En busca del templo perdido

domingo, 10 de mayo de 2009

En algún lugar del Valle de Manzanedo, al norte de la provincia de Burgos, existe un lugar enigmático escondido en la ladera de una de sus montañas, un marco incomparable para cualquier explorador ávido de aventuras. Desde la angosta carretera paralela al río Ebro, a la altura del salto de agua de Rioseco, unas piedras que se entreven entre la maleza nos dan la pista definitiva: parece que hemos acertado.

Tras aparcar el coche, seguimos un sendero que asciende el cual nos conduce, tras unos cuantos metros, a un muro ruinoso llenos de zarzas con una oquedad que nos sugiere ser la entrada. La suerte está echada. ¿Qué habrá detrás? La curiosidad nos puede y no dudamos en penetrar por esa puerta a pesar de que la naturaleza parezca querer evitarlo.

Tras sortear los pinchos, nos encontramos un paisaje desolador. Una especie de casa demolida, de dos plantas, con las vigas caidas, una gruesa columna en buen estado y algún arco. Una escalera alimenta las tentaciones de subir arriba, pero el mal estado del techo desaconsejan tal locura. Mejor contarlo desde abajo.

Seguimos andando y observamos otro muro, con una entrada en forma de arco llena, cómo no, de arbustos y ramas. Pero, al fondo, algo vuelve a hacer resurgir la curiosidad por este enigmático lugar. Se divisa el campanario de lo que sería una iglesa, de varios arcos y, desde luego, muy muy alto para estar en un sitio como este. No cabe duda, hay que traspasar esta nueva puerta.

Y, a partir de entonces, la aventura cobra un nuevo color. El nuevo espacio en el que nos encontramos nos confirma que debemos estar en un lugar religioso abandonado, de mucha importancia. Llegamos a una especie de plaza cuadrada, rodeada de arcos de altura colosal unidos entre sí en dos plantas. La mayoría se conservan muy bien, aunque pasar debajo de alguno daba bastante respeto. La forma de este lugar nos recuerda, evidentemente, a los claustros de los monasterios.

Entre más y más arbustos, encontramos una puerta de madera abierta de par en par. Hay que entrar ahí como sea. Y, nada más traspasar la entrada, nos dimos cuenta de que la aventura había merecido la pena. De repente, y de forma totalmente inesperada, nos encontramos dentro de un inmenso templo, el típico de cruz latina con 2 naves laterales y una central. ¿Quién hubiera podido imaginar que algo así podría estar allí, alejado de todo y oculto entre el bosque? El ambiente era de lo más enigmático. Por las ventanas, la luz entraba tenue y daba más misterio a nuestra exploración. La iglesia estaba en ruinas, conservando su estructura pero con grandes bloques de piedra esparcidos por el suelo. Son momentos en los que te sientes como Indiana Jones descubriendo algo que poca gente conoce. No podía evitar pensar en algún tesoro escondido.

En nuestro paseo vimos el altar, marcos colgados de la pared sin cuadros que mostrar, vidrieras rotas, una escalera que bajaba a lo que parecían ser unas catacumbas, y otra oscura de caracol que ascendía a una torre. Desde arriba, bosque y más bosque. Estábamos solo por allí. Pero ningún tesoro a la vista (no sé si oculto). Ni lo más recóndito se libra del expolio. Aunque el lugar en sí es un tesoro, y haberlo encontrado te llena de satisfacción.

Todo este misterio tiene una buena explicación. El conjunto se denomina Monasterio de Santa María de Rioseco y data del s. XIII; durante años fue un foco de riqueza para la zona norte de la provincia, pero la decadencia tras la conquista de los franceses y la desamortización de Mendizábal en 1835 hizo que se abandonara poco a poco hasta su desuso total en la década de 1960. Desde entonces, el lugar ha quedado abandonado sin proyecto alguno de reforma o reutilización, para el libre uso de ilusionados Indianas en busca de aventuras.

1 comentarios:

Rodri dijo...

Guep y yo subimos esas escaleras...

¿Qué habría arriba?

ahhh, te quedas con las ganas!

ahhahaha