El paraíso del trekking: el Chaltén

viernes, 10 de febrero de 2012

Vamos en bus desde el Calafate camino de El Chaltén, un pequeño pueblo en mitad de la nada argentina que sirve como campamento base para que los amantes del senderismo colmen sus emociones en el paraíso del trekking patagónico, la zona norte del Parque Nacional de los Glaciares. En la portada de mi Lonely Planet se destaca la fotografía del Cerro Torre, inmensas agujas de piedra que quitan el sueño a los escaladores más avezados. Quienes tienen la suerte de haberlo visto, dicen que jamás lo olvidan; pero hay que ser afortunado porque, normalmente, el Cerro Torre está cubierto de nubes.

Tras 3 horas de viaje, inmensas lagunas vistas desde la ventanilla y algún que otro glaciar, atisbamos nuestro objetivo. El Chaltén nos recibe ventoso y detrás de él, efectivamente, el Cerro Torre queda oculto entre una imperturbable neblina. Nada más llegar, un guarda del Parque Nacional nos da importantes consejos de seguridad para disfrutar de la naturaleza, muy preocupado por el riesgo de incendio y el respeto a la fauna y flora del lugar. De las múltiples rutas que se pueden realizar, y por mor de sólo tener unas cuantas horas de tiempo antes de regresar al Calafate, decidimos afrontar la ruta que nos dejaría cerca del otro símbolo del Parque, el Fitz Roy, que, al contrario que el Cerro Torre, despejado de nubes nos ofrecía todo su esplendor.

La ruta es sencillamente espectacular. Saber que estás paseando por los infinitos Andes con el telón de fondo de la cumbre del Fitz Roy es algo inenarrable, rodeado de un bosque andino y con la visión azulada de los glaciares. La ascensión no es especialmente complicada, y el primer punto de descanso es un impresionante mirador desde el que admirar embobado las más de 30 crestas que forman el pico del Fitz Roy. El comandante que patroneaba el Beagle de Darwin estaría orgulloso de que hayan utilizado su nomenclatura para semejante maravilla.

Nuestra ruta continúa, y entre las flores amarillas del calafate oímos unos curiosos golpes sobre madera. A nuestro lado se encontraba el precioso pájaro carpintero magallánico, un elegante ejemplar de cuerpo negro y cabeza rojiza que buscaba inmutable sustento en los árboles. Poco después, una cacatúa de un intenso verde se posaba a pocos metros del camino. Indescriptible conjunción natural de colores.

Sin detenernos demasiado, llegamos al campamento Poincenot, justo en la base de la cumbre final, donde hacer noche está permitido. Tras 3 horas de excursión, tocaba dar la vuelta para no perder el autobús. Allí tomamos un almuerzo, y alzamos el cuello para contemplar las duras cuestas de ascensión a la cima, con su tramo final de agujas verticales con nieve perenne que se elevan 3405 metros sobre el nivel del mar, meta imposible para mi y sueño platónico para los escaladores.

En el camino de vuelta, tomamos un desvío para pasar por la Laguna Capri. Allí, sus tranquilas aguas con el Fitz Roy al fondo nos deparaban una imagen de postal, a la que si ya complementas con una sintonía de Brave Heart conforma un final de ruta de película.

Al regresar desde el bus, volví la vista atrás para despedirme de este increíble lugar cuando, por arte de magia, comprobé que las nubes del Cerro Torre habían desaparecido, y que lo que hasta entonces había sido para mi una portada bonita de una guía se había convertido en una imagen real, una cordillera que ya pasará a formar parte para siempre de la memoria de mi retina. Y no pude dejar de pensar de nuevo en lo inmensamente afortunado que soy.

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