idea de crear, en los antiguos terrenos del Real Madrid (por los que recibió una descomunal fortuna con la que enriquecerse aún más), un complejo de oficinas de concepción vertical, basado en 4 inmensos rascacielos situados al final del paseo de la Castellana, justo después de las Torres KIO (que hoy en día están absolutamente eclipsadas por sus vecinas mayores).

El nuevo centro de negocios se ha denominado Cuatro Torres Business Area (que suena tan raro como decir Área de Negocios de las Four Towers) y está basando en 4 edificios:
- La más sureña es la Torre Caja Madrid, que ostenta a día de hoy el record de edificio más alto de todo el país con 250 metros desde el suelo. Norman Foster ha sido su diseñador y desde mi punto de vista debería entrar en el Libro Guiness por crear la estantería de CDs más grande del mundo. Su forma es sencillamente espectacular.
- La siguiente es la Torre Sacyr Vallehermoso, la única con arquitectos españoles. "Sólo" mide 236 metros y tiene una base de triángulo equilátero de puntas redondeadas.
- Después viene la Torre de Cristal, diseñada por César Pelli (el arquitecto que levantará en Sevilla ese rascacielos que hará sombra a la Giralda). Dicen que tiene 249 metros de altura (por sólo un metro no es la más alta) y lo más interesante es que en el piso superior tienen la intención de instalar un jardín cubierto.
- La última de las torres es la que tiene un diseño más extraño pero, en mi opinión, más original. Es la Torre Espacio, de 223 metros. Parece un cohete espacial de dimensiones exageradas, pues su base es cuadrada y a medida que va ganando altura ese cuadrado se va transformando en una elipse. Increíble pero cierto.

El complejo de rascacielos aún no está inaugurado, pero se prevé que queden abiertos a principios de 2009. Y con ellos, toda la red de caminos que han construido en el subsuelo para que los empleados que trabajen allí accedan directamente al CTBA sin colapsar el tráfico de la superficie. En Madrid todo está pensado.

Yo, de momento, me conformo con seguir mirando al cielo para ver y nunca acabar estos magníficos rascacielos, que son tan altos que a veces, como pude comprobar, las nubes les quedan por debajo. Espero que dentro de poco pueda comentar la vista desde todo lo alto.

¿Habrá calefacción en La Peineta?

martes, 16 de diciembre de 2008

Ayer fui al fútbol, pero no a jugar, sino a verlo. Aprovechando que el Betis visitaba la capital, mi amigo Iván me consiguió un carnet de socio para entrar en el Calderón y disfrutar del partido. Me gusta mucho hacer turismo futbolístico, y aprovechando que ahora vivo en Madrid, no podía desaprovechar esta oportunidad.

Mi parada de metro, la última de la línea verde, me deja directamente en el estadio, y es gracioso comprobar cómo los vagones se van llenando cada vez más de aficionados del Atlético de Madrid conforme te acercas a Pirámides, la parada correspondiente. El viaje se ameniza con personas que llevan bufandas y gorros a rayas, camisetas de fútbol por encima de los chaquetones y cántico pro Atleti (por una vez, se oye música en el metro sin que nadie pida dinero por ello).

Antes de entrar nos tomamos Iván y yo una cañita (hay que acostumbrarse a que en Madrid no se piden "cervecitas") con su tapita y, a pesar de que quedaba poco tiempo para que empezase el partido, no hubo mucho agobio de colas masivas (como sucede partido tras partido en los tornos del Ruiz de Lopera). Regresaba de nuevo al campo donde vi ganar al Betis la Copa del Rey en 2005.

El Vicente Calderón es un estadio extraño. Está considerado un 5 estrellas, aunque a mi modo de ver le sobra alguna. Es amorfo por naturaleza, pues no está cerrado por completo sino que tiene un par de aperturas entre las zonas de gol y preferencia; la M-30 pasa por debajo de su grada principal; y el acceso a las gradas sigue un complicado sistema de números y de palabras tan feas como la de "vomitorio". Quizás por ello (o por razones económicas), justo el viernes el presidente del Atleti Enrique Cerezo firmó con Gallardón el acuerdo para mudarse al estadio de La Peineta (que queda cerca de mi casa) y vender los terrenos actuales.

De ello se hablaba en el Calderón, pero sobre todo los colchoneros tenían un aliciente mayor: si ganaban al Betis, se ponían, después de mucho tiempo, por delante del eterno rival. Los aficionados no lo olvidaron y le dedicaban al Madrid sus "mejores" cánticos (especialmente cariñosos para Guti). También había representación verdiblanca; de hecho, justo detrás mía una señora me contó que ella era bética desde "chiquitita" porque su padre era del Betis y, a pesar de estar casada con un hombre seguidor del Atlético de Madrid, ella no perdía sus raíces y anhelaba la victoria verdiblanca. Una aliada mía. Nunca dejaré de sorprenderme dónde se puede encontrar a un bético.

El partido no tuvo mucha historia, y el juego del Betis me dejó aún más frío de lo que estaba. Porque si algo tengo que destacar de esta experiencia, es el tremendo frío que pasé allí a la intemperie. No sé si tenía que ver el estar en la grada superior, o el aire que entraba por las dos aberturas del campo; quizás influya la proximidad del río Manzanares; pero el caso es que Iván me advirtió que no me abrigase del todo en la primera parte, pues en la segunda iba a ser aún peor y tenía que reservar algo. Menos mal que le hice caso, porque efectivamente, a las diez de la noche, la temperatura bajaba y bajaba y, a pesar del gorro, la bufanda y los guantes, no me sentía ni los dedos. Entonces entendí porqué el estadio estaba medio lleno (apetecía verlo en casita y por el Plus). Parece que al estadio 5 estrellas le falta calefacción.

A pesar del frío, fue una experiencia interesante. El resultado, por supuesto, es lo de menos.

¡Que me den morcilla!

domingo, 14 de diciembre de 2008

Comer en "Casa Palencia" (nombre genérico para hablar de Luis y Lorenzo) es sinónimo de comer bien. Si a ellos debo mi costumbre de llenar mi mochilla de buen embutido cada vez que viajo al extranjero, no podía esperar un nivel alimenticio inferior el pasado fin de semana en Paredes de Nava, pues contaban con la ventaja de jugar en casa.

Llegué tarde para degustar el lechazo (el corderito cayó el viernes por la noche), pero entre el sábado y el domingo no paré de comer otra de las exquisiteces de la gastronomía palebntina: la morcilla. A pesar de su cercanía con Burgos, este producto es radicalmente diferente, pues en las tierras del Cid la morcilla se prepara con arroz, mientras que en Palencia lleva cebolla. La primera tiene un color más negro y parece más consistente, mientras que la segunda es más claro y su sabor es más picante. Da lo mismo, ambas están riquísimas.

La comida del sábado fue especial, pues probé una "sopa de pan", que algunos llaman de chichurro, cuyo ingrediente básico, aparte del pan, es la morcilla de Palencia. En Paredes de Nava existe un horno panadería donde te dan la posibilidad de, o comprar directamente los platos recién hechos, o llevar los ingredientes y utensilios y que te lo preparen in situ. Luis les llevó un gran cuenco de barro por la mañana y se trajo de vuelta un delicioso plato humeante que entró de maravilla para combatir el frío húmedo que dejaba la incipiente lluvia. La receta es muy simple y el resultado excelente.

Pero no contentos con eso, por la noche y tapeando por Palencia nos pusieron de nuevo morcillas, en este caso fritas y acompañando a un huevo frito. Y al día siguiente, como despedida, un poco de marisco y... morcillas de Palencia. Hechas en la sartén de casa y nuevamente deleitables. Como sea eso verdad que de lo que se come se cría... :P

Encuentro en casa rural

lunes, 8 de diciembre de 2008

Este fin de semana he vivido un encuentro muy especial, pues mis amigos de Palencia han organizado una reunión de las personas que vivimos en Hull (Inglaterra) hace ya cuatro años. Luis Ángel nos ofreció su casa del pueblo (por lo que puede ser considerada a todos los efectos como una "casa rural") y allí, en Paredes de Nava, además del anfitrión nos reunimos Lorenzo, Nachete, Clementita, Gabri, Tinín y yo para pasar puente bajo la lluvia pero al calor de la chimenea del hogar.

La jornada empezó ya de forma surrealista cuando, al llegar con el tren a la estación del pueblo, las puertas del vagón no se me abrieron. Traté de salir corriendo hasta el siguiente, pero tampoco lo conseguí... y cuando llegué al de más alante... el tren reanudó su marcha. Me quedé atónito viendo por las ventanas a los pasajeros que sí habían logrado bajar, y allí a Luis Ángel que esperaba verme bajar del tren. Los policías del tren me dijeron que ya nada se podía hacer... y a bordo me quedé. Consecuencia: si ya eran pocas 4 horas de viaje, una ratito más hasta el siguiente pueblo (Villada) donde me tuvieron que recoger en coche... a 25 kilómetros de Paredes. Una buena forma de comenzar. Aunque, viéndolo por el lado positivo, me enteré de que Villada, un minúsculo pueblo, tiene las fábricas de las famosas pipas Facundo, y los camiones con el logotipo inundan sus calles.

Después llegó la degustación de manjares palentinos, un placer que nunca decepciona en "Casa Palencia". El recordatorio de anécdotas de nuestras andanzas por Hull, acompañadas por algunas copillas de ron Gran Capitán (del que el padrino Luis tiene cantidades industriales) y celebrando los goles que en aquel momento estaba marcando el Hull en la Premier League (somos, por supuesto, fans de los Tigers, que en su primer año en la primera división inglesa están codeándose con los grandes).

Por la noche, nos trasladamos a la capital, donde tapeamos por alguno de sus bares y nos aventuramos en la noche palentina. Me sorprendió la gran cantidad de pubs que tiene, repartidos por algunas zonas y en los que, por supuesto, puedes entrar vestido (y calzado) como quieras. Después de hacer de relaciones públicas con todas las señoritas palentinas que se cruzaron en nuestro camino, nos retiramos en taxi a la casa rural.

Al día siguiente vivimos ese gran momento de después de cada salida, en el que te reunes en el salón y comentas las jugadas de la noche anterior. Grandes risas, florero de oro para Nachete y poco tiempo más, pues al poco salía mi tren de vuelta. Una pequeña vuelta por Paredes y su preciosa plaza mayor me han autoconvencido para volver a visitarla con un poco más de tiempo. Si es en casa Palencia, seguro que me tratan estupendamente.

El viaje de vuelta transcurrió sin problemas, entre apuntes del curso y bastante sueño. Eso sí, no me pasé de parada y me bajé en el momento oportuno en Chamartín (aunque tengo que advertir que era la última parada). Un encuentro grande grandísimo.

Tocado y hundido

sábado, 6 de diciembre de 2008

Tocado y hundido te quedas después de circular en coche por Madrid, un deporte de altísimo riesgo no apto para conductores foráneos. El día que llegué con mi Focus, todo iba muy bien desde Sevilla hasta que me metí en la M-40 (una de las muchas circunvalaciones de la capital). La entrada no fue complicada, aunque hay que estar muy atento a los carteles que te guían por el laberinto de carreteras de múltiples carriles que te rodean por todos lados.

Una vez en la circunvalación y superado el problema de ubicación en la vía correcta, nos enfrentamos al segundo obstáculo: la agresividad de los conductores. En Madrid hay que tener un cuidado enorme, pues parece que cobran impuestos por usar el intermitente (casi nadie te avisa de sus giros) y los cambios de carril son muy bruscos (se meten en cualquier espacio por pequeño que sea).

A este riesgo de colisión hay que sumarle una tarea simultánea muy importante: leer (o más bien interpretar) los carteles. Por la M-40 los carteles parecen el Hundir la Flota, pues no hay más que números y letras por todos lados (que si la R-4, que si la A-3, que si la M-12) sin indicación de a dónde te conducen esas carreteras. Así, mientras trataba de esquivar a los "Alonsitos" de turno y de seguir a mi compañero Jesús que iba delante con su coche, tuve que analizar e interpretar qué querían decirme los carteles: las letras y números de arriba es la vía por la que vas (M-40); las siguientes líneas, si además del Hundir la flota aparece un nombre, es la salida más próxina que corresponde (M-21 San Fernando); por último, un galimatías de números y letras que te indican las futuras salidas de la carretera (hay que avisar con tiempo). A ella hay que sumar que el cartel suele llevar acoplado uno anexo a él con información de la salida inminente (de características similares).

Por supuesto, tenía que ocurrir: nos perdimos. Nos pasamos la salida a nuestro barrio y tuvimos que dar la vuelta, pero luego la vuelta te dejaba en otra carretera. Preguntamos, pero nadie sabía dónde estaba la Alameda de Osuna (¿?). Lo más gracioso es que en los carriles de salida de las carreteras (carril de decelaración) yo siempre dejo un hueco (de seguridad) para no chocarme con el de delante; pues aquí en Madrid, a la mínima que dejaba ese margen con el coche de Jesús, se me colaba uno. Yo cometía el mismo error (perdón, la misma prudencia) y se me colaba otro. Total que antes de salir a otra carretera ya tenía varios coches entre el de Jesús y el mío.

Finalemente, apareció un milagroso cartel con el nombre de nuestro barrio y yo, que aún no sé cómo he podido llegar a la Alameda, no he vuelto a sacar el coche de aquí (por si acaso no sé volver). El Focus aparcadito, pero también tocado y hundido... tocado por alguien que lo rozó y un pelín hundida la carrocería. Por suerte el que lo hizo me dejó una notita. Menos mal. La buena gente de la Alameda.

El tiempo de mi vida

martes, 2 de diciembre de 2008

Con tanto viaje atrasado (y los que aún tengo en reserva) casi no me ha dado tiempo a hablar de cómo me va en Madrid. La verdad es que estoy tan contento que no sabría por dónde empezar. Estoy feliz y mis propios compañeros de clase dicen que se me nota. Simplemente, bastaría con decir que estoy disfrutando de mi nueva vida; una vida autodependiente, donde organizo a mi forma el desarrollo de los días y con ganas de asumir las nuevas responsabilidades. Ya estoy hecho un cocinillas: la olla rápida es todo un invento, cocinar de más para congelar es una idea absolutamente genial, y ya he empezado a preparar postres (el próximo, la clásica pannacotta para la fiesta que tendremos el jueves). Y las funciones de amo de casa las llevo con resignación pero a mi ritmo (a ver cuando España gana otra Copa Davis para aprovechar a planchar).

La verdad es que aquí en Madrid vivo en una burbuja, que me está absorbiendo en todos los sentidos. El curso es duro, bastante exigente, a examen por semana donde no se aprueba con menos de 7,5. Estoy estudiando lo que no hice durante la universidad, pero al menos lo que doy me gusta bastante más.

Los compañeros son de lo mejor: intercambiamos todo tipo de información y ayudas para el estudio; ya hemos hecho un par de salidas por Madrid (memorable la del sábado); hemos jugado al fútbol sala y el martes lo haremos al fútbol 11 con otra promoción de controlatas, y tenemos previsto torneos de tenis y pádel, y salidas de senderismo; tenemos la buena costumbre de celebrar cualquier cosa en los bares del barrio (y, en este viaje tan largo hasta alcanzar esta profesión, parece que hay que celebrar algo todos los días); y muchos vivimos en el barrio, la Alameda (de Osuna), donde los compañeros que somos vecinos somos como la familia aquí en Madrid. Las anécdotas son parte ya de nuestra convivencia y el frikismo nos invade hablando y haciendo bromas todo el día sobre aviones y demás.

Esta experiencia, que sólo acaba de comenzar (dicen que lo duro está por llegar), va a ser muy intensa, y estoy plenamente convencido de que nos va a marcar muchísimo a todos. A mí, desde luego, ya lo está haciendo.

De hecho, casi no me da tiempo a pensar en nada que no sea mi vida aquí. Pero esto es cierto a medias. El otro día, volviendo en metro (en esos interminables viajes), sin nada que leer me puse a repasar fotos de mi cámara (donde tengo tropecientas mil). La verdad es que son tantos momentos que a veces es fácil olvidar las etapas por las que vas pasando. En Sevilla, multitud de viajeros me han acompañado durante tantos años; algunos permanecerán, y otros se irán quedando en el camino. Pero, sin duda, todos han sido especiales para mí, y han contribuido a componer el tiempo de mi vida.



Vuelvo a Sevilla por Navidad (como el turrón). ¡Nos vemos entonces!

Las ojeras de Van Gogh

domingo, 30 de noviembre de 2008

La vida de Vincent van Gogh (de 1853 a 1890) es un misterio digno de Cuarto Milenio. Un pintor cuya vocación nace a los 27 años y que en tan sólo 10 años es capaz de crear más de 2000 obras (entre cuadros, dibujos y bocetos), a razón de una cada dos días, da indicios de anormalidad. Su cabeza, ciertamente, estaba turbada desde hacía tiempo.

Las desgracias en su vida y su infinita pobreza (se hacía autorretratos porque carecía de dinero para pagar a un modelo) le sumieron en una afición que le reportó pocos beneficios y muchas ojeras de insomnio (solía pintar de noche con velas en su sombrero). De hecho, van Gogh murió pobre sin vender apenas una obra y, continuando con su gafe, desconociendo que, un año después de su fallecimiento, sus cuadros comenzaron a cosechar éxitos. Su final no puedo ser más rocambolesco: internado en un manicomio, se cortó el lóbulo de su oreja en una disputa con un colega; pero, tras ser dado de alta, se suicidó a los 37 años con un disparo en el pecho. Nadie sabe las razones que le llevaron a tal decisión; quizás, ni él mismo.

Hoy, van Gogh es uno de los artistas más conocidos del mundo. En Amsterdam, la mayoría de sus obras están recogidas en un museo que, a diferencia de otros que he visitado como el Prado, el de Bellas Artes o la Galleria degli Uffici, está monodedicado al artista holandés. La verdad es que me gustó mucho la forma en que tenían expuestas sus obras, organizadas en cinco salas diferentes, correspondientes a las 5 etapas de su obra pictórica, ayudando a entender mejor la ya de por sí difícil trayectoria del pintor.

En los Países Bajos (1880-1885) pintó cuadros campestres, con colores tenues que reflejaban la cruda realidad de los campesinos (como el que más me gustó, el de Los comedores de patatas). En París (1886-1888) empezó a destacar son su particular estilo de colorear con puntos (que se denominó, originalmente, el "puntillismo") e hizo algunos de sus conocidos autorretratos. En Arles, entre 1889 y 1890, pintó Van Gogh sus obras más famosas. Se nota el uso del color, que, en contraste con su primera etapa, llena la sala de luz. En la exposición hay uno de sus 5 cuadros de girasoles y La habitación en la que el artista daba rienda a su talento. Las dos últimas etapas, en Saint Rémy y Auvers-sur-Oise, son algo diferentes, y sus últimas obras, más abstractas, ya reflejaban en algo la depresión que le llevó a su triste final.

Una visita que merece la pena, aunque recomiendo conseguir las entradas con antelación (por ejemplo, en las oficinas de turismo), pues las colas son inmensas y con la entrada en la mano, te la evitas.

Una vida sobre (2) ruedas

jueves, 27 de noviembre de 2008

Andar en bicicleta es una forma de vida en Amsterdam. Circular con vehículos de automoción es lo extraño. La cultura de las dos ruedas está muy extendida en todo el país, claramente favorecida por el hecho de que en toda Holanda no existe una sola cuesta; sin embargo, se trata de un país extremadamente lluvioso, aspecto que no es óbice para que los holandeses utilicen su bicileta para todo. Un chubasquero y se acabó el problema.

Uno de los objetivos del proyecto de clan en Amsterdam era el de comparar los carriles bici de la ciudad con los recientes de Sevilla. Lo cierto es que, dentro de su funcionalidad similar, son algo diferentes, pues en Sevilla suelen ir por la acera mientras que en Amsterdam tienen carril propio o van paralelos a la carretera. Aún así, en la capital holandesa todas absolutamente todas las calles cuentan con una vía para ciclistas. De hecho, nos propusimos visitar el campo del Ajax, en un barrio alejado del centro, y, aún desconociendo el camino, no tuvimos en ningún momento que circular desviándonos de los carriles bici.

Todo el mundo utiliza las bicis en la ciudad, y por ello quizás se den situaciones peligrosas en conflicto con los viandantes. Los turistas no están acostumbrados y se incorporan a los carriles sin percatarse de que los amsterdaneses circulan a velocidades endiabladas. Nosotros nos alquilamos las bicis por un día en las numerosas tiendas que ofertan este servicio (nada barato por cierto), que tienen la particularidad de ofrecerte bicicletas que frenan dándole a los pedales para atrás. No es difícil cuando te acostumbras, pero la falta de reflejos y la inercia del movimiento te provoca siempre frenar un poco más tarde de lo que piensas. Consecuencias: posibles saltos de semáforo y choques con coches, darte un encontronazo con algún peatón (vi cómo un ciclista tiró al suelo a una señora en la plaza Dam) o padecer en primera persona el encontronazo dado por otro guiri como tú inhabituado al sistema.

Por otro lado, no es seguro dejar tu bicicleta en cualquier lugar. En la tienda nos porporcionaron hasta dos candados diferentes (uno para bloquear la rueda trasera y otro para atar la delantera a algo) pues el robo es una práctica común en la ciudad. De hecho, en esta ciudad con tantas libertades hubo un proyecto de "bicis para todos", bicicletas pintadas de blanco (como símbolo de la paz) que se cogían en cualquier lugar y se dejaban donde quisieras cuando ya no las necesitases para el disfrute de otra persona. Esta especie de "comunismo bicicletario" (versión gratuita de los Sevici actuales), que se ha implantado con éxito en otros lugares como Copenhague, no cuajó porque pillos hay en todas partes, es decir, gente que las cogía, las pintaba de otro color y las vendía a saldo.

A pesar de ello, las bicicletas inundan la ciudad. Circulando o aparcadas en todos lados (de hecho, hay algunas que pueden llevar años en el mismo lugar sin que nadie las utilice). Una forma de vida excelente que por fin se está empezando a importar a España.

Ruta por debajo del mar

lunes, 24 de noviembre de 2008

El único día que no nos llovió en Amsterdam lo aprovechamos para hacer una excursión en bici por los pueblos de la periferia, aprovechando la certeza de que, en Holanda, todas las poblaciones están unidas tanto por carreteras como por carriles para bicicletas. Planeamos hacer la ruta por la región conocida como Waterland, al norte de la capital, que nos llevaría a lo largo de unos 40 kilómetros por pintorescos pueblos holandeses y nos acercaría al famoso dique que evita que los Países Bajos se inunden.

La ruta comienza detrás de la Centraal Station (la estación de trenes), donde un transbordador, que pasa cada 5 minutos, te cruza al otro lado del río Ij rápidamente y de manera gratuita. El agua comenzaba de nuevo a ser protagonista en nuestro viaje.

Una vez al otro lado, hay que seguir en dirección norte hasta llegar a una primera esclusa. A partir de entonces, el carril bici se sigue sin problemas por una senda bien marcada, y unos postes colocados de manera regular te indican el camino a seguir en los cruces y la distancia restante a los puntos más próximos. En todo nuestro viaje nos acompañaron unos carriles de agua (omnipresente en los Países Bajos). En seguida llegamos al cartel que anunciaba la entrada en Amsterdam (aunque nosotros íbamos en la dirección opuesta). En tan solo unos minutos, habíamos dejado atrás la gran urbe y nos encontrábamos con un paisaje totalmente agreste, con viviendas unifamiliares con muelle propio y embarcaciones para moverse por los canales. Un paraíso.

Tras unos pocos kilómetros de campos llenos de vacas pastando, llegamos a Broek in Waterland, una pulcra aldea, adalid de la tranquilidad. Visitamos su iglesia (fundada en 1573) donde una amable señora nos explicó parte de su historia. Ubicado junto a un inmenso lago, paseamos por sus calles de casas de madera de colores claros. El pueblo se hizo famoso por obligar a Napoleón a quitarse las botas en 1811 para entrar en el pueblo (no se podía manchar tanta belleza), pero hoy es más conocido por De Witte Swaen (el cisne blanco), un restaurante donde desayunamos unos de los mejores crêpes que he tomado en mi vida.

Tras el aperitivo, continuamos la ruta con un paisaje similar. Al cabo de unos cuantas pedaladas comenzamos a divisar la torre principal de Monnickendam, siguiente parada en el camino. Allí comprobamos que el poblado no tiene una sino varias torres (en una de ellas unos muñecos giran a una hora determinada). El pueblo está nuevamente ligado al agua, y nos detuvimos a observar alguna de las esclusas que posee, gracias a las cuales las embarcaciones de su puerto pueden salvar los desniveles del terreno y navegar sin problemas.

Después de dar una vuelta por sus calles, emprendimos de nuevo el camino. Las bicis nos permitían avanzar entre verdes campos y molinos, hasta que llegamos a nuestro siguiente destino: Volendam, un pueblo muy turístico, lleno de puestos de recuerdos para guiris. El pueblo da a la gran bahía del norte de Amsterdam, y allí, en un pequeño muelle, nos paramos para almorzar. Como postre no pudimos resistir el comernos un helado, pues en Volendam son bastante conocidos, ya que una familia los produce desde hace décadas y se pasan el secreto de su fabricación de generación en generación. Muy recomendables.

Tras ello, tuvimos que decidir si coger un barco que zarpa de Volendam a Marken y que atraviesa toda la bahía, o hacer los 14 kilómetros que nos separaban de esta ciudad en bicicleta y bordeando el dique. Optamos por la segunda opción, que fue muy interesante porque comprendimos una de las cosas más curiosas de Holanda: para llegar al mar, hay que subir. Nuestra ruta corría paralela a un enorme montículo verde; decidimos apearnos de las bicis y remontarlo, y es realmente curioso ascender la pequeña montaña y encontrarse, de repente, el mar. Este dique fue construido para retener el agua, pues Holanda se encuentra por debajo del nivel del mar y está expuesta a inundaciones.

Seguimos con nuestras bicis, aguantando las embestidas del viento que empezaba a azotar fuerte. Tras una horita llegamos a nuestra última etapa de la ruta: Marken, un precioso pueblo de casas de madera pintadas de verde que fue isla hasta 1959. Al parecer, sus habitantes visten trajes tradicionales (aunque con fines más turísticos que folclóricos), pero nosotros llegamos pasado el horario comercial y no los vimos. Es una aldea idílica, con caminos de pequeñas piedras, junto a unos canales atravesados por puentes de madera y garzas grises que no se asustan ante la presencia de humanos.

Nos apresuramos a regresar a Amsterdam, sin saber muy bien cómo pero con la seguridad de que algún cartel nos lo indicaría. Tras una ruta excepcional, entramos en la gran ciudad con nuestras bicis y llegamos al camping satisfechos de haber visto un contraste tan diferente y en tan poca distancia entre la urbe y sus alrededores.

La casa de atrás

viernes, 21 de noviembre de 2008

He adoptado como buena costumbre la lectura a posteriori de ciertos libros que tienen que ver con algunos de los lugares que visitov(lo hice con El corazón de la tierra, sobre las Minas de Río Tinto, y tengo pendientes los cuentos de Dickens que compré en su casa natal en Portsmouth). No podía ser menos con el Diario de Ana Frank después de conocer la casa donde ella y su familia estuvieron escondidos más de dos años en Amsterdam durante la II Guerra Mundial.

Este museo ha sido uno de los que más me ha marcado en mi vida. La historia de sus 8 ocupantes, perseguidos como bestias por irracionales que no pensaban como ellos, es estremecedora. Los Frank y otros 4 judíos tuvieron que refugiarse en la parte de atrás de la casa donde Otto Frank, el padre de familia, regentaba un negocio de mermelada y condimentos. Una simple puerta giratoria, camuflada detrás de una estantería, los separaba de un mundo de horror donde una guerra sin sentido (como todas) destrozaba personas, familias, vidas. En el museo se puede recrear la claustrofóbica impresión que dan las escasas 4 salas donde los 8 escondidos tuvieron que convivir durante tanto tiempo.

Pero si la casa impacta de por sí, la lectura del diario que Ana escribió durante esos dos años es sobrecogedora. En él sientes de verdad lo que estos judíos tuvieron que soportar. La convivencia en un espacio reducido en el que no puedes salir o no puedes hacer ningún ruido durante horas; la escasez de alimentos que afectaba al país y que se vivió en primera persona en la casa; la evolución de Ana, desde sus primeros relatos de niña rebelde a los últimos de adolescente madura; o los miedos por la entrada de ladrones o cualquier ruido que pudiera delatarlos. Dos años de sufrimiento que no sirvieron para nada, pues alguien dio el chivatazo y todos fueron aprisionados y mandados a campos de concentración, donde todos menos el padre murieron de enfermedad o inanición, con la crueldad de hacerlo a escasos dos meses del fin de la guerra.

Sus vidas se apagaron, pero las palabras de Ana se han conservado, y como dice Otto Frank, "para construir un futuro, es preciso conocer el pasado". Más de uno debería tomar buena nota.

I am... agua

lunes, 17 de noviembre de 2008

Agua... esa es la palabra que más nos ha acompañado en Amsterdam. Agua desde el primer momento en el que llegamos y contemplamos con estupor desde las ventanillas que el avión aterrizaba en Schipol, y mientras se dirigía a la plataforma de estacionamiento nos acompañaba un riachuelo... dentro del mismo aeropuerto.

Agua en el cielo y agua en la tierra. De 8 días que estuvimos allí, nos llovió 7, por lo que no pudimos deshacernos de nuestros chubasqueros... a pesar de estar en julio. Bernardo, uno de los peligros de Costa Rica, lleva viviendo en Holanda 6 años y no está blanco por gusto: en los Países Bajos se pagaría porque saliera el sol. Y agua a ras de suelo, agua por todos lados (que más da si dulce o salada): la ciudad de los enormes canales, el Grachtengordel (cinturón de canales), que forma unos semicírculos concéntricos perfectos con respecto a la estación central de trenes. Es una aventura pasear por sus calles sin perderse, pues todas parecen iguales, con un canal central y caminos a ambos lados.

Amsterdam es fascinante. No destaca por ningún monumento en concreto, pero sin embargo dicen que tiene 3571. No nos dio tiempo a verlos todos, pero sí a pasear por unas calles donde las casas parecen todas iguales: un edificio de amplias ventanas con cerramientos de madera que se abren hacia fuera, estrechas pero muy altas, un poco inclinadas hacia delante y con una polea en lo más alto (todo tiene una explicación: la polea es para subir los muebles a los pisos de arriba, pues no deben caber por las empinadas escaleras que suele haber; y la fachada está inclinada para que el mueble no golpee al inmueble). Y nuevamente el agua es protagonista para muchos de su cerca de un millón de habitantes, pues abundan quienes han escogido el barco como medio de vida, amarrados a los bordes del canal. Sea por un tema de impuestos o por un toque bohemio, desde el barco en el que dimos el paseo pudimos ver a gente leyendo o fregando los platos en su vivienda flotante.

La ciudad se mueve al ritmo de las bicicletas. Los humos están mal vistos. Son las reinas de la ciudad y todo el mundo las utiliza. Junto a los tranvías y el metro, la ciudad apuesta por abandonar los coches, y eso en un lugar donde llueve la mayoría de los días del año. Es otra mentalidad, como lo demuestran otros muchos hechos que, a ojos de los tradicionalistas, pueden llegar a ser intolerables.

Pues no. En Amsterdam ocurre todo lo contrario. Es la ciudad de la tolerancia y las libertades. Por sus calles se ven personas de todo tipo (existen más de 150 nacionalidades) y puedes encontrar un restaurante de cualquier lugar del mundo. La prostitución no es un tabú; al contrario, se exhibe en el popular barrio rojo, donde alejándote un poco de la calle principal (que tiene más pinta de escaparate turístico que de negocio sexual) te das cuenta que el sistema se usa y tiene éxito. Las drogas son otro de sus atractivos, pues incluso a mí me choca que en un Coffee Shop se negocie cuánta marihuana quieres comprar sin tener que recurrir al trapicheo o el escondite. Eso sí, las leyes anti-tabaco también han llegado a la capital holandesa, y ya no se puede fumar el porrito mezclado con tabaco si el Coffee Shop no ha habilitado una sala especial para fumadores. Y los gays y lesbianas encuentran aquí su referente, pues Holanda fue el primer país que despenalizó la homosexualidad (en 1811) y que permitió los matrimonios entre personas del mismo sexo en 2002.

Por todo ello, conocer la ciudad de las 3X (que no tiene nada que ver con prohibiciones sino ciertos valores positivos) ha sido una experiencia inolvidable que se ve así con ojos de Lince:

Un proyecto flamante

martes, 11 de noviembre de 2008

¿Qué se podría pensar del proyecto de los rovers en Amsterdam si tenemos en cuenta que no buscaron el alojamiento, no organizaron el menú, no se prepararon las actividades ni presupuestaron bien los gastos? Pues, sinceramente, que fue todo un éxito.

Pues hay que plantearse que era la primera vez que llevaban a cabo no ya un proyecto tan exigente, sino un proyecto cualquiera; y que el hecho de realizarlo les ha servido para muchas cosas, como las de percatarse de la importancia de la planificación previa, del trabajo en equipo o de la evaluación del trabajo.

Por eso de los rovers en Amsterdam me quedo con muchos momentos. De sus caras de asombro por ver una ciudad con unas libertades y costumbres tan diferentes a su barrio; con esas ganas de usar la bici como todas las demás personas de la ciudad; del saber reconocer las importancia de museos como el de Ana Frank o el de Van Gogh; o del darse cuenta de sus errores para intentar que en este nuevo año el proyecto sea aún mejor.

Y por supuesto, de la importancia de no tener la ra-ra, de hacer el tonto con cada cosa que se pueda, o de las eternas discusiones por saber si el agua de Amsterdam es (o fue) dulce o salada. Un viaje inolvidable.

Al más puro estilo scout

domingo, 9 de noviembre de 2008

El campamento de verano de este año no ha contado con barracones con camas, duchas de agua caliente o cocina de armarios y cajones; lo celebramos a las afueras de un recóndito pueblo de Soria: sólo campo, pinos y un pequeño riachuelo que pasaba cerca. Allí hubo que ponerse manos a la obra para crear algo de la nada: construir una cocina sin enchufes, poner en marcha generadores de luz para ver algo de noche, montar una estructura de duchas con bomba para obtener algo de agua del arroyo, delimitar parcelas para dormir en las tiendas de campaña, establecer rincones para organizar todos los materiales necesarios para un campamento de 15 días de duración... Una logística complicada hecha realidad por el gran esfuerzo de un equipo de monitores que, currando sin motivación lucrativa alguna, han dedicado muchas horas antes, durante y después del momento cumbre de todo el año scout.

Vivir en una mini-ciudad pero con lo básico y en plena naturaleza es duro pero reconfortante, pues te ayuda a valorar mucho más las comodidades que en tu casa desprecias. Y mucho más si los 15 días se llenan de actividades con las que hacer felices a los niños que acuden ilusionados al campamento. Cada vez me sorprendo más la creatividad que tiene cada uno para lograr los objetivos que se plantea conseguir, y cómo utilizando los medios que tiene más a mano se conseguir levantar las ideas más brillantes. Supervivientes 8, Jiplis, MK3, Sin Destino, la Emboscada Maroon, el Carmen San Diego, gymkhanas, talleres, deportes, promesas, pasos de sección, juegos límite, rutas de ensueño... una planificación que sería la envidia de los mejores campamentos que se ofertan por ahí (lo digo con la seguridad de haber sido monitor a sueldo de muchos de ellos). Y todo sin más recompensa que la sonrisa de un niño, las lágrimas de emoción, o la evolución increíble de los chavales con los que llevas trabajando mucho tiempo.

Felicidades a todos por un campamento increíble. Y a Escorpión por resumirlo en imágenes:

¡Qué alegría!

martes, 4 de noviembre de 2008

Este fin de semana tendría que haberse celebrado una excursión que significaba mucho para mí: la última en la que participaba activamente como scouter. El tiempo la chafó, pero no hay lugar para estar triste. Los niños, que son los verdaderos protagonistas de todo el movimiento scout, tendrán la oportunidad de disfrutarla la semana que viene como se merecen.

Y no puedo estar triste a pesar de que se cierra una de las etapas más bonitas de mi vida. Llevo media vida siendo scout y desde luego, mi forma de ser está directamente influenciada por ello. Mucho he cambiado desde que entré como un niño tímido que no comía de nada al monitor que soy hoy. Vuelvo la vista atrás y me parece increíble la evolución.

Desde luego, echaré de menos muchas cosas. Levantarme temprano los sábados (bueno, esto...), preparar con ilusión las acampadas, evaluar cómo progresan los chavales con los que trabajas, ver cómo se divierten en el campo y cómo descubren que hay mundo más allá de las videoconsolas, los buenos ratos entre scouters, los lazos que se crean y que perduran para siempre...

Creo que mi trabajo ha sido útil, y me siento orgulloso de haber conseguido cosas que parecían impensables: 8 supervivientes, 2 gran prix, 1 sin destino, el festival federal, el festival de Pino Montano, 2 operación Nanuara, un intercambio internacional en Sicilia, un voluntariado en Londres... Siento que el Nanuara forma parte de mi vida y que yo formo parte de la suya, pues me siento creador directo en la formación de su tropa, de su esculta y de su clan. Todo ello con la satisfacción de quien no tiene más recompensa que la sonrisa de un niño.

Han sido muchos años de dedicación y, ahora que vivía un momento muy dulce, me tengo que alejar. No es un adiós pero sí que las cosas serán distintas. Le auguro un futuro muy bueno al Nanuara y espero que sigan desbordando felicidad allá donde vayan. Yo los seguiré desde mi nuevo hogar donde habrá un hueco para mi pañoleta y los recordaré viendo este vídeo, con el que no puedo evitar, yo el chico duro que no llora delante de gente, que se me humedezcan los ojos. Lágrimas, por supuesto, de alegría.

Decían que el centro moriría

sábado, 1 de noviembre de 2008

El martes volvía de dar un paseo por el centro con Olga tan tranquilo con mi Sevici, seguro de llegar prontito a casa pues ya comenzaba a hacer fresquete. Pero algo me hizo retrasar mi marcha. De repente, una marabunta de gente ocupaba las calles Tetuán y Sierpes y me impedía avanzar. Cuando me di cuenta de que sortear personas era eterno además de más peligroso, terminé lo que me quedaba de calle andando sujetando el manillar de la bici con mis manos.

Me llamó mucho la atención la cantidad de gente que había en esos momentos en la calle, por ser un martes, por ser el día en el que empezaba a hacer frío en Sevilla, y por ser las siete y media de la tarde con la noche ya caída (justo la semana en la que hay que amoldarse al cambio de hora). Y me llenó de satisfacción sobre todo porque se trataba del centro.

Hace un tiempo las cabezas pensantes de la ciudad decidieron que Sevilla debería peatonalizar su casco histórico. En seguida surgieron las voces críticas oponiéndose a tal iniciativa. Pero, como siempre sucede en estos casos, las críticas venían del partido político opositor al precursor de la medida y de sus medios afines. No me extraña pues es la constante en un país como España donde políticamente sólo hay espacio para un dualismo totalmente perjudicial para el progreso de una nación: lo que propone uno lo critica el otro sólo por el hecho del origen de la idea, sin importar el beneficio de la duda y lo que es peor desde mi punto de vista, sin ofrecer soluciones alternativas. No porque sí.

El caso es que desde que se iniciaron los trabajos de peatonalización del centro, era frecuente leer en el ABC titulares como "El centro se va a morir" o noticias dedicadas a la futura pérdida de ingresos del Corte Inglés del Duque. El centro sin coches era igual al apocalipsis. O alguno que opinaba que las bicis en la ciudad serían el desastre urbano al quitar plazas de aparcamientos. Los coches no podían desaparecer. Aunque ennegrecieran la Catedral. Aunque no hubiera sitio para aparcar. Aunque los atascos fueran insufribles. Los cambios en Sevilla parece que son impensables.

Pues por todo ello me alegro de que, ahora, me sea imposible circular con la bici por algunas calles del centro. Decían que el centro moriría, pero la gente no sólo no ha dejado de pasear por él, sino que ahora van más. Sea por el tranvía, por las bicicletas, por las esculturas en las plazas o simplemente por pasear sin humos por un entorno incomparable, la avenida de la Constitución está siempre llena de vida. El centro de Sevilla ha vuelto a renacer y el proceso no ha hecho más que comenzar, pues se habla de peatonalizarlo en su totalidad. Más de uno se ha tenido que comer sus palabras aunque dudo de que lo reconozcan. Allá ellos. Yo, mientras tanto, ya he quedado mañana para darme otra vueltecita.

Arte en la calle

miércoles, 29 de octubre de 2008

Hace ya algún tiempo que el ayuntamiento de Sevilla ha decidido tomar parte activa en el acercamiento de la gente al arte, que sale de los museos (ese lugar al que, aún cercano, nos cuenta tanto ir) para exhibirse en la calle, gratis y abierto 24 horas.

La nueva galería al aire libre se encuentra temporalmente en la renovada plaza de la Iglesia del Salvador, que, como dirían algunos, "ya no es lo que era"; y menos mal, desde mi punto de vista, pues ayer estuve por allí y se ha convertido en un amplísimo espacio para el disfrute de todos sin la horrible carga de coches que soportada antes. Y encima ahora es un espacio expositivo que acoge 6 esculturas de Dalí en bronce de estilo, como es habitual en este autor, muy particular y con representaciones bastante imaginativas (pues en algunas hay que echarle imaginación). No llega a la categoría del elefante de largas patas o el reloj blando que se ven de forma permanente a la orilla del Támesis junto al London Eye, pero me parece una iniciativa muy acertada.

Bien es cierto que esta preocupación por divulgar las formas artísticas adolece de un cierto interés partidista por parte de la corporación municipal, pues han estado ligadas a inauguraciones de plazas que se han llevado mucho tiempo en obras. Empezaron con las esculturas gigantes de Igor Mitoraj en la Plaza Nueva, y continuaron con las Meninas gigantes de Manolo Valdés en la Alameda (que algunos vándalos pintarrajearon) o las de Baltasar Lobo en la Alfalfa. Aún así, me sigue pareciendo excelente esta nueva política. Y sobre todo porque parece que tiene un efecto continuista, pues también ayer me fijé en los llamativos colores con que de repente me recibió la Plaza Nueva. Otra exposición, diez esculturas multicolor de Cristóbal Gabarrón dedicadas a su tocayo Colón en el 500 aniversario de su muerte. Y en esta ocasión no se inauguraba nada. O las fotografías que con motivo de la Bienal de Flamenco se suceden por toda la avenida de la Constitución (aunque tengo que decir que me parecen horrorosas; pero sobre gustos...).

Espero que continúe así pues si ya pasear por Sevilla es una delicia, si se hace con arte mucho más.

Día de despedidas

martes, 28 de octubre de 2008

Ayer fue un día de despedidas. Me pasé por las oficinas de las 3 empresas con las que he venido "trabiajando"durante los 3 últimos años, Escultura, Aires Creativos y Pinapark. Fue un día especial, pues con ellas currar no ha significado sólo ganar un puñado de euros; ha sido algo con lo que siempre he disfrutado muchísimo y que seguro echaré de menos.

Y eso que siempre me he andando quejando de que el trabajo de "monitor" (con todas las inimaginables posibilidades que puede abarcar este concepto) está muy mal remunerado, no tiene horarios (cuántas horas me he pasado en urgencias), tiene una responsabilidad no valorada (tienes a tu cargo a un grupo importante de niños o mayores), te quita mucho tiempo (días y días fuera de tu casa) o al tratar con tanta gente te hace pasar malos tragos (véanse los dirigentes del Monasterio de Guadalupe).

Pero, pese a todo eso, ha merecido tanto la pena. Gracias a estas tres empresas, he conocido a muchos compañeros que hoy son amigos; he perdido toda la vergüenza disfrazándome de cualquier cosa ya fuera en mi ciudad o no; me conozco todos los bares de tapas del centro con los privilegios que ello conlleva (alguna invitación de los camareros ya ha caído); he montado en bici, he hecho rutas en 4x4, en quad, he usado el Segway; me he divertido en futbolines humanos, en castillos hinchables, en paseos en piragua; he montado en barco; he visitado todas las provincias de Andalucía y he incluso he podido explicar muchos de sus monumentos; he viajado a Madrid, a Valencia, a Cáceres...; he participado en gymkhanas, en rutas de orientación, en multi olimpiadas; he tirado con el arco, con la cerbatana; he escalado, me he tirado en tirolona, he ido a parques temáticos; he salido en la prensa, en la radio y en la televisión; he practicado los idiomas que sé y he aprendido mucho de la gente con la que he tratado; y sobre todo hemos hecho disfrutar a mucha gente.

Pero a este culo inquieto se le paran ya los pies. Ahora toca hacerle forma al cojín de la silla. ¿Aguantaré mucho?

Parece mentira

sábado, 25 de octubre de 2008

Parece mentira que hayan pasado 27 años hasta que por fin he visitado el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Y eso a pesar de que es gratis, de que he pasado por su puerta miles de veces, de que hablan maravillas de él... Pues no, no lo conocía, hasta que el otro día, de paseo con Otto, y buscando un sitio para tomar algo que no encontramos, nos topamos con él y nos animamos a entrar.

El museo me gustó mucho, pues no tiene afán acumulativo sino que gira principalmente en torno a un tema: el arte en Sevilla, pasando por diversas épocas y por los artistas principales de la escuela sevillana. Hay obras de una calidad excepcional, destacando sobre manera las de nuestros dos principales representantes, Murillo con sus inmaculadas y Zurbarán (aunque extremeño de nacimiento) con sus monjes siempre en contrastes blancos y negros. También hay alguna de Velázquez (tal vez debería haber más) e incluso de Bécquer. Todo ello en el entorno de un antiguo convento (el de la Merced Calzada) que da personalidad propia al museo y espectacularidad a alguna de sus salas, como la de la iglesia.

Es cierto de que si lo hubiese visitado antes quizás no habría sabido valorar las valiosas colecciones artistícas que posee; aunque también creo que a este museo, considerado la segunda pinacoteca más importante de España después del Prado, no se le da la publicidad que merece. Una campaña adecuada atraería a más visitantes (también oriundos de Sevilla) pues es algo de lo que creo que la ciudad debe sentirse orgullosa.

Además, coincidió que el museo presentaba una interesante exposición de esas itinerantes que me fascinó (está hasta el 5 de noviembre). Se trataba de una serie de fotografías del israelí Ilan Wolff que fueron tomadas de una forma innovadora: con una cámara oscura que, a diferencia de las que todos hemos hecho en algún taller de fotografía (con una caja de zapatos), el autor creaba a partir de objetos cilíndricos (como una lata de refresco o un bidón) en los que, aprovechando la curvatura de sus paredes, colocaba el papel fotográfico. Una vez captaba la imagen, el revelado ofrecía efectos espectaculares, pues los edificios retratados cambiaban sus rectas líneas de las fachadas por sinuosas curvas. Así, se puede ver la Torre Eiffel que parece que está andando o puentes similares a serpientes en movimiento. Las fotos parecen cuadros pintados pero no lo son.

La verdad es que impresiona ver cómo se puede captar la realidad de formas tan variadas e ingeniosas. Otto y yo, que precisamente habíamos quedado para hacer fotos artísticas de Sevilla, hemos encontrado a un innovador que nos ha aportado nuevas ideas.

De los errores se aprende

jueves, 23 de octubre de 2008

Siempre que voy a Cáceres acabo sucumbiendo a la tentación. No puedo evitar comprar una Torta del Casar. Todas las tiendas de alimentación te las venden, junto con otros productos típicos de la provincia como el pimentón de la Vera, el vino de Pitarra, el chorizo "patatera" o las perrunillas. Pero estas viandas no tienen el toque especial de este queso, eso algo que me hace gastarme unos buenos euros (la verdad es que es carísimo) y llevármelo siempre para mi casa a pesar de que allí nos lo acabamos en menos de 3 días.

Ese algo especial vino, como suele ocurrir con los grandes descubrimientos (preguntémosle a Newton), fortuitamente. Se creó en una localidad situada a 10 kilómetros al norte de Cáceres y que da nombre al queso: el Casar de Cáceres, la cual reunía unas condiciones idóneas para que sucediera. Allí se criaban (y se crían) ovejas, de cuya leche se obtiene el queso. Yo no entiendo mucho del tema pero sé que para fabricarlo, la leche hay que cuajarla, y para ello se utilizan recursos vegetales. En el Casar de Cáceres, como no tenían otra cosa, utilizaron un tipo de cardo que sólo crecía en aquellas tierras (un cardo llamado "Hierba cuajo" precisamente). Pero el queso que obtenían poseía una corteza muy blanda y no quedaba compacto, sino más bien líquido. Además, el queso por su propio peso se aplastaba y por su forma asemejada a una torta (y de ahí el nombre posterior).

Por el resultado obtenido, ese queso tenía un futuro destinado al fracaso. Pero hete aquí que a algún pastor le dio por probarlo y... cayó la manzana. El sabor era delicioso. A partir de entonces, ese queso amorfo pasó a ser más demandado, y hoy en día es un manjar de lujo, por su precio y por lo laborioso de se ejecución, ya que aunque el proceso de producción se ha industrializado, aún se usan técnicas manuales como añadirle la sal o voltearlo diariamente durante 2 meses mientras está reposando.

Aún hoy es un queso especial, pues como su corteza sigue siendo blanda, lo venden en cajitas de cartón cilíndricas para que no se estropee. Y la forma de cortarlo no tiene nada que ver con las clásicas porciones del Trivial. Para disfrutar de su sabor, hay que abrirlo por la parte de arriba, cuya corteza posteriormente servirá de tapa para que no se reseque. Y con un cuchillo, se unta en pan tostado o tierno (si está caliente mejor). Para que sepa totalmente delicioso, hay que sacarlo de la nevera un tiempecito antes de empezar a tomarlo, pues si no queda demasiado duro y no asienta el sabor.

Además de la torta que proviene del Casar, se han creado otras de regiones de Extremadura, como la torta de la Serena (que bien conocerá Teresa), con un regusto a roquefort que personalmente me encanta. Aunque la genuina y primeriza es la del Casar. Menos mal que el hombre tropieza dos veces con la misma piedra. Si no, igual no la podríamos disfrutar.

La fe mueve montañas

martes, 21 de octubre de 2008

Más allá de lo que opine de sus dirigentes, el Monasterio de Guadalupe es una auténtica joya monumental. A simple vista parece una fortaleza por sus altas murallas; en realidad lo era, pues tenía que preservar todos los tesoros que encierra. Pero, una vez dentro, adopta la forma de lo que todos entendemos por un monasterio: un claustro mudéjar con un impresionante templete en el centro; un refectorio donde los monjes se reunían para comer; una cocina, etc. Hoy, las salas de alrededor del claustro están dedicadas a diversos museos donde se comprueba la importancia del edificio: un sala con libros gigantes (¿vivía allí Gulliver?), una galería de arte con cuadros de Goya, Rubens y Zurbarán (ahí es nada), un museo de trajes de curas (todos bordados en oro)...

Lo más curioso del caso es que la mayoría de las valiosas pertenencias del monasterio son donaciones particulares de gente devota de la virgen de Guadalupe. Parece que la fe mueve montañas, y no precisamente la del Aljarafe, sino mucho más altas. Porque la visita continúa y los ojos de nadie pueden quedar indiferentes ante la sucesión de riqueza que se observa. El coro de la iglesia; el llamado "tesoro" del monasterio (todo tipo de piedras preciosas, dos o tres coronas, oro y plata por doquier, vestidos y trajes para la imagen...); o el camarín donde descansa la virgen de Guadalupe, la morenita (por el oscuro color de su tez). Pero lo más impresionante es la sacristía (el lugar donde los curas se cambian de ropa). Una sala gigantesca, preciosamente ornamentada y con cuadros de Zurbarán de una calidad excepcional, todos dedicados a San Jerónimo. No llega a la categoría de la capilla Sixtina pero está considerada la mejor sacristía de España. No dejan hacer fotos en ningún lugar del monasterio (eso sí, venden postales en la tienda...) pero me tomé la libertad en un descuido del guía (sin flash no se hace daño a nada).

Todo este lujo se ha creado en torno a la Virgen de Guadalupe. Su historia es de lo más rocambolesco, y parece sacada de un capítulo de Lost. Según la leyenda, un pastor llamado Gil Cordero, natural de la comarca, encontró muerta una de sus vacas cerca de un río. Al ir a desollarla, le hizo con un puñal la señal de la cruz, y de repente se le apareció la Virgen. Su vaca volvió a la vida, y el pastor pidió a la virgen que sanara a su hijo enfermo, cosa que, como en estos casos suele ocurrir, sucedió. El milagro fue corriendo de boca en boca y ocurrió que, escavando en el punto donde yacía la vaca, apareció una imagen, una escultura de madera de escasos centímetros con la cara oscurecida... la Virgen de Guadalupe. En ese punto se erigió una ermita, la devoción fue creciendo, los peregrinos llegados de muchos puntos se congregaban para pedir favores divinos (por eso había tantos hospitales en el pueblo) y los regalos a la virgen aumentaban (incluso reales -de la realeza me refiero)... hasta llegar a hoy.

En verdad, algo de la historia se puede explicar. Está documentado que la imagen de la virgen se creó en época temprana, y que estuvo expuesta en Roma y Sevilla. Pero, debido a la invasión árabe, en el 714 fue tomada y enterrada junto al río Guadalupe (que significa "río escondido") para evitar que cayera en manos iconoclastas. Por eso Gil Cordero se la encontró en Guadalupe. No tiene mucha explicación lo de resucitar a su vaca, pero en parte así son los milagros. Te los crees o no. Tampoco tiene explicación, desde mi punto de vista, regalar tanto lujo a un trozo de madera, cuando quizás haya gente que lo necesite más (y seguro que la virgen estaría de acuerdo conmigo). Pero, como dije antes, la fe mueve montañas, y por supuesto lo respeto aunque no lo comparta (porque debe tener mucho mérito desplazar una montaña con lo que tiene que pesar).

Con la iglesia hemos topado

domingo, 19 de octubre de 2008

Taquilla del Monasterio de Guadalupe. Nos acercamos Ángela y yo para sacar las 50 entradas para que los viejitos visiten el santuario. El dependiente nos informa de que para los acompañantes sólo regalan una entrada, y por cortesía, y que la otra la debemos pagar. Nosotros, que ya lo sabíamos, le respondemos que por favor haga una excepción, pues no tenemos intención de visitar de nuevo el monasterio (yo ya lo he visto 6 veces) sino que vamos trabajando con personas mayores que tienen una movilidad reducida y hay que ayudarles en todo momento. Nos responde que son normas del prior. A nuestra propuesta de dividir el grupo en dos, para que cada uno de nosotros se reparta a 25 personas, nos sale con otra negativa pues las entradas gratuitas a los guías son a partir de 30 personas. Le pedimos con amabilidad que nos deje hablar con el prior para intentar hacer una excepción, pero nos responde con sorna que querer hablar allí con él es como ir a la Moncloa y querer hablar con el Presidente del Gobierno, y que además por un tema de 3 euros no se va a molestar. Así las cosas, y observando con indignación cómo nuestros viejitos se están dejando una pasta en la tienda de recuerdos, decidimos poner una hoja de reclamaciones ante esa actitud tan cutre.

Curioso que, justo al ir a entregarla al dependiente, nos salta con que el prior ya está disponible y que quiere hablar personalmente con la Junta de Andalucía para solucionar el tema (parece que no eran tan complicado hablar con el superior). Nosotros nos negamos, pues la reclamación la hemos puesto a nuestro nombre y no en el del ente autonómico. Ante esta postura, el dependiente nos amenaza con llevarnos a juico (¡por una hoja de reclamaciones!) y con este mal ambiente se tiene que quedar Ángela fuera y yo sólo con 50 personas mayores en una visita de hora y media.

No son ya los 3 euros de la entrada, es la cutrería de ver cómo nos vamos a dejar unos 400 euros entre entradas, recuerdos y donativos que hacen los señores, y que en la iglesia, con un claro afán recaudatorio, nos obliguen a pagar 3 míseros euros más por uno de los acompañantes (cuando en ningún otra visita los guías pagan). Estoy seguro que en algún lugar de la Biblia pone algo de ser austero en la vida. Algunos deberían plantearse ciertas cosas.

A la semana siguiente el mismo panorama pero con los papeles cambiados. Me quedo yo fuera y esto me da la oportunidad de darme un paseo por el pueblo. Y me doy cuenta de que Guadalupe es mucho más que su Monasterio (que, más allá de sus dirigentes, es una preciosidad). Su historia se va gestando en torno al crecimiento de su santuario, y lo hace con unas calles empinadas que salvan los desniveles del terreno. Pasear por ellas es una delicia, con hospitales de peregrinos que venían a adorar a la virgen (separados los de las mujeres de los de los hombres), restos de la muralla que se creó en torno al monasterio (aún quedan 4 de los arcos originales), y unas casas con soportales de grandes vigas madera y balcones plagados de plantas y flores, algunas de ellas correspondientes a una judería de la Edad Media.

Menos mal que me quedé con un buen sabor de boca de Guadalupe. Una pena que algunos se empeñen en manchar su nombre.

Son como niños

jueves, 16 de octubre de 2008

Hace 7 días que acabé uno de los trabajos que he venido haciendo últimamente, las rutas turísticas que la Junta de Andalucía programa para los jubilados andaluces por Cáceres y provincia. El jueves pasado, en la fiesta de despedida, estuve reflexionando con el grupo que me tocó (que venían de la provincia de Sevilla) sobre lo que este trabajo ha significado para mí en estos dos años, y lo cierto es que es una de las experiencias que más me han marcado en mi vida y de la que seguro que guardaré un mejor recuerdo.

Tratar con mayores requiere unas aptitudes básicas sin las cuales se está destinado al fracaso. Hay que tener mucha paciencia para recordar una y otra vez en qué consiste la planificación de las visitas del día (no importa lo claro lo que lo digas, si se puede preguntar lo mismo que se acaba de explicar mejor para estar más seguros); hay que ser astuto para establecer normas desde el principio que no se pueden saltar (como ocupar siempre el mismo lugar en el autobús o en las mesas del comedor; las peleas cuando alguien se cambia son de lo más habitual); hay que ser inteligente a la hora de abordar las protestas constantes que tienen (y saber que si alguien se queja de que en su habitación del hotel hay pocas perchas, quizás haya que prestarle poca atención); y hay que ser amable y atento (sobre todo a la hora de bajar del autobús: los escalones son auténticos acantilados para algunos de ellos).

Una vez tenido todo esto en cuenta, sólo queda disfrutar de ellos y hacerlos disfrutar. Estos viejitos andaluces con los que he trabajado parece que han vuelto a una segunda juventud. Les encantan los chistes verdes y me muero de risa con las carcajadas tipo "enlatadas" de las señoras cuando se pronuncia la palabra "culo" o "cosita de los hombres". Adoran bailar (algunos son auténticos profesionales, se nota que "Mira quien baila" tiene audiencia entre los mayores) y les encanta bailar pasodobles conmigo aunque no tenga ni idea (aunque alguna viuda ya me rechazó porque ella "no bailaba con hombres"). Son cotillas por naturaleza y les encanta emparejar a los "solteros" (los corrillos eran evidentes cuando un divorciado quiso invitar a un baile a una viuda). Se empeñan en buscarme novia y todas sus sobrinas o nietas son candidatas perfectas (tengan la edad que tengan). Me recriminan toda la semana que no me afeite y en las fiestas de los jueves, cuando por fin lo hago, la sorpresa es mayúscula y todas me felicitan. Su tema de conversación favorito es sus respectivas enfermedades (desde que se suben al autobús ya empiezan a contarme de todo lo que están operados). Se preguntan asombrados porqué en sus teles no se puede ver "Arrayán" (sin percatarse de que en Extremadura no se ve Canal Sur). Y disfruto observando cómo hacen cola desde antes de que abran el Franki para comprar regalitos para toda la familia en esa tienda tan barata que les obsesiona.

La verdad es que me lo he pasado en grande con ellos. Pero, a la vez, me he dado cuenta de todo lo que se puede aprender de sus historias. Las famosas "batallitas" están cargadas de anécdotas que son reflejo de nuestro pasado. Te ayudan a entender mejor los difíciles años que vivieron en la guerra, o en la postguerra; cómo muchos tuvieron que emigrar y dejar a su familia atrás; como enviaban todo lo que ganaban de Argelia o Alemania para que la existencia de los suyos fuera un poco más placentera. Me encanta escuchar cosas de sus pueblos, y me emociono al observar sus caras maravilladas cuando ven el teatro romano de Mérida o el Monasterio de Guadalupe (muchos no han salido nunca de su pueblo).

Echaré de menos trabajar con mayores. Yo, que no tengo ya abuelos, he podido volver a disfrutar de ellos y escuchar con tristeza cómo muchos piensan que la sociedad los tiene un poco abandonados. Por eso, como le gustaría a María del Monte, sirva hoy esta entrada como homenaje a todos ellos.

Menos lobos

jueves, 9 de octubre de 2008

Este año en el campamento de verano el clan ha hecho dos rutas en una, diferentes pero igualmente atractivas: la de los Picos de Urbión y la del Cañón del Río Lobos. Esta última tiene una vertiente burgalesa y otra soriana, ambas de unos 13 kilómetros de longitud, pero nosotros hicimos sólo la segunda, que era la más cercana al campamento y la que más nos convenía.

El Parque Natural del Cañón del Río Lobos no tiene nada de bélico. Al contrario, es un remanso de tranquilidad. El sendero empieza en el pueblo de Ucero, con su castillo y su viaducto romano, aunque en realidad nuestra ruta comenzó 18 kilómetros antes ya que salimos directamente desde el campamento en Talveila. Después de comer, emprendimos camino e hicimos una primera parada en el centro de interpretación del parque (donde cogimos los pertinentes folletos), edificio anexo a una piscifactoría repleta de peces.

La ruta tiende cuesta arriba, cosa lógica porque remontamos el río. No llevaba mucha agua (esperaba mucho más caudal), pero la suficiente para estar repleto de truchas y de nenúfares que a veces no dejaban ver el fondo, aunque sí el reflejo del cañón.

El camino discurre rodeado de los paredes de roca caliza entre las que desciende el río. Me recordaba mucho al Cañón del Río Ebro pero un menos majestuoso y con menos agua. Pinos y sabinas flanqueaban las montañas, y gigantes trozos de piedra perfectamente dispuestos ayudaban a cruzar el río cuando el sendero así lo exigía.

Al poco de empezar nos encontramos con una iglesia (la ermita de San Bartolomé) que hubiera hecho las delicias de Robert Langdon y Sophie Neveu (los protagonistas del Código da Vinci), pero como cobraban un euro ni siquiera nos interesamos por los tesoros que los templarios pudieran llegar a esconder allí dentro. A su lado, sin embargo, la Cueva Grande, que haciendo honor a su nombre se abría con una entrada gigantesca, nos permitía el acceso gratuito para descubrir sus profundidades.

El terreno del cañón es muy calizo y es por ello por lo que, a mediados de ruta y por estar en verano, el río desapareció. Bueno, realmente se escondía en el subsuelo, por medio de galerías subterráneas que en otras épocas del año afloran a la superficie. Sin río que nos acompañase, continuamos nuestro camino con nuevos compañeros de viaje: los rebaños de ovejas y sus guardianes los mastines tamaño caballo que intimidaban más que si hubiera habido lobos de verdad.

Ya después de mucho andar, divisamos el puente de los 7 ojos que marcaba el final de nuestra ruta. Podríamos haber seguido pero después de más de 30 kilómetros de marcha pensamos que aquel era un buen lugar para poner el punto final y resguardarnos de la noche bajo el techo de los aparcamientos de coches que había a su lado. Otro día de ruta nos esperaba al amanecer.

El cazador cazado

martes, 7 de octubre de 2008

Yo, el eterno organizador de eventos para los demás, estoy poco acostumbrado a ser el sujeto que participa en las actividades que preparan los otros. Pero, en el campamento de verano, los rovers no sólo consiguieron darle la vuelta a esta tortilla, sino que me dieron una de las mayores sorpresas de mi vida.

Su tarea consistía en llevar a cabo una "gymkhana para el scouter", es decir, un típico juego de pistas con un único grupo participante compuesto por una sola persona. Dispuesto a disfrutar a lo grande de una oportunidad como ésta, puse todas mis ganas en encontrar cada uno de los papelitos que se hallaban dispersos por todo el recinto (por supuesto, colocados todos ellos lo más alejado posible el uno del otro). Con cada pista, una foto obligatoria, una prueba, un trozo de puzzle y una nueva dirección para hallar la siguiente.

Después del largo paseo para ir y volver del campamento de la Társis, me esperaba el último obstáculo, esta vez por las alturas: cruzar un puente mono. Y allí, en vez del ya clásico papelito azul que me daba las informaciones, me encontré con algo inesperado. Don banderas colgaban protegiendo las 4 camisas del uniforme de los rovers, perfectamente dobladas y con sus pañoletas al cuello, con la mía delante igualmente dispuesta. En una mirada más atenta, me fijé en un cartel donde había escrita una frase que no olvidaré nunca, "Siempre formarás parte de nuestra vida". Y otro papel me anunciaba que empezase a cantar el estribillo de una canción que nos ha marcado en este año rover, el famoso "Hay que superar" de la Társis.

Cuando así lo hice, Niala, Chacal, Teresa y Adri salieron de su escondite y me siguieron en mi cántico. Mi cara de tonto no iba a ser nada con lo que aún faltaba: detrás del cartel con la frase inolvidable había algo más, que no había apercibido. El puzzle de papel que había ido formando se transformaba de repente en uno real, de verdad, y personalizado, con una foto de todos mis rovers dividida en 560 pedazos.

Aún se me eriza el pelo cuando pienso en ello, y recuerdo que, aunque no solté lágrimas, era incapaz de decir nada por la emoción. El cazador cazado. El culmen perfecto para un año increíble. Yo sí que estoy feliz porque os hayáis cruzado en mi camino.

La expo se fue...

domingo, 5 de octubre de 2008

A pesar de que las comparaciones son odiosas, me fue inevitable pensar la Expo de Sevilla cuando estuvimos visitando en julio su homónima en Zaragoza. Yo entonces era mucho más pequeño, y quizás por ello todo me pareció que en el recinto de la Cartuja todo era grandioso. Sin embargo, la Expo del agua me dejó un sabor agridulce. Había tenido tanto bombo publicitario que esperaba encontar algo más que unos pabellones monodedicados a la concienciación del uso del agua de una manera sostenible. Y lo que es peor, en muchos de los que visité se veía claramente que el agua era sólo una excusa para intentar vender el país de alguna forma.

La expo en sí era bastante bonita. Tenía grandes cubetas de agua, amplias avenidas, y algunos pabellones muy modernos arquitectónicamente hablando (como el Pabellón-Puente o la Torre del agua), pero la mayoría se encontraban apilados unos detrás de otros como naves industriales en un polígono (aunque mejor decoradas, claro). Una vez en el interior, muchas fotos, algún vídeo y la inevitable tienda, 3 elementos que desde mi punto de vista no justifican una presencia en un evento de tal magnitud. Cierto es que debido a las colas no entré en los supuestamente mejores pabellones, pero sí que estuve en muchos y el esquema se repetía una y otra vez.

Los pabellones nos defraudaron, aunque los rovers lo pasaron en grande intentando buscar recuerdos que regalar al resto del grupo que permanecía en el campamento en Talveila. Por la noche, los espectáculos animaron un poco más el ambiente y la expo despertó de su letargo. La función del iceberg sobre el río Ebro fue bastante espectacular, y nos lo pasamos en grande asistiendo a unas clases de salsa para toda la multitud.

Después de tanto tiempo, creo que mereció la pena ir a Zaragoza y ser partícipes de tal evento, aunque la Expo del agua (que por cierto carecía de fuentes para beber el líquido al que estaba dedicada) no fue exactamente lo que esperaba.

El record de la hora (y 18)

jueves, 2 de octubre de 2008

Hace ya una semana que corrí la XX Carrera Nocturna del Guadalquivir y aún no me creo que lograse acabar la carrera y sin pararme ni una sola vez a lo largo de los 12 kilómetros de distancia. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo había salido a correr 3 veces antes en mi vida y con una marca máxima de 40 minutos seguidos. ¿Cómo pude aguantarlo?

Puede que me motivase el atractivo recorrido. La carrera discurre paralela al río en su mayor parte, pasa por la Torre del Oro y la Barqueta, y termina en las pistas del Estadio Olímpico (que por fin se abre para algo). O tal vez me motivó que, aquel día y a la misma hora, Amaral ofreciera un concierto en el Auditorio y por dos veces escuchásemos privilegiadamente sus canciones mientras trotábamos en busca de la meta.

Tambien motivaba el festivo ambiente de la carrera. Más de diez mil corredores abarrotaban las calles y adelantar se tornaba complicado en algunas fases. Resultaba bastante divertido correr junto a atletas vestidos con traje de flamenca o junto a uno disfrazado del mismísimo papa, al que, ataviado con su sotana, sombrero papal y libro en la mano, le cantaban "Qué maravilla, el papa está en Sevilla". O el público que nos apoyaba, incluyendo el hecho de encontrar caras conocidas como las de Magüi o Lola.

Y, por supuesto, me sirvieron de ayuda mis compañeros de carrera, aunque empezamos los últimos porque no nos encontrábamos en la salida. Gema, Íñigo y sobre todo Palma, quien continuaba hablándome y animándome a pesar de que a partir del kilómetro 7 empecé a flaquear y me resultaba imposible responderle.

Pero, fundamentalmente, conseguí acabar por orgullo propio. Tenía esa ilusión y quería conseguirlo. Y conforme quedaba menos distancia para llegar, y las fuerzas se esfumaban vertiginosamente, cada vez tenía más ganas cruzar la meta. La entrada al estadio es espectacular, me asaltó una gran alegría al ver las gradas desde dentro y golpear la pista con mis pies, y de repente, sin saber cómo, comencé a dar zancadas más largas y aumentar la velocidad. ¿Dónde se había ido el cansancio? No lo sé, pero en la curva final adelantamos a muchos corredores y cruzamos la meta una hora y 18 minutos después de haber tomado la salida. Todo un record personal. La carrera había concluido y me invadió una gran satisfacción.

Después del gran esfuerzo, abrazos, camisetas de regalo y cervecitas. Esta carrera ha sido una gran experiencia, y espero que sigan proyectando más eventos como este pues ayuda al fomento del deporte entre los ciudadanos.