Si yo fuera un buen rover...

domingo, 30 de marzo de 2008

Si yo fuera un buen rover, estaría encantado de haber hecho la ruta al Salto del Cabrero por el Parque Natural de Grazalema. No pararía de recordar los enormes riscos que circundan el parque, las increíbles formas que adoptan y lo escarpadas que son sus paredes. Y me acordaría con satisfacción de los animalillos que pacían tranquilamente por unas laderas de un color verde sorprendente para estar en Andalucía. Y estaría orgulloso de haber llegado a la gran brecha rocosa desde la que admirar las diferentes tonalidades que las montañas dibujaban en el horizonte.

Si yo fuera un buen rover, sonreiría al recordar cómo jugamos al Tetris para llenar el coche, cómo inventamos la nueva diócesis de Pino Montano, cómo tratamos de evitar que cierto pañuelo verde acabara dentro de nuestras mochilas, cómo interpretamos lo mejor posible los papeles azules de Teresa, cómo llenamos a las lugareñas de supersticiones en torno a la sal, cómo usamos la mayonesa para todo, cómo encontramos la forma de abrir la puerta de la casa parroquial o cómo de bien superaron los rovers las pruebas de Sigue la Pista.

Si yo fuera un buen rover, estaría deseando que llegase la próxima ruta.

El misterio de la bolsa

viernes, 28 de marzo de 2008


Nadie sabe muy bien porqué, pero un fenómeno extraño ocurre en Burgos y afecta a todas las mujeres de la ciudad. Toda mujer, ya sea adolescente o mayor, que pasea por Burgos lleva una bolsa en la mano. Ya puede ser la hora de después del desayuno, a la hora de la comida o a las tantas de la noche, que las burgalesas siempre tienen la costumbre de llevar algo en una bolsa.

Puede paracer un chiste, de hecho a mi me lo pareció cuando me lo dijeron. Por eso quise comprobarlo con mis propios ojos de lince, y me quedé estupefacto cuando descubrí que esta tradición está muy arraigada. Cada vez que entro en la ciudad, lo primero que hago es fijarme si las señoras portan la oportuna bolsa. Y no falla. Por la Avenida de la Paz, por el centro o por Gamonal, las mujeres burgalesas no van por la calle sin su bolsa de rigor.

Y no puedo evitar reirme cada vez que lo veo.

De punta en blanco

martes, 25 de marzo de 2008


Casi por casualidad, esta Semana Santa he acabado yendo, como casi siempre, a Covanera, el minúsculo pueblo donde mi padre nació, en el norte de Burgos. Pero este año el frío temporal que ha azotado al norte de la Península me ha deparado una gran sorpresa, una Covanera nueva que desconocía: ha caido una gran nevada y el pueblo ha quedado completamente cubierto de un manto blanco.

Durante todo el día, el frío fue creciendo y los machuchos (gentilicio de la aldea) intentaban adivinar cuándo empezaría la nevada. Por la tarde, volviendo del Pozo Azul comenzaron a caer pequeños copos de nieve con gran intensidad. Todo ocurrió muy rápido, y en apenas 15 minutos el pueblo había cambiado por completo. Lo que antes era verde ahora se había blanqueado, encima de las casas no se veían las tejas, los coches no se distinguían unos de otros, y los árboles nos hacían creer que estábamos en Navidad. Las máquinas quitanieves empezaron su jornada y no pararon de pasar para retirar nieve de la carretera y echar sal. Y hacía mucho frío, aunque perfectamente soportable con un buen abrigo y un gorro de lana (muy al contrario que en Sevilla, donde el frío te cala los huesos).

Nunca había visto nevar de esa forma. Como decía Unamuno en uno de sus poemas, "la nieve es silenciosa", y es un espectáculo ver cómo los copos van posándose tranquilamente sin que nada se libre (llegamos a los 25 cms de grosor). El pueblo estaba hermoso, pintado de un blanco muy puro y limpio, más que el de Ariel. Y los machuchos salieron a la calle a pasear sobre la alfombra blanca (me encantó cómo crujían las botas sobre la nieve en polvo), o a lanzar bolas de nieve en improvisadas batallas (con alianzas de dudosa valía) , o a construir muñecos gigantes.



Por supuesto me apunté a todo ello, aunque lo que más me gustó fue la pista de hielo que montamos en la cuesta del Chimbo (la más alta del pueblo), donde ayudados de unos grandes plásticos nos deslizamos cual integrantes de un equipo olímpico de bobsleigh.

Difícil de entender

martes, 18 de marzo de 2008

El año pasado, mi amiga Rochelle, de Australia, se quedó a pasar unos días en Sevilla, y como quiera que vino por estas fechas, pensé que sería una buena oportunidad para enseñarle qué era la Semana Santa, una de las dos principales fiestas de la ciudad. Pero, por más esfuerzos que hice, la pobre no logró entender del todo el concepto, y al volver a su tierra me mandó un email contándome lo mucho que le había gustado Sevilla y lo poco que había asimilado estos días festivos.

No es de extrañar. Para la mente de un australiano, que vive en las antípodas a 20.000 kilómetros de aquí, tiene que resultar bastante chocante andar por una calle al lado de una persona ataviada con un antifaz largo que le acaba en un gran cucurucho del revés, con una túnica completamente negra, sujetada por un ancho cinturón de esparto, y por lo general descalzo. O ver desfilar, ante la mirada atenta de miles de personas, a toda una serie de personas con las citadas vestimentas, unos detrás de otros portando enormes y pesados cirios, sin pensar en estar asistiendo a una manifestación de miembros del Ku Klux Klan.

Nosotros porque estamos acostumbrados desde pequeños, pero Rochelle quedó profundamente impactada. Aún así, hizo sus esfuerzos por comprender la fiesta, y apreció el valor artístico de las tallas de vírgenes y cristos que se pasean en sus pasos a hombros de los sufridos costaleros. O el sentimiento de los saeteros cuando comenzaban a cantar frente a su procesión preferida.

Gracias a ella volví a ver algún paso después de muchísimos años. No me interesa mucho esta fiesta, pero sé reconocer que conmueve el respeto de los fieles durante la estación de penitencia de cualquier hermandad, la ilusión de los niños por conseguir bolas de cera y sobre todo, las auténticas obras de arte que año tras año salen a la calle para ser admiradas.

Al Pim, pi, y al vino...

sábado, 15 de marzo de 2008

Lo mejor de trabajar haciendo rutas de tapas para turistas es que te ofrece la oportunidad de conocer bares y de degustar su gastronomía. En ocasiones, dejamos Sevilla y hacemos las rutas en otras ciudades. La semana pasada fue la primera vez que fuimos a Málaga, donde la taberna que más me llamó la atención fue "El pimpi", situada en un lugar estratégico: en la plaza que acoge las ruinas del teatro romano, a las faldas de la Alcazaba árabe.

Es un lugar muy popular entre los malagueños, pues, al igual que El Perejil en Sevilla, la gente acude allí para beber vinos (sus tapas no son nada del otro del mundo). El bar, muy amplio y con multitud de salas diferentes, se atiborra por las noches de jóvenes y mayores que lo utilizan como primer punto de reunión en la noche.

Allí conocimos a Jose, uno de los camareros del Pimpi. Al parecer, José es bastante conocido en Málaga por su asombrosa capacidad de llevar las bebidas en la bandeja. Ante una comanda de 20 cosas diferentes, es capaz de organizar su bandeja, colocando ordenadamente los vasos, copas y botellas y siempre encontrando el hueco que parece imposible para que todo quepa y dar un solo viaje. Una vez que todo está dispuesto en su sitio, coloca una sola mano debajo de la bandeja y se dirige con firmeza a la mesa correspondiente esquivando a la numerosa clientela. Todo un espectáculo digno de Qué apostamos. Que no esperen mis queridos guiris que yo haga algo parecido.

Desde su humildad, Jose quitó importancia a su habilidad, y nos comentó que en El Pimpi era habitual que la gente se arrancara por palmas y flamenqueo tras dar buena cuenta de algunas copas de vino. Lo malo del asunto es que la mayoría no era precisamente pariente cercano de Camarón y los improvisados espectáculos resultaban un tanto desagradables al oido. Por eso colocaron algunos carteles disuasorios, que, si bien no han eliminado los espontáneos cantes, los han reducido en parte. Hubiera estado bien asistir a alguno de ellos, pero no nos volvimos a Sevilla lo suficientemente tarde para que el vino hubiera iniciado sus efectos.

Cambiando a mejor

domingo, 9 de marzo de 2008

Mi trabajo en Málaga del jueves pasado me otorgó un respiro de 4 horas que aproveché para visitar la ciudad. Nunca antes me había llamado mucho la atención Málaga, pero en esta ocasión descubrí una ciudad con nuevos aires: calles peatonales, obras de restauración de sus principales monumentos, nuevos proyectos (museos, el metro..), limpieza... y el placer de contar con una playa.

No es la mejor playa en la que he estado, pero disfruté en la oscura arena de la Malagueta, que comienza junto al puerto y se extiende hasta más allá de donde mi vista alcanzaba. Allí hacía frío, pero la gente aprovechaba para pasear y darse un respiro del tráfico o las obras de la ciudad. Según me contó Ana, mi mae malagueña que conocí en Costa Rica, también la Malagueta ha mejorado, en calidad e infraestructuras. Allí han implantado un parque infantil para niños y varias zonas de césped con palmeras en las que poder tumbarse a la sombra en un día de mucho sol. Y también, por si alguien no sabe dónde está, nueve enormes letras que permiten leer el nombre de la playa, que por supuesto exploté como nuevo foco de diversión con Ana y con Helen, mi compañera de trabajo.


Todo ello me lleva a pensar que Málaga está cambiando. Se está invirtiendo mucho, y eso se reflejará en mejoras en la calidad de vida de sus habitantes y visitantes. Otras deberían tomar su ejemplo.

Una mirada desde el río

jueves, 6 de marzo de 2008

Es, creo, mi lugar favorito de Sevilla. Un pantalán. Este embarcadero sobre el río en la orilla de Triana, cerca del puente de Chapina, es un lugar desde el que la ciudad se ve desde otra perspectiva.

Tumbado sobre él, la vida es tranquila, sin la barahúnda (curiosa palabra que aprendí de "Un mundo sin fin") del tráfico o las aglomeraciones. Tu cuerpo se mueve al ritmo que marcan las aguas del Guadalquivir, especialmente perturbadas cuando pasa el barco turístico camino de la Expo y cuando vuelve de regreso. El viernes pasado (un soleado día de febrero) disfruté contemplando desde allí los incontables piragüistas que practican su deporte favorito, o las personas que aprovecharon para tomar el sol o para charlar con sus amigos descansando sobre el verde césped del Capote.

Es un lugar especial, que descubrí el año pasado gracias a Lobote. Un lugar ideal para pasar una noche de verano (con el aliciente de tener que apañártelas para entrar con la puerta cerrada), o para encontrar ese bolígrafo que creías perdido. Un lugar al que siempre desvío la mirada cuando paso cerca, con ganas de volver a él a ver la vida pasar.

Sevilla a mi ritmo

martes, 4 de marzo de 2008

Algo está cambiando en Sevilla. Una ciudad anquilosada en el tradicionalismo más puro está apostando por el desarrollo sostenible con iniciativas de transporte como el metro o el tranvía (aunque a un ritmo de trabajo excesivamente lento) y la sensacional red de carriles bici que a lo largo de 77 kilómetros han teñido de verde las principales calles de la capital y alrededores.

El tráfago de vehículos en Sevilla es insoportable. Por eso alenta comprobar cómo cada vez más la gente utiliza la bicicleta para desplazarse. Es lógico, pues es un medio de transporte ecológico (no necesita combustible ni contamina), rápido (los carriles esquivan muchos semáforos y las facilidades de aparcamiento son uno de sus mejores argumentos a favor) y sano (es una forma de hacer un poco de ejercicio). Además, Sevilla, por su orografía (completamente llana) y por su clima (soleado y poco lluvioso), es un lugar propicio para el uso de las bicicletas.

Por todo ello, no llego a entender a los detractores de los carriles bici. Afortunadamente, los ciudadanos les están quitando argumentos con su masiva utilizacón de las nuevas vías. Es cada vez más frecuente ver a niños, señores enchaquetados, abuelos, guiris o estudiantes universitarios pedaleando con alegría o esperando a que se abra el semáforo de las bicis (una vez conté hasta diez bicicletas esperando junto al puente de los bomberos en San Bernardo).

A todo ello hay que sumar el nuevo servicio público de alquiler de bicicletas llamado Sevici, que permite coger una bici en una estación cualquiera de las muchas que hay esparcidas por la ciudad y devolverla en otra diferente. Hay ya más de 7.000 usuarios con el carnet anual de Sevici, y es una cifra creíble porque no hay día que no se vean circular por las calles estas características bicicletas rojas con su gracioso sonido de timbre.

Es una delicia pasear por la ciudad a tu ritmo, sin peligro alguno, y poder admirar la Catedral y la Giralda por las zonas peatonales. Me pongo contento sólo con pensarlo.

La octava maravilla

domingo, 2 de marzo de 2008

En la reciente votación internacional para elegir las Nuevas 7 maravillas del mundo (el 07 del 07 del 07, una fecha idónea para tal evento) la Alhambra de Granada se quedó a un puesto de ingresar en ese selecto club. No digo que por su belleza no lo merezca, pero en parte me alegré, pues si ya es difícil conseguir una entrada para visitar el monumento (hay que reservar con mucha antelación o hacer cola el mismo día desde muy temprano para conseguir alguna suelta, como en nuestro caso), si hubiera conseguido esa condecoración aún sería mucho más complicado acceder a su interior.

A la Alhambra no le hace falta ningún título para ser maravillosa. Desde el mirador de San Nicolás, en el barrio del Albaycín, se observa toda su magnificencia, aunque hay que tener paciencia para sacar una buena foto sin ningún japonés intercalado en la imagen. Aún así, mi visión favorita del palacio árabe la obtuve, por su novedad, desde el Sacromonte, la montaña que continúa hacia arriba el barrio nazarí. Al estar a un nivel más alto que el monumento, se contempla la Alhambra en su totalidad, como una pequeña maqueta de juguete.

La Alhambra es el reflejo de la ocupación árabe en la Península durante 800 años (que se dice pronto). Era una medina en sí misma y tenía palacios para el califa y su corte, mezquitas, jardines con mucha agua (tan importante para los musulmanes) y una fortaleza defensiva aún visitable. Lo que más impresiona es su arquitectura y estilo artístico: sus preciosos artesonados (o techos de madera), las yeserías en las paredes (me encantaría saber árabe para entender los textos que escritos tan bellamente se convierten en arte en sí mismos) o la variedad de arcos (de herradura, lobulados, de medio punto)... Me recordó muchísmo al Alcázar de Sevilla, cosa lógica ya que son construcciones coetáneas (comparten incluso salas comunes como el Salón de los Embajadores). También coinciden en que, tras la Reconquista, los reyes cristianos los usaron como residencia real, y Carlos I no dudó en dejar su huella con un enorme palacio en medio de la Alhambra que desgraciadamente desentona con su entorno.

España expulsó definitivamente a los árabes en 1492, siendo Granada y la Alhambra el último reducto por conquistar. Boabdil entregó las llaves de la ciudad y se fue con lágrimas en los ojos al volver la vista atrás y contemplar que había perdido la Alhambra. Normal que llorara. Nunca volvería a visitar esta maravilla del mundo.