La roja imparable

domingo, 29 de marzo de 2009

La suerte de vivir en Madrid te hace poder disfrutar de eventos importantes como el partido que la campeona de Europa tenía que disputar contra Turquía para clasificarse para el Mundial de Sudáfrica. A mi nunca me ha llamado la atención el ver los partidos de la selección (de hecho sólo había visto uno muy aburrido en el Benito Villamarín con Clemente de entrenador) pero el hecho de poder disfrutar del juego que el combinado nacional practica hoy en día (está considerada la mejor selección del mundo actualmente) y de que el escenario fuera el Santiago Bernabeu (al que llevaba mucho tiempo queriendo acudir) me ofrecían motivos suficientes para cambiar aquella antigua opinión.

El viaje en metro ya presagiaba que el ambiente sería el de las grandes ocasiones. Una masa de gente ataviada con los colores oficiales se embutía en los vagones entre cánticos de apoyo al equipo. Deseosos de salir de aquella olla a presión (y nunca mejor dicho), llegamos a la parada y ante nosotros se alzaba la impresionante figura del estadio, todo iluminado y con sus 4 torres de esquina dándonos la bienvenida a nosotros y a las 75 mil personas que habían agotado todas las localidades. Entre ellas mi
amigo Richi de Tubilla que por casualidad me encontré en los aledaños y nos hizo la foto.

Procedimos a buscar nuestra puerta de entrada y entre reventa y reventa pasamos por unos puestos preparados para entretener al público antes del comienzo con temas relacionados con la selección. Sin duda, lo que más me gustó fue la vitrina donde se exponía la Copa de Europa que ganamos el junio del año pasado. También era lo que más expectación causaba. Por fin entramos al campo, que era de lo que más ganas tenía, y no me defraudó. Tres gradas altísimas con miles de asientos y, curiosamente y a diferencia del Atleti, para combatir el frío unos calefactores de una potencia desmesurada para calentar todo el campo.

El partido fue entretenido y la selección jugó como ella sabe en la segunda parte, donde nos hizo disfrutar a todos. Aunque me llamó la atención que la grada no animase mucho. Hace poco vi por televisión el amistoso que España jugó contra Inglaterra en el Pizjuán y se escuchaba que los aficionados no pararon de apoyar al equipo desde el minuto uno. Pero en Madrid ni siquiera tras la alegría del gol la gente se animó con cánticos. Todos sentados y a continuar comiendo pipas.

Aunque sin duda lo mejor fue el descanso, y no por el bocadillo. El speaker nos deleitó con las canciones españolas más auténticas y el público sí que se enfervorizó al ritmo de Paquito el Chocolatero, El Fary, el Porompompero y, por supuesto, el "Que viva España" de Manolo Escobar. Todos de pie, cantando y bailando, y pasando un momento muy divertido. Sólo puedo pensar en la cara que se les quedaría a los turcos ante todo un estadio moviéndose adelante y atrás al ritmo del Chocolatero. Tuvo que ser impactante. Spain is different.

Al final, victoria (décima consecutiva, todo un record) y el mundial más cerca. La roja imparable.

Tierra de buen comer

viernes, 27 de marzo de 2009

Tenemos la suerte de vivir en un país donde se da mucha importancia a la comida: se aprecian los alimentos y el comer es un placer. El pasado puente estuve en Asturias y me planteé como objetivo probar esos productos típicos como les fabes, el cabrales o la sidra que tanta fama tienen. Cindo días me dieron para degustarlos, repetir y descubrir nuevos secretos de su gastronomía.

Les fabes. Es el plato por antonomasia. Todos los restaurantes lo ofrecen; incluso hay algunos que las cocinan exclusivamente: tienen tanto éxito que no necesitan de más comidas para obtener clientela. Las fabas clásicas (no confundir con la fabada) se componen de alubias blancas y un acompañamiento a base de productos derivados del cerdo (morcillas, chorizos...) que se donomina compango. Es un plato muy pesado y me dejó el estómago tan orondo que costaba reconocerme. Respecto a lo que dicen que ocurre después de tomar les fabes... pues sí, no es mentira.

El pote. Muchas personas cofunden el pote con las fabas, cosa lógica pues ambos llevan alubias. Pero el pote se hace de forma diferente, pues las cuecen con verduras y hortalizas. Básicamente, con patatas y berzas, las cuales están muy arraigadas en Asturias pues soportan muy bien el crudo clima de esta tierra. Me resultó mucho menos pesado que su pariente "fabil".

El pitu. Se confunde también con el pote, aunque en esta ocasión sólo por el nombre. El pitu es el pollo, que lo sirven con pimientos rojos. No está mal pero no es lo más ligero después de los copiosos platos de alubias que te sirven.

El arroz con leche. Antes de estar en Asturias no sabía que este postre tan típico es de los más populares de la región. Dicen que se diferencia en que es más cremoso porque se deja cocer el arroz más tiempo. Sea como fuere, estaba buenísimo.

El queso. En Asturias hay hasta 42 denominaciones de quesos puramente asturianos. Vacas y campo tienen de sobra y su leche es muy buena; supongo que de ahí saldrá tanta variedad. El que más me gusta es el Cabrales, un queso azul que presume de ser el más fuerte del país. En el puente lo probé en les Patatines al Cabrales, que se sirven con una salsa hecha a base del queso, nata y un poco de sidra... irresistible el rebañar con pan. Otro descubrimiento ha sido el queso de La Peral, que se elabora al norte de la región. Es también un queso azul pero un poco más suave que el Cabrales. Y uno curioso es Afuega'l pitu ("Ahoga el pollo"), uno de los más antiguos de Asturias que presenta dos versiones, en colores blanco y rojo. La diferencia entre uno y otro es que uno de los dos lleva pimentón, pero no diré cual... Me quedé con ganas de probar el Gamonedo, pero debido a los 30 euros que vale el kilo creo que esperaré algo más de un año para comprármelo.

La sidra. Esta bebida hecha con zumo fermentado de manzana es una razón de ser en Asturias. Existe todo un protocolo de actuación para beberla que me ha llamado mucho la atención. Se sirve fría y en botella de vidrio verde. El camarero abre su tapón de corcho y la sirve en vasos especiales, anchos y altos. Para ello, levanta la botella con una mano y en la otra agarra el vaso pegado al cuerpo con una inclinación determinada. Lo más difícil del proceso es que los buenos "chigreros" lo realizan sin mirar el vaso (guiándose por el sonido). El escanciado, si no se anda fino, mancha todo el suelo. Por eso los camareros no te dejan hacerlo a ti. De esta forma la bebida coge aire y su sabor mejora. Se llena el vaso muy poco, y hay que beberlo de un trago, pero no todo, sino dejando un culito que hay que tirar al suelo por el mismo lugar por el que has bebido (dicen que para limpiarlo), lo cual me costaba bastante hacerlo porque me parecía una guarrada. Y al cabo de un rato, el camarero se acerca de nuevo, te pregunta que si quieres otro "culín" y se repite el proceso hasta acabar la botella (lo cual no tarda mucho porque entre lo que cae fuera del vaso y el culito que se tira se va media botella sin beberla).

Después de toda esta panzada de comer, sólo puedo decir: objetivo cumplido.

Sorpresa en el camino

martes, 17 de marzo de 2009

Volviendo en soledad del curso de aguas bravas, y con tiempo suficiente para llegar al almuerzo en Madrid, decidí que sería una buena oportunidad para detenerme en algún lugar que me llamase la atención, aprovechando que ya me encontraba por allí. Desde mi coche pasé por varios pueblos pintorescos pero fue Cifuentes el que más me picó la curiosidad con un castillo y una iglesia que sobresalían por encima del resto del pueblo.

Una vez dentro del pueblo, me dirigí a esos dos monumentos que me habían atraido a este lugar alcarreño, y descubrí que lo que yo creía castillo era iglesia, y que lo que creía iglesia era convento. Me acerqué al punto de información turística y la empleada, con suprema amabilidad (no debía de haber mucho turista por la localidad), me contó con detalle toda la historia del municipio y los aspectos más interesantes que debía conocer. Y fue cuando, para mi sorpresa, me di cuenta de que había acertado con la elección: Cifuentes tiene mucho que ver.

Cifuentes es otro ejemplo más (como Córdoba o Tudela) de ciudad pacífica en la que han convivido las tres culturas (judía, árabe y cristiana), de las que quedan reminiscencias en sus calles. Las que no fueron destruidas durante la Guerra Civil, claro; pues Cifuentes soportó hasta 32 bombardeos durante el periodo bélico que arrasaron con muchas de sus casas y con el Convento, hoy afortunadamente restaurado y de uso público.

El pueblo es lugar de paso del Camino de Santiago (por ello quedan también restos de algún hospital de peregrinos, al estilo de los de Guadalupe) y precisamente en su iglesia destaca un pórtico románico dedicado al apóstol, con preciosas escenas de la vida de Jesucristo en sus capiteles, de los 12 apóstoles y de los hombres buenos sobre los seres malos (me recordó al mítico pórtico de Sangüesa, en Navarra).

Después de que en Turismo me dijeran que la Iglesia mayor era una auténtica joya, no quedaba más remedio que echarle un vistazo. Está dedicada a El Salvador (como la de Oviedo), pero no me dio tiempo a conocerla demasiado porque replicaban las campanas a las 12,00 para avisar del comienzo de la misa. Según salía me cruzaba con las señoras (muy) mayores que no faltaban a su cita del domingo, tan agradables al responder con felicidad un simple "buenos días".

Bajé por la calle Escalerillas a la plaza mayor, donde se concentraban varios moteros. Por estos pueblos de La Alcarria, según me ha contado mi compañero Migue, los amantes de las dos ruedas motorizadas se despachan a gusto por las sinuosas carreteras que conectan los pueblos; además, en Cifuentes, existe un Museo de Automoción que como estaba cerrado no sé de qué trataba pero seguro que a los moteros les gusta.

Enseguida llegué a otro de los elementos destacados de la localidad. En Cifuentes nace el río del mismo nombre, por varios conductos que brotan de la pared o incluso del suelo (como el río Huéznar en San Nicolás del Puerto) por medio de burbujitas que se aprecian desde la superficie del agua. De Hecho, el nombre de "Cifuentes" viene de "Cien fuentes", y aunque no se sabe de cuántas fuentes exactamente emana el río, se dice que "al menos nace de 7", y por eso en el escudo del municipio se representan 7 chorros de agua. La zona está muy bien acondicionada y se conoce como La balsa, donde varios patos nadan sobre el agua recién nacida. El río Cifuentes es un afluente del Tajo que se hermana con él en la localidad de Trillo, más al sur.

Y una vez allí, nueva sorpresa: en Cifuentes también hay castillo, pero no el que yo creía haber visto, sino otro sobre una colina. Un castillo con orígenes musulmanes pero aprovechado por ricas familias de duques portugueses que lo utilizaron tras la Reconquista como aposento real. Aquí, como en Guadalajara, los títulos nobiliarios tuvieron un importante peso. El castillo está vallado pero un resquicio me permitió darme una vueltecita y contemplarlo desde más cerquita. Y desde allí, desde lo alto, pude ver una estampa preciosa del pueblo al que, igual que Cela en su famoso libro Viaje a la Alcarria, había tenido la suerte de acercarme a conocer.

Ir al Tajo

domingo, 15 de marzo de 2009

El viernes, después del tajo, muchos se van a tajar; yo, prefiero irme al Tajo. Este fin de semana, gracias a la propuesta de alguno de los quetzales, he podido asistir a un curso de piragüismo en aguas bravas, algo inexplorado hasta entonces por mí, que sólo había remado en ríos o mares tranquilos. El curso se ha desarrollado en el recientemente creado Parque Natural del Alto Tajo, al sudeste de la provincia de Guadalajara, un entorno de bosque de pinos donde la empresa Enaltotajo enseña a diversos niveles cómo afrontar las variables corrientes del Tajo a su paso por el parque.

A tan sólo dos horas de Madrid se encuentra su sede, en el minúsculo (y no exagero) pueblo de Valtablado del Río, de tan sólo 7 habitantes. Juanto a las casetas donde guardan todo el material, los monitores nos explican conceptos esenciales de esta disciplina, parecida pero diferente en cuanto a técnica a los kayaks tradicionales. Para descender por aguas bravas es fundamental conocer cómo se comporta un río (su hidrotopografía), cómo existen lenguas principales de agua y contracorrientes a sus lados que hay que utilizar para poder descansar en la travesía. Cosas que, sentados en una mesa, nos cuesta entender.

Enseguida nos embuchamos en nuestros neoprenos, ajustamos nuestras piraguas y comenzamos la aventura. Junto a la base de un puente sobre el río, sin mucha fuerza, aprendemos cómo meternos en la corriente del río (la llamada "toma de corriente" y empiezan las caídas. En aguas bravas, el movimiento del cuerpo es fundamental, pues mueve la embarcación y ayuda a enfrentar el casco de la piragua a la corriente en la posición adecuada para no volcar. Si se vuelca, no hay que entrar en pánico: se recoge el material, se acerca uno a la orilla y se vacía el agua que haya entrado; sino, allí están los monitores para ayudarte.

Aprendimos la técnica del stop, que consiste en salir de la corriente que te impulsa hacia adelante con un movimiento rápido hacia una zona de contracorriente; este me gustó especialmente pues parece la que piragua derrapa en al agua y queda aparcada en la orilla. Enseguida emprendimos la marcha y comenzó la acción.

En aguas bravas las piraguas van muy rápido. Se coge el llamado "tren de olas" y te sientes como en una montaña rusa de agua con continuas subidas y bajadas. Pero eres tú el que pilotas, y si dejas de palear la embarcación puede virar y acabar bocabajo. No es peligroso, pero no se debe perder la calma. En el camino nos encontramos una dificultad: un tronco caído se encuentra en mitad del río, justo después de un salto de medio metro. En estas situaciones, los monitores recomiendan bajarse de la piragua y estudiar la situación. Si tras el peritaje no se ve claro, lo mejor es aplicar la regla número 1 (el "porteo" de la piragua) y superar por tierra el obstáculo; pero no era este el caso: tras el salto de agua, debíamos girar a la derecha y sortear el tronco. Muy divertido, pero la caída fue inevitable. No pasa nada: a vaciarla de nuevo.

El transcurso del Tajo por su cañón no presenta mucha dificultad, pero sí da pie a momentos muy divertidos de corrientes rápidas. En una de ellas, practicamos el Vac, otra técnica que consiste en curzar el río de orilla a orilla, pero no perpendicularmente a la corriente (pues no lo conseguiríamos), sino en paralelo y en sentido contrario. Divertido y difícil.

En total, estuvimos 3 horas que se me pasaron enseguida. Se me quedó corto y hubiera seguido mucho más. El curso era de dos días y sólo pude hacer uno por motivos de cobtrol. La experiencia ha sido muy positiva. Así que habrá que repetirlo en otra ocasión. Sin tajos ni rasgaduras, mañana lunes vuelvo al tajo. Pero espero volver pronto al de las mayúsculas.

PD: Por primera vez no uso en mi blog una foto mía o de algún compañero de viaje; las cosas de tener la cámara estropeada. Espero subsanarlo pronto.

Todo bajo control

martes, 10 de marzo de 2009

Todos los de la escuela teníamos un gusanillo en el estómago. Después de mucha clases de teoría, de parrafadas memorizadas difíciles de comprender por lo abstracto de sus planteamientos, por fin íbamos a poder dar algo de forma al etéreo mundo del control aéreo.

El otro día estuvimos de visita en el Centro de Control Aéreo de Torrejón, uno de los 4 centros de control desde los que se controlan todos los aviones que sobrevuelan los cielos españoles (en concreto desde éste se maneja la zona central y norte del país). Es la dependencia en la que trabajan más controladores aéreos y en la que se toman las decisiones más importantes. Es la referencia en control de España, y nosotros como neófitos acudíamos allí con la ilusión de un principiante.

La sala de control impresiona nada más entrar. Un cubículo enorme, sin paredes interiores, donde todos los días del año y a todas las horas del día hace la misma temperatura y se dan las mismas condiciones de iluminación. Tiene su lógica: el controlador tiene que estar cómodo en su puesto de trabajo, y estar inmenso en ese submundo le hace no distinguir, por ejemplo, el día de la noche (en los centros de control nunca se detiene el trabajo). Tres de sus 4 paredes están llenas de las posiciones UCS, un pareja de ordenadores donde aparecen todos los aviones que en ese momento surcan los cielos españoles; en la cuarta, el jefe de sala, aburrido mientras el resto de sus compañeros hagan bien su trabajo.

Nos acercamos a una de estas posiciones; los controladores en activo nos tratan con extrema amabilidad; se nota que ellos pasaron en su día por el trance en el que nos encontramos nosotros. Observamos su labor y les bombardeamos a preguntas. Julio, un conocido de mi compañero Migue, nos invita a pasar la tarde con él frente a su monitor. Durante la hora que pasamos con él, pasamos de la ignorancia inicial ante un galimatías de puntitos y letras de diversos colores, a entender un poco la mecánica del control, el principio de evitar que dos aviones estén en el mismo lugar a la misma hora, y de cómo prevenir posibles conflictos entre la marabunta de aviones que aparecen en pantalla. En realidad, un controlador no trata con todos, todo está sectorizado y el trabajo se hace más sencillo; se trata de ir colocando las piezas en su sitio. Y parece mentira pero todo encaja.

A la hora toca descanso. La mente acaba exhausta debido a la concentración que se requiere, y Julio nos da una vuelta por las instalaciones que tienen para descansar: una cafetería con precios muy asequibles, una sala de simuladores, un gimnasio y un rincón lúdico con mesas de billar y futbolín.

Al poco Julio vuelve a su puesto. Nosotros a nuestra casa. Y me voy de allí lleno de alegría con la sensación de que en el futuro voy a trabajar en algo que me encanta.

Aires de guerra

viernes, 6 de marzo de 2009

En la escuela decidieron que el mejor día para poner la primera visita a exteriores fuese el día más lluvioso del año. Una pena pues el Museo del Aire en el aeródromo de Cuatro Vientos, al sur de Madrid, bien merece un recorrido tranquilo (y seco) para conocer de cerca todo lo que muestra.

El museo es una gozada para los seguidores de la aviación, tanto para aquellos cuya afición nació de un interés puramente personal, como para iniciados como yo a los que la escuela les ha "forzado" a descubrir este apasionante mundo. De todos modos, cualquiera puede disfrutar de un paseo a través de las historia reflejada en las 132 aeronaves que están expuestas ya sean bajo techo en los diversos hangares o al aire libre en las extensas explanadas del recinto.

La aviación, como tantos otros inventos (se me ocurren ahora el GPS o Internet) ha supeditado su desarrollo al uso militar que de ella se hacía. Los avances más importantes en este campo han tenido siempre un fin bélico (en las guerras era fundamental ir técnicamente por delante de tu enemigo) y así, mejoras como el uso de radares para determinar las posiciones o para identificar si te encontrabas con un amigo o enemigo (friend or foe), han sido y son utilizadas hoy en día para la aviación civil comercial. En el museo, la mayoría de las aeronaves expuestas son aparatos de combate que en su época supusieron innovaciones únicas.

Antonio, el guía que nos acompañó, nos detallaba historias de algunas de las piezas del museo. Él fue quien nos enseñó que Roland Garros nunca fue famoso por haber jugado al tenis, sino por ser un gran aviador, el primero en cruzar el Mediterráneo, a bordo de su hoy rudimentaria Morane-Saulnier. O que Anthony Fokker fue el inventor del sincronismo entre las hélices y las ametralladoras que se disparaban desde cabina, con el fin de no hacer agujeros a las palas en cada disparo.

Pero, quizás por su bajo tono de voz, o por algunos de sus comentarios bélicos poco apropiados desde mi punto de vista, me decidí por hacer más caso a mi compañero Inaki, auténtico amante de este mundo, que, aparte de saber de lo que habla, vive cada comentario. Con él me fijé en los modelos más antiguos, muy aparatosos, con sus alas de tela y sus cables y remaches; parece increíble que estas máquinas pudieran en algún momento elevarse por los aires, y más aún aterrizar con sus débiles ruedas de bicicleta. Alguno de las hangares está repleto de motores, de pistón y de turbinas; me habían explicado antes cómo eran, pero impresiona verlos in situ, con sus miles de piezas y sus exagerados tamaños (y pensar que alguien haya podido ser capaz de inventar algo así).

La visita la dedicamos a la parte techada, pues la lluvia nos impidió poder contemplar los aviones de fuera, también militares en su mayoría pero más modernos. Pero estoy seguro de que otro día volveremos, pues los primeros domingos de cada mes se realizan exhibiciones en el aeródromo de Cuatro Vientos en las que se vuelan algunos modelos antiguos. Dicen que es todo un espectáculo. Cita pendiente.