El patito feo

martes, 29 de septiembre de 2009

Glasgow siempre ha vivido a la sombra de Edimburgo, la capital bonita de Escocia. Las comparaciones son odiosas, pero es cierto que todos los tópicos que describen a Glasgow como una urbe grisácea, antigua, triste e industrial, se cumplen en apariencia. Glasgow no tiene ni más ni menos lo mismo que cualquier otra ciudad británica: un centro con algunas calles peatonales, todo muy comercial y enfocado al consumo constante, con edificios grises de época victoriana (a ver cuándo aprendo qué significa esto exactamente), con calles de típicas aceras de granito sin baldosas, y ningún edificio especialmente remarcable.

Pero, afortunadamente, las primeras impresiones no siempre son las que cuentan. Quince días viviendo en Glasgow me han permitido comprobar que el patito feo escocés quizás esconda un bello cisne. La ciudad, consciente de sus carencias, ha hecho un enorme esfuerzo por hacer de ella un sitio más saludable, por reencontrarse a sí misma, por buscar nuevos objetivos: de su lejano pasado ligado a la Revolución Industrial al presente enfocado a Glasgow como ciudad referente en cultura, diseño y ocio.

Arquitectónicamente, la ciudad se ha renovado. El punto de inflexión fue el genial Mackintosh con su innnovador estilo de primeros del siglo XX; la vanguardia la encontramos a orillas del río Clyde, principal arteria fluvial de Glasgow, con edificios ultramodernos siendo el buque insignia el Armadillo de Norman Foster (parecido a la Ópera de Sydney). El lavado de cara continúa en el casco histórico, en torno a la amplia y genial plaza de George Square: Glasgow es ciudad de compras. Las principales marcas se agrupan en las peatonales Argyle St y Buchanan St, siempre abarrotadas de gente, haga el tiempo que haga. Por último, la gran apuesta de la ciudad es su oferta cultural. Nombrada Ciudad Europea de la Cultura en 1990, en Glasgow no faltan esporádicos conciertos, teatros, espectáculos, exposiciones y permanentes museos y exhibiciones.

Por ello, podría decir que Glasgow es más una ciudad para vivirla que para visitarla. De hecho, la zona más bonita, desde mi punto de vista, está alejada del centro. Los alrededores del río Kelvin, segundo río de la ciudad, al noroeste en el plano que te dan en la oficina de Turismo, son un compendio de zonas verdes, casi boscosas, de jardines botánicos y de una espectacular Universidad con patios, jardines y los edificios más bellos de la ciudad.

Mereció la pena el viaje: me encantó descubir Glasgow y no dejarme engañar por el patito feo.

Un mundo feliz

domingo, 27 de septiembre de 2009

El único libro que he leido este verano ha sido "Un mundo feliz", el clásico relato de Aldous Huxley en el que desde una perspectiva de hace 80 años el autor imagina un futuro en el que las personas se fabrican a la carta, la sociedad está estandarizada, y el pensamiento brilla por su ausencia en contrapartida de un modo de vida sin problemas en la que todo el mundo está contento.

En Escocia, un lugar llamado New Lanark me recordó al escenario inventado por Huxley. New Lanark fue un poblado creado a finales del s XVIII, en plena eclosión de la Revolución Industrial, cuyo aislamiento no fue óbice para ser autosuficiente: a orillas del río Clyde, supo aprovechar sus recursos hidráulicos para instalar fábricas de algodón y sus recursos naturales para autoabastecerse de los alimentos necesarios para sus 2500 habitantes (tenían carne del ganado, pescado, verduras, pan...).

La peculiaridad de este idílico lugar fue la labor de gestión de Robert Owen, un lugareño que supo introducir ideas innovadoras para la época en tan pequeña sociedad. Avanzándose a su tiempo, y al contrario que en el resto de Europa, donde el proletariado vivía hacinado en condiciones insalubres, Owen decidió aplicar ciertos principios de la sociedad del bienestar en un contexto diametralmente opuesto. Así, los beneficios adquiridos los empleó en reformas sociales (asistencia médica gratuita para los residentes, horario laboral reducido) y educativas (los niños no trabajaban; al contrario, la escolaridad era obligatoria hasta los 10 años). Owen apostó por la psicología en su pequeño mundo donde los castigos estaban prohibidos y se premiaban los buenos comportamientos (por ejemplo, colocaba flores en las ventanas de aquellos que tuvieran la cabeza limpia). La mayor similitud con la obra de Huxley es que Owen creó un Instituto para la formación del carácter, un parvulario donde mandaba el principio del "todos somos iguales".

Robert Owen imaginó su comunidad ideal y la vio materializado en New Lanark. Aldous Huxley lo pensó en su mente y lo materializó en su libro. Uno es real, el otro ficticio, pero ambos te hacen pensar en lo fácil que es la manipulación de las personas y en lo difícil que es la búsqueda de la felicidad. Me gustó mucho la historia de este pequeño pueblo que fue, a todos los efectos, un mundo feliz.

Fire alarm

jueves, 24 de septiembre de 2009

Ya conocía de anteriores visitas la preocupación que se tiene en el Reino Unido por el riesgo de incendio, pero en este último viaje a Escocia este temor ha llegado a rayar la obsesión. Cualquier edificio de uso público, cualquier habitación, cualquier pared, está plagada de carteles advirtiendo del peligro de fuego. Como si los edificios ardiesen en llamas tan asiduamente, es habitual encontrar dos, tres, diez papeles informativos con conductas a evitar, con planos del edificio y vías de evacuación.

Es curiosa está preocupación en un país en el que llueve a todas horas; pero el riesgo de fuego está siempre ahí, y hay que ponerle freno como sea. Es por ello por lo que todas las habitaciones tienen un detector de humos, conectado a la central de bomberos por si salta la alarma. La obsesión es tal que da lugar a situaciones abusrdas, como la del año pasado cuando, con una ducha propia en mi habitación, tenía que cerrar la puerta del aseo mientras me duchaba porque, según rezaba, por supuesto, un cartel informativo, el vapor del agua podía hacer saltar la alarma.

Este año la residencia era incomodísima. Los largos pasillos estaban divididos por pesadas puertas, que además siempre se cerraban solas, de modo que ir de un lado a otro parecía más un ejercicio de fortalecimiento de músculos por tener que abrirlas constantemente. La explicación la encontramos de nuevo en el fuego: son puertas corta-fuegos, de modo que siempre cerradas pueden obstruir el paso de las llamas en un incendio.

Otra cosa curiosa que jamás había visto antes estaba a la entrada de la residencia. Un gran panel azul lleno de alcallatas, cada una con un número. A cada uno de nosotros nos correspondía un número diferente, y cada vez que salíamos de la residencia, teníamos que colocar en nuestra alcallata una fichita roja. Y cada vez que regresábamos, acordarnos de quitarla. El sentido, nuevamente, la prevención: en caso de incendio, un vistazo a qué fichas están puestas nos revela quién está dentro del edificio y quién fuera. Un sistema tan incómodo como absurdo: por las veces que se te olvida ponerla cuando te vas, por las que no la quitas cuando regresas, y, sobre todo, ¿quién, estando dentro y cuando salta la alarma, va a perder tiempo en colocar su fichita?

Quien visita UK se da cuenta de lo estructurado y cuadriculado que lo tienen todo. No se saltan ni un procedimiento, aunque tarden más en lograr lo que buscan. Todos hacen todo igual. Con el fuego pasa algo parecido. Los protocolos de actuación están establecidos por ley, y nadie se los salta. Por eso cada 15 días hacen un simulacro de incendio en empresas, oficinas, colegios... Y por eso hay tantos carteles, tantas puertas, tantos extintores, tantos detectores y tantas alarmas de incendio por todas partes. Tanto tanto tanto que a veces pasa lo que pasa.

Y pasa que a veces salta la alarma cuando es falsa. Como cuando te duchas sin cerrar la puerta. O como en la ghymkana del primer día, cuando los chavales en la residencia abrieron las puertas de emergencia durante el juego sin saber que sólo eran para casos de incendio y un estridente sonido empezó a chirriar nuestros oidos. Menos mal que se pudo avisar a los bomberos del error, pues una falta alarma provocada se castiga con una multa de mil libras. Como para andar con bromas en UK.

Pasión por el fútbol

jueves, 17 de septiembre de 2009

Siempre ha sido uno de mis sueños asistir a un partido en UK; disfrutar de la calidad de su juego y sentir en vivo la pasión desmesurada que los hinchas de los equipos británicos inculcan a su equipo. Pero conseguir entradas es casi una lotería: se reservan únicamente a los socios y apenas sacan unas pocas a la venta para los visitantes. En Glasgow me tocó el gordo por estar, sin quererlo, en el sitio adecuado a la hora justa.

Y vaya partido: la previa de la Champions League entre el Celtic y el Arsenal. Un estadio a rebosar que me recordó al del Betis, por su forma y sus colores pero que, curiosamente, en sus aledaños no emanaba ruido alguno. Los británicos son silenciosos hasta en sus aglomeraciones.

Todo lo contrario que en el interior. El Celtic Park se iba llenando amenizado por un concierto de un grupo local que iba calentando el ambiente. Cuando ya no cabía ni un alfiler, el speaker tomó las riendas y todo el público se puso en pie, en una especie de ritual al que, sorprendido, me tuve que unir y para el que no iba preparado: los aficionados, todos en camiseta, de aros verdes y blancos; y yo, muerto de frío, con chaleco, chubasquero y braga, de color rojo para más inri (el color, precisamente, del Alsenal).

Dada mi posición, no quedaba más remedio que unirse a la fiesta. Pero no costó mucho. Por los altavoces empezó a sonar una canción que los hinchas comenzaron a cantar al unísono. La Celtic song, un himno con melodías irlandesas muy animada.

Y a continuación, sin parar, empezaron los acordes de algo que me sonaba: era el You'll never walk alone, la canción símbolo de los aficionados del Liverpool. No me había equivocado de partido: Celtic y Liverpool están hermanados y ambas aficiones cantan esta exitoso tema de Gerry & The Pacemakers que triunfó en los 60. Los pelos se pusieron rápidamente como escarpias ante las 60 mil gargantas cantando en una sola voz con sus bufandas al aire. Un sonido capaz de intimidar al adversario más aguerrido. Algo realmente impresionante.

La afición estaba ya enfervorecida, y yo con ellos; pero aún gritaban más cuando salieron los jugadores y comenzó a sonar el himno de la Champions. Y aún más cuando los jugadores del Celtic se reunieron en una piña conocida como The huddle que forma parte de la ceremonia de inicio del partido. Y aún más con el pitido inicial. El estadio estalló. La pasión se desborda.

Vivir esta partido fue toda una experiencia. La afición se fue enfriando conforme su equipo jugaba cada vez peor, pero siempre actuando con deportividad. Fue una pena no poder cantar ningún "Yes" porque el Celtic no marcó, pero por lo menos comprobé que es cierto que se vuelven locos cuando tienen un corner a favor. Consuelo de muchos. Y después de la derrota 0-2 contra el Arsenal, y de un nefasto partido de los locales, los aficionados despidieron a su equipo con una sonora ovación. En ejemplo de que la pasión no está reñida con las buenas maneras. Cuanto tendríamos que aprender por los campos de España...

Tiempo de perros

domingo, 13 de septiembre de 2009

La profesión más frustrante en Escocia es la del hombre del tiempo. Ciertamente, en un lugar en el que las condiciones atmosféricas cambian cada 5 minutos no debe ser nada fácil acertar con una predicción general. De 15 días que he estado en Glasgow me ha llovido en 13, y el sol sólo ha brillado con fuerza en los otros dos restantes. Pero lo peor es el hecho de que el día empiece lloviendo no quiere decir que se vaya a mantener así. La impredicción está a la orden del día.

Así, lo primero que se hace en Escocia al levantarse es mirar por la ventana qué tiempo hace. Normalmente, te encontrarás un día gris con un cielo nublado y gotas de lluvia rebotando en los charcos del suelo. En función de ello, tienes que elegir qué vestimenta llevar para afrontar el día. Lo normal es calzarse las botas, un buen chubasquero y un paraguas que amaine la lluvia. Pero enseguida te das cuenta de que la lluvia es un chirimiri constante que hace incomodísimo el paraguas. De repente la lluvia cesa y aparece un tímido rayo de sol entre las nubes. La esperanza del buen tiempo dura poco: a los diez minutos se vuelve a nublar, o empieza a llover, o a ventear, o a clarear... para volverse locos.

Es muy difícil acostumbrarse al tiempo en escocia. Comprobé que la mejor solución era portar siempre una mochila en la que guardar el paraguas, el chubasquero y el chaleco por si en algún momento del día no hiciera falta. Los escoceses tampoco lo aceptan pero viven con ello. Es normal que miren al cielo y, dependiendo de la dirección y velocidad con la que se muevan las nubes, acepten si en un corto intervalo de tiempo lloverá o no. Y están bien preparados: hasta los gaiteros llevan unos impermeables especiales para que no se estropeen sus faldas. Ya se sabe que en UK pueden llover hasta perros y gatos...

Bienvenidos a Escocia

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Este año Escocia se viste de fiesta. Los escoceses han elegido este año para dar al conocer al mundo su cultura con motivo del 250 aniversario del nacimiento de Robert Burns, su poeta más conocido y símbolo nacional. Burns representa los ideales de una identidad escocesa que otros defendieron en las batallas y él supo combatir a través de las palabras. Aunque quizás nos interese más saber que él fue el creador de la triste cancioncilla que se canta en las despedidas: "Llegado ya el momento...".

Con esa excusa se ha creado "Homecoming Scotland", un evento de un año de duración que gira en torno a las aportaciones de Escocia al mundo, desde el golf al whisky, a través de más de 200 eventos repartidos por todas y cada una de sus regiones. Música, danza, exposiciones, festivales, acontecimientos deportivos... todo tiene cabida en un programa repleto para todos los gustos. En mi estancia en agosto ha podido disfrutar de algunos de ellos.

Glasgow, Piping Festival. Durante una semana los gaiteros invadieron Glasgow. Era imposible pasear por sus calles sin disfrutar de los grupos tocando sus tradicionales canciones y vestidos con las clásicas faldas a cuadros. Un ambiente festivo que se concentraba a media mañana en George Square, donde varias bandas desfilaban con sus inconfundibles sonidos de viento. Y como fin de fiesta, un impecable desfile por todo el centro.



Edimburgo, Fringe Festival. Agosto es sinónimo de fiesta en Edimburgo. Su festival es famoso en el mundo entero, un festival en el que cada día supone algo nuevo. A lo largo de la Royal Mail las actuaciones callejeras se suceden una tras otra: magos, equilibristas, humoristas o cantantes, artistas anónimos que buscan divertir al público y, porqué no, una merecida propina. Las actuaciones son impresionantes y el público lo agradece entregado a ellas.

Aparte de ellos, la calle se llena de figurantes que tratan de promocionar otros espectáculos ya de pago: títeres, danza, ópera, conciertos, teatro... todo tiene cabida. De este modo, el paseo por la Royal Mail es un surrealista viaje donde se encontra gente disfrazada de cualquier cosa.

Así me dio la bienvenida Escocia, un país que me ha fascinado y al que tengo que regresar, y así nos la dan algunos de los escoceses más ilustres en pintorescos lugares de esta tierra:


La Catedral de Kingsbridge

lunes, 7 de septiembre de 2009

Cuando Ken Follet escribió Los Pilares de la Tierra tuvo que hacer un enorme esfuerzo de investigación sobre el tema de la construcción en general y de templos en particular para poder reflejar en su best-seller una historia atrayente para un lector medio. La catedral de Kingsbridge es un ente ficticio, irreal, que se fue moldeando en la mente de Ken Follet y que cobró forma en las cabezas de todos los los que nos empapamos de las aventuras de Tom Builder y compañía.

Para la secuela de esta obra, Un mundo sin fin, Ken Follet lo tuvo un poco más sencillo. La catedral que él siempre soñó quizás sí que existiera sin él saberlo. Y la encontró en Vitoria, en pleno centro urbano. El escritor galés visitó la Catedral de Santa María, una edificación peculiar porque aún está en obras... más exactamente, en restauración.

Y la visitó porque, a pesar de estar en obras, la Catedral de Santa María está abierta al público en visitas organizadas que, con el correspondiente casco en la cabeza, te muestran las labores de restauración y te explican in situ parte de su historia. El templo eclesiástico está patas arriba. Los andamios invaden un espacio que debería estar ocupado por bancos y símbolos religiosos. El suelo levantado deja ver los cimientos de una construcción colosal. Y una simple mirada a su estructura deja ver grietas en los muros y arcos deformados que dan sensación de colapso inminente.

Todo comenzó cuando una parte del edificio se derrumbó en los 90. Los estudios demostraron que la catedral fue construida con unos materiales que soportaban las cargas estructurales para las que fue concebido. Pero reformas posteriores, como la sustitución de la bóveda de madera original por una de piedra, más pesada, o la construcción de un triforio que quitó consistencia a las columnas, fueron mermando poco a poco la estructura, lo que facilitó su deterioro.

Los planes de restauración, que se entienden perfectamente en la visita, tienen como objetivo el afianzar el templo para evitar su derrumbamiento con la colocación de nuevas resistencias en el subsuelo y las columnas, y el dotar al edificio de una doble función, religiosa y cultural, para el disfrute de todos.

La visita a esta obra es altamente didáctica, y ayuda a entender la complejidad constructiva de este tipo de edificaciones. Los trabajos acabarán en 2012, fecha en la que dejarán de estar descubiertas las entrañas de la catedral que Ken Follet nunca imaginó encontrar.

Vitoria-Gasteiz, dos en una

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ya su nombre da mucho que pensar acerca de lo que significa esta ciudad. Un ejemplo de integración, una dualidad siempre presente en busca de una convivencia pacífica y armoniosa. Porque Vitoria no es sólo Vitoria, es también Gasteiz. Al contrario de lo que pensaba, Gasteiz no es el nombre en euskera de la capital del País Vasco. Gasteiz es el nombre de la primitiva ciudad medieval que se formó en lo alto de un cerro a la que con el paso del tiempo se fueron anexionando extramuros nuevos asentamientos que convirtieron a la aldea en villa y a Gasteiz en Vitoria.


Hoy ese cerro es el centro histórico de la ciudad, con una muy característica forma de almendra, con calles concéntricas con nombres de gremios otrora significativos, que poco a poco se van despoblando de su envejecida población para dar paso los inmigrantes. Unas escaleras mecánicas bien integradas en el conjunto tratan de evitar salvar los desniveles de las cuestas y la desertización del centro.


Vitoria y Gasteiz son dos en una, y dos es un número importante en la ciudad. Porque no tiene una sólo catedral, sino dos, la vieja gótica, estandarte de la céntrica almendra, y la nueva neogótica, en el ensanche. El ensanche es un gran espacio céntrico de calles amplias y en su mayoría peatonales, donde pasear siempre que no llueva o nieve es una delicia. Grandes plazas como la de la Virgen Blanca (con el monumento a la Independencia de España, de nuevo dos –doble sentido), la creada por Chillida para practicar juegos tradicionales (frontón, bolos, juegos rústicos) o la Plaza porticada con, nuevamente, doble nombre, Plaza de España o Plaza Nueva, dependiendo del partido político de turno que le toque gobernar.


La ciudad se prepara para sus fiestas, la primera semana de agosto. Los carteles nos lo recuerdan: Jai Zoriontsuak/Felices Fiestas. Nueva dualidad, castellano/euskera, que conviven en señales, nombres de calles, anuncios... incluso en las conversaciones de calle. Vitoria también apuesta por el futuro y tiene recientemente dos, lógicamente, nuevos medios de transporte: el nuevo tranvía y las bicicletas de alquiler, con un curioso sistema protector que las envuelve para evitar el vandalismo.


Entre pinchos y zuritos por alguna tasca, me sorprende la cantidad de espacios verdes de la urbe, especialmente el Parque de la Florida, un auténtico bosque en pleno centro. Pero eso es poco comparado con lo que rodea a Vitoria. Alrededor de la ciudad se ha creado un anillo verde, aprovechando varios parques que la bordeaban, de forma que se puede circundar todo lo urbanizado entre pinos, lagos y ciervos. Todo un lujo.


Vitoria-Gasteiz es una gran ciudad, donde me da la impresión de que se vive muy bien. Quizás por ello la elijan los lehendakaris para residir, en el lujoso Palacio de Ajuria Enea. Sus otros 250.000 habitantes disfrutan de ella y de sus posibilidades. De sus dos, claro, equipos deportivos favoritos, el exitoso Tau y el ahora no tanto Alavés; de la fusión en una de sus dos cajas principales, Caja Vitoria y Caja Álaba que ahora son Caja Vital; y de sus dos, principales fábricas, la Michelín y la Mercedes. Un gran lugar para vivir donde no serás tentado a comer en un McDonalds: el único que había en el centro cerró por su escaso éxito. Ninguno mejor que uno; al contrario que Vitoria-Gasteiz: dos mejor que una.