Me acerco a cualquier estación de tren de Italia. Busco el panel informativo que, tras una cristalera, indica en papel amarillento las salidas de todos los trenes de esa estación, separadas por horas e indicando las paradas. Hay muchas opciones que van a donde yo quiero, y entre la gran variedad de trenes hay que tener cuidado de no elegir el más caro. Desde la privatización del servicio ferroviario, en Italia hay muchas empresas de trenes, nacionales como Trenitalia o regionales como Tilo, más la alta velocidad del Frecciarossa.
Para comprar el billete, existe la posibilidad de ir a un quiosco en la propia estación a adquirir una modalidad de billete por kilómetros: pides uno para X kilómetros y te permite ir a cualquier parada dentro de esa distancia. Como no me queda claro, prefiero ir a las máquinas de billete rápido. Deben ser complicadas, porque una especie de gorrilla al uso está dispuesto a ayudar a los compradores, a cambio de una propina por tan buen servicio. Tampoco me fío, así que, lo más seguro aunque más lento, es esperar la cola de la taquilla y pagar al señor en la ventanilla.
Con el billete en mano, hay que buscar el tren. Miro en en panel de salidas, y mi tren sale del binario 5. Me llama la atención que en el panel haya una casilla fija para el posible ritardo, retraso que en Italia no es posible sino más bien probable. Mi tren trae 5 minutos de demora, así que no hay que correr.
Una vez en el andén, suenan los altavoces. Quedan dos minutos para la llegada. Una voz en italiano lee un mensaje incomprensible. De repente, todas las personas que estaban en el binario salen disparadas en otra dirección. Me fijo en los paneles, y me dio cuenta de que el tren vendrá pero el andén es otro. Estos cambios de última hora están a la orden del día en Italia, así que hay que correr.
Con la lengua fuera y detrás de la multitud, llego al tren y me trato de acomodar. El tren tiene dos plantas, así que como la que más mola siempre es la de arriba, subo las escaleras. El tren va repleto y apenas hay un asiento libre. Me lo quedo para mí, pero mi maleta no tiene sitio. El portaequipajes superior es tan poco espacioso que no cabe ni una maleta de mano pequeña.
El tren comienza su camino, y me relajo en mi asiento como puedo junto a mi maleta. Al poco tiempo, llega el revisor. Enseño mi billete al controllore, que lo observa y me mira con cara de pocos amigos. "Non è convalidato", me dice. Los billetes en Italia, cuando se adquieren, no están cerrados, sino que se pueden usar para ese trayecto durante 2 meses. Por ello, antes de subir al tren, hay que ir a una máquinas amarillas con aspecto viejuno, meter el billete para que se imprima la estación de origen, la fecha y la hora de imprimación, y a partir de entonces tienes 6 horas para poder usarlo. Nadie te lo explica, sólo el revisor cuando te pilla. Por esta vez, y convencido de que, a pesar de ser español, no lo había hecho con mala fe sino por desconocimiento, lo deja pasar y no me multa. Pero me advierte, la próxima vez, que no se te olvide validar.
Que no se te olvide validar
domingo, 3 de abril de 2011
Publicado por Lince, viajero de culo inquieto en 0:14
Etiquetas: 003.Transporte, 200.Europa, 215.Italia
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