Recuperemos la Expo

viernes, 14 de enero de 2011

Más de 18 años han pasado desde que bajase el telón de la Expo, tiempo tras el cual la función acabó para siempre y sus escenarios fueron llenándose de polvo en un letargo eterno. Desde 1992, mucho directores para tan poco teatro, 18 años en los cuales no se ha alcanzado la madurez, y maravillas fueron cayendo en el olvido y la descomposición hasta su inutilidad absoluta, como el monorrail, las estaciones del telecabina, la fastuosa cabalgata, los jardines, las pérgolas de agua, la bola gigante, el Palenque, la estación del AVE y un largo y triste etcétera. Pues es penoso comprobar lo que se tenía y lo que queda, y cómo Lisboa ha convertido su expo en un flamante Parque das Naçoes, limpio, reciclado y abierto, y como en Sevilla cuesta no tropezar con alguna baldosa suelta dentro de los barrotes blancos que enjaulan la Cartuja.

El mal está hecho, ahora toca no hacerlo aún peor. Por eso son plausibles las inciativas de abrir espacios como el flamante Jardín americano, recuperando los espacios del antiguo Pabellón de la Naturaleza de la Expo junto al margen derecho del río Guadalquivir. Un lugar único que se debería promocionar con orgullo, pues sus 3 hectáreas acogen más de 350 especies de plantas diferentes, la mayoría provenientes del continente americano. El jardín se ha concebido para uso y disfrute peatonal o ciclista, y se divide en diversos ambientes que recrean las condiciones necesarias para que ese tipo de plantas se desarrollen en Sevilla. Así, sorprende un umbráculo cuyo techo formado por láminas de madera dejan pasar más o menos la luz dependiendo de la flora a la que afecte; o el jardín de las pameras, el de los cactus, el lago y sus cascadas, la esclusa, las reutilizadas pérgolas o el jardín de ribera.

Además, se ha creado una plataforma de madera flotante, para circular a pie o en bici y disfrutar de ambas orillas del río desde una perspectiva diferente. El jardín americano es todo un acierto, y demuestra que en Sevilla aún quedan tablas para montar otra buena obra, como el pabellón de la navegación, la torre Schindler y otros, atrezzo idóneo todavía entre bambalinas para un necesario revival que apasione de nuevo al desencantado público.

Lo hortera por bandera

lunes, 10 de enero de 2011

El clásico corazoncito en cuyo interior encerrábamos las iniciales de dos enamorados y que todos hemos pintado en el pupitre de la escuela ha salido del aula y se ha renovado: ahora la moda es dibujarlo en un candado y atar el candado a algo visible para que todo el mundo sea partícipe de ese amor que no se puede separar.

El Sevilla el lugar escogido para esta nueva tradición es el puente de Triana, el más clásico y bonito de cuantos cruzan el Guadalquivir que ahora más bien asemeja al escaparate de una ferretería. Las preciosas formas de su hierro forjado se afean por una sucesión de candados de todas las formas y colores, y las iniciales se complementan con frases como "nuestro amor es lo más grande" y otras perlas por el estilo. Pero sin duda lo peor de esta horterada es que la tradición dictamina que la llave del candado debe tirarse al río para que nunca nadie pueda reabrir el candado y deshacer el amor. Toma ya, en vez de una rosa me compro un candado y encima contamino el Guadalquivir, por si ya tenían poco los peces de tres ojos que nadan en sus aguas.


Lo más curioso del caso es que toda esta ola de chabacanería viene del gesto de una pareja en la novela de Federico Moccia A 3 metros sobre el cielo, donde los protagonistas efectivamente daban fe de su amor en Roma encadenando un candado a una farola del Puente Milvio y lanzaban la llave al Tíber. En la era del platanismo, donde todo se globaliza a una velocidad de vértigo (la novela se publicó en 2008), miles de personas copiaron el gesto y la pobre farola apareció con un enjambre de candados (ver foto) que, debido al peso generado, al poco tiempo cedió y ¡se cayó al río!

Los candados del puente de Triana ya han sido retirados alguna vez por el ayuntamiento, con los consecuentes costes que ello genera, pero aquellos se reproducen más rápido que los Gremlins cuando se mojaban. La masa social con su bandera de lo hortera está imponiendo su dictámen, y ya no sé si llorar o poner mejor una ferretería en la esquina del puente.