Nunca sabes qué sorpresa te depará el contenido de una caja mágica. La Caja Mágica de Madrid es, en principio, el lugar donde se celebra el Masters Series de Madrid, uno de los torneos de tenis más importantes del circuito ATP. El recinto, de novísima construcción, cuenta con un moderno cierre que permite cubrir el campo en caso de inclemencia meteorológica, tres pistas centrales y otras muchas secundarias para entrenamientos y partidos menos importantes, y es una de las bazas más sólidas en la(s) candidatura(s) de Madrid a las Olimpiadas.
En la pista central vi el primer partido de tenis oficial en directo de mi vida, en el que un decadente Carlos Moyá fue vapuleado por un tal B. Becker que no se llamaba Boris. Me llamó la atención el silencio que reina durante la disputa de los puntos: no se puede entrar o salir de la grada hasta el descanso que se hace cada dos juegos, no se puede hablar durante el intercambio de golpes, el móvil debe estar en silencio... El tenis en directo mola, se escuchan los golpes, el esfuerzo, se aprecian los bolazos en la arcilla, se ven las caras del público como se mueven de un lado a otro, se ve cómo funciona toda la maquinaria de recogepelotas, jueces de líneas (vaya curro), limpiadores de líneas, o la espectacular cámara que sobrevuela las cabezas de todos por un sistema de cables en suspensión. Una pena que el partido no estuviera más interesante, porque en uno disputado el ambiente debe ser espectacular.
Además, los bajos de la Caja Mágica parecen un centro comercial, lleno de tiendas de lujo para que los del postureo compren mientras van al tenis. Un poco extraño, la verdad. Y en los descansos, o si el partido era aburrido, unas terrazas con bares y restaurantes que dan a un laguito, un sitio donde al solecito se estaba tan a gusto que fácilmente se te puede olvidar que a lo que habías venido era a ver tenis. O no, porque nunca se sabe lo que hay dentro de una caja mágica.
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