La trampantojo

domingo, 27 de noviembre de 2011

El trampantojo es mentiroso. Este recurso artístico, que nos hace creer que hay donde no hay, nos crea ilusiones, en principio ópticas aunque también sensoriales; pero no podemos dejarnos engañar por el trampantojo, eso es lo que él pretende: que consideremos como ciertas realidades que no lo son.

Las ciudades los utilizan cada vez más para recuperar paredes o fachadas degradadas, en un intento de hacer caer en la trampa a nuestros ojos. Montpellier, en la costa sur de Francia, es un ejemplo de integración de éstos en su arquitectura metropolitana, se encuentran por doquier, hasta el punto de que la propia palabra trampantojo podría ser metonimia de la misma urbe. Así, los trampantojos, tramposos y embaucadores, nos son los únicos elementos que han falseado mis días en Montpellier.

La semana en Montpellier estuvo marcada por la incesante lluvia, que día tras día regaba las calles y teñía de gris plomizo el cielo de la ciudad. Este trampantojo climático nos impidió conocer que la auténtica realidad de Montpellier es bien diferente: su lema es precisamente la ville où le soleil no se couche jamais (la ciudad donde el sol nunca se oculta); de hecho, presume de ser la villa francesa con más horas de sol al año y del excepcional color azul de su cielo.

Además, la sensación que nos dio Montpellier es de obras caóticas y desorden, con calles llenas de escombros y suciedad... la verdad es que todo forma parte del proyecto urbano de ampliación del tranvía, un vistoso medio de transporte que ha cambiado la vida de sus habitantes: el centro histórico es totalmente peatonal y las dos líneas operativas, ejemplares, dan cobertura y accesibilidad a la mayoría de la población. El año que viene despedirán a las obras y darán la bienvenida a las líneas 3 y 4.

Y, por las noches, las calles de Montpellier estaban poco concurridas y ciertamente aburridas; nada que ver con las ilusiones que habíamos creado al saber que, en la ciudad, el 21% de la población es universitaria, con un dato sorprendente en estos tiempos: la mitad de sus habitantes tiene menos de 30 años. No obstante, pronto descubrimos la mentira que encerraba este trampantojo social: justo conocimos Montpellier una semana en la que todos los estudiantes estaban de vacaciones, de ahí el escaso ambiente nocturno.

Así pues, la trampantojo podría ser un buen mote para esta ciudad de la que, por unos motivos u otros, me marché con la sensación de no haberla conocido verdaderamente. Demasiadas trampas para estos ojos de Lince.

Cine Nostrum

viernes, 4 de noviembre de 2011

Si visitas la ciudad où le soleil ne se couche jamais (donde nunca se pone el sol), y tienes la mala suerte de que se pase toda la semana lloviendo, no esta mal tener la buena suerte de que justo esa semana coincida con su prestigioso festival de cine. Montpellier celebra, cada inicio de otoño desde hace 33 años, su Festival de cine mediterráneo, aunando en su cartelera películas, cortos y documentales procedentes de todos los países ribereños del Mare Nostrum.

Los festivales de cine son iniciativas plausibles que debrían tener más repercusión mediática y de público. Por un lado, establecen un contacto directo entre el espectador y el director, permitiendo poner cara y voz a ese creador de sueños que nunca (o casi nunca) aparece en sus historias, para poder preguntarle en primera persona sus motivaciones e intenciones. Por otro, sirven de nexo de unión entre diferentes países con sus diferentes maneras de entender este arte, haciendo real eso que llaman el universo del celuloide.

El Cinemed de Montepellier es un acierto por su accesibilidad, ya que la mayoría de proyecciones tienen lugar en el centro de conferencias Corum situado en pleno centro. Dentro del gigantesco edificio, bien resguardaditos de la lluvia, se respira cine por sus muchos costados. Cámaras y entrevistas sobre la alfombra roja, actores y espectadores compartiendo una misma cafetería, directores que asombran por su juventud... un pequeño Hollywood pero más campechano.

Era la primera vez que participaba en un festival de este tipo. Después de ver una película griega y dos documentales, uno georgiano y otro turco, asistí a una caótica entrega de trofeos en la que, el chovinismo nunca falla, ganaron sobre todo pelis francesas. Como suele pasar en estos casos, nunca gana el que tu quieres. En cualquier caso, en tiempos tan dramáticos para el cine, estas iniciativas son tremendamente positivas para revitalizar un arte que poco a poco se ahoga... y no por la lluvia de Montpellier.