Cayos no malayos

martes, 26 de julio de 2011

Lo mejor de Florida lo reservo para el final. Porque justo al final, en el extremo sur de la península, está un territorio otrora inhóspito, un archipiélago estirado de 1700 islas conocido como los Cayos, el último latigazo de América del Norte que parece dejar cerrado geográficamente al Mar Caribe.

Los cayos eran unos islotes por los que el tiempo parecía no haber pasado: las más de 200 millas que separan las islas más alejadas las hacían difícilmente accesibles al ser humano... hasta que el gobierno estadounidense decidió unirlas por ferrocarril a mediados del siglo XX. Las islas se poblaron y progresaron económicamente, en detrimento de una naturaleza hasta entonces intacta. Un huracán destrozó las vía del tren, pero enseguida se aprovechó su recorrido para construir una carretera de Cayo Largo a Cayo Hueso, una cuenta atrás de 126 millas para hacerse una foto en la Milla 0.

A pesar de ello, los cayos siguen siendo únicos. La explotación turística ofrece explorarlos en recorridos en barco o kayak, haciendo senderismo por islas vírgenes, nadando con delfines o practicando todo tipo de deportes acuáticos. En mi caso, me decidí por investigar el fondo del mar con mis gafas y mi tubo de snorkel.

Lo que más impresiona de los cayos es su entorno: los islotes eclosionan en medio de un inmenso mar de color azul turquesa. Sus cálidas aguas favorecen la ausencia de plancton disuelto, por lo que la luz solar pasa directamente a través del agua y refleja ese intenso color que deja maravillado a cualquiera.

El barco sale de Cayo Largo, a través de unos impresionantes manglares llenos de garzas que nos miran a nuestro paso. Enseguida sale a mar abierto y, surcando las tranquilas aguas, entre diferentes tonos de azul, nos deja a 8 millas de tierra. Allí nos zambullimos con la sorpresa de que, tan lejos de la orilla, el fondo se encuentra apenas a dos metros de la superficie. La visión es prístina, como si estuviéramos en una piscina sin cloro. Y a través de nuestras privilegiadas gafas de bucear se nos presentó el impresionante mundo marino.

Habrá pocos sitios que impacten tanto como el agua de los Cayos. Mientras flotaba en el mar, justo debajo de mí se abría un gigantesco arrecife de coral. Sus abanicos se mecían con la corriente, casi tocando mis pies. Y en medio del coral, cientos, miles de peces de todos los colores y tamaños. Lo mismo nadabas junto a un banco peces verdes con labios rojos que te estremecías ante la vigilante mirada de las barracudas. Azules, amarillos, naranjas... toda la escala cromática nadaba impertérrita junto a mi. Pasada hora y media, suena la bocina. Me han parecido 5 minutos. El barco retorna, mejor no perderlo porque no vuelve a pasar otro.

Guía para destruir un ecosistema

sábado, 16 de julio de 2011

La conciencia ecológica brilla por su ausencia en Estados Unidos. Les importa más hacer caja que las posibles consecuencias devastadoras de sus acciones. Primero se realiza y luego se piensa cómo solucionarlo. Las pasó con la A1 que une los cayos. Y les ha pasado con esa carretera que une Miami con Naples, una espada que atraviesa el corazón del Parque Nacional Everglades, que ha conseguido desangrar el mayor humedal que existía en el sur de los EEUU.

Hace 100 años, estas "ciénagas eternas" eran un territorio inhóspito, un hábitat único formado al sur de Florida gracias a la acción del River of Grass, una masa de agua dulce de 80 kilómetros de ancho y apenas 15 centímetros de profundidad que avanzaba imparable hacia abrazarse al Mar Caribe, creando un ecosistema de aguas salobres donde convivían cocodrilos con caimanes, o donde las garzas volaban a sus anchas entre una extensión infinita de manglares.

La necesidad hizo que se construyese la Tamiami Trail y que el 60% de sus ricas aguas se desviasen a poblaciones y granjas; el desastre se cernió sobre los Everglades. La carretera dividió el entorno natural y el humedal comenzó a secarse. En 50 años, la espesa vegetación comenzó a clarear, el número de aves se redujo en un 90% y hoy existen más de 20 especies en peligro de extinción, como los manatíes, pumas o tortugas. Hoy los Everglades siguen amenzados. La Unesco añadió en 2010 a este Parque Natural en la lista de Bienes Naturales de la Humanidad en Peligro. A la espera de que las nuevas medidas surtan efecto, los turistas siguen quedándose impresionados por poder pasear en bici rodeados de cocodrilos, o viajando en barcazas por los manglares. Ni un ápice de lo que en su día fue este ecosistema perdido.

Miamiscelánea

martes, 5 de julio de 2011

Es probable que no haya otra ciudad en el mundo que encierre más tópicos que Miami. Buena culpa de sus estereotipos han sido potenciados por el universo del celuloide, puesto que Miami se gusta a sí misma como escenario de películas y series; no obstante, si el río suena, aunque sea el río Miami, agua lleva, y en este caso la ficción no dista mucho de la realidad.

La imagen que todos tenemos de Miami son la de cuerpos esculturales luciendo palmito por la playa. Es un tópico que se queda corto: el culto al cuerpo es una filosofía de vida. Tanto que los autobuses muestran anuncios de aumentos de pecho, e incluso las maniquíes de las tiendas exhiben turgentes pechos. La extensísima Miami Beach, con sus kilómetros de arena fina y aguas color turquesa, es una tuneada pista de atletismo por la que misses y misters corren o hacen ejercicio, o por cuyo paseo marítimo ruedan bicis y skaters. Por las calles, estos modelos al uso van sin tapujos en bañador o bikini, un postureo permanente con el objetivo de lucir.

Se dice de Miami que es el paraíso del ocio y la fiesta nocturna. Y no carece de razón esta afirmación. En Juegos salvajes sólo se ve un anticipo de lo que es en verdad Miami. Por la noche, el glamour se apodera de las calles: los cuerpos esculturales se visten de gala, con tacón alto y minifaldas XS, con zapatos de punta y camisas de Armani. Los hoteles de la playa abren sus macro discotecas, o sus fiestas privadas al lado de la piscina. El lujo gusta, los coches de Miami los vimos en 2 Fast 2 Furious, y no hay nada mejor para aparentar que llegar con tu ferrari o limusina a la puerta de la disco y que un gorrilla con esmóquin te aparque el coche.

Porque Miami es lujo, y el lujo gusta a los famosos. Julio Iglesias no se vino a Miami de casualidad. Quería estar cerca de otros que, como él, tienen la fortuna necesaria para comprar una mansión en las islas de los famosos, a las que acceder en yate o moto acuática es una obligación.

Otra imagen de Miami es la de que es la ciudad menos americana de todo Estados Unidos. Efectivamente, es más hispana que anglosajona. En menos de 100 años de vida, Miami ha visto como sus primeros pobladores se vieron fueron pronto superados por el masivo éxodo de cubanos que huyeron de Cuba tras la llegada de Fidel. Su cercanía a la isla caribeña (288 kms) llenó a Miami de cubanos, en su mayoría emprendedores que hicieron pronta fortuna en suelo yanqui. En Scarface o Bad Boys vimos que la droga está también presente en la ciudad, aunque el tráfico ha disminuido bastante en los últimos años. La población cubana es la más importante de Miami y tienen su propio barrio, Little Havana, recodo de la cultura caribeña.

Pero el germen de Miami es la mezcla. En Miami se habla más español que inglés, y en sus calles habitan, a parte de los cubanos, un importante número de haitianos, dominicanos, nicaragüenses, colombianos, ciudadanos latinoamericanos en general, así como sudafricanos, chinos y de otras partes del mundo. Todos tienen cabida en la ciudad de las oportunidades.

Todo ello, sumado a su potencial económico, el tercero de todo Estados Unidos, su alegría en la famosa Ocean Drive entre edificios Art Decó, su clima cálido todo el año aunque excesivamente húmedo en verano, sus rascacielos a los que acceder en tranvía elevado gratuito o su pasión por los Heats, toda esta miscelánea hace de Miami una ciudad única en el mundo. Así nos la canta Will Smith: