"Te quiero mucho"

sábado, 28 de febrero de 2009

Hace ya algún tiempo que Alba Molina canta este pegadizo estribillo en las cortinillas publicitarias que la consejería de Turismo de Andalucía ha ido colando en las programaciones de las diferentes cadenas televisivas. Hoy es 28 de febrero y es el día de Andalucía. Siempre me acordaré cuando de chico nos obligaban en el colegio el día antes a dibujar banderas de Andalucía y salir al patio a cantar el himno.

Estaba claro que de colegial no alcanzaba a entender lo que supone este día y lo que supone Andalucía. Un día en el que se celebra la fecha en la que el pueblo andaluz decidió constituirse en Comunidad Autónoma; yo no había nacido pero los que lo vivieron lo recuerdan como un día importante.

Hoy ya no vivo en Andalucía pero estoy seguro de que volveré; la tierra de uno atrae mucho: son tus raíces, es tu gente, es tu cultura. He tenido la suerte de conocer sus 8 provincias y en todas he encontrado gente sana, amable y abierta. Un pueblo con tradiciones asentadas, fiestas con sentimiento, gastronomía deliciosa, y un acento intrínseco que forma parte de su idiosincrasia (mal que le pese a alguna).

Al margen de ello, el patrimonio de Andalucía, tanto cultural como natural, es envidiable. Por su estratégica situación, esta tierra sureña ha ido acogiendo a pueblos unos tras otros (fenicios, romanos, árabes, cristianos) y de todos ha quedado un legado monumental difícil de igualar. Y su clima y gran extensión ofrece estampas variopintas como sus 917 kilómetros de costa, el rincón más lluvioso de España en la sierra de Grazalema en Cádiz, el desierto de Almería, las marismas de Doñana o las blancas cumbres de Sierra Nevada con el pico más alto de la Península.

Parece que me ha contratado Manolito Chaves para promocionar la tierra, pero no le hace falta. No es para menos sentirse orgulloso de venir de dónde vengo. Feliz 28 de febrero.

La fauna del Carnaval

martes, 24 de febrero de 2009

No creo que haya otro lugar del mundo en el que haya tanto personaje suelto como en la noche más populosa del Carnaval de Cádiz. Porque disfraces hay muchos (las tiendas suelen tener los mismos), pero en este lugar donde se rebosa gracia la imaginación alcanza límites insospechados. Los gaditanos y los no gaditanos pueden pasar meses pensando su disfraz de Carnaval, con una relación en cuanto a diversión directamente porporcional a lo ocurrente e inversamente proporcional al dinero que te gastes en prepararlo.

Ir sin disfraz por sus calles es estar fuera de juego. Todos se disfrazan y todos demuestran alegría, de forma que podemos tener interactuando a alguien vestido de telepollo siendo timado por un seudopolicía municipal; en Cádiz en Carnaval todo vale: le valió al mismísimo Papa, que orgulloso saludaba a sus fieles desde las alturas de un carro del Carrefour siendo llevado por su grupo de cardenales; o a los Lacasitos que con sus vivos colores rivalizaban en creatividad con otros M&Ms tamaño persona; la Mini-yo, Amy Winehouse, los Locopizza, los Messenger andantes que "salían a beber" o el mismísimo Tuenti (¿cómo puede haber un disfraz de Tuenti?), todos en Cádiz y con ganas de fiesta.

La fiesta es fundamentalmente nocturna pero comprobamos cómo desde la tarde ya la plaza de la Catedral se animaba con charangas y el Paquito Chocolatero, y cómo se llenaba de los seres más extravagantes. Los disfraces más repetidos, los de pitufos, piratas de mucha y poca monta (Jack Sparrows sobre todo), vacas (más vacas que en Madrid), hippies, y algún que otro caballero medieval pero ninguno como los "Cruzados de Beckelar". Las calles y plazas se llenaban hasta el colapso, y cambiar de plaza, de la de España a la Mina o a la de las Tortugas, es una locura. Pero, eso precisamente, una locura, es esta fiesta. Una macrobotellona en la que todo el mundo está caracterizado y con un buen rollo que se contagia de unos a otros. A nadie conoces pero con todos compartes algo: las ganas de diversión.

La noche se acaba pero los gaditanos continúan su Carnaval. Nos volvimos el domingo y nos perdimos el carrusel de coros, que ya disfruté el año pasado. Pero ello no es óbice para afirmar con rotundidad: Carnaval de Cádiz. Mejor fiesta 2009.

La cañada de mentira

sábado, 14 de febrero de 2009

Madrid se ha llenado de vacas. Y no precisamente de las que, año tras año, colapsan la Castellana en la popular Fiesta de las trashumancia reivindicando la defensa de las cañadas reales, esos pasos para el ganado que recorren durante centenares de kilómetros la Península Ibérica. Estas vacas de mentira forman parte de Cowparade, una iniciativa curiosa que trata de acercar el arte a todos mediante su exposición pública a pie de calle (algo que, como en otras ocasiones, aplaudo sin dudar).

La idea de Cowparade surgió hace 10 años en Zurich, y desde entonces ha copado plazas y calles de las principales ciudades del mundo. Las vacas llenan Madrid de color, y la gente se detiene con asombro a ver estos curiosos animales de fibra de vidrio a tamaño real. Las 100 vacas no pasan desapercibidas; no obstante, están repartidas por los lugares más emblemáticos de la ciudad, como la Puerta del Sol, la plaza de Santa Ana, la Puerta de Toledo y muchos más. La de la Puerta de Alcalá enseña orgullosa un "2016" para apoyar la candidatura olímpica de la ciudad.

La idea parece un poco tonta, pero algo tendrá cuando tiene tanto éxito. Y es que esta iniciativa va más allá de la simple exposición de estas obras al aire libre. Tiene un trasfondo social, pues desde su preparación (los diseños, desde reivindicativos, humorísticos o publicitarios, se sacaron de un concurso en el que todo el mundo pudo participar) hasta su finalización (en la que algunas de las vacas serán subastadas para obtener fondos de ayuda a diversas ONGs) están pensadas para unir arte y solidaridad.

Me gusta Cowparade porque está muy bien pensada. De hecho, han contado incluso con la desgraciadamente inevitable acción de los vándalos. La vaca de la foto de arriba, Albertina, fue robada de su ubicación en la plaza de Lavapiés por un grupo de chavales que no tuvo otra cosa que hacer que llevársela a su casa. Otras aparecen rotas y llenas de graffitis. Para paliar un poco este daño se ha creado un "Hospital de vacas" en el que todos los desperfectos son "sanados" por estudiantes de la Escuela de Restauración y Conservación de Bienes Culturales de Madrid metidos a "veterinarios"; además, han tenido el acierto de colocarlo junto al Hospital Infantil Universitario Niño Jesús para que los niños enfermos puedan disfrutar de este evento. Un nuevo punto a favor.

Esta particular cañada estará por Madrid hasta el 21 de marzo. Mejor, aún me quedan muchas por ver.

No hay domingo sin rastro

martes, 10 de febrero de 2009

El domingo hice lo que muchos madrileños hacen los domingos: ir al rastro, ese lugar en el que, como en los zocos árabes, se compra y se vende de todo. Aprovechando una tregua en la meteorología y sin intención de comprar nada, cogí el metro y me bajé en la parada de Puerta de Toledo, como podía haberlo hecho en la de La Latina (impresionante el número de personas que se bajaron en esta estación), Tirso de Molina o Embajadores, todos ellas formando un rectángulo que encierra en su seno el barrio de Lavapiés, sede de este popular mercadillo.

No es casual la ubicación del rastro. Lavapiés y su castizo nombre han sido siempre un barrio humilde, hogar de las clases bajas de la ciudad en otras épocas. Por ello no extraña que allí nazca y muera todos los domingos y festivos un improvisado mercado lleno de puestecillos que van desde tenderetes a una simple acera en el suelo (todo vale) en los que se puede hallar cualquier cosa. De hecho, hay un popular dicho que afirma que "lo que no se encuentre en el rastro, no existe". Y puede que sea verdad.

Al rastro llegué a eso de las 12:30, la hora de los guiris. Y es que en el rastro el tiempo importa. Los que simplemente van a pasear, por conocerlo, suelen visitarlo en sus dos últimas horas de vida (de una a tres, que coincide con el momento de mayor bullicio y ajetreo). Sin embargo, los auténticos buscadores de objetos, van al rastro a primera hora (a las 9:00), a patearse todas sus calles y encontrar las mejores gangas que poder regatear con algo de tranquilidad. De momento, no era mi caso.

Mi camino por el rastro se sucedió por sus típicas y empinadas callejuelas: la calle Mira el río Baja, la Ribera de Curtidores, la Plaza del Cascorro. En ese recorrido, los puestos de objetos se sucedían sin descanso, y la masa de gente, curiosa o interesada, se agolpaba por doquier. Con mi mano siempre en el bolsillo (los frecuentes robos son la cara triste de todo esto) me sorprendí de ver cosas que jamás pensé que se pudieran vender: tornillos, pomos y visagras antiguas (¿quién quiere una visagra oxidada?). Pues sí, había gente preguntando por ellas. Y es que, una de las cosas que he aprendido, es que en Madrid hay gente para todo. Y eso me fascina.

Relojes, libros usados, espejos, sillas, banderas, chapas... You name it... Hasta unos patines (justo en la semana en que me había planteado comprarme unos, y en la que había poco más que ironizado sobre la posibilidad de encontrarlos en el rastro). Pues allí estaban. Además, el rastro tiene algo de social: la gente va, pasea, se entretiene, compra algo, disfruta de algún espectáculo callejero y después se va a La Latina de tapeo. Cosa que, para adaptarme aún más a la cultura madrileña, no dejé de hacer.

Fue un gran día de domingo, aunque no encontré rastro de nada que me interesase plenamente. Pero, después de lo vivido, estoy seguro que es que no busqué bien. Está claro que tendré que volver otro día más temprano.

Guadalajara de cerca

domingo, 1 de febrero de 2009

Ya sabía yo que tarde o temprano terminaría visitando Guadalajara; por mucho que me habían insinuado sobre la pérdida de tiempo que supondría ir a una ciudad carente de atractivos turísticos, mi permanente curiosidad y los escasos 53 kilómetros que la separan de Madrid (lo que convierten a estas dos ciudades en las terceras capitales de provincia más próximas de toda España, por detrás de las duplas Valladolid-Palencia y Bilbao-Vitoria) me animaron a aprovechar mi sábado libre para hacerle una visita.

Y en tan sólo 25 minutos ya había llegado. No es un dato irrelevante, pues su proximidad a la capital de España forma parte, para bien o para mal, de su idiosincrasia. Esta tan cerca que desde allí se divisan a lo lejos las impresionante 4 torres de Madrid. Guadalajara está circundada por las autopistas que van a Zaragoza (la A-2 y la R-2) lo que la convierte en un lugar de fácil acceso para los madrileños que, por su cercanía, la han acogido como ciudad dormitorio (también quizás por unos precios de vivienda más asequibles). Ello repercute en la ciudad, que crece, pero con gente de fuera; algo que los guadalajareños asumen con la duda de si se convertirán en un barrio más de Madrid.

Pero Guadalajara tiene muchas aspectos que le confieren identidad propia. Tiene una historia, desde los árabes que la fundaron y le dieron ese nombre con el prefijo característico. Y unos nombres importantes para la ciudad, como la familia de los Mendoza, que dejaron como legado un impresionante palacio con un patio de doble arcada reflejo de su riqueza; o la condesa de la Vega del Pozo, que está presente en todos los rincones aunque nosotros sólo vimos un Panteón con su nombre de accesos complicados junto al recinto ferial.

El paseo por la ciudad es agradable aunque corto, pues con sólo 80.000 habitantes hay que tener cuidado para no salirse del perímetro. Pero tiene pinta de ser un lugar donde se vive con mucha tranquilidad. Como un pequeño pueblo. Subiendo por su calle mayor, se ven edificios de todos los tipos. Desde el ayuntamiento o el inmenso Banco de España, hasta las pequeñas casas que rodean la Concatedral. Desde fachadas mudéjares que recuerdan su pasado musulmán a graciosas muestras de graffitismo permitido en muchas paredes del centro. Casas que vieron nacer a ilsutres famosos como Buero Vallejo o afables anónimos como la señora Julia que nos ayudó por dos veces a encontrar nuestro camino. Contrastes extraños pero interesantes.

Por todo ello, rechazo las opiniones prejuiciosas que me aconsejaban no visitar esta ciudad manchega. Siempre es beneficioso conocer sitios nuevos, y más aún si los tengo a mi lado.