Fiambres a la parrilla

lunes, 25 de mayo de 2009

El Monasterio de San Lorenzo del Escorial es uno de los monumentos más sorprendentes que he visto. Su grandiosidad salta a la vista, comparándolo sobre todo con el pequeño municipio de San Lorenzo que lo acompaña en su ubicación y resaltada desde el mirador que subiendo por la calle Presa se encuentra en las faldas del Monte Abantos. Desde esta privilegiada posición, en plena Sierra de Guadarrama, el monasterio domina el horizonte, quedando a lo lejos Madrid y la silueta de sus torres.

Los 60 kilómetros que lo separan de la capital, un suspiro de trayecto en coche, se tradujeron en 8 días de paseo en silla elevada (muy al estilo de Abraracúrcix) para el rey Felipe II, principal propulsor de la idea de construir un palacio real cerca de la villa de Madrid en el que la familia del monarca pudiera habitar 3 de los 12 meses del año (al parecer, cada estación la pasaban en uno de los 4 sitios reales que hay desperdigados por el país). Su construcción se justificó como un homenaje a la victoria en la Batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, precisamente el día de San Lorenzo. El patrón de Huesca está definitivamente ligado al edificio: su muerte quemado en una parrilla se refleja simbólicamente por todos los rincones del monasterio; el cuadrado rayado con el asa es su logotipo, y hasta la estructura del mismo recuerda a una parrilla dada la vuelta (en las 4 esquinas hay unas torres, y el asa de la parrilla sería los aposentos reales que sobresalen de la base cuadrada del edificio).

Lo primero que se visita son las estancias reales, los lugares donde el monarca y su familia pasaban los días. No dejaba de ser una vida aburrida y monótona. Las habitaciones estaban separadas (incluso las del rey y la reina), rodeando la basílica para escuchar la misa desde una ventana y no tener que bajar a la iglesia; a los niños sólo los podían ver en una sala donde daban paseos y leían unos mapas; y, en el comedor, los monarcas no hacían ningún esfuerzo: nada más sentarse, su séquito se ponía manos a la obra, y, para el colmo de la vagueza, les metían los cubiertos con los alimentos en la boca para que los reyes no hiciesen ningún esfuerzo.

El palacio, de suma austeridad para ser real, copa sus paredes con cuadros de los Austrias, hasta que la dinastía desapareció (cosa lógica, pues se casaban entre parientes; al ver la sucuesión de los cuadros se nota en sus caras una cierta degradación con el paso de las generaciones, y el último, Carlos II, murió sin descendencia y con un aspecto físico no muy digno de rey). También se visitan la Biblioteca, un magnífico templo del saber con una cúpula que recuerda a la de la Capilla Sixtina; los jardines, las salas capitulares y la iglesia, aunque estos días estaba de reforma.

Pero sin duda lo que más me llamó la atención fue el panteón funerario de todos los Reyes de España. No sabía que todos los cuerpos yacientes de los monarcas españoles y de sus cónyuges, desde el primero de los Austrias hasta el último de los Borbones que ha fallecido, se encontraban en los bajos del monasterio. Este lugar, de una belleza extrema, fue construido por Felipe II para honrar a su padre Carlos I (el de la cantinela de "Carlos I de España y V de Alemania"). El lugar asombra a todo el que lo visita: una sala cilíndrica, con 26 huecos donde reposan veintiséis sarcófagos de oro y mármol negro sostenidos sobre garras de león en bronce. Allí sólo está permitodo el descanso para las personas que han reinado la nación. Reposan, en un lado de la sala, las tumbas de los reyes (y de la única reina, Isabel II); y justo enfrente, las de sus esposas (y el marido de Isabel). No todas están ocupadas: antes de reposar para siempre en el panteón, los reyes pasan de 30 a 40 años en el "Pudridero", donde se van descomponiendo; allí se encuentran aún Victoria de Battember, don Juan de Borbón y Doña María de las Mercedes. Cuando pasen al Panteón, aún quedarán dos huecos para Don Juan Carlos y Doña Sofía; lo que pase en el futuro (si habrá más reyes, si no los habrá, dónde se ubicarán sus cuerpos), es aún una incógnita. Pero aún quedan muchos años para ello.

Al margen de los monarcas, el subsuelo del Monasterio es un pequeño cementerio de los cuerpos de sus familiares y allegados. Impresiona sobremanera el panteón en forma de tarta de comunión, de todos los infantes muertos de pequeños. Nunca imaginé que el monasterio pudiera albergar tanta tumba, supongo que por eso también le dieron forma de parrilla.

2 comentarios:

Mawi dijo...

A mi una de las cosas que más me llamó la atención fueron las tumbas de los infantes...y es verdad tiene forma de tarta, que grotesco, y lo peor es que cuando yo fuí,no sé porqué,olía a lomo con mostaza...jajaja!

Hanah M. dijo...

Si a mi me metiesen un cubierto con comida en la boca seguro que me daba arcadas.

Además con lo difícil que es que alguien te dé de beber, que siempre se derrama todo por los laillos de la boca!