Madrid, la suma de todo

jueves, 12 de agosto de 2010

Pongamos que hablo hoy de Madrid. La capital del reino, la ciudad más poblada, donde no sólo se es uno entre 6 millones. Por muy desapercibido que se pase, todos somos importantes a la hora de configurar la personalidad de una metrópoli donde hay de todo para todos.

Madrid son sus gentes, donde se confunden los gatos autóctonos con la mayor variedad étnica jamás vista; Madrid son sus hombres-anuncio de oro de Sol, sus putas sin rodeos de la calle Montera, sus músicos amateurs del metro, sus punkies sin renovar de Gran Vía, sus guiris con chanclas en invierno, sus camellos subrepticios de Embajadores, sus figurantes con parálisis de Preciados, sus sudamericanos con ambiente festivo en la Casa de Campo, sus vendedores de antigüedades extravagantes del Rastro, su saxofonista del Retiro que toca y toca "somewhere over the rainbow".

Madrid es grande, en muchos sentidos. La ciudad que nunca acaba, que engulle pueblos que ahora son barrios, que construye circunvalaciones que se meten ya en otras provincias, que soterra carreteras porque Madrid ya no cabe en superficie. En el Madrid del -1 cohabitan túneles, líneas de metro, pasos subterráneos refugio de indigentes, bares y casas construidos por debajo del nivel del suelo y hasta centros comerciales. La Madrid que mira al centro de la Tierra en contraste con la que mira al cielo, la de los edificios altos y más altos, las 4 Torres de Castellana y las más de 4 de AZCA.

Madrid es una ciudad dinámica, de proyectos imposibles que normalmente se hacen posibles. Con la mayor oferta de ocio que jamás conocí, existen publicaciones de barrio con la oferta cultural sólo en la vecindad. Es imposible aburrirse en Madrid. A mayor escala, la urbe siempre se haya en obras, señal de que nunca se detiene. Los túneles de la M-30 son la mayor obra urbana de Europa, la red de metro es la tercera del mundo, y son tan propios que se permiten desviar el Manzanares para crear el proyecto Madrid-río que, si algún día se concluye, promete ser espectacular. A largo plazo, las Olimpiadas, el mayor reto de todos, del que tengo la corazonada que algún día conseguirán.

Madrid también es paciencia. Paciencia para soportar las largas colas para ver la exposición de la Fundación Mapfre de acceso gratuito, paciencia para conseguir una entrada de las que se agotan enseguida en aquellos espectáculos que son de pago. Las distancias son enormes, la calle Alcalá tiene 674 números, y lo normal en Madrid es vivir lejos de donde trabajas. La consecuencia son los atascos insufribles en coche, los interminables transbordos en un metro hacinado, la hora y media de ida y otra tanta de vuelta, el laberinto de calles y carreteras que sólo se consigue aprender después de haberte equivocado 20 veces (bendito GPS).

Madrid es todo. Es Cibeles, es el Guernika, es 50 euros por cenar, es el teleférico del Parque del Oeste, es Lavapiés, es Doña Manolita, es Carabanchel, es el anillo verde, es ver a los campeones del mundo, es decir "ejque la dije que", es la M-11, es los detractores de la Espe, es sus benefactores, es el Rayo, es el Honky Tonk, es las tapas por La Latina, es nieve y calor sin pasar por la primavera, es quedarse dormido en el metro, es La chocita del Loro, es un bocadillo de calamares en Plaza Mayor. La suma de todo es la mezcla explosiva de una ciudad que te marca la vida.