Julio Baptista en el mercado

lunes, 5 de abril de 2010

Julio Baptista soñaba con ser un gran futbolista, una estrella del balón como el gran jugador brasileño con el comparte nombre. Pero el camino a la gloria del pequeño Julio se presentaba bastante arduo. El lugar en el que le tocó crecer no era el más propicio para cumplir su anhelo; más bien todo lo contrario.

Julio era un niño de corta edad, que vivía en Chichicastenango, la población gutemalteca donde cada jueves y domingo se celebra un populoso mercado de artesanía, ropa, alimentos y demás enseres. Entre tenderetes de máscaras y y humeantes puestos de mazorcas, Julio, como cualquiera niño de su edad en Chichicastenango, nos recibió con cara de pena, haciendo suyo el clásico "un quetzal amigo", la moneda equivalente a unos pocos céntimos con la pretendía ayudar a su familia. Entre todos, la dulce mirada de Julio nos conmovió, las historias de su familia que su frágil voz contaba nos llegaron dentro, y sus ganas de jugar al fútbol y dejar de pedir en el mercado nos decidieron a comprarle un balón de fútbol. Nos despedimos de Julio contemplando su sonrisa y con la promesa de que el domingo, cuando volviéramos, jugaríamos con él un partido.

Pero la realidad de Julio no es tan sencilla. Los niños como él se ven obligados por sus padres a pedir a los turistas, que abarrotan los puestos del mercado buscando con el regateo que ese producto tan exótico les salga aún unos céntimos más barato; si no llevan nada a casa por la tarde, reciben reprimenda. Por contra, las niñas dejan de ser niñas muy pronto. Su cultura las hace mayores, y enseguida se encargan, ataviadas con los vivos colores de las faldas y mantas de la etnia maya quiché, de cuidar a sus hermanos pequeños portándolos a su espalda; sus caras reflejan tristeza, quizás la pena de una niñez perdida, de ancianas encerradas en un cuerpo de niña.

El domingo regresamos al mercado de Chichicastenango. Entre la multitud buscamos a Julio, con el deseo de no encontrarlo y de que estuviera con sus amigos echando una pachanguita. La masa invadía los puestos, no importaba qué se estuviera vendiendo. Los mayas hacían su agosto vendiendo su artesanía a cambio de unos pocos quetzales, que significa nada para nosotros y tantísimo para ellos. Pero, justo cuando nos íbamos, apareció Julio. Nuestra alegría de que viniera a despedirse se truncó cuando lo primero que nos dijo fue "un quetzal amigo"; le preguntamos por la pelota y nos volvió a pedir dinero. La sensación de rabia fue inevitable; es probable que su padre hubiera revendido el balón a la tienda donde lo compramos para sacar algo de beneficio de un círculo vicioso sin sentido.

Me dio mucha pena la historia de Julio Baptista; muchas veces me pregunto qué habrá sido de él, si su vida habrá cambiado algo, si habrá podido dejar de pedir en la calle, o si por contra él estará haciendo lo mismo con su descendencia. Quien sabe si, la próxima vez que vuelva a Chichicastenango, la pelota de fútbol volverá a estar en la misma tienda donde la compré.

2 comentarios:

Lince, viajero de culo inquieto dijo...

Pictures by Alfonso, Andrea, Laura & myself

Pi dijo...

Joé Linx...
:'(