Se encienden las luces, están listas las cámaras, ¡comienza la acción!. En el American Airlines Arena de Miami está a punto de comenzar uno de los mayores espectáculos del mundo. Y no exagero cuando hablo de espectáculo, pues los americanos son especialistas en convertir lo que puede ser un rutinario partido de la NBA de final de temporada entre Miami Heat y Charlotte Bobcats en un auténtico show para el disfrute del público.
Los yanquis no se andan con chiquitas. Lo quieren todo a lo grande; es por eso por lo que el soccer no termina de triunfar en suelo estadounidense: los marcadores reflejan guarismos bajos, y no cabe en cabeza americana que un 0-0 pueda significar un buen partido. Ellos quieren más, quieren acción, por eso les motiva que en baloncesto siempre se marquen más de 100 puntos.
Un partido de la NBA lo tiene todo para que el espectador no se aburra. Incluso me atrevería a decir que el juego en sí es lo de menos. Si no, no se entiende que hasta una vez bien empezado el primer cuarto, aún hubieran muchos asientos vacíos y gente entrando con perritos y pepsis tamaño XL. Es lógica esta tardanza, pues antes de entrar a las gradas el público puede entretenerse con todo tipo de tiendas, restaurantes, juegos o las típicas fotos de parque temático que te cobran 10 dólares a la salida.
Antes de empezar el juego, se sigue una parafernalia. En esta ocasión, y con la excusa de un homenaje a no se quién (el quién no es lo importante cuando se trata de enarbolar el orgullo americano), se despliega una gigantesta bandera de barras y estrellas y una voz en solitario entona el himno americano. Suficiente para poner los pelos como escarpias a un público que, de pie y con la mano en el corazón, enloquece cuando la cantante finaliza los últimos tonos. Una impresionante muestra de fervor irracional a los símbolos nacionales.
Con la gente ya animada, llega la presentación de los equipos. Otra muestra del show en el que convierten el partido. Las luces del Arena se apagan, y en los enormes videomarcadores centrales las estrellas de Miami Heat posan con trajes de marca al ritmo de Phil Collins. Más tarde, los jugadores salen al campo dándose empujones unos a otros y chocando puños ante la pasión de una grada ya entregada.
Y aún no ha comenzado el partido. El nivel baloncestístico americano es impresionante, y el juego que despliegan los Miami, con sus 3 estrellas Lebron James, Wade y Bosch levantan del asiento a cualquiera. Pero, por si el partido estuviera aburrido y el público no disfrutase, ahí está el speaker para evitarlo. Un speaker que no tiene reparos en pedir a los espectadores que abucheen al rival cuando lanzan tiros libres, que pincha música durante las jugadas del partidos, que anuncia en inglés y en español cuando quedan dos minutos para que acaben los cuartos, o que si ve que un jugador de Miami va a hacer un mate no duda en poner la musiquita esa de Ryanair de cuando aterrizan a su hora.
Un partido de la NBA es más que un partido. Es un puro espectáculo. Y, ahora que los Miami Heat han llegado a la final, en el Arena lo será mucho más. The show must go on!
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