La alegría del Carnaval

viernes, 24 de febrero de 2012

El Carnaval es símbolo de alegría. Ya sea en Cádiz, en Brasil o en Badajoz... el Carnaval nos disfraza de buen rollo, nos deshinibe y nos hace sacar ese humor que todos llevamos dentro y tantas veces ocultamos. Este año tocaba vivir el Carnaval con una hora menos: en Santa Cruz de Tenerife.

La imagen que se tiene de Tenerife es la de esas reinas de Carnaval, con sus pesados e incómodos trajes emplumados y recargadísimos, que se nota cómo disfrutan llevándolo. Pues sí, esas mujeres existen, y además en varias categorías (infantil, sénior...), pero al margen de ser un producto comercial patrocinado por marcas conocidas, no se les ve más que en las galas previas a los días grandes y en el Coso, un desfile donde diversas agrupaciones conocidas como Murgas pasean con todos sus componentes vestidos igual y haciendo aspavientos con los brazos en ese típico baile de Carnaval que todos tenemos en mente.

Pero, reinas aparte, el auténtico Carnaval lo protagoniza su gente, que hace alarde de humor y originalidad en sus disfraces, y por partida doble: en Santa Cruz hay dos noches grandes, el sábado y el lunes, y dos días para disfrutar a pleno sol, el domingo y el lunes. Las azafatas de Espanoir mezclándose con yogures Vitalínea, los trillizos que metían en su cama a quien encontrasen junto al camarero de la Tasca Chonda, y esa extraña obsesión que tienen todos los tíos tinerfeños por disfrazarse de tía, pero todos al fin y al cabo disfrutando y compartiendo su felicidad, tomando una Doradita bien fresca. Ambientazo en la calle, gente de todas las edades desde bebés a ancianos, todos disfrazados con escenarios y música para derrochar alegría. Así es el Carnaval, también en Tenerife.



Y así será hasta el miércoles, día en que todos los tinerfeños se vestirán de luto para convertirse en viudas y así enterrar la sardina, acto simbólico que cierra las fiestas y que, pese a ser motivo de tristeza, en esta isla también se disfruta, pues ya queda menos para el siguiente.

Azul Perito

miércoles, 22 de febrero de 2012

Las mujeres, con ese innato don de distinguir infinitos tipos de colores que la genética les ha conferido, encontrarían en el glaciar Perito Moreno un nuevo y excitante universo cromático con el que lucir prendas en la próxima temporada de la moda. La estrella es, sin duda, el azul Perito, un nuevo tipo de azul muy intenso, que los hombres llamarían celeste. El azul Perito tiene la virtud de ser cambiante, en función de los efectos ópticos por la luz. Así, el Perito Moreno es un inmenso glaciar de hielo de 5 kilómetros de ancho y 50 de largo, con paredes verticales en su frente de 200 metros de altura, de los que son unos 60 metros los que emergen del agua y los que ofrecen ese espectáculo azul Perito único.

El Perito Moreno es de los pocos glaciares que quedan en el planeta que no está en retroceso; al contrario, avanza a razón de un metro al día, lo que provoca que cada 15 minutos enormes bloques de hielo se desprendan en caída libre desde su frente al agua del lago en el que se posa, un momento especial que provoca un ruido estremecedor que contrasta con el silencio más absoluto que nos rodea. Eso sí, nada comparado con la ruptura, evento que sucede cada 2 ó 3 años en el que el Perito Moreno desploma un enorme puente naturalmente formado sobre el lago, que los afortunados que lo han visto alguna vez aseguran que no existe nada más emocionante.

El glaciar se forma en un valle, rodeado de los montes de la cordillera andina. Desde las pasarelas del parque, su silueta se pierde en el horizonte. Junto al hielo, destaca entre la escasa flora una flor de un amarillo chillón, es el amarillo Calafate, una flor que da nombre a la región y que poco después se ransformará en una baya violácea, y el rojo Nore, una planta autóctona con un cromatismo intensificado por su excepcional entorno.

Pero las pasarelas saben a poco. Lo bonito es sentir el glaciar, y la única forma de conocerlo a fondo es contratar la excursión monopolio llamada Big Ice, con un precio desorbitado pero absolutamente imprescindible. Los guías del Big Ice te cruzan en barco a donde casi nadie alcanza, para comenzar una hora de trekking por el lateral del glaciar, por un sendero marrón Morrera entre árboles y cascadas, hasta el campamento base donde se inicia la auténtica aventura. "Has usado crampones alguna vez", me pregunta Julián, el guía. "Nunca", le digo. Contento de mi contestación, me responde orgullloso: "Bien, así siempre podrás decir que la primera vez que te pusiste crampones fue en el glaciar Perito Moreno".

Desde allí, nuestros pasos chirrían sobre el hielo, un hielo que de cerca ya no es azul, sino blanco Hielo, un blanco que nos rodea hasta el infinito. Son 6 horas de trekking en el que se observa que el glaciar no es sólo su espectacular frente. En el desierto de hielo sobre el que caminábamos se escondían grietas de decenas de metros de profundidad, ríos de un agua naturalmente desmineralizada pero igualmente saciadora, y sifones realmente peligrosos si corrías la mala suerte o temeridad de caer en ellos. Pero también una espectacular laguna, de un azul increíble, que ya no era azul Perito sino azul Glaciar, un entorno excepcional en el que reposamos para comer.

El Big Ice es una excursión dura, pero muy reconfortante. La sensación de estar perdido en medio del hielo, totalmente rodeado de un desierto blanco, provoca una ceguera de placer, pero hay que tener cuidado porque si no llevas gafas de sol puede provocar también una ceguera en la vista muy dolorosa, por experiencia propia. Lo bueno es que no daña la memoria interna de la retina, esa que nunca formateará la experiencia del Perito Moreno y su inolvidable escala de colores.

No é el arca, pero casi

martes, 14 de febrero de 2012

La imagen de arriba es real, no tiene truco: unas ovejas se acercan a beber tranquilamente a una masa de agua salada, mientras sus sosegados camaradas, los lobos marinos, duermen una plácida siesta. Tal instantánea sólo puede ocurrir en un país como Argentina, donde su variaded climática genera hábitats donde no sorprende encontrar compartiendo sustento a un descendiente del camello como el guanaco junto a un pingüino, o a un tipo de avestruz como el ñandú correteando a sus anchas con caballos silvestres. Queda claro que el arca de Noé debió atracar por aquí cerca.


Las cataratas de Iguazú descargan su esplendor en medio de una selva subtropical muy húmeda. En medio de un sencillo camino nos encontramos un lagarto que por tamaño parecía una iguana pero era un lagarto que campaba sin temor por su bosque, sacando una lengua viperina muy roja; sería el primero de otros muchos, como los coatís, esa especie de perro a rayas con hocico de oso hormiguero, de apariencia calma pero trasfondo agresivo si algún incauto turista le ofece algo de comer. Por la selva nos topamos con una familia de monos capuchinos, con su característica máscara blanca, que a pesar de los intrusos proseguía en formación su andadura por los árboles. Era un día soleado en Iguazú, plagado de miles de mariposas que revoloteaban por doquier.

Más al sur, abajo del todo, en Ushuaia cambiamos de hábitat al bosque austral andino, cumbres nevadas y parajes frondosos donde nos encontramos al pájaro carpintero magallánico, la hembra toda negra y el macho con su penaje rojo intenso en la cabeza, que picoteaban imperturbables los troncos de los árboles. En el estrecho de Beagle nos esperaban los lobos marinos y los cormoranes, que habían conquistado algunas de las islas y se habían ganado el derecho de habitar en ellas sin que nadie les tosiese. Aún así, no extrañan a los visitantes, saludos de algún lobo incluidos, en una excursión que nos deparó algunas de las imágenes más bellas de viaje.

En el oeste, la vida se torna extrema sobre el glaciar Perito Moreno, aunque algún insecto se atreviese a desafiar el intenso frío. Nos contaron que, por contraste, el simple roce de nuestro dedo sobre el cuerpo del insecto lo hubiera matado de calor. Un poco más al interior, la laguna Nimez sirve de humedal para el abastecimiento de aves de nombres imposibles de rocordar, y en los bosques andinos de El Chaltén nos encontramos especies de papagayos o cacatúas, quién sabe, pero no apareció el puma, y eso que nos habían advertido bien cómo ahuyentarlo.

Pero la mayor diversidad faunística la encontramos en los alrededores de Trelew. En Punta Tombo descubrimos la mayor reserva de pingüinos de Magallanes del mundo, más de 200.000 parejas que anidan en tierra y avanzan con su torpe andar hacia el océano Atlántico para buscar alimento para sus pollos recién nacidos. Curiosa estampa de los pingüinos conviviendo con los guanacos, un descendiente del camello que es el mamífero más abundante de la Patagonia, pastando con libertad por los arbustos de la llanura.

Por último, nos esperaba lo mejor. El recorrido por la Península Valdés fue auténtico safari, guía en mano, descubriendo desde nuestro coche guanacos, rapaces, zorros y los veloces ñandúes con sus pequeños ñandúes, animales semejantes al avestruz que ganaban a nuestro vehículo en velocidad. Pero el mayor espectáculo, el más emocionante y el que nunca olvidaré me lo dieron las ballenas. Puerto Pirámides en noviembre es la clave perfecta para admirar la grandeza de la naturaleza, las más de 60 ballenas francas con sus 60 ballenatos que surcaban las aguas, emitían esos sonidos que algún nombre tendrán pero que desconozco, expulsaban esos famosos chorros de agua por el lomo y se ponían cola arriba haciendo el pino para nuestro deleite. Auténticos monstruos marinos de 12 metros que emergían de las aguas y desaparecían, cuyas sombras inquietantes se vislumbraban desde el bote.

No sabemos cuándo acabó el diluvio universal, pero lo que sí está claro es dónde Noé atracó el arca.

El paraíso del trekking: el Chaltén

viernes, 10 de febrero de 2012

Vamos en bus desde el Calafate camino de El Chaltén, un pequeño pueblo en mitad de la nada argentina que sirve como campamento base para que los amantes del senderismo colmen sus emociones en el paraíso del trekking patagónico, la zona norte del Parque Nacional de los Glaciares. En la portada de mi Lonely Planet se destaca la fotografía del Cerro Torre, inmensas agujas de piedra que quitan el sueño a los escaladores más avezados. Quienes tienen la suerte de haberlo visto, dicen que jamás lo olvidan; pero hay que ser afortunado porque, normalmente, el Cerro Torre está cubierto de nubes.

Tras 3 horas de viaje, inmensas lagunas vistas desde la ventanilla y algún que otro glaciar, atisbamos nuestro objetivo. El Chaltén nos recibe ventoso y detrás de él, efectivamente, el Cerro Torre queda oculto entre una imperturbable neblina. Nada más llegar, un guarda del Parque Nacional nos da importantes consejos de seguridad para disfrutar de la naturaleza, muy preocupado por el riesgo de incendio y el respeto a la fauna y flora del lugar. De las múltiples rutas que se pueden realizar, y por mor de sólo tener unas cuantas horas de tiempo antes de regresar al Calafate, decidimos afrontar la ruta que nos dejaría cerca del otro símbolo del Parque, el Fitz Roy, que, al contrario que el Cerro Torre, despejado de nubes nos ofrecía todo su esplendor.

La ruta es sencillamente espectacular. Saber que estás paseando por los infinitos Andes con el telón de fondo de la cumbre del Fitz Roy es algo inenarrable, rodeado de un bosque andino y con la visión azulada de los glaciares. La ascensión no es especialmente complicada, y el primer punto de descanso es un impresionante mirador desde el que admirar embobado las más de 30 crestas que forman el pico del Fitz Roy. El comandante que patroneaba el Beagle de Darwin estaría orgulloso de que hayan utilizado su nomenclatura para semejante maravilla.

Nuestra ruta continúa, y entre las flores amarillas del calafate oímos unos curiosos golpes sobre madera. A nuestro lado se encontraba el precioso pájaro carpintero magallánico, un elegante ejemplar de cuerpo negro y cabeza rojiza que buscaba inmutable sustento en los árboles. Poco después, una cacatúa de un intenso verde se posaba a pocos metros del camino. Indescriptible conjunción natural de colores.

Sin detenernos demasiado, llegamos al campamento Poincenot, justo en la base de la cumbre final, donde hacer noche está permitido. Tras 3 horas de excursión, tocaba dar la vuelta para no perder el autobús. Allí tomamos un almuerzo, y alzamos el cuello para contemplar las duras cuestas de ascensión a la cima, con su tramo final de agujas verticales con nieve perenne que se elevan 3405 metros sobre el nivel del mar, meta imposible para mi y sueño platónico para los escaladores.

En el camino de vuelta, tomamos un desvío para pasar por la Laguna Capri. Allí, sus tranquilas aguas con el Fitz Roy al fondo nos deparaban una imagen de postal, a la que si ya complementas con una sintonía de Brave Heart conforma un final de ruta de película.

Al regresar desde el bus, volví la vista atrás para despedirme de este increíble lugar cuando, por arte de magia, comprobé que las nubes del Cerro Torre habían desaparecido, y que lo que hasta entonces había sido para mi una portada bonita de una guía se había convertido en una imagen real, una cordillera que ya pasará a formar parte para siempre de la memoria de mi retina. Y no pude dejar de pensar de nuevo en lo inmensamente afortunado que soy.