Las ojeras de Van Gogh

domingo, 30 de noviembre de 2008

La vida de Vincent van Gogh (de 1853 a 1890) es un misterio digno de Cuarto Milenio. Un pintor cuya vocación nace a los 27 años y que en tan sólo 10 años es capaz de crear más de 2000 obras (entre cuadros, dibujos y bocetos), a razón de una cada dos días, da indicios de anormalidad. Su cabeza, ciertamente, estaba turbada desde hacía tiempo.

Las desgracias en su vida y su infinita pobreza (se hacía autorretratos porque carecía de dinero para pagar a un modelo) le sumieron en una afición que le reportó pocos beneficios y muchas ojeras de insomnio (solía pintar de noche con velas en su sombrero). De hecho, van Gogh murió pobre sin vender apenas una obra y, continuando con su gafe, desconociendo que, un año después de su fallecimiento, sus cuadros comenzaron a cosechar éxitos. Su final no puedo ser más rocambolesco: internado en un manicomio, se cortó el lóbulo de su oreja en una disputa con un colega; pero, tras ser dado de alta, se suicidó a los 37 años con un disparo en el pecho. Nadie sabe las razones que le llevaron a tal decisión; quizás, ni él mismo.

Hoy, van Gogh es uno de los artistas más conocidos del mundo. En Amsterdam, la mayoría de sus obras están recogidas en un museo que, a diferencia de otros que he visitado como el Prado, el de Bellas Artes o la Galleria degli Uffici, está monodedicado al artista holandés. La verdad es que me gustó mucho la forma en que tenían expuestas sus obras, organizadas en cinco salas diferentes, correspondientes a las 5 etapas de su obra pictórica, ayudando a entender mejor la ya de por sí difícil trayectoria del pintor.

En los Países Bajos (1880-1885) pintó cuadros campestres, con colores tenues que reflejaban la cruda realidad de los campesinos (como el que más me gustó, el de Los comedores de patatas). En París (1886-1888) empezó a destacar son su particular estilo de colorear con puntos (que se denominó, originalmente, el "puntillismo") e hizo algunos de sus conocidos autorretratos. En Arles, entre 1889 y 1890, pintó Van Gogh sus obras más famosas. Se nota el uso del color, que, en contraste con su primera etapa, llena la sala de luz. En la exposición hay uno de sus 5 cuadros de girasoles y La habitación en la que el artista daba rienda a su talento. Las dos últimas etapas, en Saint Rémy y Auvers-sur-Oise, son algo diferentes, y sus últimas obras, más abstractas, ya reflejaban en algo la depresión que le llevó a su triste final.

Una visita que merece la pena, aunque recomiendo conseguir las entradas con antelación (por ejemplo, en las oficinas de turismo), pues las colas son inmensas y con la entrada en la mano, te la evitas.

Una vida sobre (2) ruedas

jueves, 27 de noviembre de 2008

Andar en bicicleta es una forma de vida en Amsterdam. Circular con vehículos de automoción es lo extraño. La cultura de las dos ruedas está muy extendida en todo el país, claramente favorecida por el hecho de que en toda Holanda no existe una sola cuesta; sin embargo, se trata de un país extremadamente lluvioso, aspecto que no es óbice para que los holandeses utilicen su bicileta para todo. Un chubasquero y se acabó el problema.

Uno de los objetivos del proyecto de clan en Amsterdam era el de comparar los carriles bici de la ciudad con los recientes de Sevilla. Lo cierto es que, dentro de su funcionalidad similar, son algo diferentes, pues en Sevilla suelen ir por la acera mientras que en Amsterdam tienen carril propio o van paralelos a la carretera. Aún así, en la capital holandesa todas absolutamente todas las calles cuentan con una vía para ciclistas. De hecho, nos propusimos visitar el campo del Ajax, en un barrio alejado del centro, y, aún desconociendo el camino, no tuvimos en ningún momento que circular desviándonos de los carriles bici.

Todo el mundo utiliza las bicis en la ciudad, y por ello quizás se den situaciones peligrosas en conflicto con los viandantes. Los turistas no están acostumbrados y se incorporan a los carriles sin percatarse de que los amsterdaneses circulan a velocidades endiabladas. Nosotros nos alquilamos las bicis por un día en las numerosas tiendas que ofertan este servicio (nada barato por cierto), que tienen la particularidad de ofrecerte bicicletas que frenan dándole a los pedales para atrás. No es difícil cuando te acostumbras, pero la falta de reflejos y la inercia del movimiento te provoca siempre frenar un poco más tarde de lo que piensas. Consecuencias: posibles saltos de semáforo y choques con coches, darte un encontronazo con algún peatón (vi cómo un ciclista tiró al suelo a una señora en la plaza Dam) o padecer en primera persona el encontronazo dado por otro guiri como tú inhabituado al sistema.

Por otro lado, no es seguro dejar tu bicicleta en cualquier lugar. En la tienda nos porporcionaron hasta dos candados diferentes (uno para bloquear la rueda trasera y otro para atar la delantera a algo) pues el robo es una práctica común en la ciudad. De hecho, en esta ciudad con tantas libertades hubo un proyecto de "bicis para todos", bicicletas pintadas de blanco (como símbolo de la paz) que se cogían en cualquier lugar y se dejaban donde quisieras cuando ya no las necesitases para el disfrute de otra persona. Esta especie de "comunismo bicicletario" (versión gratuita de los Sevici actuales), que se ha implantado con éxito en otros lugares como Copenhague, no cuajó porque pillos hay en todas partes, es decir, gente que las cogía, las pintaba de otro color y las vendía a saldo.

A pesar de ello, las bicicletas inundan la ciudad. Circulando o aparcadas en todos lados (de hecho, hay algunas que pueden llevar años en el mismo lugar sin que nadie las utilice). Una forma de vida excelente que por fin se está empezando a importar a España.

Ruta por debajo del mar

lunes, 24 de noviembre de 2008

El único día que no nos llovió en Amsterdam lo aprovechamos para hacer una excursión en bici por los pueblos de la periferia, aprovechando la certeza de que, en Holanda, todas las poblaciones están unidas tanto por carreteras como por carriles para bicicletas. Planeamos hacer la ruta por la región conocida como Waterland, al norte de la capital, que nos llevaría a lo largo de unos 40 kilómetros por pintorescos pueblos holandeses y nos acercaría al famoso dique que evita que los Países Bajos se inunden.

La ruta comienza detrás de la Centraal Station (la estación de trenes), donde un transbordador, que pasa cada 5 minutos, te cruza al otro lado del río Ij rápidamente y de manera gratuita. El agua comenzaba de nuevo a ser protagonista en nuestro viaje.

Una vez al otro lado, hay que seguir en dirección norte hasta llegar a una primera esclusa. A partir de entonces, el carril bici se sigue sin problemas por una senda bien marcada, y unos postes colocados de manera regular te indican el camino a seguir en los cruces y la distancia restante a los puntos más próximos. En todo nuestro viaje nos acompañaron unos carriles de agua (omnipresente en los Países Bajos). En seguida llegamos al cartel que anunciaba la entrada en Amsterdam (aunque nosotros íbamos en la dirección opuesta). En tan solo unos minutos, habíamos dejado atrás la gran urbe y nos encontrábamos con un paisaje totalmente agreste, con viviendas unifamiliares con muelle propio y embarcaciones para moverse por los canales. Un paraíso.

Tras unos pocos kilómetros de campos llenos de vacas pastando, llegamos a Broek in Waterland, una pulcra aldea, adalid de la tranquilidad. Visitamos su iglesia (fundada en 1573) donde una amable señora nos explicó parte de su historia. Ubicado junto a un inmenso lago, paseamos por sus calles de casas de madera de colores claros. El pueblo se hizo famoso por obligar a Napoleón a quitarse las botas en 1811 para entrar en el pueblo (no se podía manchar tanta belleza), pero hoy es más conocido por De Witte Swaen (el cisne blanco), un restaurante donde desayunamos unos de los mejores crêpes que he tomado en mi vida.

Tras el aperitivo, continuamos la ruta con un paisaje similar. Al cabo de unos cuantas pedaladas comenzamos a divisar la torre principal de Monnickendam, siguiente parada en el camino. Allí comprobamos que el poblado no tiene una sino varias torres (en una de ellas unos muñecos giran a una hora determinada). El pueblo está nuevamente ligado al agua, y nos detuvimos a observar alguna de las esclusas que posee, gracias a las cuales las embarcaciones de su puerto pueden salvar los desniveles del terreno y navegar sin problemas.

Después de dar una vuelta por sus calles, emprendimos de nuevo el camino. Las bicis nos permitían avanzar entre verdes campos y molinos, hasta que llegamos a nuestro siguiente destino: Volendam, un pueblo muy turístico, lleno de puestos de recuerdos para guiris. El pueblo da a la gran bahía del norte de Amsterdam, y allí, en un pequeño muelle, nos paramos para almorzar. Como postre no pudimos resistir el comernos un helado, pues en Volendam son bastante conocidos, ya que una familia los produce desde hace décadas y se pasan el secreto de su fabricación de generación en generación. Muy recomendables.

Tras ello, tuvimos que decidir si coger un barco que zarpa de Volendam a Marken y que atraviesa toda la bahía, o hacer los 14 kilómetros que nos separaban de esta ciudad en bicicleta y bordeando el dique. Optamos por la segunda opción, que fue muy interesante porque comprendimos una de las cosas más curiosas de Holanda: para llegar al mar, hay que subir. Nuestra ruta corría paralela a un enorme montículo verde; decidimos apearnos de las bicis y remontarlo, y es realmente curioso ascender la pequeña montaña y encontrarse, de repente, el mar. Este dique fue construido para retener el agua, pues Holanda se encuentra por debajo del nivel del mar y está expuesta a inundaciones.

Seguimos con nuestras bicis, aguantando las embestidas del viento que empezaba a azotar fuerte. Tras una horita llegamos a nuestra última etapa de la ruta: Marken, un precioso pueblo de casas de madera pintadas de verde que fue isla hasta 1959. Al parecer, sus habitantes visten trajes tradicionales (aunque con fines más turísticos que folclóricos), pero nosotros llegamos pasado el horario comercial y no los vimos. Es una aldea idílica, con caminos de pequeñas piedras, junto a unos canales atravesados por puentes de madera y garzas grises que no se asustan ante la presencia de humanos.

Nos apresuramos a regresar a Amsterdam, sin saber muy bien cómo pero con la seguridad de que algún cartel nos lo indicaría. Tras una ruta excepcional, entramos en la gran ciudad con nuestras bicis y llegamos al camping satisfechos de haber visto un contraste tan diferente y en tan poca distancia entre la urbe y sus alrededores.

La casa de atrás

viernes, 21 de noviembre de 2008

He adoptado como buena costumbre la lectura a posteriori de ciertos libros que tienen que ver con algunos de los lugares que visitov(lo hice con El corazón de la tierra, sobre las Minas de Río Tinto, y tengo pendientes los cuentos de Dickens que compré en su casa natal en Portsmouth). No podía ser menos con el Diario de Ana Frank después de conocer la casa donde ella y su familia estuvieron escondidos más de dos años en Amsterdam durante la II Guerra Mundial.

Este museo ha sido uno de los que más me ha marcado en mi vida. La historia de sus 8 ocupantes, perseguidos como bestias por irracionales que no pensaban como ellos, es estremecedora. Los Frank y otros 4 judíos tuvieron que refugiarse en la parte de atrás de la casa donde Otto Frank, el padre de familia, regentaba un negocio de mermelada y condimentos. Una simple puerta giratoria, camuflada detrás de una estantería, los separaba de un mundo de horror donde una guerra sin sentido (como todas) destrozaba personas, familias, vidas. En el museo se puede recrear la claustrofóbica impresión que dan las escasas 4 salas donde los 8 escondidos tuvieron que convivir durante tanto tiempo.

Pero si la casa impacta de por sí, la lectura del diario que Ana escribió durante esos dos años es sobrecogedora. En él sientes de verdad lo que estos judíos tuvieron que soportar. La convivencia en un espacio reducido en el que no puedes salir o no puedes hacer ningún ruido durante horas; la escasez de alimentos que afectaba al país y que se vivió en primera persona en la casa; la evolución de Ana, desde sus primeros relatos de niña rebelde a los últimos de adolescente madura; o los miedos por la entrada de ladrones o cualquier ruido que pudiera delatarlos. Dos años de sufrimiento que no sirvieron para nada, pues alguien dio el chivatazo y todos fueron aprisionados y mandados a campos de concentración, donde todos menos el padre murieron de enfermedad o inanición, con la crueldad de hacerlo a escasos dos meses del fin de la guerra.

Sus vidas se apagaron, pero las palabras de Ana se han conservado, y como dice Otto Frank, "para construir un futuro, es preciso conocer el pasado". Más de uno debería tomar buena nota.

I am... agua

lunes, 17 de noviembre de 2008

Agua... esa es la palabra que más nos ha acompañado en Amsterdam. Agua desde el primer momento en el que llegamos y contemplamos con estupor desde las ventanillas que el avión aterrizaba en Schipol, y mientras se dirigía a la plataforma de estacionamiento nos acompañaba un riachuelo... dentro del mismo aeropuerto.

Agua en el cielo y agua en la tierra. De 8 días que estuvimos allí, nos llovió 7, por lo que no pudimos deshacernos de nuestros chubasqueros... a pesar de estar en julio. Bernardo, uno de los peligros de Costa Rica, lleva viviendo en Holanda 6 años y no está blanco por gusto: en los Países Bajos se pagaría porque saliera el sol. Y agua a ras de suelo, agua por todos lados (que más da si dulce o salada): la ciudad de los enormes canales, el Grachtengordel (cinturón de canales), que forma unos semicírculos concéntricos perfectos con respecto a la estación central de trenes. Es una aventura pasear por sus calles sin perderse, pues todas parecen iguales, con un canal central y caminos a ambos lados.

Amsterdam es fascinante. No destaca por ningún monumento en concreto, pero sin embargo dicen que tiene 3571. No nos dio tiempo a verlos todos, pero sí a pasear por unas calles donde las casas parecen todas iguales: un edificio de amplias ventanas con cerramientos de madera que se abren hacia fuera, estrechas pero muy altas, un poco inclinadas hacia delante y con una polea en lo más alto (todo tiene una explicación: la polea es para subir los muebles a los pisos de arriba, pues no deben caber por las empinadas escaleras que suele haber; y la fachada está inclinada para que el mueble no golpee al inmueble). Y nuevamente el agua es protagonista para muchos de su cerca de un millón de habitantes, pues abundan quienes han escogido el barco como medio de vida, amarrados a los bordes del canal. Sea por un tema de impuestos o por un toque bohemio, desde el barco en el que dimos el paseo pudimos ver a gente leyendo o fregando los platos en su vivienda flotante.

La ciudad se mueve al ritmo de las bicicletas. Los humos están mal vistos. Son las reinas de la ciudad y todo el mundo las utiliza. Junto a los tranvías y el metro, la ciudad apuesta por abandonar los coches, y eso en un lugar donde llueve la mayoría de los días del año. Es otra mentalidad, como lo demuestran otros muchos hechos que, a ojos de los tradicionalistas, pueden llegar a ser intolerables.

Pues no. En Amsterdam ocurre todo lo contrario. Es la ciudad de la tolerancia y las libertades. Por sus calles se ven personas de todo tipo (existen más de 150 nacionalidades) y puedes encontrar un restaurante de cualquier lugar del mundo. La prostitución no es un tabú; al contrario, se exhibe en el popular barrio rojo, donde alejándote un poco de la calle principal (que tiene más pinta de escaparate turístico que de negocio sexual) te das cuenta que el sistema se usa y tiene éxito. Las drogas son otro de sus atractivos, pues incluso a mí me choca que en un Coffee Shop se negocie cuánta marihuana quieres comprar sin tener que recurrir al trapicheo o el escondite. Eso sí, las leyes anti-tabaco también han llegado a la capital holandesa, y ya no se puede fumar el porrito mezclado con tabaco si el Coffee Shop no ha habilitado una sala especial para fumadores. Y los gays y lesbianas encuentran aquí su referente, pues Holanda fue el primer país que despenalizó la homosexualidad (en 1811) y que permitió los matrimonios entre personas del mismo sexo en 2002.

Por todo ello, conocer la ciudad de las 3X (que no tiene nada que ver con prohibiciones sino ciertos valores positivos) ha sido una experiencia inolvidable que se ve así con ojos de Lince:

Un proyecto flamante

martes, 11 de noviembre de 2008

¿Qué se podría pensar del proyecto de los rovers en Amsterdam si tenemos en cuenta que no buscaron el alojamiento, no organizaron el menú, no se prepararon las actividades ni presupuestaron bien los gastos? Pues, sinceramente, que fue todo un éxito.

Pues hay que plantearse que era la primera vez que llevaban a cabo no ya un proyecto tan exigente, sino un proyecto cualquiera; y que el hecho de realizarlo les ha servido para muchas cosas, como las de percatarse de la importancia de la planificación previa, del trabajo en equipo o de la evaluación del trabajo.

Por eso de los rovers en Amsterdam me quedo con muchos momentos. De sus caras de asombro por ver una ciudad con unas libertades y costumbres tan diferentes a su barrio; con esas ganas de usar la bici como todas las demás personas de la ciudad; del saber reconocer las importancia de museos como el de Ana Frank o el de Van Gogh; o del darse cuenta de sus errores para intentar que en este nuevo año el proyecto sea aún mejor.

Y por supuesto, de la importancia de no tener la ra-ra, de hacer el tonto con cada cosa que se pueda, o de las eternas discusiones por saber si el agua de Amsterdam es (o fue) dulce o salada. Un viaje inolvidable.

Al más puro estilo scout

domingo, 9 de noviembre de 2008

El campamento de verano de este año no ha contado con barracones con camas, duchas de agua caliente o cocina de armarios y cajones; lo celebramos a las afueras de un recóndito pueblo de Soria: sólo campo, pinos y un pequeño riachuelo que pasaba cerca. Allí hubo que ponerse manos a la obra para crear algo de la nada: construir una cocina sin enchufes, poner en marcha generadores de luz para ver algo de noche, montar una estructura de duchas con bomba para obtener algo de agua del arroyo, delimitar parcelas para dormir en las tiendas de campaña, establecer rincones para organizar todos los materiales necesarios para un campamento de 15 días de duración... Una logística complicada hecha realidad por el gran esfuerzo de un equipo de monitores que, currando sin motivación lucrativa alguna, han dedicado muchas horas antes, durante y después del momento cumbre de todo el año scout.

Vivir en una mini-ciudad pero con lo básico y en plena naturaleza es duro pero reconfortante, pues te ayuda a valorar mucho más las comodidades que en tu casa desprecias. Y mucho más si los 15 días se llenan de actividades con las que hacer felices a los niños que acuden ilusionados al campamento. Cada vez me sorprendo más la creatividad que tiene cada uno para lograr los objetivos que se plantea conseguir, y cómo utilizando los medios que tiene más a mano se conseguir levantar las ideas más brillantes. Supervivientes 8, Jiplis, MK3, Sin Destino, la Emboscada Maroon, el Carmen San Diego, gymkhanas, talleres, deportes, promesas, pasos de sección, juegos límite, rutas de ensueño... una planificación que sería la envidia de los mejores campamentos que se ofertan por ahí (lo digo con la seguridad de haber sido monitor a sueldo de muchos de ellos). Y todo sin más recompensa que la sonrisa de un niño, las lágrimas de emoción, o la evolución increíble de los chavales con los que llevas trabajando mucho tiempo.

Felicidades a todos por un campamento increíble. Y a Escorpión por resumirlo en imágenes:

¡Qué alegría!

martes, 4 de noviembre de 2008

Este fin de semana tendría que haberse celebrado una excursión que significaba mucho para mí: la última en la que participaba activamente como scouter. El tiempo la chafó, pero no hay lugar para estar triste. Los niños, que son los verdaderos protagonistas de todo el movimiento scout, tendrán la oportunidad de disfrutarla la semana que viene como se merecen.

Y no puedo estar triste a pesar de que se cierra una de las etapas más bonitas de mi vida. Llevo media vida siendo scout y desde luego, mi forma de ser está directamente influenciada por ello. Mucho he cambiado desde que entré como un niño tímido que no comía de nada al monitor que soy hoy. Vuelvo la vista atrás y me parece increíble la evolución.

Desde luego, echaré de menos muchas cosas. Levantarme temprano los sábados (bueno, esto...), preparar con ilusión las acampadas, evaluar cómo progresan los chavales con los que trabajas, ver cómo se divierten en el campo y cómo descubren que hay mundo más allá de las videoconsolas, los buenos ratos entre scouters, los lazos que se crean y que perduran para siempre...

Creo que mi trabajo ha sido útil, y me siento orgulloso de haber conseguido cosas que parecían impensables: 8 supervivientes, 2 gran prix, 1 sin destino, el festival federal, el festival de Pino Montano, 2 operación Nanuara, un intercambio internacional en Sicilia, un voluntariado en Londres... Siento que el Nanuara forma parte de mi vida y que yo formo parte de la suya, pues me siento creador directo en la formación de su tropa, de su esculta y de su clan. Todo ello con la satisfacción de quien no tiene más recompensa que la sonrisa de un niño.

Han sido muchos años de dedicación y, ahora que vivía un momento muy dulce, me tengo que alejar. No es un adiós pero sí que las cosas serán distintas. Le auguro un futuro muy bueno al Nanuara y espero que sigan desbordando felicidad allá donde vayan. Yo los seguiré desde mi nuevo hogar donde habrá un hueco para mi pañoleta y los recordaré viendo este vídeo, con el que no puedo evitar, yo el chico duro que no llora delante de gente, que se me humedezcan los ojos. Lágrimas, por supuesto, de alegría.

Decían que el centro moriría

sábado, 1 de noviembre de 2008

El martes volvía de dar un paseo por el centro con Olga tan tranquilo con mi Sevici, seguro de llegar prontito a casa pues ya comenzaba a hacer fresquete. Pero algo me hizo retrasar mi marcha. De repente, una marabunta de gente ocupaba las calles Tetuán y Sierpes y me impedía avanzar. Cuando me di cuenta de que sortear personas era eterno además de más peligroso, terminé lo que me quedaba de calle andando sujetando el manillar de la bici con mis manos.

Me llamó mucho la atención la cantidad de gente que había en esos momentos en la calle, por ser un martes, por ser el día en el que empezaba a hacer frío en Sevilla, y por ser las siete y media de la tarde con la noche ya caída (justo la semana en la que hay que amoldarse al cambio de hora). Y me llenó de satisfacción sobre todo porque se trataba del centro.

Hace un tiempo las cabezas pensantes de la ciudad decidieron que Sevilla debería peatonalizar su casco histórico. En seguida surgieron las voces críticas oponiéndose a tal iniciativa. Pero, como siempre sucede en estos casos, las críticas venían del partido político opositor al precursor de la medida y de sus medios afines. No me extraña pues es la constante en un país como España donde políticamente sólo hay espacio para un dualismo totalmente perjudicial para el progreso de una nación: lo que propone uno lo critica el otro sólo por el hecho del origen de la idea, sin importar el beneficio de la duda y lo que es peor desde mi punto de vista, sin ofrecer soluciones alternativas. No porque sí.

El caso es que desde que se iniciaron los trabajos de peatonalización del centro, era frecuente leer en el ABC titulares como "El centro se va a morir" o noticias dedicadas a la futura pérdida de ingresos del Corte Inglés del Duque. El centro sin coches era igual al apocalipsis. O alguno que opinaba que las bicis en la ciudad serían el desastre urbano al quitar plazas de aparcamientos. Los coches no podían desaparecer. Aunque ennegrecieran la Catedral. Aunque no hubiera sitio para aparcar. Aunque los atascos fueran insufribles. Los cambios en Sevilla parece que son impensables.

Pues por todo ello me alegro de que, ahora, me sea imposible circular con la bici por algunas calles del centro. Decían que el centro moriría, pero la gente no sólo no ha dejado de pasear por él, sino que ahora van más. Sea por el tranvía, por las bicicletas, por las esculturas en las plazas o simplemente por pasear sin humos por un entorno incomparable, la avenida de la Constitución está siempre llena de vida. El centro de Sevilla ha vuelto a renacer y el proceso no ha hecho más que comenzar, pues se habla de peatonalizarlo en su totalidad. Más de uno se ha tenido que comer sus palabras aunque dudo de que lo reconozcan. Allá ellos. Yo, mientras tanto, ya he quedado mañana para darme otra vueltecita.