Hasta mañana

miércoles, 16 de julio de 2008

Hasta mañana le digo al blog. No es una despedida eterna, pero el verano ha llegado y con él los viajes se multiplican, iré de un lado para otro y no sé cuándo podré actualizar para comentar. El domingo llegué de Amsterdam y en apenas 3 horas estaré ya camino de Soria para disfrutar de un campamento al más puro estilo scout. Y sin tiempo para descansar, mi nuevo trabajo en Portsmouth, al sur de Inglaterra, me tendrá liado otros 15 días. Los viajes se suceden y se acumulan las historias que contar. Como a mi me gusta.

Y digo hasta mañana de la mejor manera que se me ocurre, con la puesta de sol más espectacular que he visto en mi vida. La foto es de Playa Tamarindo, en la costa pacífica de Costa Rica, un lugar lleno de rastafaris donde se disfruta del surf, las iguanas, los pelícanos pescando, las conchas en formas de broca en espiral o las comidas ticas más típicas.

Dicen los costarricenses que es el atardecer más bonito del mundo, y que nunca se repiten dos iguales. Yo, de momento, no puedo comparar con nada ese momento en que el cielo pasó de un azul prístino a tornarse en toda la gama de rojos desde el rosa más claro al rojo más intenso, en apenas unos minutos. La luz del sol que se despedía inundaba todo, las aguas, la arena, y las nubes en el cielo, y el espectáculo era absorbente: imposible apartar la mirada de este regalo natural.

Al día siguiente, a la misma hora, el mismo show gratuito, pero fue diferente, los colores no eran los mismos, ni tampoco las sensaciones, pero no por ello su grandeza fue menor. Tamarindo es una de las mejores opciones para decir adiós a un día y por eso lo uso como un hasta pronto para mi blog.

Como en Costa Rica

sábado, 5 de julio de 2008

La primera vez que visité la cascada grande del Martinete, en la Sierra Norte de Sevilla, me quedé atónito pensando en que un lugar como aquél pudiera existir en uno de los lugares más secos de España. Sin embargo, allí estaba, a apenas una hora en coche de mi casa.

La postal parecía más propia de un lugar tropical como Costa Rica. Una cascada de unos 8 metros de altura, que deja caer su chorro de agua a una inmensa poza de aguas azules, rodeada de paredes de piedra y vegetación que aislan el lugar, y un hueco por el que penetran los rayos del sol que dan al paisaje un toque más místico.

La cascada forma parte de un conjunto de tres torrentes que va formando el río Huesna (o Huéznar, no está claro el nombre), que crece un par de kilómetros más arriba. Las dos primeras son de fácil acceso y están señalizadas con un camino; sin embargo, la tercera, la más impresionante, está un poco más escondida y hay que saber que existe para encontrarla.

El otro día fui a visitarlo con mis niños de la Ruta Quetzal y, a pesar de estar en pleno julio, el río mantenía el cuadal de agua suficiente para preservar ese gran espectáculo natural. El bañito fue ritual, y el agua estaba tan fresquita que nos hizo olvidar el sofoco que provoca el calor estos días por Sevilla.

No hace falta cruzar el charco para ver sitios que te dejan perplejo; y es que a veces, sin darnos cuenta, infravaloramos lo que tenemos cercano.

Unidos

jueves, 3 de julio de 2008

Por fin, por primera vez en toda mi vida, la selección nacional hizo algo importante a nivel internacional (en fútbol, claro). La ilusión de la gente iba creciendo conforme avanzaba la Eurocopa y en el ambiente se notaba una alegría generalizada que explotó de un modo nunca visto con la consecución del título.

El domingo, como casi siempre en este torneo, quedamos en casa de alguien (Marta en este caso) para ver la final, y disfrutamos con el juego, nos emocionamos con cada jugada, aplaudimos en todo momento, nos deleitamos con la pannacotta y saltamos con el pitido final. Un gran momento y un gran placer.

Y nos echamos a las calles de Sevilla, todos vestidos de rojo como casi todo el mundo con el que nos encontramos. Las calles rebosaban júbilo y la Puerta de Jerez era una fiesta que no hacía distinción de colores, no había béticos ni sevillistas, sino banderas, bufandas y camisetas de España. Gentes de todas las edades (botaron hasta las abuelas) unidos en unos mismos cánticos.

Fue algo muy especial. Antes de la Eurocopa, enseñar una bandera de nuestro país parecía un acto vergonzoso (era fácil tildarte de "facha", incluso por gente que no sabía ni lo que esto significa), por claras reminiscencias de un pasado deshonroso no muy lejano (ni muy cercano). Sin embargo, el otro día las banderas no recordaban a la dictadura sino que significaban otra cosa. Y la gente gritaba al unísono el "yo soy español" sin ningún pudor. ¿No se sentían así antes de la cita de Austria y Suiza, o es que no se atrevían?. Puede ser que, gracias al fútbol, las costumbres vayan a cambiar, y a la gente no le importe enseñar unos emblemas de los que se sienten orgullosos. Veremos, en un futuro, si este cambio es posible.

Agujetas que merecen la pena

martes, 1 de julio de 2008

Ayer domingo disfruté de una gran aventura, otra más de las preparadas por esa persona a la que sobrevaloramos con toda la razón. Antílope nos organizó el descenso de un barranco conocido como La buitrera, en el que se baja por el cañón del río Guadiaro hasta las inmediaciones de la estación de trenes de Gaucín, la cual, debido al crecimiento de casas a su alrededor, ha adoptado nombre propio, El Colmenar.

Lo más complicado del barranco, de dificultad media, es llegar a él. En el viaje en coche nos dimos una vuelta por pueblos de montaña los que raramente volveré (como Coripe, en todo el medio de la sierra) pasando por tres provincias andaluzas y dando un rodeo de 200 kilómetros. Una vez en el pueblo de inicio, dejamos el coche y comenzamos a andar por en medio de las vías del tren hasta el principio del barranco. Hay otro modo un poco más legal de llegar hasta ese punto, pero tiene su punto de excitación atravesar cuatro túneles (a cada cual más largo) a oscuras y con el riesgo probable de que pase el tren en cualquier momento.

Comienza el barranco. Nos embutimos como podemos en los trajes de neopreno y bajamos rápido a las primeras pozas para sofocar el inmenso calor. Por suerte, las pozas están frías y es una gozada flotar en ellas. A partir de entonces, comienza el descenso, y comienzan los nervios conforme llega el primer rappel, mitigados por la seguridad que nos transmite Antílope.

Las paredes del estrecho cañón crecen hasta las 100 metros de altura. La sensación de pequeñez es absoluta. De poza en poza, nadando boca arriba, disfrutamos de las caprichosas formas que el paso del agua ha ido moldeando en las rocas con el paso del tiempo, o del puente que los alemanes construyeron a 60 metros de altura. Llega el momento de los saltos. Difícil decisión la de rappelar o saltar, pues me sigue dando impresión. Sin mucho pensar, salto y no me arrepiento. Gran sensación en en aire, dentro del agua y tras salir de ella.

Algún rappel más pequeñito y la luz empieza a desaparecer. El cañón se convierte casi en un cueva, los pasos se estrechan, el agua se enfría cada vez más y de repente, una imagen imborrable. Las paredes se abren formando una caverna con el punto justo de iluminación que realza las increíbles formas de la piedra. Estamos solos en ese momento y tengo la sensación de que somos los primeros humanos en poder contemplar un espectáculo tan bello.

Seguimos el descenso, entre historias de la cabra muerta, de la serpiente muerta y del ratón muerto, y al cabo de más de tres horas, el cañón se abre definitivamente y finaliza con dos largas pozas que disfrutamos bajo el sol de Andalucía y sobre las frías aguas del Guadiaro. Tiempo final para saltos muy altos, de esos de cortar la respiración y de los que aún no me atrevo. Vuelta al coche durante 4 kilómetros andando con los trajes de neopreno, y vuelta a Sevilla, esta vez sí, por el camino correcto (menos mal, lo justo para no perdernos la gran final de la Eurocopa).

Ha sido una delicia de barranco. Un gran experiencia compartida con un gran grupo de gente. A pesar de las agujetas del día de hoy.