Yo seguiré mirando al cielo

sábado, 20 de diciembre de 2008

El otro día, nada más salir de la estación de Chamartín, me quedé embobado. Nunca me habría podido imaginar que, ascendiendo desde las catacumbas del metro, se iban a alzar ante mí los edificios más altos que he visto en mi vida. Ya conocía de su existencia, y de hecho, los veo a lo lejos desde el parque Juan Carlos I cuando me pongo a correr alguna tarde (y eso que ambos puntos se encuentran situados a muchos kilómetros de distancia). Pero tenerlos enfrente tuya impresiona. Me resultaba imposible apartar la mirada ante semejantes colosos. Y el cuello, desde luego, se resentía.

Madrid siempre ha tenido edificios muy altos, pero, al igual que no tiene playa, tampoco contaba con el rascacielos de mayor altura de España, honor que ostentaba hasta ahora el hotel Bali de Benidorm. Lo de acercar el mar es tarea imposible (aunque si Esperanza Aguirre se lo propone...) pero lo segundo, en la ciudad donde todo es grande, parecía al alcance de los presupuestos municipales.

Así surgió la idea de crear, en los antiguos terrenos del Real Madrid (por los que recibió una descomunal fortuna con la que enriquecerse aún más), un complejo de oficinas de concepción vertical, basado en 4 inmensos rascacielos situados al final del paseo de la Castellana, justo después de las Torres KIO (que hoy en día están absolutamente eclipsadas por sus vecinas mayores).

El nuevo centro de negocios se ha denominado Cuatro Torres Business Area (que suena tan raro como decir Área de Negocios de las Four Towers) y está basando en 4 edificios:
- La más sureña es la Torre Caja Madrid, que ostenta a día de hoy el record de edificio más alto de todo el país con 250 metros desde el suelo. Norman Foster ha sido su diseñador y desde mi punto de vista debería entrar en el Libro Guiness por crear la estantería de CDs más grande del mundo. Su forma es sencillamente espectacular.
- La siguiente es la Torre Sacyr Vallehermoso, la única con arquitectos españoles. "Sólo" mide 236 metros y tiene una base de triángulo equilátero de puntas redondeadas.
- Después viene la Torre de Cristal, diseñada por César Pelli (el arquitecto que levantará en Sevilla ese rascacielos que hará sombra a la Giralda). Dicen que tiene 249 metros de altura (por sólo un metro no es la más alta) y lo más interesante es que en el piso superior tienen la intención de instalar un jardín cubierto.
- La última de las torres es la que tiene un diseño más extraño pero, en mi opinión, más original. Es la Torre Espacio, de 223 metros. Parece un cohete espacial de dimensiones exageradas, pues su base es cuadrada y a medida que va ganando altura ese cuadrado se va transformando en una elipse. Increíble pero cierto.

El complejo de rascacielos aún no está inaugurado, pero se prevé que queden abiertos a principios de 2009. Y con ellos, toda la red de caminos que han construido en el subsuelo para que los empleados que trabajen allí accedan directamente al CTBA sin colapsar el tráfico de la superficie. En Madrid todo está pensado.

Yo, de momento, me conformo con seguir mirando al cielo para ver y nunca acabar estos magníficos rascacielos, que son tan altos que a veces, como pude comprobar, las nubes les quedan por debajo. Espero que dentro de poco pueda comentar la vista desde todo lo alto.

¿Habrá calefacción en La Peineta?

martes, 16 de diciembre de 2008

Ayer fui al fútbol, pero no a jugar, sino a verlo. Aprovechando que el Betis visitaba la capital, mi amigo Iván me consiguió un carnet de socio para entrar en el Calderón y disfrutar del partido. Me gusta mucho hacer turismo futbolístico, y aprovechando que ahora vivo en Madrid, no podía desaprovechar esta oportunidad.

Mi parada de metro, la última de la línea verde, me deja directamente en el estadio, y es gracioso comprobar cómo los vagones se van llenando cada vez más de aficionados del Atlético de Madrid conforme te acercas a Pirámides, la parada correspondiente. El viaje se ameniza con personas que llevan bufandas y gorros a rayas, camisetas de fútbol por encima de los chaquetones y cántico pro Atleti (por una vez, se oye música en el metro sin que nadie pida dinero por ello).

Antes de entrar nos tomamos Iván y yo una cañita (hay que acostumbrarse a que en Madrid no se piden "cervecitas") con su tapita y, a pesar de que quedaba poco tiempo para que empezase el partido, no hubo mucho agobio de colas masivas (como sucede partido tras partido en los tornos del Ruiz de Lopera). Regresaba de nuevo al campo donde vi ganar al Betis la Copa del Rey en 2005.

El Vicente Calderón es un estadio extraño. Está considerado un 5 estrellas, aunque a mi modo de ver le sobra alguna. Es amorfo por naturaleza, pues no está cerrado por completo sino que tiene un par de aperturas entre las zonas de gol y preferencia; la M-30 pasa por debajo de su grada principal; y el acceso a las gradas sigue un complicado sistema de números y de palabras tan feas como la de "vomitorio". Quizás por ello (o por razones económicas), justo el viernes el presidente del Atleti Enrique Cerezo firmó con Gallardón el acuerdo para mudarse al estadio de La Peineta (que queda cerca de mi casa) y vender los terrenos actuales.

De ello se hablaba en el Calderón, pero sobre todo los colchoneros tenían un aliciente mayor: si ganaban al Betis, se ponían, después de mucho tiempo, por delante del eterno rival. Los aficionados no lo olvidaron y le dedicaban al Madrid sus "mejores" cánticos (especialmente cariñosos para Guti). También había representación verdiblanca; de hecho, justo detrás mía una señora me contó que ella era bética desde "chiquitita" porque su padre era del Betis y, a pesar de estar casada con un hombre seguidor del Atlético de Madrid, ella no perdía sus raíces y anhelaba la victoria verdiblanca. Una aliada mía. Nunca dejaré de sorprenderme dónde se puede encontrar a un bético.

El partido no tuvo mucha historia, y el juego del Betis me dejó aún más frío de lo que estaba. Porque si algo tengo que destacar de esta experiencia, es el tremendo frío que pasé allí a la intemperie. No sé si tenía que ver el estar en la grada superior, o el aire que entraba por las dos aberturas del campo; quizás influya la proximidad del río Manzanares; pero el caso es que Iván me advirtió que no me abrigase del todo en la primera parte, pues en la segunda iba a ser aún peor y tenía que reservar algo. Menos mal que le hice caso, porque efectivamente, a las diez de la noche, la temperatura bajaba y bajaba y, a pesar del gorro, la bufanda y los guantes, no me sentía ni los dedos. Entonces entendí porqué el estadio estaba medio lleno (apetecía verlo en casita y por el Plus). Parece que al estadio 5 estrellas le falta calefacción.

A pesar del frío, fue una experiencia interesante. El resultado, por supuesto, es lo de menos.

¡Que me den morcilla!

domingo, 14 de diciembre de 2008

Comer en "Casa Palencia" (nombre genérico para hablar de Luis y Lorenzo) es sinónimo de comer bien. Si a ellos debo mi costumbre de llenar mi mochilla de buen embutido cada vez que viajo al extranjero, no podía esperar un nivel alimenticio inferior el pasado fin de semana en Paredes de Nava, pues contaban con la ventaja de jugar en casa.

Llegué tarde para degustar el lechazo (el corderito cayó el viernes por la noche), pero entre el sábado y el domingo no paré de comer otra de las exquisiteces de la gastronomía palebntina: la morcilla. A pesar de su cercanía con Burgos, este producto es radicalmente diferente, pues en las tierras del Cid la morcilla se prepara con arroz, mientras que en Palencia lleva cebolla. La primera tiene un color más negro y parece más consistente, mientras que la segunda es más claro y su sabor es más picante. Da lo mismo, ambas están riquísimas.

La comida del sábado fue especial, pues probé una "sopa de pan", que algunos llaman de chichurro, cuyo ingrediente básico, aparte del pan, es la morcilla de Palencia. En Paredes de Nava existe un horno panadería donde te dan la posibilidad de, o comprar directamente los platos recién hechos, o llevar los ingredientes y utensilios y que te lo preparen in situ. Luis les llevó un gran cuenco de barro por la mañana y se trajo de vuelta un delicioso plato humeante que entró de maravilla para combatir el frío húmedo que dejaba la incipiente lluvia. La receta es muy simple y el resultado excelente.

Pero no contentos con eso, por la noche y tapeando por Palencia nos pusieron de nuevo morcillas, en este caso fritas y acompañando a un huevo frito. Y al día siguiente, como despedida, un poco de marisco y... morcillas de Palencia. Hechas en la sartén de casa y nuevamente deleitables. Como sea eso verdad que de lo que se come se cría... :P

Encuentro en casa rural

lunes, 8 de diciembre de 2008

Este fin de semana he vivido un encuentro muy especial, pues mis amigos de Palencia han organizado una reunión de las personas que vivimos en Hull (Inglaterra) hace ya cuatro años. Luis Ángel nos ofreció su casa del pueblo (por lo que puede ser considerada a todos los efectos como una "casa rural") y allí, en Paredes de Nava, además del anfitrión nos reunimos Lorenzo, Nachete, Clementita, Gabri, Tinín y yo para pasar puente bajo la lluvia pero al calor de la chimenea del hogar.

La jornada empezó ya de forma surrealista cuando, al llegar con el tren a la estación del pueblo, las puertas del vagón no se me abrieron. Traté de salir corriendo hasta el siguiente, pero tampoco lo conseguí... y cuando llegué al de más alante... el tren reanudó su marcha. Me quedé atónito viendo por las ventanas a los pasajeros que sí habían logrado bajar, y allí a Luis Ángel que esperaba verme bajar del tren. Los policías del tren me dijeron que ya nada se podía hacer... y a bordo me quedé. Consecuencia: si ya eran pocas 4 horas de viaje, una ratito más hasta el siguiente pueblo (Villada) donde me tuvieron que recoger en coche... a 25 kilómetros de Paredes. Una buena forma de comenzar. Aunque, viéndolo por el lado positivo, me enteré de que Villada, un minúsculo pueblo, tiene las fábricas de las famosas pipas Facundo, y los camiones con el logotipo inundan sus calles.

Después llegó la degustación de manjares palentinos, un placer que nunca decepciona en "Casa Palencia". El recordatorio de anécdotas de nuestras andanzas por Hull, acompañadas por algunas copillas de ron Gran Capitán (del que el padrino Luis tiene cantidades industriales) y celebrando los goles que en aquel momento estaba marcando el Hull en la Premier League (somos, por supuesto, fans de los Tigers, que en su primer año en la primera división inglesa están codeándose con los grandes).

Por la noche, nos trasladamos a la capital, donde tapeamos por alguno de sus bares y nos aventuramos en la noche palentina. Me sorprendió la gran cantidad de pubs que tiene, repartidos por algunas zonas y en los que, por supuesto, puedes entrar vestido (y calzado) como quieras. Después de hacer de relaciones públicas con todas las señoritas palentinas que se cruzaron en nuestro camino, nos retiramos en taxi a la casa rural.

Al día siguiente vivimos ese gran momento de después de cada salida, en el que te reunes en el salón y comentas las jugadas de la noche anterior. Grandes risas, florero de oro para Nachete y poco tiempo más, pues al poco salía mi tren de vuelta. Una pequeña vuelta por Paredes y su preciosa plaza mayor me han autoconvencido para volver a visitarla con un poco más de tiempo. Si es en casa Palencia, seguro que me tratan estupendamente.

El viaje de vuelta transcurrió sin problemas, entre apuntes del curso y bastante sueño. Eso sí, no me pasé de parada y me bajé en el momento oportuno en Chamartín (aunque tengo que advertir que era la última parada). Un encuentro grande grandísimo.

Tocado y hundido

sábado, 6 de diciembre de 2008

Tocado y hundido te quedas después de circular en coche por Madrid, un deporte de altísimo riesgo no apto para conductores foráneos. El día que llegué con mi Focus, todo iba muy bien desde Sevilla hasta que me metí en la M-40 (una de las muchas circunvalaciones de la capital). La entrada no fue complicada, aunque hay que estar muy atento a los carteles que te guían por el laberinto de carreteras de múltiples carriles que te rodean por todos lados.

Una vez en la circunvalación y superado el problema de ubicación en la vía correcta, nos enfrentamos al segundo obstáculo: la agresividad de los conductores. En Madrid hay que tener un cuidado enorme, pues parece que cobran impuestos por usar el intermitente (casi nadie te avisa de sus giros) y los cambios de carril son muy bruscos (se meten en cualquier espacio por pequeño que sea).

A este riesgo de colisión hay que sumarle una tarea simultánea muy importante: leer (o más bien interpretar) los carteles. Por la M-40 los carteles parecen el Hundir la Flota, pues no hay más que números y letras por todos lados (que si la R-4, que si la A-3, que si la M-12) sin indicación de a dónde te conducen esas carreteras. Así, mientras trataba de esquivar a los "Alonsitos" de turno y de seguir a mi compañero Jesús que iba delante con su coche, tuve que analizar e interpretar qué querían decirme los carteles: las letras y números de arriba es la vía por la que vas (M-40); las siguientes líneas, si además del Hundir la flota aparece un nombre, es la salida más próxina que corresponde (M-21 San Fernando); por último, un galimatías de números y letras que te indican las futuras salidas de la carretera (hay que avisar con tiempo). A ella hay que sumar que el cartel suele llevar acoplado uno anexo a él con información de la salida inminente (de características similares).

Por supuesto, tenía que ocurrir: nos perdimos. Nos pasamos la salida a nuestro barrio y tuvimos que dar la vuelta, pero luego la vuelta te dejaba en otra carretera. Preguntamos, pero nadie sabía dónde estaba la Alameda de Osuna (¿?). Lo más gracioso es que en los carriles de salida de las carreteras (carril de decelaración) yo siempre dejo un hueco (de seguridad) para no chocarme con el de delante; pues aquí en Madrid, a la mínima que dejaba ese margen con el coche de Jesús, se me colaba uno. Yo cometía el mismo error (perdón, la misma prudencia) y se me colaba otro. Total que antes de salir a otra carretera ya tenía varios coches entre el de Jesús y el mío.

Finalemente, apareció un milagroso cartel con el nombre de nuestro barrio y yo, que aún no sé cómo he podido llegar a la Alameda, no he vuelto a sacar el coche de aquí (por si acaso no sé volver). El Focus aparcadito, pero también tocado y hundido... tocado por alguien que lo rozó y un pelín hundida la carrocería. Por suerte el que lo hizo me dejó una notita. Menos mal. La buena gente de la Alameda.

El tiempo de mi vida

martes, 2 de diciembre de 2008

Con tanto viaje atrasado (y los que aún tengo en reserva) casi no me ha dado tiempo a hablar de cómo me va en Madrid. La verdad es que estoy tan contento que no sabría por dónde empezar. Estoy feliz y mis propios compañeros de clase dicen que se me nota. Simplemente, bastaría con decir que estoy disfrutando de mi nueva vida; una vida autodependiente, donde organizo a mi forma el desarrollo de los días y con ganas de asumir las nuevas responsabilidades. Ya estoy hecho un cocinillas: la olla rápida es todo un invento, cocinar de más para congelar es una idea absolutamente genial, y ya he empezado a preparar postres (el próximo, la clásica pannacotta para la fiesta que tendremos el jueves). Y las funciones de amo de casa las llevo con resignación pero a mi ritmo (a ver cuando España gana otra Copa Davis para aprovechar a planchar).

La verdad es que aquí en Madrid vivo en una burbuja, que me está absorbiendo en todos los sentidos. El curso es duro, bastante exigente, a examen por semana donde no se aprueba con menos de 7,5. Estoy estudiando lo que no hice durante la universidad, pero al menos lo que doy me gusta bastante más.

Los compañeros son de lo mejor: intercambiamos todo tipo de información y ayudas para el estudio; ya hemos hecho un par de salidas por Madrid (memorable la del sábado); hemos jugado al fútbol sala y el martes lo haremos al fútbol 11 con otra promoción de controlatas, y tenemos previsto torneos de tenis y pádel, y salidas de senderismo; tenemos la buena costumbre de celebrar cualquier cosa en los bares del barrio (y, en este viaje tan largo hasta alcanzar esta profesión, parece que hay que celebrar algo todos los días); y muchos vivimos en el barrio, la Alameda (de Osuna), donde los compañeros que somos vecinos somos como la familia aquí en Madrid. Las anécdotas son parte ya de nuestra convivencia y el frikismo nos invade hablando y haciendo bromas todo el día sobre aviones y demás.

Esta experiencia, que sólo acaba de comenzar (dicen que lo duro está por llegar), va a ser muy intensa, y estoy plenamente convencido de que nos va a marcar muchísimo a todos. A mí, desde luego, ya lo está haciendo.

De hecho, casi no me da tiempo a pensar en nada que no sea mi vida aquí. Pero esto es cierto a medias. El otro día, volviendo en metro (en esos interminables viajes), sin nada que leer me puse a repasar fotos de mi cámara (donde tengo tropecientas mil). La verdad es que son tantos momentos que a veces es fácil olvidar las etapas por las que vas pasando. En Sevilla, multitud de viajeros me han acompañado durante tantos años; algunos permanecerán, y otros se irán quedando en el camino. Pero, sin duda, todos han sido especiales para mí, y han contribuido a componer el tiempo de mi vida.



Vuelvo a Sevilla por Navidad (como el turrón). ¡Nos vemos entonces!