La mayoría de las veces la evaluación que se hace de un viaje depende no ya del valor histórico o monumental de sus elementos visitados; frecuentemente, el hecho de que nos guste algo más o menos puede depender de nuestro estado de ánimo, del tiempo que hizo, del cansancio acumulado, de los percances que nos ocurrieron o de las gentes que conocimos. Muchos factores que dan lugar a múltiples interpretaciones.
Algo parecido ocurrió en Sintra, la bella población portuguesa cuya visita me decepcionó por la masificación de turistas que decidieron visitarla el mismo día que yo. Añadiendo además un día lluvioso nada favorable, las colas, los atascos y el gentío no me dejaron disfrutar de un sitio que por otra parte me pareció único: un microclima que genera copiosos bosques rodea una ciudad de palacios y callejuelas con un encanto especial.
El ejemplo más claro ocurrió en el Palacio da Pena, un lugar de fantasía situado en la peña de una montaña (de ahí su nombre), en medio de un bosque de 200 ha de lagos, pinos, helechos y secuoyas, donde se pueden hacer rutas de senderismo y admirar las vistas que desde lo alto ofrece la planicie portuguesa. El Palacio es de cuento de hadas, con sus torres y almenas, con sus paredes de colores, con sus mosaicos de azulejos, con su puente levadizo que da al patio y sus recónditos rincones para perderse.
Pero lo que parecía una visita idílica me dejó mal sabor de boca, precisamente, por esa sobresaturación de personas. Tuvimos que hacer cola para coger el bus que nos subiese a lo alto, después cola de 15 minutos para sacar la entrada, y luego una vez dentro del parque, nueva cola para entrar al recinto del palacio. Cuando las colas parecían haber terminado, una nueva fila de gente para entrar a visitar las estancias; pero una vez dentro, había tanta gente que de habitación en habitación se avanzaba al ritmo del de alante. Así es imposible disfrutar de algo, aprate de que las habitaciones de los monarcas me parecieron una recopilación de lo más kitch de todas las culturas del mundo (árabes, indios, japoneses...). Seguramente me influenció mi estado de ánimo. Y para rematar, nueva cola para coger el bus de vuelta.
Por todo ello, la visita al Palacio me dio pena, porque en verdad el lugar era increíble. Pero de todo se aprende, así que en vez de ir a Sintra un sábado santo como esta vez, estoy seguro de que la disfrutaré mucho más en mi próxima visita, un martes a ser posible.
El palacio da pena
martes, 4 de mayo de 2010
Publicado por Lince, viajero de culo inquieto en 19:46
Etiquetas: 012.Monumentos, 200.Europa, 214.Portugal
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2 comentarios:
Sólo había leído el título y pensaba, "vaya! ¿y por qué le dará pena el palacio?"
yo he ido muchas veces a sintra (y al palacio, por supuesto) y no es por tu estado de ánimo,el enclave donde está es precioso pero el palacio en sí (y sobre todo por dentro) es bastante hortera!!
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