Y de repente, tras muchas, muchas horas de camino por carreteras y caminos sinuosos e incluso peligrosos hacia el norte de Guatemala, tras soportar un intenso aguacero tan habitual por las tardes a estas latitudes, llegamos a Tikal aún sin ser muy conscientes de lo que ello suponía. Alcanzar Tikal es llegar a la cuna de la civilización maya, una referencia obligada para quien quiéra entender una de los pueblos más sorprendentes de la historia de la humanidad.
Y de repente... Tikal
lunes, 29 de marzo de 2010
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Y la lava la vi
sábado, 20 de marzo de 2010
En Guatemala tuve la ocasión de cumplir uno de lo sueños que perseguía desde pequeño. Fascinado por el espectáculo natural (aunque a veces trágico) de las erupciones volcánicas, tan asiduas en el Etna, siempre me preguntaba cómo sería la lava. Y el volcán Pacaya, al sur de la capital guatemalteca, me brindó esa oportunidad. A pesar de haber estado inactivo durante siglos, sus entrañas explosionaron en 1965 y desde entonces los ríos de lava discurren por sus laderas de manera habitual.
La lava es fascinante, evocadora e hipnotizante. Su presencia se siente mucho antes de verla. Las ondanadas de calor se notan a más de 100 metros de distancia del río. Acercarse mucho a la lengua de fuego es peligroso, pues las rocas de lava fosilizada que se asientan a su orilla en pueden estar tan calientes que pueden derretirse en cualquier momento. Desde una distancia prudencial, y como adormecido por la alta temperatura, te puedes pasar horas viendo el magma externo en su lentísimo fluir ladera abajo. Parece mentira que algo tan bonito pueda resultar tan peligroso, aunque bien es verdad que en una carrera por la supervivencia cualquiera podría ir más rápido y salir vencedor.El volcán Pacaya es una ascensión asequible. En su primera parte, el camino tiende a subir rodeado de extensa vegetación, entre las que destacan las palmeras llamadas "pacaya" que dan nombre al volcán. Al final, el paisaje se desertiza y surge el gran cono final, siempre humeante y del que brotan las lenguas de lava. Su ascensión es complicada, pues el único lado factible es una empinada cuesta cuyo suelo está formado por infinitas piedras que mientras asciendes 3 metros te obligan a retroceder 2. Una extenuación soportable por el ansia de poder ver el cráter desde el mismo borde, pero la misión debe ser abortada casi en la cima: un horrible hedor a huevos podridos nos indica que las emisiones de azufre han aumentado y la respiración se vuelve peligrosa. Los volcanes son imprevisibles y no hay que hacerles enfadar.
Volvemos camino atrás, desandando por las rocas volcánicas que los visitantes recolocan para formar palabras o mensajes. Nos acompañan durante todo el día dos niños guatemaltecos, que al comienzo de la subida vendían como bastones palos de un metro de altura (fácilmente cogidos de cualquier rama de árbol) por un quetzal (la moneda nacional, equivalente a menos de 10 céntimos) y que ahora en la bajada se obstinaban por recuperarlos; hay que volver a hacer negocio con los próximos soñadores que quieran ver la lava.
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El lago más hermoso del mundo
viernes, 19 de marzo de 2010
Se dice del Lago Atitlán que el escritor británico Aldous Huxley (autor de Un mundo sin fin) lo definió en su día como "el lago más hermoso del mundo". Me ha llamado siempre la atención que se destaque esta frase tan poco original, desde mi punto de vista, pues ciertamente, cualquiera que haya divisado el principal lago de Guatemala podría haberla pronunciado.
Su visión constituye uno de los principales reclamos turísticos del país. Quizás, cuando Huxley lo contempló, no se habían construido todavía los hoteles que resalen en las orillas por encima de la frondosa vegetación que rodea a la gran masa de agua. Pero, aún así, la postal que el lago deja impregnada en nuestra retina es tan indescriptible que ninguna fotografía podría captarla en su totalidad.
El lago, a 1500 metros sobre el nivel del mar, tiene un perímetro de unos 130 kilómetros, rodeado por montañas que lo encajonan entre las que destacan 3 volcanes que superan los 3 kilómetros de altitud: Atitlán, Tolimán y San Pedro. Este encerramiento otorga una quietud extrema a sus aguas de un turquesa inigualable pese a alcanzar en algunos puntos una profundidad de hasta 350 metros.
Algunas pequeñas poblaciones se esparcen salpicadas alrededor del lago. Son la base de operaciones para paseos en barco o bicicleta con los que obtener otros puntos de vista de este lugar. Nosotros, desde Panajachel, disfrutamos de un relajante baño en unas aguas sorprendentemente cálidas, sobre las que curiosamente flotaban pedazos de piedras pómez, provenientes quién sabe de dónde.Fue una pena despedirse tan pronto del Lago Atitlán. Subiendo colina arriba, desde al autobús se hacía imposible no echar la vista atrás y ver cómo las aguas turquesas se iban tornando moradas conforme el sol se iba ocultando, o no asombrarse de cómo el cielo se teñía de un color anaranjado sobre el que resaltaban en negro las siluetas de los volcanes, o no pensar en cuánta razón tenía Aldous Huxley.
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Un museo con premio
sábado, 13 de marzo de 2010
Al hilo de los museos de autor, encontramos en Madrid el de Joaquín Sorolla, que a pesar de ser valenciano, realizó una gran parte de su obra en un edificio de Madrid que hoy se ha reutilizado como expositor de su vida y obra.
Todo un premio para nuestros ojos, el poder estudiar a este autor en las propias salas donde compuso su extensa obra. Así, la estancia donde pintaba se conserva con los muebles, caballetes y pinceles que usaba. Los cuadros demuestran un gran apego a su familia (hay incontables imágenes de su mujer e hijos), al naturismo (muchos ejemplos de jardines; aunque también podríamos meter aquí su gran interés por pintar cuadros de playas) y a las costumbres de la época (interesante comprobar cómo iban las mujeres al mar a primeros del siglo XX); pero sobre todo destaca su uso de la luz: sombras, reflejos y rayos de sol dan una sensación de absoluto realismo al lienzo. En este titulado La bata rosa, las franjas de luz hacen creer que de verdad el sol está entrando en la sala a trazos irregulares.Otro premio es sentirse como en casa. Sorolla tiene muchas reminiscencias andaluzas; y no sólo porqué muchos de sus jardines representan el Alcázar de Sevilla o la Alhambra de Granada. El jardín de la entrada al museo, el patio andaluz de su casa, los zócalos de estilo mudéjar o la cerámica que decora las estancias... una pizca de arte andaluz a muchos kilómetros de distancia.
Pero sin duda el mejor premio es llegar a casa y poder gritar con satisfacción: "Hoy he visitado el museo Sorolla"...
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