La otra ciudad encantada

domingo, 17 de febrero de 2008

Tengo la (buena) costumbre de, al menos una vez al año, ir a Granada. Desde Sevilla el trayecto es corto por autopista (poco más de dos horas y media) con la única dificultad de encontrar el sol de frente tanto a la ida por la mañana como a la vuelta por la tarde. Pero es poco inconveniente comparado con el disfrute de una ciudad que embruja desde el primer instante.

Quizás sea su gente, amable y simpática; o sus tapas, deliciosas, variadas y gratuitas al pedir cualquier bebida; o sus barrios, cuidados y enigmáticos; quizás sean sus monumentos, vestigios de un pasado rico en acontecimientos importantes para la historia; o su naturaleza, de la playa a la nieve en apenas un salto; o tal vez sus tiendas árabes, que retrotaen al zoco de las mezquitas musulmanas...

En Granada todo queda al alcance de la mano. En tan sólo un fin de semana caminamos por unas gargantas naturales, practicamos piragüismo en un pantano cercano, subimos a un mirador donde los restos de una antigua torre vigilan toda la ciudad, disfrutamos de unas termas naturales, paseamos por el barrio del Albaycín, vimos la octava maravilla del mundo y degustamos exquisitas tapas al sol de una terrraza callejera. Las posibilidades son incontables.

De pequeño siempre supuse que el nombre de la ciudad tendría algo que ver con una Gran Hada mágica; ahora estoy convencido de que ese hada existe para mantener el encanto de un lugar incomparable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pues ya lo sabes....en un mesecito vuelves a ir conmigo...

:P

un besote futbolista!!! jajaja!!

Anónimo dijo...

Ni que decir tiene que siempre serás bienvenido a esta ciudad.
Un saludo