Las noticias desde dentro

martes, 27 de enero de 2009

No todos los días se tiene la oportunidad de visitar el periódico generalista de mayor tirada en España. En la facultad nos enseñaron que los medios son el cuarto poder y que su poder de influencia en la sociedad es determinante en la mentalidad de la masa (al hilo de la actualidad, parece que lo de "derrocar gobiernos" no es exclusivo de las profesiones de altos vuelos; o al menos, lo de "derrocar presidentes", como ha conseguido sorprendentemente el Marca con el del Madrid). Por eso, el ofrecimiento de mi amigo Nando de dar una vuelta por la redacción de El País me inspiró una creciente curiosidad.

Mi compañero en Periodismo está viviendo en primera persona lo que se cuece en el medio impreso del grupo Prisa, pues está empezando a hacer sus pinitos en la sección de Internacional. Así que nadie mejor que él para enseñarme algún entresijo del coloso de la información. Lo primero que vimos fue la puerta de atrás, repleta de furgonetas que, debido a la hora (las once de la noche) se preparaban para cargarse de manojos de periódicos para que a primera hora del día siguiente todos sus fieles pudieran ver en portada la sonriente cara de Obama (no podía ser de otra forma).

En la entrada principal, el recepcionista me dejó pasar sin impedimentos. "A estas horas no hay problema". Dejamos la cafetería y subimos a la segunda de las cinco plantas del edificio. Y, al abrirse las puertas, la sorpresa inesperada. Nunca imaginé que la redacción de El País fuera un inmenso espacio diáfano, donde se mezclaban en aparente caos todas y cada una de las secciones del periódico sin ninguna pared que sirviera de separación entre ellas.

Desde el pasillo que la circunda y a través de los cristales que la rodean, pude ver cómo a esas horas el trabajo en la redacción estaba casi hecho. De las casi 300 mesas que rebosaban aquel espacio (todas llenas de papeles amontonados y pantallas de ordenador), apenas quedaban algunas ocupadas: las de los de Deportes, que esperaban con cara de sueño y aburrimiento a que acabase el partido de Copa entre el Español y el Barcelona; y los del periódico Digital, estos sí en mayoría, que tienen que quedarse toda la noche en vela para actualizar la web en el caso de que algo suceda. Es lo que tiene la inmediatez informativa.

La redacción vacía y el periódico en la rotativa, imprimiéndose. Visitamos también la redacción de El País Semanal (nuevamente sin gente) y fue significativo el hecho de ver un ABC tirado en el suelo de uno de los pasillos. Yo, prudente de mí, pasé a su lado sin pisarlo.

La verdad es que, a pesar de ver la redacción dormida (como el periodista que veía el partido), me impresionó. Pero tiene que ser espectacular verla despierta, llena de gente, de bullicio cada vez que hay una noticia, de personas corriendo por los pasillos con papeles en la mano y bolígrafos en la oreja. O al menos así es como yo siempre me la he imaginado. Espero tener otro día la oportunidad de descubrirlo.

Pinsapos entre tinieblas

lunes, 19 de enero de 2009

"Hecho en Andalucía" (como rezaba el lema de la campaña con la que la Junta quiso promocionar los productos andaluces). El pinsapo es una especie vegetal única y genuina del sur de España. Debe ser que las condiciones de los lugares en los que abunda (la serranía de Ronda), con veranos cálidos, inviernos fríos y precipitaciones abundantes, favorece su crecimiento. Parece una mezcla de abeto y pino, pero tiene sus diferencias: algunas se me escapan pues no soy un entendido (seguro que algún biólogo podría aportar algo más), pero superficialmente sus hojas tiene una forma muy peculiar, con hojas muy erguidas con miles de pequeños "pinchos" verdes y pequeños conos en su punta que deben de ser su fruto.

Es un árbol precioso, pero, realmente, muchas veces no sabemos valorar lo que tenemos. De hecho, su descubridor ni siquiera procedía de aquí. Fue un suizo llamado Edmund Boissier, un botánico aventurero que con ganas de explorar nuevos horizontes vino a Andalucía. Quedó prendado de este tierra (cómo no) y realizó múltiples viajes observando su flora, hasta dar con la clave de su nuevo hallazgo en 1838, que reflejó en su libro Notice sur l'Abies Pinsapo. Una vez más, los foráneos conocen más que los oriundos.

Es una suerte poder contar con una especie autóctona, pero su disfrute puede tener caducidad: está en peligro de extinción (a veces creemos que sólo los animales corren el riesgo de desaparecer) por causas varias como la deforestación o los proyectos urbanísticos. Es por ello por lo que su observación está restringida en algunos casos, como en el Parque de Grazalema en Cádiz (donde, para poder hacer alguna ruta, hay que solicitar permiso previo y el cupo de visitantes es limitado). Sin embargo, en la Sierra de las Nieves, en Málaga, este árbol también copa las montañas y todo tipo de rutas (por el momento) están permitidas. Así, aprovechando que el pasado campamento de Navidad se ubicó en plena sierra, nos adentramos en una de ellas para conocerlo.

Comenzamos en el pueblo de Yunquera, desde donde partía un camino que pasaba por el camping "El Pinsapo Azul" (pinsapo lo entiendo, pero ¿azul?) y proseguía sin pérdida en ascenso continuo hasta el Puerto del Saucillo durante 6 kilómetros. En este trayecto divisamos nuestro primeros pinsapos, preludio de lo que vendría después.

Ya arriba, el Saucillo cuenta con un mirador, pero la espesa niebla que nos acompañó durante toda la ruta (habitual por esta zona) nos impidió ver nada. Allí comenzaban dos senderos, una para llegar a al cumbre del Torrecilla (el pico más alto de la provincia de Málaga) y un nuevo sendero, circular, con una longitud de 5 kilómetros, que fue el que tomamos. Un cartel indicador nos daba información de la ruta, pero no nos avisaba de que nos adentrábamos en un bosque espectacular.

De repente, caminando por un estecho sendero nos vimos cubiertos por una frondosa masa de vegetación que la niebla contribuía a hacer aún más interesante. En este trayecto los pinsapos se multiplicaban, y se mezclaban con quejigos, pinos y otros arbustos. Un número inimaginable de árboles comparado con lo que habíamos visto hasta entonces.

Si hubiésemos hecho caso al cartel de la ruta, que nos avisaba de tomar en los cruces siempre el camino de la izquierda, habríamos llegado a Puerto Bellina y desde allí habríamos iniciado el camino de vuelta al Puerto del Saucillo y después la bajada a Yunquera. Pero como en algún momentos tomamos el camino equivocado (pues nuestra ruta se yuxtaponía con un sendero GR que nos confundió), acabamos dando una vuelta tremenda hasta acabar (sin saber aún cómo) en la carretera que uno Yunquera y El Burgo. No nos importó pues, así, pudimos disfrutar más de los pinsapos.

Adiós a la navidad

martes, 13 de enero de 2009

Resulta llamativo despedir la Navidad cuando Madrid sigue cubierta de un manto blanco y cuando aún hoy hemos visto caer (aunque en menor medida que el pasado viernes) algunos copos de nieve. Pero este período del año se dio por concluido la semana pasada cuando, el día siguiente al de Reyes, los operarios del ayuntamiento comenzaron a desmantelar toda la parafernalia navideña.

Este año, al igual que el anterior, me ha tocado vivir parte de esta fiesta en otra ciudad. Y por supuesto la Navidad en la capital da mucho que contar. Como ya he corroborado en más de una ocasión, en Madrid todo es más grande de lo normal. Y como tal, impresiona. Gallardón, el alcalde, en sus presupuestos (y quizás con algo de conciencia ecológica que nunca viene mal a un político) ha invertido menos dinero en la colocación de bombillas (aún así se han colocado casi 7 millones en toda la ciudad) que además son de menor consumo. A pesar de ello, el gasto municipal ha aumentado porque parte de ese dinero lo han destinado a pagar a diseñadores de lujo para establecer modelos de iluminación innovadores, únicos y, ciertamente, espectaculares.

De esta forma, la moda también ha llegado este año colgada de un lado a otro de la calle. Las tradicionales campanitas de bombillas amarillas han pasado la historia en favor de vanguardistas modelos de múltiples colores y parámetros minimalistas (menos es más). En Chueca la bandera multicolor pendía en tiras sobre las cabezas de los viandantes, y en el paseo de Recoletos eran millones de círculos los que se perdían en el horizonte. Merecía la pena hacer un recorrido pues cada calle ofrecía una imagen diferente; de hecho, este año han puesto un servicio de autobús (por un euro) para poder ver las principales con un extra de un de guía cantando villancicos incluido.

A ello hay que añadir los árboles. Tanto los de verdad (con lucecitas en vez de frutos) como los de mentira, los de Navidad, que por supuesto, también eran enormes. Hasta 17 metros medía el de la Puerta del Sol (una especie de cono gigante decorado con triángulos verdes asimétricos); pero se ve que había otro de 51 metros diseñado por Agatha Ruiz de la Prada (esta mujer hace de todo) en la plaza de Carlos V. Habría que haberlo visto.

Pero lo que más me ha sorprendido de Madrid no ha sido ni su espectacular cabalgata ni la inimaginable marabunta de gente que invade el centro en estas fechas (y que literalemente te impide avanzar por las calles). Pues no. Lo que más me ha llamado la atención es la extraña costumbre que tienen los madrileños de ponerse pelucas de extravagantes tonalidades en la cabeza, a cada cual más ridícula. Es un fenómeno digno de estudio, pues lo mismo te ves a un cabeza de familia con un gorro con dos cuernos de reno, que a un abuelete con una cabellera morada tipo Alaska. La gente compra en masa estos productos y se los pone sin pudor. Y preguntando preguntando, aún no he encontrado a nadie que me explique este sin sentido. Igual es para ir a juego con la iluminación.

La gran nevada en Madrid

viernes, 9 de enero de 2009

Hoy hemos vivido una jornada histórica en Madrid. El despertar me trajo una sorpresa al mirar por la ventana del salón. ¡Estaba nevando! Llevábamos ya muchos días de frío y la posibilidad de precipitación de nieve sopesaba en el ambiente. Así que no lo dudé y enseguida me cambié de calzado: los botines por las botas de montaña. El día prometía. Ataviado con gorro y guantes nos dirigimos a las clases matinales, cuando por el camino me encontré con que casi no reconocía mi coche. Menos mal que a la escuela voy a pie.

La nieve lo cambia todo. De hecho, es la única que ha conseguido que los madrileños se vean forzados a conducir despacio. Era gracioso comprobar las caras de algunos al volante, impacientes por no poder acelerar. Al comenzar la clase, faltaba más de la mitad de los compañeros. Por las ventanas se veía cómo se empezaban a formar atascos en las carreteras. Y, después de apenas 3 horas con nuestro profesor, se nos anuncia que se suspende la jornada por el mal estado del tiempo. Día libre y rienda suelta a los juegos, batallitas y bolazos en un entorno totalmente recubierto de nieve que se asemejaba a la típica estampa navideña.


Los propios madrileños no recordaban una nevada igual desde hacía mucho tiempo. Los copos no han parado durante todo el día, y se ha formado una capa en el suelo que ha alcanzado los 10 centímetros. Según la tele, no ocurría algo igual desde 1977. Qué suerte estar aquí para contarlo. La ciudad se ha colapsado por completo, y muchos conductores, por la impericia de pisar el freno en un suelo tan resbaladizo, han terminado con sus vehículos en la cuneta. Las cabezas pensantes de la ciudad, desbordados por un fenómeno que les ha cogido por sorpresa, han pedido a sus ciudadanos que usen el transporte público; era lógico dejar el coche en casa, pero el metro estaba repleto de gente y muchos autobuses, como este que vimos en la Alameda, han perdido el control y se han cruzado obstaculizando algunas calles y consecuentemente todo el tráfico.

Otra importante consecuencia ha sido el cierre de Barajas, por primera vez en su historia. Hasta que las máquinas quitanieves han hecho su trabajo y han liberado las pistas, multitud de vuelos han sido desviado a aeródromos cercanos y el caos, nuevamente, se ha adueñado del principal aeropuerto del país.

Yo por mi parte he disfrutado como un enano de mi primer día de nieve en Madrid. Nos han dado fiesta en el "cole" y lo hemos aprovechado al máximo. Y es que la nieve, realmente, lo cambia todo. Menos mal que me puse las botas.

El Cabo de Gata desde una piragua

miércoles, 7 de enero de 2009

Tenía muchas ganas desde hace tiempo de visitar el Cabo de Gata; por eso, la maravillosa propuesta liderada por nuestro querido José Carlos de hacer una ruta en piraguas recorriendo el litoral mediterráneo del sur de España era poco menos que irresistible. Un fin de semana con los quetzales bien merecían las 6 y pico de horas que separaban Madrid de Agua Amarga, la pequeña aldea desde donde comenzaríamos nuestra aventura al sur de Carboneras (donde se iba a construir el famoso hotel que destruiría el desértico y virgen terreno natural que hacen único a este parque exento de complejos vacacionales que atraigan al turismo de masas). En el litoral oriental de España no existe otro lugar igual.

El sábado la jornada comenzó pronto, con los primeros rayos del sol. Las 12 canoas biplaza y la individual comenzaron su marcha dirección sur en una espléndida jornada soleada y carente de viento (el cual hubiera dificultado enormemente la estabilidades de nuestras naves). Desde el mar, y a bastantes metros de la orilla, la naturaleza nos ofrecía un paisaje espectacular: la aridez más absoluta (no obstante, el Cabo de Gata es una de las zonas menos pluviosas de Europa) a través de montañas rocosas formadas bien por acumulación de sedimentos o por restos volcánicos que no dejaban opción a la supervivencia de planta alguna. Pasamos la Cala de enmedio y la Punta Javana y apenas vimos varios arbustos y alguna palmera solitaria.

La primera parada la efectuamos en la Cala de San Pedro, un lugar propicio para los nudistas debido a que su acceso es muy complicado. Ante los restos de una antigua torre vigía, y sin mirar mucho de reojo, estuvimos jugando a un anárquico baloncesto sin reglas en un agua de temperatura templada. Después de descansar sobre su arena de color grisáceo, proseguimos la marcha. Dejamos atrás el Playazo de Rodalquilar donde descubrimos que también hay playas de arena blanca en el Parque Natural y nos aproximábamos a uno de los puntos críticos de la ruta si hubiera habido viento: la Punta de la Polacra. Al ser un saliente de tierra que provoca un cambio de dirección en la ruta de sur a oeste, es una zona donde el fuerte aire puede ocasionar violentos oleajes que ponen en peligro a toda embarcación que ose rondar cerca de la costa. Nostros tuvimos suerte y el tiempo, contradiciendo a las predicciones meteorológicas, nos concedió una tregua y pudimos disfrutar de un paraje extraordinario.

El mismo viento que hubiera condenado al fracaso nuestra expedición había forjado, a lo largo del tiempo, unas formas curvas en las montañas de roca que conferían a sus paredes diseños espectaculares. Lugares innaccesibles para el hombre y sólo conquistados por las gaviotas, únicas testigos de aquella obra de arte. Ellas y nosotros. Antes de terminar de cruzar la Polacra, descubrimos una cueva a la que pudimos acceder sin bajarnos de nuestras piraguas. Otro lugar inédito para muchos se abría antes nuestras embarcaciones. Conforme nos adentrábamos en ella, la luz se atenuaba hasta llegar al límite de paso posible. Allí nos topamos con unas bolas rojas pegadas en la roca bajo el nivel de la superficie del agua. Se trataba de una especie viva que algunos denominaron "tomatitos de mar". No sé si el nombre es muy científico pero sí bastante clarividente.

Continuamos remando y decidimos que era un buen momento para comer. Nos detuvimos en la Cala del Carnaje, que no era el mejor lugar porque en vez de arena contaba con pedrolos gordos como bolas de una bolera. Pero aprovechamos para hacer submarinismo en sus transparentes aguas. Allí vimos bancos de peces, erizos de mar, su fondo rocoso y por supuesto Andrea, la estrella del mar, encontró cosas donde nadie más las veía.

El agua en el Cabo de Gata no tiene comparación. Durante toda la ruta era increíble comprobar cómo debajo de nuestra canoa se podía contemplar el fondo marino. Su color variaba del turquesa al azul oscuro dependiendo de la profundidad del fondo y de su composición. Por eso pararse para bucear era casi una obligación, aunque algún vuelco de piragua no fue precisamente voluntario.

Al atardecer nos detuvimos en la Cala del Toro, único lugar de todo el Cabo de Gata donde encontramos una especie de bosque, lleno de árboles. Un oasis en el desierto. Allí plantamos el campamento y descansamos del largo día de remar tumbados en la orilla. Sin duda, el hotel más barato y de más estrellas.

Al día siguiente, tras un precioso amanecer, reanudamos el viaje pasando por nuevas calas de ensueño, como el Islote del Moro donde tuvimos que tener pericia para pasar entre dos grandes rocas sin volcar. Finalmente, llegamos a nuestro destino, San José, un lugar bastante más turístico y alejado de la paz que nos había acompañado el día y medio anterior. Una ruta de casi 40 kilómetros inolvidable que desbordó las ganas que tenía de conocer este lugar mágico.

Nuevo año

jueves, 1 de enero de 2009

Hace justo 365 días estaba celebrando la entrada en 2008 muy lejos de España, en un lugar mágico como la Playa Uvita de Costa Rica. Este año el escenario ha sido el tradicional, en casa y con la familia. Diferente pero igualmente satisfactorio. El año pasado los actores fueron los peligros de la Ruta Quetzal, y ayer, los amigos scouts. Muy bien rodeado dimos todos juntos la bienvenida a 2009.

Hoy me quiero acordar de un viaje que tenía pendiente de comentar. Hace unos meses nos reunimos en Agua Amarga, en pleno Cabo de Gata, un grupo de monitores de la ruta para uno de nuestros famosos encuentros. Año tras año, la familia va creciendo, y lo que en principio se convirtió en reuniones por España de los monitores de 2006, se ha convertido ya en una tradición a la que se sumaron el año pasado los de 2007 y recientemente los nuevos de 2008.

En Almería el número de participantes ascendió a 25, todo un record. Aún me sigue impresionando el enorme esfuerzo que realizamos todos por llegar a tiempo, tanto por el número de horas de trayecto (Marta vino desde Asturias, Charuca desde Valladolid, Andrea desde Ponferrada o Meri Angels desde Salamanca, por ejemplo) como por el escaso tiempo del que disponemos para reunirnos (apenas un fin de semana). Pero quizás por ello estos encuentros se viven tan intensamente: todos vamos con ganas e ilusión por reencontrar caras conocidas y por disfrutar al máximo cada segundo.

La excusa en esta ocasión era realizar una ruta en piraguas por el Parque Nacional del Cabo de Gata. Una experiencia impresionante maravillosamente organizada, como siempre, por el frente granadino encabezado por José Carlos. Las cristalinas aguas del mar Mediterráneo fueron testigos de los ataques piratas de canoa o canoa (con míticas peleas como la encarnizada contra Palma y José Pablo), con robos de remos incluidos y trasvase de objetos de una embarcación a otra. Volteos no autorizados de piraguas y paradas en el camino para sumergirnos y explorar el fondo marino fueron constantes en nuestro recorrido. Que si una playa nudista por aquí; que si una estrella de mar encontrada, cómo no, por Andrea; que si Charuca y Paula dedicen hacer más kilómetros que nadie y pasarse el destino...

Dos días intensos cargados de anécdotas que llevarnos en la retina. Anécdotas y otras cosas, pues alguno se llevó equipaje extra. Agustín y su pedrolo, la manta azul, la gorra amarilla, algunas piñas, y por supuesto la margarina tricolor que hizo las delicias de todos los presentes... y que incomprensiblemente (aún no me lo explico) se encuentra actualmente en el congelador de mi piso de Madrid.

Espero que el recién estrenado 2009 traiga nuevas aventuras. Por ganas de verse, desde luego, no va a quedar.