No é el arca, pero casi

martes, 14 de febrero de 2012

La imagen de arriba es real, no tiene truco: unas ovejas se acercan a beber tranquilamente a una masa de agua salada, mientras sus sosegados camaradas, los lobos marinos, duermen una plácida siesta. Tal instantánea sólo puede ocurrir en un país como Argentina, donde su variaded climática genera hábitats donde no sorprende encontrar compartiendo sustento a un descendiente del camello como el guanaco junto a un pingüino, o a un tipo de avestruz como el ñandú correteando a sus anchas con caballos silvestres. Queda claro que el arca de Noé debió atracar por aquí cerca.


Las cataratas de Iguazú descargan su esplendor en medio de una selva subtropical muy húmeda. En medio de un sencillo camino nos encontramos un lagarto que por tamaño parecía una iguana pero era un lagarto que campaba sin temor por su bosque, sacando una lengua viperina muy roja; sería el primero de otros muchos, como los coatís, esa especie de perro a rayas con hocico de oso hormiguero, de apariencia calma pero trasfondo agresivo si algún incauto turista le ofece algo de comer. Por la selva nos topamos con una familia de monos capuchinos, con su característica máscara blanca, que a pesar de los intrusos proseguía en formación su andadura por los árboles. Era un día soleado en Iguazú, plagado de miles de mariposas que revoloteaban por doquier.

Más al sur, abajo del todo, en Ushuaia cambiamos de hábitat al bosque austral andino, cumbres nevadas y parajes frondosos donde nos encontramos al pájaro carpintero magallánico, la hembra toda negra y el macho con su penaje rojo intenso en la cabeza, que picoteaban imperturbables los troncos de los árboles. En el estrecho de Beagle nos esperaban los lobos marinos y los cormoranes, que habían conquistado algunas de las islas y se habían ganado el derecho de habitar en ellas sin que nadie les tosiese. Aún así, no extrañan a los visitantes, saludos de algún lobo incluidos, en una excursión que nos deparó algunas de las imágenes más bellas de viaje.

En el oeste, la vida se torna extrema sobre el glaciar Perito Moreno, aunque algún insecto se atreviese a desafiar el intenso frío. Nos contaron que, por contraste, el simple roce de nuestro dedo sobre el cuerpo del insecto lo hubiera matado de calor. Un poco más al interior, la laguna Nimez sirve de humedal para el abastecimiento de aves de nombres imposibles de rocordar, y en los bosques andinos de El Chaltén nos encontramos especies de papagayos o cacatúas, quién sabe, pero no apareció el puma, y eso que nos habían advertido bien cómo ahuyentarlo.

Pero la mayor diversidad faunística la encontramos en los alrededores de Trelew. En Punta Tombo descubrimos la mayor reserva de pingüinos de Magallanes del mundo, más de 200.000 parejas que anidan en tierra y avanzan con su torpe andar hacia el océano Atlántico para buscar alimento para sus pollos recién nacidos. Curiosa estampa de los pingüinos conviviendo con los guanacos, un descendiente del camello que es el mamífero más abundante de la Patagonia, pastando con libertad por los arbustos de la llanura.

Por último, nos esperaba lo mejor. El recorrido por la Península Valdés fue auténtico safari, guía en mano, descubriendo desde nuestro coche guanacos, rapaces, zorros y los veloces ñandúes con sus pequeños ñandúes, animales semejantes al avestruz que ganaban a nuestro vehículo en velocidad. Pero el mayor espectáculo, el más emocionante y el que nunca olvidaré me lo dieron las ballenas. Puerto Pirámides en noviembre es la clave perfecta para admirar la grandeza de la naturaleza, las más de 60 ballenas francas con sus 60 ballenatos que surcaban las aguas, emitían esos sonidos que algún nombre tendrán pero que desconozco, expulsaban esos famosos chorros de agua por el lomo y se ponían cola arriba haciendo el pino para nuestro deleite. Auténticos monstruos marinos de 12 metros que emergían de las aguas y desaparecían, cuyas sombras inquietantes se vislumbraban desde el bote.

No sabemos cuándo acabó el diluvio universal, pero lo que sí está claro es dónde Noé atracó el arca.

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