Mi isla desierta

lunes, 16 de enero de 2012

Nunca imaginé que la primera vez que iba a estar en una isla desierta iba a ser en Finlandia, pero no es mal sitio porque allí hay donde escoger. En el país de los miles de lagos hay millones de islas que salpican el monótono paisaje de un país sin montañas; para elegir mi isla, me embarqué (nunca mejor dicho) en una aventura para darle un poco más de interés.

El Parque Nacional de Linnansaari es un entorno único en el mundo, formado por el gigantesco lago Haukivesi y cientos de islas todas iguales en apariencia y población. La mejor forma de recorrerlo es en bote, bien cargado de combustible y equipo para el frío, la comunicación y la orientación. Nosotros, sin ir sobrados de lo primero, íbamos totalmente faltos de lo segundo. De esta forma teníamos que atravesar todo el lago desde la población de Oravi hasta Porosalmi, donde teníamos el coche. La cosa se pone emocionante.

Con nuestra barca y unas primeras nociones guepardiles de pilotaje empezamos a cruzar el lago y admirar su belleza, islas que son bosques de coníferas sobre un agua azul en la que si hay suerte se puede uno topar con la foca anillada de Saimaa que en su día quedó encerrada en estas aguas dulces. Sin móvil, brújula ni GPS, nuestra única ayuda es un rudimentario mapa en el que dibujadas todas las islas son diferentes, pero que levantando la vista todas son absolutamente idénticas.

Con la inseguridad de no saber por dónde vamos, decidimos conquistar una de esas islas por las que nadie, o al menos eso quiere pensar mi fantasía, ha pisado. Quién sabe, igual toca guarecerse por si no encontramos la ruta de vuelta. Con el motor apagado y remando los últimos metros, atracamos en una improvisado puerto de piedras. Y comienza la exploración. La isla parece perfecta para comenzar una vida; tiene reservas de agua potable del lago, mucha madera para construcciones y un tamaño ideal para una estancia prolongada. Las hormigas rojas nos dan la bienvenida, mientras subimos a la montañita que toda isla desierta debe tener. Desde allí, las vistas del lago y de las islas vecinas son magníficas.

Además, descubrimos que en este idílico lugar también hay una especie de playa, y mientras continuamos dando la vuelta no paro de pensar en cuentos y películas en los que los naúfragos tienen que buscarse la vida por ellos mismos. Alejado de toda civilización, con sus pros y sus contras, quizás una vida de retiro tampoco esté tan mal. De hecho, así empezamos hace miles de años.

Volvemos al puerto y tras un bañito en el frío lago toca emprender el camino de regreso. La vista atrás me empequeñece poco a poco esa que por un rato fue Mi isla, esa que siempre soñé que algún día conquistaría y que nunca olvidaré. Por delante, otros miles de islas, quién sabe si nunca pisadas como la mía, entre las cuales hay que desenvolverse para llegar a tierra firme antes de que anochezca y nos perdamos de verdad. Por supuesto, llegamos al lugar equivocado y, gracias al típico finlandés de fin de semana en el campo, conseguimos dar marcha atrás y llegar al punto donde teníamos nuestro coche. Pero no me hubiera importado volver un poco más y pasar una noche en un lugar único a la luz de la luna junto a algunas hormigas rojas.

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