Cuestión de fe

domingo, 23 de diciembre de 2007

Si hay algo que me marcó sobremanera en Marruecos, fue su devoción religiosa. Para nuestras mentes occidentales, acostumbradas a costumbres religiosas seculares que, ya sean en entredicho o no, no pasan del cristianismo, es fácil dejar escapar el hecho de que existen otras formas de vivir la fe diferentes y perfectamente válidas a los ojos de quien las practica. No seré yo quién juzgue lo adecuado o no de una u otra, ya que mi posición a este respecto está claramente alejada de todas ellas, pero sí me gustaría hacer hincapié en que no hay una mejor que otra y que, realmente, existen muchas similitudes entre ellas.

Los musulmanes (que son aquellos que profesan el Islamismo) creen en un único Dios que llaman Alá; tienen también su profeta de Dios en la tierra, que en vez de llamarse Jesús se llama Mahoma (o Mohamed, ¡qué raro!); y toda su doctrina está escrita en un libro conocido como Corán, con función similar a la Biblia salvo que sus ideas están expresadas en árabe y se comienza a leer de atrás hacia delante. En el Corán no se establecen 10 mandamientos, pero sí hay cinco pilares básicos que todo buen creyente debería cumplir: la oración (hasta 5 veces al día avisados por un muecín), la limosna, la peregrinación a la Meca (al menos una vez en la vida), el ayuno en el mes del Ramadán y la profesión de fe.

Por las medinas no se ven iglesias, pero están plagadas de mezquitas. Son extraordinariamente bellas, pero los no musulmanes por lo general no pueden entrar en ellas (con toda la lógica del mundo: es un lugar sagrado cuya función es la oración, no el turismo). En un momento determinado en el que aún el muecín no llamaba a la oración por los altavoces de su alminar, pudimos visitar la mezquita de la Madraza Bou Inania de Fez (una especie de escuela donde se explica el Corán). Allí comprobamos que el Islam es una religión que no venera ninguna imagen (no se ven esculturas de Alá ni cuadros de Mahoma); su decoración se basa en motivos geométricos y en las preciosas formas que presenta la escritura árabe tallada en la pared. Pero la visita duró poco porque a las 5 de la tarde los musulmanes venían de nuevo a rezar; desde la puerta de fuera vimos como entraban sólo hombres, se quitaban los zapatos o babuchas y se lavaban ritualmente la cara, manos y pies en la fuente del patio (lo hacen porque piensan que, para poder purificarse por dentro con la oración, primero deben estar purificados por fuera).

Su día sagrado, en lugar de ser el domingo, es el viernes. En Fez estuvimos un viernes, y la ciudad parecía otra a las 12 de la mañana: todos los puestos estaban cerrados, las calles daban la impresión de haberse ensanchado de repente, y el griterío se apaciguó. Desde la puerta de la impresionante mezquita Karaouiyine (una de las más antiguas e ilustres del país) echamos un ojo sin molestar demasiado, y vimos hileras de hombres todos descalzos y de rodillas sobre esteras (en un marco simbólico de estricta igualdad) postrándose hacia una persona conocida como imán que dirige las oraciones (él dice pasajes del Corán y los demás lo repiten). Cuando acabaron, nos tuvimos que pegar a la pared de la estrecha calle para no ser aplastados por la muchedumbre que salía por la puerta.

Por todo lo que vi, me dio la impresión de que los musulmanes son bastante coherentes con la religión que siguen. Aunque algunas de sus normas carecen hoy en día de mucho sentido (como la prohibición de comer cerdo) o de lógica (¿porqué no entran las mujeres en la mezquita?), son muy fieles y su propio libro sagrado los invita a respetar a las demás religiones como el cristianismo o el judaísmo. ¿Hacemos nosotros lo mismo?

Rompiendo tópicos

martes, 18 de diciembre de 2007

Mi padre se levanta todos los días a las 6 y media de la mañana. Trabaja toda la jornada en la empresa que él mismo ha sabido montar y muchas veces no tiene tiempo de almorzar en casa si el trabajo así lo exige. Nunca llega a casa antes de las 7 de la tarde, 12 horas después de haber comenzado, y de cuándo en cuándo se lleva el trabajo a la almohada (el no poder desconectar es lo que tiene regir tu propio negocio). Y así han sido todas las semanas de sus últimos 30 años.

Y a pesar de ello, aún tengo que aguantar necios comentarios que se oyen con asiduidad pasando de Despeñaperros, del tipo: "los andaluces sois unos vagos, si estáis todo el día de fiesta".


Los estereotipos son un cáncer de la humanidad. El hombre es dado a no pensar y asume con extrema facilidad las generalizaciones sobre determinados grupos de personas sin reflexionar sobre su veracidad o sobre si los tópicos pueden provocar daños morales a los "estereotipados".

Por eso, al igual que no soporto que digan que mi padre no hace nada, supongo que a los marroquíes les molestará que les califiquen de guarros, vagos, aprovechados, terroristas o cualquiera de las etiquetas que cuelgan de su gentilicio. Haber hay de todo, pero como en cualquier parte del mundo.

Hablando desde mi experiencia, he de decir que ni nos han robado, ni nos hemos puesto malos con diárrea por las comidas, ni nos han quitado (que sepamos) ningún órgano del cuerpo. Al contrario, hemos encontrado mucha gente muy amable y servicial dispuesta a ayudarnos en todo momento. Yo, personalmente, prefiero quedarme con su recuerdo.

El papel de la mujer

domingo, 16 de diciembre de 2007

En el ocaso del viaje me percaté de un hecho que me pareció singular. Llevaba una semana recorriendo todo el orbe marroquí y no habíamos establecido contacto con ninguna mujer. Tan sólo comenzamos algún diálogo con la joven del agua y con la policía de "la pequeña Suiza". Más allá de eso, nada.

Por las calles del zoco, los comerciantes de los puestos son todos hombres. Ellos son los que instan a los turistas a "sólo ver" sus bellos productos artesanales, los que dominan como nadie el rito del regateo y los que te sirven el artilugio comprado en una bolsa negra de plástico. Y el mismo esquema se repite en los hoteles, en las tiendas de ultramarinos, en las ventanillas de las estaciones de transportes públicos y por supuesto en aquéllos avispados sujetaparedes que conectan el radar en cuanto atisban a cualquier turista recién llegado a la medina para ofrecerle cualquier tipo de servicio (da igual si lo necesita o no) en busca de la ansiada comisión.

Es como si ellos, los hombres, fueran los únicos que gozan del derecho de establecer relaciones con el mundo exterior. El papel de la mujer es totalmente secundario. No se comunican con nadie y su valor productivo se limita, según lo que pudimos observar, a la limpieza de las estaciones de tren o a la venta de tatuajes de henna en alguna plaza. Como si el velo que recubre sus cabezas psicológicamente las aislara del mundo que las rodea.

Pero al parecer la situación está cambiando mucho en el país desde que en 1972 (hace sólo 30 años) la nueva Constitución garantizó a las mujeres el derecho a votar y ser votadas (sufragio activo y pasivo) y se reforzó con la llegada al poder de Mohamed VI (su actual monarca) con sus ideas aperturistas, quien por ejemplo, saltándose el protocolo, presentó en sociedad a su esposa tras acceder al trono.

Aún así, parece que estos avances sólo llegan a las ciudades más desarrolladas, como la policía que nos perdonó la multa en "la pequeña Suiza" (una mujer con un empleo de importancia). En los pueblos o medinas del sur las cosas van más despacio, y da la impresión de que prefieren asumir el incomprensible decreto "mudawwana" que rige en el país todavía desde 1957 según el cual las mujeres no son consideradas personas adultas maduras. Espero que por poco tiempo.

Y ahí estás tú

lunes, 10 de diciembre de 2007

Hoy me siento patriótico. En sólo un fin de semana he tenido la oportunidad de admirar dos paisajes naturales opuestos y fascinantes, cada uno a su manera. La nieve, en Sierra Nevada; la playa, en Doñana. Tan diferentes y tan cercanos. Contrastes dentro de la misma región.

Sierra Nevada y Doñana son los dos parques nacionales de Andalucía. El poder haber estado en ambos en tan corto espacio de tiempo me ha hecho ponerme a pensar en la riqueza que posee nuestra tierra, cosa que a veces se nos olvida. Ese es un gran error de los humanos: no saber valorar lo que tenemos más próximo.

Por ello se me ocurrió darle un merecido homenaje y deleitarme con algunas de mis mejores fotos hechas en Andalucía. Aunque faltarían mil paisajes más para completarlo, esta mínima muestra me hace estar contento del lugar en el que vivo.

De aquí para allá

martes, 4 de diciembre de 2007

Moverse por Marruecos roza la odisea. Tuvimos la suerte de poder viajar en todo tipo de transporte (¿incluimos también los paseos en camellos?) por el alargado país y todos los trayectos tuvieron esas, digamos, particularidades que los hacen inolvidables.

El tren. Nuestro primer viaje fue sobre vías ferroviarias, nada más y nada menos que 11 interminables horas entre Tánger, al norte, y Marrakech, en el centro-sur del país. Costaban un poco más caros pero no dudamos mucho a la hora de elegir compartimentos con litera para poder dormir algo durante la noche. No intentéis pagar el billete con tarjeta que no dejan, o al menos, eso nos quisieron contar.

Petit taxi. Estaba permitido que los cinco viajásemos en un taxi de tamaño pequeño, o al menos eso es lo que nos quiso contar el chófer. A diferencia de los "grand taxi" (con los que se viaja de una ciudad a otra), los "petit" son interurbanos. El precio lo regateamos bien, pero no debió quedarse muy contento el conductor, pues nos dejó en un punto bastante más cerca del que le habíamos indicado.

Road trip. En Marrakech alquilamos un coche, no sin antes regatear su precio haciéndonos los duros (ya salíamos para la calle cuando vinieron a buscarnos corriendo diciendo que aceptaban nuestra propuesta). Merece la pena conducir por Marruecos, aunque advierto que tiene la consideración de "actividad de alto riesgo". Por las ciudades apenas hay líneas (¿para qué si cada uno circula por donde mejor le conviene) y la adrenalina sube en el momento de entrar en una rotonda (pareces volver a la infancia montado en los coches locos). Por las carreteras, es una constante el encontrarte todo tipo de seres pululando sin rumbo fijo por el lateral del asfalto (no recuerdo ver ningún arcén): niños con mochilas yendo al colegio a cualquier hora del día, burros cargados con alforjas, personas en bicicletas, coches estropeados (o lo que te quieran contar, como contaré próximamente), grupos de mujeres con velo... Y por supuesto nos pusieron una multa por exceso de velocidad. Lo que más me llamó la atención es que fuera una mujer la policía (estábamos en una ciudad con muchos jardines conocida como "la pequeña suiza"), y en un perfecto francés nos comunicó que íbamos a 62 km/h (la velocidad máxima en ciudades es 40). No sé si por pena o porque conducía Guepardo, nos perdonó.

Autobús. Sin duda, el medio de transporte más surrealista de todo el país. En primer lugar, porque tú puedes tener la intención de ir a Chef Chauen, pero un cualquiera apoyado en la ventanilla puede decirte que no hay autobús para esta ciudad pero que él nos ofrece uno que sale para Tetuán, que es, según él, una ciudad mucho más bonita. El colmo de "lo que te quieran contar". Y en segundo lugar, porque una vez que ya estás montado en el autobús sin saber muy si estás en el adecuado (hay que fiarse de otro cualquiera que te lleva de un lado para otro y te cobra por subir las maletas al techo del vehículo), comienzan a subirse pasajeros sin control (parece que el "overbooking" es una práctica permitida en este transporte) y personas que aprovechan las paradas en las estaciones para en el mismo pasillo del autobús venderte pañuelitos o pedir limosna.

Vuelta en ferry. El viaje en barco es muy emocionante, sobre todo cuando hay mucho oleaje y las personas y las cosas apenas pueden mantener el equilibrio a bordo. Pero lo más gracioso es que los relojes en el puerto de Tánger señalaban una hora menos que la real. Por supuesto, "la que nos querían contar".