Agujetas que merecen la pena

martes, 1 de julio de 2008

Ayer domingo disfruté de una gran aventura, otra más de las preparadas por esa persona a la que sobrevaloramos con toda la razón. Antílope nos organizó el descenso de un barranco conocido como La buitrera, en el que se baja por el cañón del río Guadiaro hasta las inmediaciones de la estación de trenes de Gaucín, la cual, debido al crecimiento de casas a su alrededor, ha adoptado nombre propio, El Colmenar.

Lo más complicado del barranco, de dificultad media, es llegar a él. En el viaje en coche nos dimos una vuelta por pueblos de montaña los que raramente volveré (como Coripe, en todo el medio de la sierra) pasando por tres provincias andaluzas y dando un rodeo de 200 kilómetros. Una vez en el pueblo de inicio, dejamos el coche y comenzamos a andar por en medio de las vías del tren hasta el principio del barranco. Hay otro modo un poco más legal de llegar hasta ese punto, pero tiene su punto de excitación atravesar cuatro túneles (a cada cual más largo) a oscuras y con el riesgo probable de que pase el tren en cualquier momento.

Comienza el barranco. Nos embutimos como podemos en los trajes de neopreno y bajamos rápido a las primeras pozas para sofocar el inmenso calor. Por suerte, las pozas están frías y es una gozada flotar en ellas. A partir de entonces, comienza el descenso, y comienzan los nervios conforme llega el primer rappel, mitigados por la seguridad que nos transmite Antílope.

Las paredes del estrecho cañón crecen hasta las 100 metros de altura. La sensación de pequeñez es absoluta. De poza en poza, nadando boca arriba, disfrutamos de las caprichosas formas que el paso del agua ha ido moldeando en las rocas con el paso del tiempo, o del puente que los alemanes construyeron a 60 metros de altura. Llega el momento de los saltos. Difícil decisión la de rappelar o saltar, pues me sigue dando impresión. Sin mucho pensar, salto y no me arrepiento. Gran sensación en en aire, dentro del agua y tras salir de ella.

Algún rappel más pequeñito y la luz empieza a desaparecer. El cañón se convierte casi en un cueva, los pasos se estrechan, el agua se enfría cada vez más y de repente, una imagen imborrable. Las paredes se abren formando una caverna con el punto justo de iluminación que realza las increíbles formas de la piedra. Estamos solos en ese momento y tengo la sensación de que somos los primeros humanos en poder contemplar un espectáculo tan bello.

Seguimos el descenso, entre historias de la cabra muerta, de la serpiente muerta y del ratón muerto, y al cabo de más de tres horas, el cañón se abre definitivamente y finaliza con dos largas pozas que disfrutamos bajo el sol de Andalucía y sobre las frías aguas del Guadiaro. Tiempo final para saltos muy altos, de esos de cortar la respiración y de los que aún no me atrevo. Vuelta al coche durante 4 kilómetros andando con los trajes de neopreno, y vuelta a Sevilla, esta vez sí, por el camino correcto (menos mal, lo justo para no perdernos la gran final de la Eurocopa).

Ha sido una delicia de barranco. Un gran experiencia compartida con un gran grupo de gente. A pesar de las agujetas del día de hoy.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Estuvo to guay!!