¿Hay alguien ahí?

miércoles, 30 de diciembre de 2009

El último pueblo de Andorra, frontera con Francia, y separado del resto del mini país por el puerto con carreteras más álto de todos los Pirineos, el Puerto de Envalira (2.409 metros AMSL). Es Pas de la Casa, un poblado de 2.500 habitantes con una situación de aislamiento que se refleja en su población pero no en su encanto.

Los autóctonos de Pas hay que buscarlos con lupa. Se mezclan por un lado con los turistas de deportes de nieve, principal fuente de ingresos, y los buscadores de trabajo en temporada de invierno, que hace que el país de llene de argentinos que de autostop en autostop (muy usual en Andorra) buscan un buen curro para hacer su agosto en navidad.

La nieve es riqueza en Pas. Si no nieva, el pueblo queda desierto, como en verano, cuando se vive de los ingresos del invierno. Con nieve, las montañas enblanquecen y se abren las pistas de esquí y snowboard. Las pistas de Pas están conectadas con las de otros pueblos cercanos por medio de los remontes, lo que hace que, en una buena temporada, haya 193 kilómetros de disponibles en 110 pistas de todos los colores.

Pero Andorra es rico, y los andorranos se aprovechan de su ventaja fiscal de no pagar impuestos para ofrecer precios competitivos que llenen sus arcas. Pero no en todo: el ahorro se nota en tabaco (casi la mitad de económico), gasolina (10 céntimos menos por litro), alcohol (como en los Duty free de los aeropuertos) y en perfumes. Y les debe ir bien porque si no no me explico cómo las perfumerías Gala copan el pueblo pudiendo haber hasta 4 establecimientos iguales en un cruce de calles.

El alto status social se nota en muchas cosas. No ya en los coches caros (hay más coches que personas) o en las casas de lujo: la simple iluminación navideña, tan limpia, blanca y bonita, dan fe de ello (había hasta una grúa de obra decorada).

También me llamó la antención el idioma. Aún no tengo claro si escuché más español, francés o catalán. Y los que hablaban uno bien se dejaban llevar en el otro. La propia disyuntiva aparece incluso en el nombre del pueblo. Pas de la Casa parece una mezcla de francés y español, ¿o estará en catalán?.

Sea como fuere, mereció la pena conocer este lugar y sus gentes, aunque los -12 grados que llegamos a sufrir me hicieron cuestionarme si de verdad había alguien ahí; había que saber bien dónde buscar (sin duda, los bares como el Underground o el Déjà Beer eran buenas recomendaciones).

Un as en La Manga

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Puede que La Manga del Mar Menor sea el lugar más conocido de Murcia, por la singularidad del estrecho brazo de tierra que origina un gran lago interior separado del gran Mediterráneo. Sin embargo, su encanto natural se ha perdido en pro de la urbanización masiva: hoteles y apartamente se suceden devastándolo todo.

Pero en este Monopoly aún no está todo comprado: a escasa distancia al sur del Mar Menor existe una zona conocida como Calblanque, una extensión de 13 kilómetros de litoral de playas vírgenes (que me recordaron a Doñana o Cabo de Gata) en las que la acción de algunos seres racionales ha impedido que la especulación urbanística haya arrasado con semejante paraíso natural.

Efectivamente, para llegar a Calblanque hay que acceder por una pista de tierra. La única edificación es un centro de interpretación e información: todo lo demás es nada. Sólo un templado y cristalino mar, y multitud de playas, que van de inmensos arenales de un intenso amarillo a diminutas calas de ensueño, flanqueadas por montañas de escasa altura repletas de arbustos aromáticos como la jara, la lavanda o el romero.

Por Calblanque se pueden hacer rutas de senderismo o en bicleta, visitar sus salinas o unas dunas fósiles prehistóricas que hoy están protegidas. Pero lo más recomendable es dejarse atrapar por su aislamiento y tranquilidad. Proteger este lugar es tarea de todos, pues conservar este as es sin duda una jugada maestra.

¿Hay montañas en Murcia?

domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Quién dijo que en Murcia no había montañas? Pues no sé quién lo dijo, pero yo así lo creía. Y muy cerquita de la ciudad: en apenas 7 kilómetros ya se empieza a ascender por una verde ladera. La ruta empieza en el santuario de la Fuensanta, un lugar de devoción para los murcianos desde el que cada septiembre la virgen, patrona de la ciudad, es bajada a la catedral. Como no podía ser menos, sábado por la mañana y boda al canto en la ermita con Murcia al fondo.

Desde allí, una vereda secreta, que solo conocen los buenos murcianos, continua subiendo hasta el techo de la montaña, un mirador conocido como La Gaveta desde el que se obtiene una panorámica magnífica de toda la ciudad. Una imagen de la que resalta una mancha blanca central, correspodiente a lo urbanizado, y un anillo verde que la rodea, de las huertas que aún perduran en Murcia.

Nuestra ruta continúa, ya sin ascender demasiado, rodeados de pinos que estaban siendo talados para evitar mayores riesgos de incendio en el futuro. Hasta llegar a uno de los lugares más populares en Murcia, la cresta del Gallo, una serie de grandes peñascos (no hace falta decir qué forma tienen) rodeados de vegetación que son el auténtico pulmón de aire fresco que mitiga un poco el sofocante calor de la ciudad. Es un lugar ideal para sentirse en el campo, foco de salidas de grupos scouts y montañeros, pero sobre todo de escaladores que aprovechan sus empinadas paredes para practicar este deporte. Verlos trepar en vertical es una delicia.

Las vistas desde la cresta son espectaculares. A un lado Murcia y sus huertas, y al otro el mar, el gran Mediterráneo y el menor de La Manga. Es lo que tienen las montañas, que sí, efectivamente, existen en Murcia.

Murcia, hermosa, ¿qué eres?

jueves, 17 de diciembre de 2009

Nunca había estado en Murcia y mi conocimiento sobre ella se limitaba a ese programa que cada 9 de junio (día de la comunidad) echaban por la noche en La Primera, con un lema que los murcianos han cogido un poco de tirria. Porque aquel programa de propaganda política no ha ayudado en nada para dar a conocer a una ciudad que, sin hacer ruido, es la séptima en población de toda España con nada menos que 430.000 habitantes. Murcia, hermosa, ¿qué eres?

Murcia se relaciona siempre con la huerta: hace años todos los murcianos tenían una casa con un huerto que les suministraba los productos más básicos ayudados por el benigno clima de la región; pero la expansión urbanística rompió tendencia y los murcianos vendieron sus tierras para que se construyeran los nuevos barrios. Por eso hoy se ven pocas huertas, y las que hay las encontramos en la periferia.

La venta de tierras dio dinero a los murcianos, la ciudad duplicó su población en 50 años, y hoy, según nos cuenta Juanchope, el estatus de vida mejoró y se nota en los hábitos de la gente, como en su forma de vestir o en el hecho de que algunos procuran perder el característico acento murciano (de boca abierta y con muchas "ees") por uno más formal.

Por lo demás, en Murcia se vive muy bien. El clima es espectacularmente cálido aunque bochornoso en verano; por eso, en diciembre, y a 20 grados, la gente va por la calle con abrigos (algún día habría que ponérselos). La ciudad está llena de bares y es típico el salir de tapas; de hecho, dimos buena cuenta de productos típicos como el zarangollo, los michirones, la ensalada murciana o el pastel de carne (espectacular el de sesos). Y por la noche, se nota buen ambiente por las calles.

El día que visitamos Murcia era día de fiesta, y la gente se agolpaba por las calles peatonales del centro. Por el cruce de las calles Platería y Trapería o en la Plaza de la Catedral, los murcianos disfrutaban de los edificios como el Casino o el Palacio Almodóvar; aunque lo que más nos llamó la antención es que todos los niños hermanos, aunque fueran de edades diferentes, iban vestidos iguales.

Por cierto, siempre se dijo que Murcia era una región seca. Es cierto, llueve poco, y el Segura recorre con poco caudal y un color verdáceo bajo varios puentes (uno, el típico de Calatrava) al sur de la ciudad. Del ayuntamiento y de varios puntos de la ciudad cuelgan pancartas reivindicando el "agua para todos", pero ese es un polémico tema de difícil solución.

Pon un Juanchope en tu vida

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Qué difícil es resumir el encuentro de Murcia... tan corto pero tan intenso. Empecemos por sus participantes, siendo protagonista indiscutible el gran anfitrión Juanchope, cuya bondad nos tiene ganada el cariño inmenso de todos... y por ser integrante del buen dúo Los caños; la cumpleañera Almu, que no duda en tratar de que su tos nos deje dormir curándola con chupitos de licor de crema; el inquieto Curro, estrenando California yendo a por el turrón; la reflexiva Meriangels, que busca El secreto de orientarse un poco mejor; el cuentacuentos Agus, feliz de poder por fin haber terminado una historia de miedo; la nutricionista Gema, tan contenta de ver el lema "Agua para todos" por doquier; y el lector Felirrintxi, que a falta de Audi se entretiene con las citas del libro rutero "Qué soñaste". Aunque, aún ausente, hay que citar al gran fichaje Mariana, cuya casa invadimos y que no puede faltar a la próxima quedada.

Ha sido un encuentro con cabida para la reflexión. A sabiendas de que el reto de vivir es el reto de elegir, hemos llegado a profundas conclusiones sobre el "¿Porqué no tengo pareja?". Pero no hablamos de ligar con furcias que fumándose un par de pitis nos digan vamos a follar por la calle; los achos pijos, para conquistar zagalas, tienen que empezar comprándose un perro, un capricho de Braco de Weimar a ser posible; o meterse a pintor de cuadros, o dejar medio armario vacío esperando a que venga tu media naranja. Todo sea por arrimar el caño...

Pero también tuvo cabida el entretenimiento. Tras un copioso desayuno con macedonias, tostadas de tomate y dulces varios, tuvimos ruta de senderismo por la sierra periférica de la ciudad. Visita a la virgen de la Fuensanta con boda incluida (algún pico de más) y subida a un precioso mirador de la ciudad y la Cresta del Gallo, un lugar ideal para practicar la escalada. Por la tarde, talleres varios: aprendimos cómo saber si eres zurdo o diestro de ojo; y a fabricar unas complejas estrellas de papiroflexia... con papel de servilleta. Y por la noche, tapitas por Murcia probando lo mejor de la huerta: zarangoyo, berenjenas fritas, ensalada murciana, habitas y sangre frita; y salidita nocturna por Murcia la nuit para bailar y adivinar las canciones que sonaban.

Al día siguiente tocaba baño. Tras comer la tarta que regalamos a Almu, nos fuimos al parque regional de Calblanque, donde entre montañas verdes llenas de arbustos aromáticos encontramos la calita que sería la base para el baño ritual. Arena amarilla y agua cristalina para disfrutar del calor murciano un 6 de diciembre. Comida y juego de orientación para que Almu encontrase sus regalos de cumpleaños. Y luego visita Portman para disfrutar de los colores de un atardecer en la bahía. De noche nos separamos con tristeza, ya que la mitad del grupo tenía que marchar. Los que nos quedamos pudimos conocer a la familia de Juanchope, tan buena como él. Y al dia siguiente nos dedicamos a visitar Murcia y sus monumentos, aunque por llegar apurados de tiempo siempre nos terminaban echando de todos ellos. Unas tapas por el centro, que en ausencia de Gema era fritanga y sesos altos en colesterol, un campeonato de lanzamiento de huesos de aceituna y el tiempo justo para recoger e irnos con una gran sensación de felicidad.

Glacias Juanchope por ponernos en tu vida.

Gato encerrado

lunes, 30 de noviembre de 2009

Aquí hay gato encerrado: más de un año viviendo entre madrileños y aún no digo "ejque" ni "Rijquetos"... ¿pero no hablaban todos así?. No es casualidad que, a mí que se me pega todo, hable más gallego que madrileño. Los madrileños de mi entorno carecen de ese característico deje que los foráneos adoptamos con mofa como genérico. Pero, en verdad, esa "j" tan sonora no se oye mucho en Madrid. Sólo en algunos barrios del sur, porque el ejqueísmo, para quien no lo sepa, es más propio de Albacete.

No ocurre lo mismo con el "lalala" de Massiel: el laísmo y el leísmo sí están más extendidos, pero como quiera que creo que la RAE los acepta no me queda más remedio que procurar que no se me peguen.

Los tópicos, que malos son. Otra idea preconcebida que tenía de los madrileños es que eran unos chulos. Su forma de hablar puede denotarlo un poco, pero lo imagen que tengo, del pequeño espectro que conozco (para mí suficientemente representativo), es totalmente contraria. Desde que llegamos los madrileños nos han recibido con los brazos abiertos. Me ha sorprendido que desde el principio nos han acogido en sus vidas, quizás acostumbrado a mi querida Sevilla donde los grupos son más cerrados y cuesta hacerse un hueco. Supongo que tendrá que ver con lo que es Madrid: una ciudad cosmopolita y multicultural donde todo el mundo tiene cabida.

Son abiertos pero también independientes, un reflejo de lo que es la ciudad. Porque es cierto que la gente en la calle siempre va con prisas: el nivel de estrés es muy alto, pero yo también procuraría tardar lo menos posible en llegar a mi trabajo si me quita 3 horas de vida al día. Pero también son muy amables: cualquier viandante te explica lo mejor que puede cómo encontrar esa calle de la que estás perdido.

Madrid, una ciudad llena de gente, con muchos madrileños pero con pocos gatos... Va en serio; los gatos en Madrid son una especie en extinción, pues aquí un "gato" es alguien cuyos dos padres y cuatro abuelos nacieron en Madrid. Un mote que la leyenda remonta a la conquista de la ciudad por Alfonso VI, cuando uno de sus soldados logró franquear la elevada muralla árabe subiendo por la pared "como un ágil gato". Hoy, no conozco a ningún gato y sólo Elenita me contó que conoció a una compañera de clase que era un "gato", un extraño caso. ¿Dónde están los demás? Encerrados, supongo.

De Madrid al cielo

lunes, 16 de noviembre de 2009

Esta es buena. Una excursión por Madrid, bocadillo en mano, por el eje viario más importante de la ciudad, la gran avenida que forman los paseos de El Prado, Recoletos y la Castellana. Un recorrido de 8 kilómetros, antiguo cauce de un arroyo llamado Fuente Catellana, que diametriza la M-30 y que acoge en su ribera los principales edificios y museos de la ciudad.

El paseo del Prado empieza en la glorieta de Atocha, que en verdad se llama de Carlos V. Empezamos bajo tierra, en la estación
de trenes, que acoge el monumento a
las víctimas del 11-M, mucho más impresionante en su azulada sala interior que en su horrenda chimenea de cristal externa. Alrededor de la plaza se levantan también el Ministerio de Agricultura y el Museo Reina Sofía de arte contemporáneo.


El paseo dirección norte nos lleva por un bulevar lleno de árboles, los del "No a la tala" de Tita Cervera. A la izquierda la sala de exposiciones Caixa Forum, que se sostiene milagrosamente en el aire, junto con el impresionante jardín vertical. Miramos derecha donde sabemos que se encuentran el Jardín Botánico y la pinacoteca más famosa, el Museo del Prado. Pasamos junto al Ministerio de Sanidad y Consumo y enseguida llegamos a la siguiente plaza.

Es la Plaza de Neptuno, donde el Atleti muy de vez en cuando celebra algo, rodeado de dos de los hoteles más lujosos, el Ritz y el Palace. Más adelante llegamos a la Plaza de la Lealtad, que recuerda a los caídos el 8 de mayo, donde también se encuentra la Bolsa de Madrid. Más museos en este tramo: el Thyssen (el de Tita) y el Naval, para acabar el Paseo del Prado en la siguiente plaza.


Es Cibeles, cita obligada en los triunfos del Madrid. La diosa está rodeada de edificios tan importantes como el Cuartel General del Ejército, Correos (que será el próximo ayuntamiento de Madrid), la Casa América y el Banco de España, y es el cruce de camino con la otra calle más larga de Madrid, la de Alcalá.




En seguida empieza el Paseo de Recoletos, que pasando por la Biblioteca Nacional y la sala de exposiciones Fundación Mapfre termina en la siguiente plaza, la de Colón, donde se halla la bandera de España más grande del mundo. Allí se encuentra el soterrado teatro Fernán Gómez, unos pedruscos dedicados al descubrimiento, y rodeando, el Museo de Cera y el primer gran edificio alto: las Torres de Colón. A partir de ahora empieza la castellana y vamos a tener que mirar para arriba.

Entramos en la zona financiera de Madrid. Se suceden bancos y rascacielos como el de Mutua Madrileña. Debajo de un puente hay una exposición permanente al aire libre de esculturas contemporáneas. Pasamos la Plaza de Emilio Castelar y la de Gregorio Marañón para encontrarnos con el Museo de Ciencias Naturales y el cubículo que está dedicado a la constitución de 1978.


La tortícolis empieza después de pasar los edificios de Nuevos Ministerios. Llega AZCA, el complejo de negocios más importante de la ciudad con sus impresionante rascacielos: el edificio BBVA, la Torre Picaso que con sus 157 metros de altura fue hasta hace poco la mayor altura de todo Madrid, y la Torre Europa. Era en esta zona donde existía un famoso Windsor que acabó calcinado.



El dolor de cuello se relaja para mirar a la derecha y llegar al Santiago Bernabeu, el campo del Madrid. Seguimos y pasamos el INE (que será desde nos llaman para hacer esas "interesantes" encuestas telefónicas) y llegamos a la Plaza de Cuzco, donde se empieza a divisar el final de nuestro camino.




Unos metros más adelante llegamos a la Plaza Castilla, casi ya a las afueras, famosa por sus inclinadas Torres Kio que hasta hace poco eran el símbolo de la salida de la ciudad. Hoy está eclipsada por un obelisco dorado aún en construcción, invención de Calatrava que cuando esté operativo hara girar sus 92 metros sin descanso. Y más adelante, como colosal final del paseo, las 4 torres del business area, los edificios más altos de todo el país.

Tres horas de paseo para conocer la zona más espectacular de toda la ciudad. Un recorrido muy recomendable de hacer a pie; aunque, la vuelta, por supuesto, la hice en metro.

La construcción de un sueño

domingo, 8 de noviembre de 2009

Hace unos años Aquarius nos sorprendió con un emotivo anuncio en el que nos contaba el afán de superación de un hombre que, con sus propias manos, estaba construyendo una catedral. Ese hombre existe, y su catedral también. Y, para mi sorpresa, muy cerca de mi casa, en el pueblo de Mejorada del campo.

El sujeto se llama Justo Gallego, un mejoreño al que la vida no le dio la oportunidad de cumplir con su vocación de ser religioso. Expulsado del monasterio debido a la tuberculosis que padecía, emprendió un camino de locura al proponerse construir, en unos terrenos propiedad de su familia, una Catedral. Justo cambió el reto que no le dejaron seguir por otro que nadie podía negárselo. El mérito de Justo es, con 80 años, llevar más de media vida levantando un gran edificio sin tener ni idea de arquitectura, sin medios materiales y sin ayuda: todo por su cuenta.

Con estas referencias, la Catedral de Justo, que es como se conoce popularmente, deja boquiabierto a todo el que la visita. Dadas las condiciones, el proyecto es espectacular. Al estar inconclusa, se observan perfectamente los procesos constructivos. Las torres están ladeadas, no se sigue ningún patrón, todo es rudimentario... eso sí, la base tiene tanto cemento que la catedral no se cae ni tirándola. Los materiales que utiliza son reciclados, los coge de donde puede o se los dan... un collage inmenso.

Y lo mejor es que parece una Catedral. Tiene su altar, su cripta, su cúpula, su patio, su rosetón, su pórtico y escalinatas... perderse por ella es descubrir en cada esquina algo nuevo y sorprendente. Tiene estatuas con bustos reutilizados, frescos pintados por un amigo suyo y vidrieras hechas pegando pequeños cristalitos uno junto a otro. A su vez, no sigue ningún estilo arquitectónico en concreto pero recuerda a todos a la vez: gótico, modernista, renacentista...

¿Y cómo ha podido Justo financiar tal proyecto? Fundamentalmente, de donaciones particulares (él mismo dispone una gran caja a la entrada de la catedral para el que quiera colaborar). Pero sobre todo fue Aquarius y su anuncio el que le dio la fama; de hecho, desde entonces Justo siempre lleva mientras trabaja en gorrito rojo con el que apareció, pues a la gente le gustaba. Se ha vendido un poco al marketing pero se ha asegurado cumplir su sueño. Porque él sigue currando; se le puede ver de lunes a viernes hasta las 6 de la tarde, y los sábados hasta mediodía. Es curioso verlo trabajar; pero si él no está cuando lo visites, seguro que está su cuñado, un personaje casi aún más peculiar que Justo. Pero no le quitemos protagonismo... aquí dejo el anuncio para recordarlo.


El Mesías de Alcalá

martes, 3 de noviembre de 2009

Menuda sorpresa me llevé en Alcalá de Henares al descubrir que la ciudad no es sólo patrimonio de la humanidad por su legado histórico sino también por acoger al verdadero mesías de todo el orbe. Un caso único que no alcanzo a entender cómo ha escapado de los micrófonos del caza-frikis Javier Cárdenas.

En pleno centro del pueblo, en la calle paralela a la Mayor, tiene su taller el Toro Bravo. A pesar de lo que pudiera parecer, este lugar nada tiene que ver con corridas y demás. Bueno, aunque algún capotazo (al mundo en general) sí que habrá dado su propietario. Toro Bravo es un pintor, aunque sólo por hobby; él en verdad es el Mesías, un incomprendido salvador de la humanidad que tiene tantos años como desde que el mundo es mundo. Él es dios, la ciencia debería hacerle más caso pues puede curar todo tipo de enfermedades. No creo que viva de vender sus cuadros, así que, como dice que lleva 5 años seguidos acertando el gordo de la Navidad, supongo que algo tendrá ahorrado. Además, al más puro estilo La vida de Bryan, Toro Bravo refleja en sus cuadros su preocupación por los ovnis que invadirán la Tierra, y cómo el hombre, sus hombres, deberían prepararse por explorar nuevos planetas.

Así es Toro Bravo, y sus ideas están recogidas en libros (publicados por Editorial) que también tiene en su taller. Un mundo de irrealidad paralelo, como la calle de su taller, a la real Alcalá de Henarés. Aquí un reportaje de Callejeros para conocerle un poco más:


¿Recordar o ensalzar?

miércoles, 28 de octubre de 2009

La tan polémica Ley de memoria histórica aprobada por el gobierno en 2007 dividió, como siempre, a los partidos (y por ende a sus adláteres seguidores) entre aquellos que se oponían a la eliminación de estatuas y símbolos de exaltación franquista, y los que aplaudían la iniciativa de borrar para siempre los rastros de una época deshonrosa de nuestro país. La propia ley hace especial mención en uno de sus artículos al Valle de los Caídos, ese lugar de culto mandado construir por Franco 8 kilómetros al norte del Monasterio del Escorial.

Tenía ganas de visitar este monumento para poder hablar de él. El lugar impresiona; no obstante, consta de una cruz latina de 150 metros de altura (visible casi desde Madrid, a 60 kilómetros) cuya base se apoya sobre una gigantesca roca, en cuya interior se ha excavado un templo religioso que, para hacerse una idea de su magnitud, mide 262 metros de largo. La cripta consta de una única nave cuyo interior recuerda al intrépido Robert Langdon buscando símbolos en el Louvre del Código da Vinci.

El sitio es único; el problema es lo que significa. El Valle de los Caídos fue mandado construir por Franco tras su victoria en la Guerra Civil en homenaje a las víctimas del bando nacional. No hace falta ser muy listo para imaginarse quiénes fueron los artífices de abrir un agujero inmenso en una roca para recordar a los vencedores: cuántos presos de guerra no morirían retirando los 200.000 metros cúbicos de piedra necesarios para abrir tan ingente hueco. En la última época, con una dictadura más aperturista, el general decidió que el monumento sería un homenaje para los caídos en ambos frentes de la guerra. Pero lo cierto es que, en mi visita, no vi ni un solo motivo de recuerdo a los republicanos. Al contrario, todo eran vítores a los nacionales. Es más, además de las tumbas de Franco y de Primo de Rivera, ubicadas en el mejor lugar del templo, vi muchas inscripciones alabando a los que lo dieron todo por la patria. De los otros, ni rastro.

La citada Ley propone que el Valle de los Caídos se aleje de la política para convertirse en un simple centro de culto religioso. Yo, después de mi visita, me parece acertado reutilizar tan magna obra de ingeniería. Pero vería más positivo convertirlo en una especie de museo de la Guerra Civil, un lugar de estudio y reflexión donde todos seamos conscientes de lo que pasó y cuatos para que no vuelva a ocurrir. Y desde luego un lugar que sirva para recordar a unos y a otros, pero no para ensalzar a ninguno.

Las hoces mágicas

domingo, 25 de octubre de 2009

Hay tantos lugares en España que desconocemos, que cuando los descubres empiezas a plantearte cómo es posible no haber oido hablar de ellos antes. La sorpresa positiva me llegó hace un par de semanas en las Hoces del Río Duratón, al noreste de Segovia. Un parque natural moldeado alrededor del río Duratón que ofrece vistas espectaculares y amplias posibilidades de disfrute.

El entorno natural se conforma de unas enormes paredes de roca caliza que acompañan el curso del río desde el precioso pueblo de Sepúlveda hasta 25 kilómetros después, cuando el agua se remansa en la presa de Burgomillodo. Lo más impresionante son los meandros que genera el río, chicanes imposibles que transmitirían paz y tranquilidad a los mismísimos pilotos de Fórmula 1. Junto a ello, estos cortados cuentan con la mayor colonia de buitres leonados de toda Europa, que nidifican en sus verticales y que hace que en el primer semestre de cada año el acceso al parque sea limitado y haya que solicitar permiso para recorrerlo.
Entre las muchas opciones, optamos por hacer piragüismo. Se puede hacer por libre, pero también hay empresas que te facilitan el material. Como en octubre el río lleva poca agua, la ruta tuvimos que hacerla al norte del parque, en el embalse de Las Vencías junto a San Miguel de Bernuy. Hubiera sido un detalle que la empresa nos hubiera dicho que no estábamos en las Hoces, pero bueno, el paseo fue bonito y tranquilo, sin dificultad y también observando la inmensa colonia de buitres que sobrevolaba nuestras cabezas. En el parque, esta vez sí, hay varias rutas de senderismo. Nosotros hicimos la larga, que camina junto al río durante 12 kilómetros, disfrutando muy de cerca de los buitres, que se asomaban desde lo alto como buscando carnaza, de los árboles, de las setas... de todo lo que nos explicase Andrea.

Pero sin duda me quedo con un lugar de todo el parque. Como diría Charuca, un lugar mágico. En uno de los meandros del río, en el más cerrado, en todo lo alto del cortado, se alza la ermita de San Frutos. La ermita en sí no es especialmente relevante, pero sí lo es el sitio. Por la tarde, cuando llegamos, la masa que allí había no era de buitres, sino cientos de personas que, como nosotros, querían visitar aquel lugar. Pero como preferimos disfrutar de los sitios menos masificados, dedicimos dar un paseo por las Hoces y esperar a que anocheciese un poco. Fue la mejor decisión. Si no lo hubiéramos hecho, no habríamos sentido la paz que reinaba en ese lugar. De noche, en aquel idílico lugar, en el meando sobre las aguas del Duratón que quedaban a un lado y a otro, sólo estábamos nosotros. El silencio se interrumpía con los sonidos de buitres y otras aves. El agua tranquila abajo y las estrellas que se asomaban por arriba. De estos momentos que disfrutas sólo de pensar lo privilegiado que eres.

Más ligero que el aire

martes, 20 de octubre de 2009

La nueva aventura la vivimos en el aeródromo de Ocaña, donde en una clase práctica de física íbamos a comprobar cómo objetos pesados pueden oponerse a la gravedad y ascender sin propulsión gracias a la ayuda de las masas de aire. Practicamos el vuelo sin motor, pequeños veleros de escaso cuerpo y alargadas alas pero con una estabilidad enorme, capaces de, sin ayuda propulsiva, elevar hasta 600 kilos de peso (la suma del peso del aparato más el de los dos ocupantes) aprovechando las corrientes térmicas de aire caliente.

Pero para ponerlos en marcha sí que hace falta ayuda. El velero no puede despegar por sí solo, sino que, unido por una cuerda, va a remolque de una avioneta motorizada que lo separa del suelo. Una vez en el aire, se va ganando altura poco a poco hasta que, a 800 metros, se tira de una palanca para que la cuerda se suelte y el velero empiece a volar por sí mismo.

Es en ese momento cuando te das cuenta de que estás levitando en el aire. El ruido del motor de la avioneta se aleja, el silencio te rodea y te encuentras flotando lejísimos del suelo. El instructor toma los mandos y, afortunadamente, sus instrumentos de vuelo le indicaron que había encontrado una térmica. Comenzamos a ganar altura, en círculos, hasta la increíble cifra de 1.700 metros. Compruebo que los pueblos, a esa altura, son diminutos; estamos altísimos, pero la seguridad de la aeronave logra batir el temor inicial y comienzo a disfrutrar del viaje. Dejamos la térmica y volamos perdiendo altura gradualmente.

Tras un minuto de curso, el instructor te deja los mandos. Manajar un velero no es difícil, aunque no me hubiera atrevido a hacerlo si él no tuviera también mandos para evitar mis locuras. Siempre con el horizonte como referencia, y con las interferencias de Radio Nacional en la radio de a bordo, comenzamos a hacer piruetas. La punta hacia abajo para ganar velocidad: llegamos a los 180 kilómetros por hora. Llegamos a sentir la ingravidez: como cuando vas con un coche y tomas un cambio de rasante, practicamos lo mismo en el aire y noté como todo mi cuerpo flotaba a tanta distancia del suelo. Después entramos en pérdida, es decir, subimos el morro lo máximo posible para perder la sustentación y que el avión se precipitase al vacío: la capacidad de recuperarse de los veleros es tan elevada que casi no te da tiempo a tener miedo. Luego, con el ala izquierda casi en vertical, hicimos giros sobre esa misma ala, con la sensación de estar totalmente perpendicular a la tierra.

Después de media hora de viaje, tocaba aterrizar en la pista. Tras las correspondientes autorizaciones, tomamos tierra, aunque no sé muy bien que hice que nos salimos de la pista. Salimos del estrecho aparato y hubo que empujarlo manualmente para sacarlo de la pista (no había aire ni motores que nos movieses). Volar en velero es una manera diferente de experimentar nuevas sensaciones y, desde luego, una clase de física muy bien aprovechada.

Madrid bajo tierra

sábado, 17 de octubre de 2009

Cuando bajas al subsuelo para subirte a él, el cierre de puertas da paso a un símil de lo que es Madrid. La vida en el metro refleja en parte lo que ocurre encima de los túneles. El metro parece la ONU: no habrá vagón en el que no haya rumanos, chinos, sudamericanos, nacionales o guiris. Desde mi lejana parada en la Alameda de Osuna, los viajeros van entrando poco a poco en los vagones, peleando por los asientos libres cuando alguien ha llegado a su destino.

En el metro la gente se mezcla, se iguala: no hay marcas caras de coche que los diferencien, todos luchan por no perder el equilibrio. Los largos trayectos se salvan de muchos modos: la lectura o la música en los cascos son las opciones predilectas; también es frecuente que en alguna parada un músico en ciernes se suba y cante (a menudo con poco arte) alguna cancioncilla en busca de una propina.

La gente se agolpa en el vagón, y el viaje entre estación y estación es un paréntesis de tranquilidad en la ajetreada vida madrileña. Pero todo concluye con el anuncio de la llegada al destino: la masa se mueve, busca hueco, se prepara para la salida, y la apertura de puertas marca el inicio de una nueva carrera por salir cuanto antes y volver a las prisas que caracterizanlos hábitos madrileños.

Hoy, 17 de octubre, el metro de Madrid cumple 90 años. En todos esos años, el subterráneo ha evolucionado desde la primera línea inaugurada por Alfonso XIII entre Sol y Cuatro Caminos hasta convertirse hoy en el tercer metro más largo del mundo, con 16 líneas, 310 kilómetros de vías, con infinidad de correspondencias entre las líneas (casi todas se comunican con todas) que es lo que de verdad le da utilidad, o con la asombrosa cifra de 335 trenes funcionando al mismo tiempo. Toda la ciudad y exteriores está conectada, y en un futuro la expansión aún será más impresionante. Un ejemplo de movilidad y de un proyecto bien hecho.

El ágora escocés

martes, 13 de octubre de 2009

La religión ha sido motivo de conflictos a lo largo de la historia, como el otro día vi un poco decepcionantemente en Ágora. Necesitado de un poco más de argumento por lo poco que me aportó el film de Amenábar, recordé que en Escocia la religión es un asunto importante, y quizás investigarla me aportase datos interesantes.

Escocia siempre vive a la espalda de Inglaterra; y en temas religiosos no iba a ser menos. La influencia católica en Escocia proviene de sus vecinos de Irlanda (otros que siempre van de la mano de los ingleses), cuando un emigrante irlandés, San Columba, fundó la primera abadía católica en la isla de Iona. Tras la caída del Imperio Romano, los católicos fueron extendiéndose en declive de los paganos, y uno de ellos, San Mungo, fundó la ciudad de Glasgow en el 543 d.c.

La Catedral de Glasgow se fundó en 1136 en lo alto de una colina, sobre la que fue capilla de San Mungo. Pero los brotes de protestantismo no tardaron en sacudir Escocia. El reformador que introdujo la reforma religiosa fue John Knox, quien aprovechó la victoria de los ingleses sobre los escoceses a finales del s. XVI para imponer su doctrina, y la Catedral cambió súbitamente de signo religioso.

Hoy se viven tiempo más pacíficos, que es lo que debería ser el objetivo de todo esto. El protestantismo está asentado en Escocia, aunque el catolicismo se mantiene en buena parte de su vertiente occidental. De hecho, en Glasgow, la gran capital del oeste, los fieles se reparten al 50% entre una y otra doctrina. La Catedral protestante convive con la Católica de Saint Andrew's, y los aficionados al fútbol hacen de la religión el estandarte de sus equipos: los católicos del Celtic frente a los protestantes del Glasgow Rangers. Un enfoque curioso que, visto lo visto, podría ser guión de cualquier largometraje.

Y Wallace gritó "Libertad"

martes, 6 de octubre de 2009

William Wallace es el héroe nacional de Escocia. A diferencia de otros ilustres escoceses como Robert Burns (era también otra época), quien luchó a través de la palabra, el famoso guerrillero dio su vida por la independencia de su país frente al ejército invasor inglés. Como buen visitante de Escocia, antes del viaje tuve mi sesión de Braveheart, la superproducción de Mel Gibson que narra la vida de Wallace y las batallas que libró por defender sus ideas.

Esta historia hizo acrecentar mis ganas de visitar el recuerdo que Escocia ha dedicado a este personaje. El Monumento Nacional de William Wallace se sitúa en lo alto de alto del monte Abbey Craig, desde cuya cima se dice que Wallace divisó a las huestes inglesas, factor que fue decisivo en la victoria del agerrido pero ínfimo y rudimentario ejército escocés frente al más avanzado inglés en la famosa Batalla del puente de Stirling.

En este destacado lugar se ha construido una torre de 70 metros de altura, que hay que salvar gracias a los 246 escalones de una estrecha escalera de caracol. En su interior se narra la vida y milagros de Wallace, aparte de diversos objetos como una espada casi tan alta como yo. Pero lo mejor viene arriba del todo, con una extraordinaria vista del pueblo de Stirling, con su castillo dominador, y de un casi circular meandro del río Forth donde se libró la batalla.

Wallace ganó un combate pero no la guerra. No logró la libertad del pueblo escocés pero su influencia siempre quedará. De hecho, ha logrado vencer una lid menor del s XIX: alguna mente pensante decidió dedicar una estatua a William Wallace a los pies del monumento... con la inteligente idea de ponerle la cara de Mel Gibson. Afortunadamente, años de protestas y vejaciones a la misma consiguieron su retirada.

El patito feo

martes, 29 de septiembre de 2009

Glasgow siempre ha vivido a la sombra de Edimburgo, la capital bonita de Escocia. Las comparaciones son odiosas, pero es cierto que todos los tópicos que describen a Glasgow como una urbe grisácea, antigua, triste e industrial, se cumplen en apariencia. Glasgow no tiene ni más ni menos lo mismo que cualquier otra ciudad británica: un centro con algunas calles peatonales, todo muy comercial y enfocado al consumo constante, con edificios grises de época victoriana (a ver cuándo aprendo qué significa esto exactamente), con calles de típicas aceras de granito sin baldosas, y ningún edificio especialmente remarcable.

Pero, afortunadamente, las primeras impresiones no siempre son las que cuentan. Quince días viviendo en Glasgow me han permitido comprobar que el patito feo escocés quizás esconda un bello cisne. La ciudad, consciente de sus carencias, ha hecho un enorme esfuerzo por hacer de ella un sitio más saludable, por reencontrarse a sí misma, por buscar nuevos objetivos: de su lejano pasado ligado a la Revolución Industrial al presente enfocado a Glasgow como ciudad referente en cultura, diseño y ocio.

Arquitectónicamente, la ciudad se ha renovado. El punto de inflexión fue el genial Mackintosh con su innnovador estilo de primeros del siglo XX; la vanguardia la encontramos a orillas del río Clyde, principal arteria fluvial de Glasgow, con edificios ultramodernos siendo el buque insignia el Armadillo de Norman Foster (parecido a la Ópera de Sydney). El lavado de cara continúa en el casco histórico, en torno a la amplia y genial plaza de George Square: Glasgow es ciudad de compras. Las principales marcas se agrupan en las peatonales Argyle St y Buchanan St, siempre abarrotadas de gente, haga el tiempo que haga. Por último, la gran apuesta de la ciudad es su oferta cultural. Nombrada Ciudad Europea de la Cultura en 1990, en Glasgow no faltan esporádicos conciertos, teatros, espectáculos, exposiciones y permanentes museos y exhibiciones.

Por ello, podría decir que Glasgow es más una ciudad para vivirla que para visitarla. De hecho, la zona más bonita, desde mi punto de vista, está alejada del centro. Los alrededores del río Kelvin, segundo río de la ciudad, al noroeste en el plano que te dan en la oficina de Turismo, son un compendio de zonas verdes, casi boscosas, de jardines botánicos y de una espectacular Universidad con patios, jardines y los edificios más bellos de la ciudad.

Mereció la pena el viaje: me encantó descubir Glasgow y no dejarme engañar por el patito feo.

Un mundo feliz

domingo, 27 de septiembre de 2009

El único libro que he leido este verano ha sido "Un mundo feliz", el clásico relato de Aldous Huxley en el que desde una perspectiva de hace 80 años el autor imagina un futuro en el que las personas se fabrican a la carta, la sociedad está estandarizada, y el pensamiento brilla por su ausencia en contrapartida de un modo de vida sin problemas en la que todo el mundo está contento.

En Escocia, un lugar llamado New Lanark me recordó al escenario inventado por Huxley. New Lanark fue un poblado creado a finales del s XVIII, en plena eclosión de la Revolución Industrial, cuyo aislamiento no fue óbice para ser autosuficiente: a orillas del río Clyde, supo aprovechar sus recursos hidráulicos para instalar fábricas de algodón y sus recursos naturales para autoabastecerse de los alimentos necesarios para sus 2500 habitantes (tenían carne del ganado, pescado, verduras, pan...).

La peculiaridad de este idílico lugar fue la labor de gestión de Robert Owen, un lugareño que supo introducir ideas innovadoras para la época en tan pequeña sociedad. Avanzándose a su tiempo, y al contrario que en el resto de Europa, donde el proletariado vivía hacinado en condiciones insalubres, Owen decidió aplicar ciertos principios de la sociedad del bienestar en un contexto diametralmente opuesto. Así, los beneficios adquiridos los empleó en reformas sociales (asistencia médica gratuita para los residentes, horario laboral reducido) y educativas (los niños no trabajaban; al contrario, la escolaridad era obligatoria hasta los 10 años). Owen apostó por la psicología en su pequeño mundo donde los castigos estaban prohibidos y se premiaban los buenos comportamientos (por ejemplo, colocaba flores en las ventanas de aquellos que tuvieran la cabeza limpia). La mayor similitud con la obra de Huxley es que Owen creó un Instituto para la formación del carácter, un parvulario donde mandaba el principio del "todos somos iguales".

Robert Owen imaginó su comunidad ideal y la vio materializado en New Lanark. Aldous Huxley lo pensó en su mente y lo materializó en su libro. Uno es real, el otro ficticio, pero ambos te hacen pensar en lo fácil que es la manipulación de las personas y en lo difícil que es la búsqueda de la felicidad. Me gustó mucho la historia de este pequeño pueblo que fue, a todos los efectos, un mundo feliz.

Fire alarm

jueves, 24 de septiembre de 2009

Ya conocía de anteriores visitas la preocupación que se tiene en el Reino Unido por el riesgo de incendio, pero en este último viaje a Escocia este temor ha llegado a rayar la obsesión. Cualquier edificio de uso público, cualquier habitación, cualquier pared, está plagada de carteles advirtiendo del peligro de fuego. Como si los edificios ardiesen en llamas tan asiduamente, es habitual encontrar dos, tres, diez papeles informativos con conductas a evitar, con planos del edificio y vías de evacuación.

Es curiosa está preocupación en un país en el que llueve a todas horas; pero el riesgo de fuego está siempre ahí, y hay que ponerle freno como sea. Es por ello por lo que todas las habitaciones tienen un detector de humos, conectado a la central de bomberos por si salta la alarma. La obsesión es tal que da lugar a situaciones abusrdas, como la del año pasado cuando, con una ducha propia en mi habitación, tenía que cerrar la puerta del aseo mientras me duchaba porque, según rezaba, por supuesto, un cartel informativo, el vapor del agua podía hacer saltar la alarma.

Este año la residencia era incomodísima. Los largos pasillos estaban divididos por pesadas puertas, que además siempre se cerraban solas, de modo que ir de un lado a otro parecía más un ejercicio de fortalecimiento de músculos por tener que abrirlas constantemente. La explicación la encontramos de nuevo en el fuego: son puertas corta-fuegos, de modo que siempre cerradas pueden obstruir el paso de las llamas en un incendio.

Otra cosa curiosa que jamás había visto antes estaba a la entrada de la residencia. Un gran panel azul lleno de alcallatas, cada una con un número. A cada uno de nosotros nos correspondía un número diferente, y cada vez que salíamos de la residencia, teníamos que colocar en nuestra alcallata una fichita roja. Y cada vez que regresábamos, acordarnos de quitarla. El sentido, nuevamente, la prevención: en caso de incendio, un vistazo a qué fichas están puestas nos revela quién está dentro del edificio y quién fuera. Un sistema tan incómodo como absurdo: por las veces que se te olvida ponerla cuando te vas, por las que no la quitas cuando regresas, y, sobre todo, ¿quién, estando dentro y cuando salta la alarma, va a perder tiempo en colocar su fichita?

Quien visita UK se da cuenta de lo estructurado y cuadriculado que lo tienen todo. No se saltan ni un procedimiento, aunque tarden más en lograr lo que buscan. Todos hacen todo igual. Con el fuego pasa algo parecido. Los protocolos de actuación están establecidos por ley, y nadie se los salta. Por eso cada 15 días hacen un simulacro de incendio en empresas, oficinas, colegios... Y por eso hay tantos carteles, tantas puertas, tantos extintores, tantos detectores y tantas alarmas de incendio por todas partes. Tanto tanto tanto que a veces pasa lo que pasa.

Y pasa que a veces salta la alarma cuando es falsa. Como cuando te duchas sin cerrar la puerta. O como en la ghymkana del primer día, cuando los chavales en la residencia abrieron las puertas de emergencia durante el juego sin saber que sólo eran para casos de incendio y un estridente sonido empezó a chirriar nuestros oidos. Menos mal que se pudo avisar a los bomberos del error, pues una falta alarma provocada se castiga con una multa de mil libras. Como para andar con bromas en UK.

Pasión por el fútbol

jueves, 17 de septiembre de 2009

Siempre ha sido uno de mis sueños asistir a un partido en UK; disfrutar de la calidad de su juego y sentir en vivo la pasión desmesurada que los hinchas de los equipos británicos inculcan a su equipo. Pero conseguir entradas es casi una lotería: se reservan únicamente a los socios y apenas sacan unas pocas a la venta para los visitantes. En Glasgow me tocó el gordo por estar, sin quererlo, en el sitio adecuado a la hora justa.

Y vaya partido: la previa de la Champions League entre el Celtic y el Arsenal. Un estadio a rebosar que me recordó al del Betis, por su forma y sus colores pero que, curiosamente, en sus aledaños no emanaba ruido alguno. Los británicos son silenciosos hasta en sus aglomeraciones.

Todo lo contrario que en el interior. El Celtic Park se iba llenando amenizado por un concierto de un grupo local que iba calentando el ambiente. Cuando ya no cabía ni un alfiler, el speaker tomó las riendas y todo el público se puso en pie, en una especie de ritual al que, sorprendido, me tuve que unir y para el que no iba preparado: los aficionados, todos en camiseta, de aros verdes y blancos; y yo, muerto de frío, con chaleco, chubasquero y braga, de color rojo para más inri (el color, precisamente, del Alsenal).

Dada mi posición, no quedaba más remedio que unirse a la fiesta. Pero no costó mucho. Por los altavoces empezó a sonar una canción que los hinchas comenzaron a cantar al unísono. La Celtic song, un himno con melodías irlandesas muy animada.

Y a continuación, sin parar, empezaron los acordes de algo que me sonaba: era el You'll never walk alone, la canción símbolo de los aficionados del Liverpool. No me había equivocado de partido: Celtic y Liverpool están hermanados y ambas aficiones cantan esta exitoso tema de Gerry & The Pacemakers que triunfó en los 60. Los pelos se pusieron rápidamente como escarpias ante las 60 mil gargantas cantando en una sola voz con sus bufandas al aire. Un sonido capaz de intimidar al adversario más aguerrido. Algo realmente impresionante.

La afición estaba ya enfervorecida, y yo con ellos; pero aún gritaban más cuando salieron los jugadores y comenzó a sonar el himno de la Champions. Y aún más cuando los jugadores del Celtic se reunieron en una piña conocida como The huddle que forma parte de la ceremonia de inicio del partido. Y aún más con el pitido inicial. El estadio estalló. La pasión se desborda.

Vivir esta partido fue toda una experiencia. La afición se fue enfriando conforme su equipo jugaba cada vez peor, pero siempre actuando con deportividad. Fue una pena no poder cantar ningún "Yes" porque el Celtic no marcó, pero por lo menos comprobé que es cierto que se vuelven locos cuando tienen un corner a favor. Consuelo de muchos. Y después de la derrota 0-2 contra el Arsenal, y de un nefasto partido de los locales, los aficionados despidieron a su equipo con una sonora ovación. En ejemplo de que la pasión no está reñida con las buenas maneras. Cuanto tendríamos que aprender por los campos de España...

Tiempo de perros

domingo, 13 de septiembre de 2009

La profesión más frustrante en Escocia es la del hombre del tiempo. Ciertamente, en un lugar en el que las condiciones atmosféricas cambian cada 5 minutos no debe ser nada fácil acertar con una predicción general. De 15 días que he estado en Glasgow me ha llovido en 13, y el sol sólo ha brillado con fuerza en los otros dos restantes. Pero lo peor es el hecho de que el día empiece lloviendo no quiere decir que se vaya a mantener así. La impredicción está a la orden del día.

Así, lo primero que se hace en Escocia al levantarse es mirar por la ventana qué tiempo hace. Normalmente, te encontrarás un día gris con un cielo nublado y gotas de lluvia rebotando en los charcos del suelo. En función de ello, tienes que elegir qué vestimenta llevar para afrontar el día. Lo normal es calzarse las botas, un buen chubasquero y un paraguas que amaine la lluvia. Pero enseguida te das cuenta de que la lluvia es un chirimiri constante que hace incomodísimo el paraguas. De repente la lluvia cesa y aparece un tímido rayo de sol entre las nubes. La esperanza del buen tiempo dura poco: a los diez minutos se vuelve a nublar, o empieza a llover, o a ventear, o a clarear... para volverse locos.

Es muy difícil acostumbrarse al tiempo en escocia. Comprobé que la mejor solución era portar siempre una mochila en la que guardar el paraguas, el chubasquero y el chaleco por si en algún momento del día no hiciera falta. Los escoceses tampoco lo aceptan pero viven con ello. Es normal que miren al cielo y, dependiendo de la dirección y velocidad con la que se muevan las nubes, acepten si en un corto intervalo de tiempo lloverá o no. Y están bien preparados: hasta los gaiteros llevan unos impermeables especiales para que no se estropeen sus faldas. Ya se sabe que en UK pueden llover hasta perros y gatos...

Bienvenidos a Escocia

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Este año Escocia se viste de fiesta. Los escoceses han elegido este año para dar al conocer al mundo su cultura con motivo del 250 aniversario del nacimiento de Robert Burns, su poeta más conocido y símbolo nacional. Burns representa los ideales de una identidad escocesa que otros defendieron en las batallas y él supo combatir a través de las palabras. Aunque quizás nos interese más saber que él fue el creador de la triste cancioncilla que se canta en las despedidas: "Llegado ya el momento...".

Con esa excusa se ha creado "Homecoming Scotland", un evento de un año de duración que gira en torno a las aportaciones de Escocia al mundo, desde el golf al whisky, a través de más de 200 eventos repartidos por todas y cada una de sus regiones. Música, danza, exposiciones, festivales, acontecimientos deportivos... todo tiene cabida en un programa repleto para todos los gustos. En mi estancia en agosto ha podido disfrutar de algunos de ellos.

Glasgow, Piping Festival. Durante una semana los gaiteros invadieron Glasgow. Era imposible pasear por sus calles sin disfrutar de los grupos tocando sus tradicionales canciones y vestidos con las clásicas faldas a cuadros. Un ambiente festivo que se concentraba a media mañana en George Square, donde varias bandas desfilaban con sus inconfundibles sonidos de viento. Y como fin de fiesta, un impecable desfile por todo el centro.



Edimburgo, Fringe Festival. Agosto es sinónimo de fiesta en Edimburgo. Su festival es famoso en el mundo entero, un festival en el que cada día supone algo nuevo. A lo largo de la Royal Mail las actuaciones callejeras se suceden una tras otra: magos, equilibristas, humoristas o cantantes, artistas anónimos que buscan divertir al público y, porqué no, una merecida propina. Las actuaciones son impresionantes y el público lo agradece entregado a ellas.

Aparte de ellos, la calle se llena de figurantes que tratan de promocionar otros espectáculos ya de pago: títeres, danza, ópera, conciertos, teatro... todo tiene cabida. De este modo, el paseo por la Royal Mail es un surrealista viaje donde se encontra gente disfrazada de cualquier cosa.

Así me dio la bienvenida Escocia, un país que me ha fascinado y al que tengo que regresar, y así nos la dan algunos de los escoceses más ilustres en pintorescos lugares de esta tierra:


La Catedral de Kingsbridge

lunes, 7 de septiembre de 2009

Cuando Ken Follet escribió Los Pilares de la Tierra tuvo que hacer un enorme esfuerzo de investigación sobre el tema de la construcción en general y de templos en particular para poder reflejar en su best-seller una historia atrayente para un lector medio. La catedral de Kingsbridge es un ente ficticio, irreal, que se fue moldeando en la mente de Ken Follet y que cobró forma en las cabezas de todos los los que nos empapamos de las aventuras de Tom Builder y compañía.

Para la secuela de esta obra, Un mundo sin fin, Ken Follet lo tuvo un poco más sencillo. La catedral que él siempre soñó quizás sí que existiera sin él saberlo. Y la encontró en Vitoria, en pleno centro urbano. El escritor galés visitó la Catedral de Santa María, una edificación peculiar porque aún está en obras... más exactamente, en restauración.

Y la visitó porque, a pesar de estar en obras, la Catedral de Santa María está abierta al público en visitas organizadas que, con el correspondiente casco en la cabeza, te muestran las labores de restauración y te explican in situ parte de su historia. El templo eclesiástico está patas arriba. Los andamios invaden un espacio que debería estar ocupado por bancos y símbolos religiosos. El suelo levantado deja ver los cimientos de una construcción colosal. Y una simple mirada a su estructura deja ver grietas en los muros y arcos deformados que dan sensación de colapso inminente.

Todo comenzó cuando una parte del edificio se derrumbó en los 90. Los estudios demostraron que la catedral fue construida con unos materiales que soportaban las cargas estructurales para las que fue concebido. Pero reformas posteriores, como la sustitución de la bóveda de madera original por una de piedra, más pesada, o la construcción de un triforio que quitó consistencia a las columnas, fueron mermando poco a poco la estructura, lo que facilitó su deterioro.

Los planes de restauración, que se entienden perfectamente en la visita, tienen como objetivo el afianzar el templo para evitar su derrumbamiento con la colocación de nuevas resistencias en el subsuelo y las columnas, y el dotar al edificio de una doble función, religiosa y cultural, para el disfrute de todos.

La visita a esta obra es altamente didáctica, y ayuda a entender la complejidad constructiva de este tipo de edificaciones. Los trabajos acabarán en 2012, fecha en la que dejarán de estar descubiertas las entrañas de la catedral que Ken Follet nunca imaginó encontrar.

Vitoria-Gasteiz, dos en una

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ya su nombre da mucho que pensar acerca de lo que significa esta ciudad. Un ejemplo de integración, una dualidad siempre presente en busca de una convivencia pacífica y armoniosa. Porque Vitoria no es sólo Vitoria, es también Gasteiz. Al contrario de lo que pensaba, Gasteiz no es el nombre en euskera de la capital del País Vasco. Gasteiz es el nombre de la primitiva ciudad medieval que se formó en lo alto de un cerro a la que con el paso del tiempo se fueron anexionando extramuros nuevos asentamientos que convirtieron a la aldea en villa y a Gasteiz en Vitoria.


Hoy ese cerro es el centro histórico de la ciudad, con una muy característica forma de almendra, con calles concéntricas con nombres de gremios otrora significativos, que poco a poco se van despoblando de su envejecida población para dar paso los inmigrantes. Unas escaleras mecánicas bien integradas en el conjunto tratan de evitar salvar los desniveles de las cuestas y la desertización del centro.


Vitoria y Gasteiz son dos en una, y dos es un número importante en la ciudad. Porque no tiene una sólo catedral, sino dos, la vieja gótica, estandarte de la céntrica almendra, y la nueva neogótica, en el ensanche. El ensanche es un gran espacio céntrico de calles amplias y en su mayoría peatonales, donde pasear siempre que no llueva o nieve es una delicia. Grandes plazas como la de la Virgen Blanca (con el monumento a la Independencia de España, de nuevo dos –doble sentido), la creada por Chillida para practicar juegos tradicionales (frontón, bolos, juegos rústicos) o la Plaza porticada con, nuevamente, doble nombre, Plaza de España o Plaza Nueva, dependiendo del partido político de turno que le toque gobernar.


La ciudad se prepara para sus fiestas, la primera semana de agosto. Los carteles nos lo recuerdan: Jai Zoriontsuak/Felices Fiestas. Nueva dualidad, castellano/euskera, que conviven en señales, nombres de calles, anuncios... incluso en las conversaciones de calle. Vitoria también apuesta por el futuro y tiene recientemente dos, lógicamente, nuevos medios de transporte: el nuevo tranvía y las bicicletas de alquiler, con un curioso sistema protector que las envuelve para evitar el vandalismo.


Entre pinchos y zuritos por alguna tasca, me sorprende la cantidad de espacios verdes de la urbe, especialmente el Parque de la Florida, un auténtico bosque en pleno centro. Pero eso es poco comparado con lo que rodea a Vitoria. Alrededor de la ciudad se ha creado un anillo verde, aprovechando varios parques que la bordeaban, de forma que se puede circundar todo lo urbanizado entre pinos, lagos y ciervos. Todo un lujo.


Vitoria-Gasteiz es una gran ciudad, donde me da la impresión de que se vive muy bien. Quizás por ello la elijan los lehendakaris para residir, en el lujoso Palacio de Ajuria Enea. Sus otros 250.000 habitantes disfrutan de ella y de sus posibilidades. De sus dos, claro, equipos deportivos favoritos, el exitoso Tau y el ahora no tanto Alavés; de la fusión en una de sus dos cajas principales, Caja Vitoria y Caja Álaba que ahora son Caja Vital; y de sus dos, principales fábricas, la Michelín y la Mercedes. Un gran lugar para vivir donde no serás tentado a comer en un McDonalds: el único que había en el centro cerró por su escaso éxito. Ninguno mejor que uno; al contrario que Vitoria-Gasteiz: dos mejor que una.