De color de rosa

jueves, 24 de febrero de 2011

Así les gusta ver el campo a los turroneros de la Marina Baja de Alicante. Un paisaje predominantemente rosa implica una gran cosecha de almendras para la temporada navideña del turrón. Y es justo ahora cuando el almendro tiñe las tierras con un tono inesperado.

El campo invita a darse una vuelta por las carreteras de Relleu, Torremanzanas, Jijona o Alcoy. A ambos lados abundan los almendros, que justo ahora en febrero han florecido y han tornado de rosa lo que antes era un campo seco, árido y amarillento. La invasión del rosa es realmente impresionante. Y el nuevo color le sienta bien a Alicante. Cinco pétalos conforman la rosácea flor del almendro, y son ellos los culpables de dar alegría y vistosidad al paisaje. Pero los nuevos tonos no son para siempre. En pocos días, la flor rosa se cae, se vuelve verde y producirá el fruto marrón de la almendra que tardará medio año en madurar.

La zona es propicia para el cultivo del almendro, que se desarrolla mejor en zonas cálidas, sin mucho frío y alejado de heladas, suportando bien prolongados periodos sin lluvia. Estamos describiendo sin quererlo en clima alicantino. Que el campo se vuelve rosa en estas fechas hace que la vida se vuelva de ese color para las miles de personas que viven de la cosecha de la almendra. Y para los que nos gusta comernos un buen turrón en Navidad.

Cascadas en masa

viernes, 18 de febrero de 2011

Precioso, natural y único. Así era el entorno de las Fonts del Algar, un reducto de naturaleza que quien lo visita no se cree que se encuentre en Alicante. En la tierra de la la playa y del Mediterráneo, del boom inmobiliario y de los guiris colorados, sorprende encontrar un paraje diferente, montañoso, lleno de vida, de agua que fluye cristalina formando espectaculares cascadas, con su rumor constante y refrescante, entre paredes de roca caliza. Y lo más llamativo: a tan sólo 15 kilómetros de Benidorm.

Situadas sólo a 3 kilómetros de Callosa de Ensarrià, las fuentes del Algar, que con ese nombre denota a las claras qué pueblo las bautizó ("Algar" en árabe significa cueva), son el resultado de la unión de los cursos de los ríos Guadalest y Algar, siendo el nacimiento de este último visitable en un recorrido senderista de kilómetro y medio. Las frías aguas que poco más abajo desembocarán en el Mare Nostrum han ido modelando un paisaje kárstico dominado por una sucesión impresionante de cataratas y pozas donde tomar un baño es una obligación.

Pero empecé el post en pasado no por gusto, sino por un motivo claro. Hace años, nadie conocía las Fonts del Algar: los privilegiados que sabían de su existencia disfrutaban de un espectáculo natural virgen. Hoy, todo ha cambiado. El lugar está explotado por ese turismo de masas que arrasa cual Atila allá por donde pasa hasta el límite de hacer incómoda la visita. Es imposible aparcar el coche si no es en el aparcamiento de un restaurante donde te cobran un euro (que te amablemente te descuentan si comes allí luego); nada más coger la senda una chica te hace una foto que luego puedes comprar, como si fuera un parque temático; para acceder a las cascadas hay que pasar primero por una pasarela rodeado de bares y artículos de recuerdo, donde por cierto, sólo se puede ir al servicio si consumes; al llegar, hay que pasar por una garita donde en época estival te cobran entrada ¡por ver algo natural!; no te dejan entrar comida con la excusa de preservar el entorno (o para que gastes en los restaurantes); y en verano está masificado de gente bañándose o pasando el día. De pena.

Es el eterno debate, todos tenemos derecho a disfrutar de lo que la naturaleza nos ha dado, no veo mal poner algunas restricciones para su preservación, pero ¿hasta qué punto podemos destruir un entorno incomparable para el lucro? A pesar de todo, las fuentes del Algar son una maravilla de la naturaleza que merece la pena ser conocida. Eso sí, en invierno.

El legado del Ironman

sábado, 12 de febrero de 2011

El hombre de hierro, el Tatcher de la construcción ha sido y será por siempre Gustave Eiffel, el genial arquitecto que a caballo entre los siglos XIX y XX dio forma a amasijos del férreo metal para convertirlos en referentes arquitectónicos y artísticos. Su obra y la de su escuela, inconfundible, ha pasado a la historia en lo vertical, por la inigualable torre que lleva su nombre; pero se fundamentó en sus menos conocidas estructuras horizontales, de las que en España disfrutamos en algunas ciudades.

Puente Eiffel sobre el río Oñar, Gerona

La capital del norte de Cataluña cuenta con un paso elevado sobre el Oñar, datado en 1876 y diseñado por el propio Eiffel. Es uno de los once puentes que unen los barrios viejo (margen derecha) y de Mercadal (margen izquierda). Sus estructuras de hierro tintado en rojo encierran la pasarela de madera por la que se camina sobre el río, formando rombos (o cuadrados) y dando una gran sensación de perspectiva. Desde él se obtiene una magnífica panorámica de las casas de colores que cuelgan sobre el río y de la catedral manca de una de sus torres.


El Cable Inglés, Almería

Esta estructura sorprende a los que deambulan por el paseo marítimo de Almería. Una gran construcción de hierro sin utilidad aparente emerge de la ciudad para morir en el puerto. Efectivamente, hoy está en desuso; pero se ha conservado como monumento histórico por lo infrecuente de su diseño. El conocido como Cable Inglés se construyó en 1904 siguiendo las directrices de la escuela Eiffel, para poder llevar con facilidad todo el mineral procedente las minas de Alquife, en Granada, desde la estación de trenes al puerto. Desde entonces y hasta 1973, este "Jaguar" del sigle XX mantuvo su actividad; tras salvar varios conatos de demolición, en la actualidad hay diversos proyectos para su conversión en espacio público.



El muelle de Río Tinto, Huelva

La obra de ingeniería más destacada de la ciudad de Huelva se situa, paradójicamente, sobre el río Odiel, a pesar de que en su nombre se haga mención al Tinto. Fue mandado construir a finales del XIX por la compañía inglesa Río Tinto Company Limited, encargada de la explotación y distribución de las minas de Río Tinto, al norte de la provincia. Tras recorrer 84 kilómetros por vía ferroviaria, el mineral acababa en el puerto de Huelva capital gracias a este inmenso muelle de 1.165 metros construido según la influencia de la escuela Eiffel. En desuso desde 1975, ha sido rehabilitado y formará parte como icono del nuevo paseo marítimo de la ciudad.

Un museo abierto

miércoles, 2 de febrero de 2011

Besalú, al norte de Gerona, es un auténtico pueblo-museo del medievo, donde el espacio expositivo lo constituyen las propias calles del minúsculo municipio por las que el tiempo parece haberse detenido desde hace 500 años. Vías solitarias, jalonadas por muros de piedra de unas casas en las que no parece vivir nadie, testigos de un pasado medieval que lo convierten en uno de los conjuntos más impresionantes de toda Cataluña.

Como todo museo, Besalú tiene entrada, aunque carece de torno por el que cruzar, sino que su puerta siempre está abierta para todos los públicos. Se trata de una torre vigía con una gran reja de hierro que hoy siempre está elevada para los amigos turistas, como antaño tuvo que estar siempre cerrada cuando vinieran los enemigos intrusistas. La puerta se halla en el centro del fastuoso puente románico sobre el río Fluviá, la angosta construcción de 5 metros de ancho, obstáculo insalvable para las huestes contrarias y ahora símbolo del pueblo. Sus 145 metros de largo, salvando el río con 7 arcos dispuestos en ángulo obtuso con vértice en la torre, otorgan el perfil diferenciador del que se sienten orgullosos sus poco más de dos mil convecinos.

Las calles del pueblo constituyen per se un verdadero museo, pero actualmente acogen además una iniciativa cultural expositiva: un intercambio con un artista italiano que ha decidido traer su obra a Besalú, una obra llamativa que ha llenado el enclave de sillas de todos los tamaños y formas, dispuestas en las calles o incluso en las paredes de las casas. Un paso más para potenciar su fuerza como museo urbano.