Stop

jueves, 16 de diciembre de 2010

Después del letargo vuelven a abrirse los ojos de Lince para contar nuevas historias, ahora sobre Alicante, donde todo marcha sobre ruedas, aunque no precisamente muy rápido. Y lo expreso con toda la literalidad que puedo, pues lo primero que me llamó la atención de esta ciudad es lo que tardan en abrirse los semáforos.

Ya sé que parece un tema un poco banal, pero se me hacía tan largo esperar a que el rojo se cambiase al tan ansiado verde que la curiosidad me empezó a picar: ¿el haber vivido en Madrid me habrá hecho volverme más impaciente? No creo; desde luego, lo que no es normal que el 10% del tiempo total que tardo en ir a mi trabajo lo emplee parado en el semáforo de mi calle.

En seguida los alicantinos comenzaron a darme la razón. En la ciudad hay una obsesión por no conducir a gran velocidad. Las calles se llenan de resaltos de esos que destrozan los ejes de las ruedas, y ya en Radio Nou he oído algún debate sobre el excesivo parque de semáforos de la ciudad. Nada como estar parado en una avenida esperando y esperando a que no pase ningún peatón con tu semáfoto en rojo para darles la razón a los contertulios. ¿No han inventado el botoncito?

Con estas premisas, no me pareció nada raro que pillaran al pobre Drenthe a 160 km/h cruzándose la ciudad por le paseo del puerto; un ataque de desesperación para saltarse los semáforos en rojo. Pero mejor me dejo de imitar el modelo Drenthe: prefiero esperar pacientemente y disfrutar de la sorprendente Alicante y de las virtudes que poco a poco comenzaré a relatar.

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