Una noche en las carreras

jueves, 30 de julio de 2009

El jueves pasado acudimos al Hipódromo de la Zarzuela, donde cada semana de verano se celerabran carreras de caballos que últimamente han tenido una gran popularidad. Picado por la curiosidad de en qué consistiría un evento de este tipo, no pude evitar llevarme una gran sorpresa por lo que allí me encontré.

Las gradas estaban repletas, y la expectación era máxima. Una carrera estaba a punto de comenzar. Casi todos los asistentes portaban en sus manos los boletos donde figuraban sus apuestas que les podían hacer ganar unos cuantos euros. El juez da la salida y después de un minuto el caballo más veloz cruza la meta el primero. Algarabía entre los ganadores y resignación entre los muchos perdedores.

Animados por la competición, no dudamos en apostar. Un complicado folleto te trata de explicar las múltiples combinaciones y los estadísticas de los caballos. Las opciones eran tantas que preferimos que nuestras apuestas estuvieran más ligadas a la atracción por el nombre del caballo, los digitos de la hora o la serie númerica de Lost. Entre carrera y carrera pasa casi media insufrible hora en la que no hay muchas posibilidades de distracción. El momento álgido llega cuando se da la salida y el speaker anuncia por megafonía que tu caballo va el primero; el momento bajo llega cuando el favorito le rebasa y gana la carrera. Fin de la carrera y vuelta a empezar: apuestas, esperas y carrera.

Dado que el evento en sí no era especialmente entretenido, nos detuvimos en observar el tipo de gente que va a las carreras. Ir a las carreras se ha puesto de moda entre la gente mas cool de Madrid y por ello los modelos parecen sacados de una boda. Vestidos de noche con altos tacones y trajes de chaqueta con zapatos de marca se suceden curiosamente en un lugar que se halla en medio del campo, con césped, con un fétido olor a caballo y el humo de las barbacoas de los restaurantes inundándolo todo. Realmente, no pega ni con cola.

Pero llegué a la conclusión de que las carreras de caballos son la excusa para lo que denominamos el "postureo", es decir, el paseíllo de modelitos de un lado a otro del hipódromo. Entre carrera y carrera, la gente iba y venía mostrando sus mejores galas. Y había incluso quien durante la carrera no miraba los caballos, sino que se dedicaba a hablar y comentar con sus conocidos. Además, el hipódromo oferta una serie de discotecas y bares dentro del recinto para que todos los "posturantes" puedan encontrarse a gusto. De hecho, al acabar las carreras y salir por la entrada, la cola para entrar a la fiesta posterior era impresionante.

Nunca imaginé que las carreras de caballos se hubieran puesto de moda más por lo que generan alrededor de ellas que por la competición en sí; lo malo de las modas es que desaparecen casi tan rápico como llegan, y si las carreras siguen siendo tan aburridas (por el tiempo que se tarda entre una y otra) auguro que su éxito pervivirá sólo mientras a los más pijos les siga gustando como lugar de reunión.

Érase una muralla

martes, 21 de julio de 2009

Pero no una muralla cualquiera. En este cuento se trataba de la muralla mejor conservada de toda Europa, de un recinto inexpugnable a los ataques enemigos o al avance del tiempo, distante de Madrid a poco más de una hora y que se convirtió en una excusa perfecta para disfrutar de un agradable día en Ávila. El coche se deja extramuros en la misma cuesta que cada año los ciclistas de la Vuelta a España ascienden fatigados para ganar la correspondiente etapa.

La ciudad antigua queda dentro y las únicas entradas son 9 puertas hoy afortunadamente abiertas para poder pasear por su interior. Porque la muralla forma un rectángulo perfectamente cerrado con un perímetro de 2.500 metros y paredes que alcanzan los 12 metros de altura. Obstáculo insalvable para las huestes enemigas de los reyes cristianos allá por el siglo XII en el que fue construida, herencia de incalculable valor monumental para los turistas del siglo XXI. Impresiona su espléndido estado de conservación, la disposición ordenada de sus 88 torreones que forman curiosas estampas en perspectiva, y el característico perfil que le confieren las más de 2.500 almenas que intermitentemente se alternan una tras otra en su contorno.

La muralla es visitable y se pueden hacer recorridos por varios tramos en altura. Algunas partes no están acondicionadas y otras son inaccesibles, como aquella en que la muralla queda fusionada con la Catedral; pero merece la pena pasear por los 1.500 metros transitables. Unas empinadas escaleras que conducen a unas excelentes vistas de la ciudad, antigua y nueva, dentro y fuera, pasado y presente. Y colorín colorado. En Ávila fuimos felices y comimos... un enorme chuletón.

Alcázar a la vista

sábado, 18 de julio de 2009

Decir Segovia es hablar de su acueducto. El genial monumento eclipsa cualquier otro rasgo distintivo de la ciudad; basta con preguntar a cualquier foráneo qué más destacaría de la capital para darnos cuenta del desconocimiento generalizado. Cometeríamos un craso error si nos conformásemos con admirar sólo la colosal obra romana, pues justo al otro lado, destacando sobre un cerro bajo el cual se fusionan los ríos Eresma y Clamores, se encuentra otra maravilla arquitectónica que no pasa desapercibida: el Alcázar.

Este castillo no tiene nada que ver con algún otro que haya conocido en España, donde abundan los medievales de piedra o los alcázares construidos por los musulmanes. Pero el nombre de Alcázar no debe llevarnos a engaño: la edificación fue llevada a cabo tras la reconquista cristina, aunque se tenga constancia de usos anteriores, sobre todo en época romana. El Alcázar de Segovia más bien recuerda a los tradicionales castillos alemanes, por sus picudas torres con tejas negras que le otorgan un cierto aire de cuento infantil. Su ubicación es sublime y destaca en la silueta de la ciudad como su parte frontal, como la proa del barco con el que todos comparan el perfil segoviano.

En su interior la visita se hace estancia por estancia, destacando por su importancia la presencia de elementos pertenecientes a los Reyes Católicos. De hecho, Isabel la Católica salió de la fortaleza el 13 de diciembre de 1474 para ser proclamada Reina de Castilla en la Plaza Mayor. Me gustó especialmente la Sala de los Reyes, en cuyo friso aparecen una tras otra figuras de todos los reyes de Castilla, León y Asturias, y en la que Alfonso X (el inventor del NO&DO sevillano) se camufla bajo el nombre de Alfonso XI, por un error a la hora de contar los reyes con ese nombre.

Las vistas son espectaculares y la visita permite subir los 152 escalones que por una estrechísima escalera de caracol conducen a lo alto de la torre del homenaje, desde la que por un lado se observa la ciudad, con su fabulosa Catedral que hace funciones de mástil del barco, y por el otro la llanura, el mar verde sobre el que navega la nave.

Segovia... y la cosa se complicó

sábado, 11 de julio de 2009

Una tranquila visita turística a Segovia puede, inesperadamente, convertirse en una magnífica oportunidad de descubrir múltiples aspectos de una ciudad que desconocía abiertamente. Un día es suficiente para curiosear esta pequeña capital de provincia, de unos 56 mil habitantes. Situada sobre un promontorio rodeado por dos ríos que se eleva sobre la gran llanura de en derredor, vista de lejos asimila la forma de un barco, con su impresionante Alcázar actuando de avanzadilla en la proa. Sin duda, una magnífica elección para comenzar la visita, pues este castillo nos da la bienvenida con sus picudas torres que recuerdan a los castillos de la Alemania profunda.

Después de comer en una de las múltiples zonas verdes de que dispone el centro, continuamos nuestro descubrimiento de Segovia por las apacibles calles del casco antiguo, con cuidadas casas que no desentonan con el medieval entorno que nos rodea. Enseguida llegamos a la Plaza Mayor, donde la informadora turística no supo determinamos en qué casa de la ciudad vivía Eva Hache, aunque nos comentó que Perico Delgado sí se encontraba comiendo por el centro. Segovianos ilustres. La plaza queda eclipasada por la colosal Catedral, último vestigo del gótico en España y que sorprende por su gran altura y su claustro, inhabitual en los iglesias magnas de las ciudades.

En la plaza vimos que Segovia también dispone de SegoBici; me alegra comprobar que este medio de transporte se implanta cada vez más en nuestras ciudades. A la espalda de la Catedral se encuentra el barrio judío, por el que descendemos hasta pasar por un arco que es una de las puertas de la muralla. Esa es otra de las sorpresas: en Segovia, como en Ávila, también hay murallas, aunque, a diferencia de éstas, son de origen árabe y no se conservan en su totalidad.

Nuestro paseo continua hasta encontrarnos con nuevas reminiscencias del románico. La piedra domina la Plaza de Juan Bravo, con sus iglesias y casas medievales. Un poco más adelante nos volvemos a encontrar con multitud de piedras, pero dispuestas en arcos y de una altura enorme: hemos llegado al excepcional Acueducto de Segovia, símbolo de la ciudad y una maravilla universal conocida en todo el mundo.

Así acabó nuestra visita turística, pero no la visita a Segovia. A eso de las 7 de la tarde nos encontramos con Alberto, oriundo segoviano amigo de Jesús que se ofreció a mostrarnos otra cara más interesante de la ciudad. Enseguida nos llevó de tapas a los bares de alrededor de la Plaza Mayor. En ellos, además de que las cervezas son baratas (sobre todo comparándolas con Madrid), te regalan una tapa muy elaborada que además puedes elegir a tú gusto. Buena nota deberían tomar los bares del centro de Sevilla, que tanto presumen de tapeo con sus abusivos precios. Una caña tras otra de bar en bar y pronto te encuentras que sin darte cuenta has cenado. Así que queda explorar un poco más la noche segoviana.

Si bien nuestra intención era volver a Madrid en el día, la oportunidad no podía ser rechazada. Una noche de marcha por la ciudad sonaba más que bien. Así que conocimos la famosa "Calle de los bares" de Segovia, que no podía tener el nombre mejor puesto. Mucha gente en la calle y buen ambiente. Un día para recordar. Me encanta que los planes salgan mal.

Más que unos arcos

jueves, 9 de julio de 2009

Todo lo que se diga del Acueducto más famoso del mundo es poco. Espectacular, colosal, sorprendente... faltan calificativos para describir la primera impresión que provoca ver in situ el emblema de Segovia. Es difícil de entender cómo hace dos mil años se pudo construir tal obra de ingeniería con medios rudimentarios, y que aún se conserve y se mantenga en pie. Su máxima expresión se halla en la Plaza del Azoguejo, donde se levanta la sección del acueducto que todos conocen: la doble galería de arcadas que alcanza casi los 30 metros de altura.

Pero en esta visita a Segovia la curiosidad me hizo ir más allá de la plaza. Iniciamos un paseo cuesta arriba siempre en compañía de las columnas graníticas de esta obra romana hasta ver dónde llegaba. Para nuestra sorpresa, los arcos se decrecían en altura conforme subíamos, al punto que la doble arcada se quedaba en simple justo al torcer una curva a la izquierda. Un poco más allá, tras más de 700 metros de camino, los arcos desaparecieron de repente.

Todo tiene su explicación. El acueducto no siempre va sobre arcos. Es más, su inicio se halla a 18 kilómetros de Segovia, en el río Frío, de donde los romanos tomaban el agua para abastecerse. A través de un canal de 0,30 metros de ancho y otros 30 centímetros de profundo, el agua descendía desde la montaña hasta la ciudad. Pero por la especial configuración de Segovia, hubo que salvar un gran desnivel para llegar a la parte alta. Para ello se construyeron los 166 arcos de medio punto que han dado a este monumento fama mundial.

Es más, el agua seguía su discurso por el canal hoy soterrado por la ciudad hasta llegar a la ubicación donde hoy se sitúa el Alcázar, pero estas partes no están visibles. Por ello la gente se queda sólo con la imagen del acueducto de la plaza (que no es poco), pero para entender su importancia hay que ver más allá de los arcos.

Emulando a Tarzán

lunes, 6 de julio de 2009

De vez en cuando los controllers deben despejar su mente de tanto avioncito; por ello, el fin de semana pasado un osado grupo se propuso liberar estrés de una forma muy original. En Navafría, en Segovia, la empresa De Pino a Pino tiene organizado un recorrido de 4 circuitos de aventura en el aire, en un frondoso bosque de pinos de la Sierra de Guadarrama. La mecánica consiste en solventar todos los obstáculos de cada recorrido para poder pasar de un pino a otro por el aire, a través de juegos de dificultad creciente. Siempre atados a una línea de vida, y con dos mosquetones de seguridad yuna polea colgando de tu arnés, los monitores te dejan a tu libre albedrío mientras ellos vigilan desde el suelo.

La cosa prometía. El primer circuito era para niños así que empezamos directamente en el segundo. Al principio, la cosa parecía sencilla. Subir por una escala, pasar por un cable, unas cuerdas, unas anillas donde meter los pies, puentes tibetanos, alguna tirolina, un salto en liana para quedar enganchados en una red suspendida... Muy divertido y no excesivamente complicado. Así que decididos empezamos el segundo. En este, la altura de los juegos aumentaba desde el inicio, y también la dificultad. Unas cuerdas para subir daban paso a unos toneles que había que reptar. Nuevos puentes, tirolinas más altas con espectaculares pasos sobre el río agarrados simplemente con las manos a un tronco que se deslizaba, pasos entre redes, troncos cada vez más lejanos, subidas y bajadas por escalas... Al acabar, el cansancio se notaba, pero aún quedaban fuerzas.

Antes de entrar en el último circuito, un cartel avisaba de que si nos encontrábamos sin fuerzas no deberíamos comenzarlo. Pero el reto quedaba pendiente y las ganas de hacerlo pudieron al agotamiento. Pero ya desde el principio se vio que la cosa cambiaba. Cada juego costaba un mundo acabarlo: las distancias de paso aumentaban, la altura crecía y el cansancio hacía mella. Pero las propuestas eran chulísimas: toneles mucho más alejados (por momentos te quedabas casi suspendido en el aire), troncos en vertical, anillas, cuerdas sueltas... y el espectacular salto del ángel. En este juego, te tirabas sin manos atado a una cuerda y tenías que quedarte agarrado a una red que no estaba enganchada al suelo, por lo que subir por ella hasta la plataforma de seguridad costaba bastante. La sensación de no estar sujeto a nada mientas te dejabas caer era adrenalínica. Y ahí acabó mi aventura. Aunque me quedaba la mitad del circuito, las fuerzas flaqueron... pero daba igual, ya había disfrutado lo suficiente. Una última tirolina de escapatoria para regresar al suelo. Más de 3 horas de aventura que justificaron un gran día, algún moratón y unas buenas agujetas al día siguiente.