Sólo una semana de la arquitectura

jueves, 14 de octubre de 2010

Son plausibles las iniciativas culturales en una ciudad, le dan vida y movimiento, y te sacan de la rutina diaria. En Sevilla acabó la semana pasada la IX Semana de la Arquitectura, una propuesta de acercar al público edificios significativos de la ciudad, que rara vez son expuestos al interés general del visitante, por medio de visitas guiadas a través de arquitectos que exponen su historia y método constructivo. Y a tenor de la gran acogida popular, pues las visitas eran para grupos cerrados previa cita telefónica de un teléfono que no paraba de comunicar, la semana se quedó corta.

Este año los edificios elegidos eran tan variados como el Palacio Arzobispal, el Palacio de San Telmo o las modernas instalaciones de la nueva sede de Abengoa en Palmas Altas. Cuando por fin nos cogieron el teléfono, las únicas visitas que quedaban era para la Casa de los Pinelo, nombre del que antes de apuntarme jamás había oido hablar.

Las visitas son cada media hora y en grupos reducidos. La Casa de los Pinelo está en pleno centro, en la calle Abades, y siempre ha estado allí pero puede pasar desapercibida para el que no la conozca. La guía nos explicó detalladamente su historia, de sus nobles dueños y de sus posteriores y variados usos que casi acaban con su destrucción. También conocimos sus detalles arquitectónicos, se fachada con mirador porticado y sus elegantes patios renacentistas. Y supimos que hoy es sede de las Reales Academias Sevillanas de Bellas Artes y Buenas Letras.

Resumiendo, esta iniciativa permite conocer lugares a los que no prestamos la atención que pudieran merecer. Seguro que en Sevilla hay tantos que esta semana podría perfectamente ser un mes.

Mi gozo en el pozo

jueves, 7 de octubre de 2010

La vida de los habitantes de la Lora, al norte de Burgos, transcurría tranquila, sin más prosperidad que la buena cosecha de sus huertos o del escaso ganado que resistiera las duras condiciones del ventoso páramo a 1000m sobre el nivel del mar. Pero una noticia hizo albergar las esperanzas de un futuro más venturoso, pues en sus tierras se hallaba un tesoro escondido que podría cambiar sus vidas y las de todo un país: se había hallado petróleo en España.

La comarca se revolucionó. A sus escasos habitantes, idealizando lo poco que sabían del sueño americano, les entró la fiebre del oro, del oro negro en este caso. Era el año 1964, época del tardofranquismo, en la que se dio un gran impulso a esta nueva posible fuente de ingresos. Vinieron ingenieros y en el pequeño pueblo de Ayoluengo se instalaron los primeros yacimientos de petróleo del país. Campsa se hizo cargo de las explotaciones y dio trabajo a muchos oriundos de la zona, tanto de la Lora como de Covanera y alrededores.

Se desató la euforia, se hablaba de una gran refinería que produjese millones de barriles de crudo anuales, de un gran gaseoducto que uniese la zona con el puerto de Bilbao, del nuevo Texas a la española... pero el gozo de los grandes soñadores se hundió tanto como los cientos de metros de profundidad que miden los pozos para extraer el petróleo. El crudo extraído era muy pobre, su color, de un marrón muy alejado del puro negro, y las reservas, mucho menores de lo esperado.

Los yacimientos fueron pasando de una compañía a otra, el entusiasmo decreció, pero no por ello el complejo ha caído en desuso. Hoy, apenas trabajan 14 empleados vecinos de la zona, nunca se alcanzan los 100 barriles al día, y sólo funcionan 11 caballos de los 53 que llegaron a construirse. Sus motores giran, pausados y solitarios, produciendo un característico ruido de desolación y un olor a abandono.

El futuro de la explotación es mucho más negro que el crudo obtenido, y la zona se está deshabitando. Incluso la gasolinera de Sargentes de la Lora está totalmente desmontada. Se habla de un próximo museo del petróleo, que recordará lo que un día fue un gran sueño truncado. Mientras, el sol se va ocultando por el páramo dejando ensombrecidas las emergentes figuras de unos caballos que relinchan de pena sin cesar.

Burgos evoluciona

martes, 5 de octubre de 2010

Algo está cambiando en Burgos. La ciudad fría calienta motores hacia su modernización: peatonalización, carriles bici, candidata a ciudad europea de la cultura en 2016, el venidero AVE y el proyecto estrella que será el símbolo de la ciudad, Catedral mediante, en el siglo XXI: el Museo de la Evolución Humana (MEH). El nuevo coloso, objeto de críticas y halagos por igual, da nuevos aires a la ciudad, que resucita el margen izquierdo del río Arlanzón con nuevos espacios verdes, fuentes y paseos, además de aportar un auditorio público y un centro de investigaciones que se suman a las exposiciones museísticas.

Y no es un museo cualquiera. Si Burgos dedica un museo a este tema es porque en su provincia se han hallado los restos fósiles humanos más antiguos de la historia. La Sierra de Atapuerca fue testigo, illo tempore, de las andaduras de los primeros homínidos que hoy conocemos. En las galerías y cuevas excavadas hay trozos de dentaduras y mandíbulas de hace 800.000 años, cifra que se dice pronto pero que deslumbra si lo comparamos con los apenas 5.000 años que tenemos de Historia escrita. Esta nueva especie, un nuevo eslabón en la cadena evolutiva, ha sido bautizada como Homo antecessor, que significa explorador pero, sin duda, lo de antecesor le viene al pelo. En Atapuerca han hallado también una especie de sima funeraria, la más antigua jamás encontrada, que ha permitido obtener esqueletos completos con una calidad excelente de una edad de 500.000 años; muestras de ello, la cadera Elvis, el cráneo Miguelón o la mano que se exponen en el museo.

El MEH abre sus puertas hacia dentro, con un enorme espacio diáfano pleno de luz donde se exponen los restos principales, así como se repasa la historia de la evolución humana con las más modernas teconologías; pero también hacia fuera, pues organiza visitas guiadas en autobús a los yacimientos in situ y al parque arqueológico de Atapuerca para conocer de primera mano cómo se estudian y analizan los huesos por parte de los científicos. Un millón de años de historia al alcance de cualquiera.