El norte de la provincia de Burgos está plagado de montañas de media altura en las que abundan valles, ríos y diminutos pueblos cuyo encanto reside en su tamaño y aislamiento. En este contexto, las pequeñas aldeas esconden grandes tesoros históricos en forma de ermitas o iglesias, la mayoría de estilo románico y propias de una época en la que la Iglesia como institución ostentaba todo tipo de poderes.
La Ruta del románico se convirtió en una auténtica clase de historia del arte. Iletrado como soy en estos temas, aprendí de mi experta cuñá antes de iniciarla unas nociones básicas que después, satisfactoriamente, fui comprobando en la práctica una a una en las iglesias por las que pasamos.
El arte románico destaca por su sencillez: el lugar de culto se pensaba como un refugio para que el eclesiástico se encontrase con dios y viviese plenamente esa experiencia. Por ello sus muros de piedra son sobrios, las ventanas escasean y las que hay son pequeñas, y apenas entra luz en el exiguo recinto. Otra característica se halla en la necesidad de adoctrinar en la fe cristiana a unos fieles analfabetos. Por ello encontraremos canecillos, contrafuertes, arcos, ábsides, arquivoltas y capiteles repletos de todo tipo de figuras, como si de un cómic en 3D se tratase: músicos, apóstoles, animales, plantas… todo vale pero todo tenía un significado, que hoy muchas veces desconocemos. Por último, en el románico se usó la policromía, es decir, el colorear todas las figuras y paredes para llamar más la atención de los devotos; aunque los restos de color no han resistido el paso del tiempo y hoy casi todo ha desaparecido.
San Pedro de Tejada. En el bello pueblo de Puente Arenas se alza la joya del románico burgalés. Una ermita pequeña pero perfectamente conservada, un libro de arte abierto por el capítulo del románico. En su interior encontramos los escasos restos de policromía que quedan, unos capiteles pintados de rojo y negro. Por fuera, el pórtico representa con graciosas figuras de los 12 apóstoles, la última cena con un Judás ladrón, o los 4 evangelistas y el tetramorofo (el toro, el león, el águila y el ángel). Merece la pena mirar uno a uno los canecillos que sobresalen del tejado. Hay perros, ciervos y cabras, pero todos con morro de cerdo; pero destacan sobre todo las escenas sexuales: un hombre y una mujer mostrando sus genitales, y un coito que, desgraciadamente, el cura del pueblo se encargó de romper martillo en mano hace 35 años. El arte y la historia le dan las gracias señor cura.
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