Portugal alicatada

jueves, 22 de abril de 2010

Uno de los aspectos más curiosos de Lisboa, y de Portugal en general, es su propensión a revestir de azulejos, como si fuera el más clásico de los cuartos de baño, todo fachada o pared que se precie. Los mosaicos de azulejos lo adornan todo: fachadas de edificios de viviendas, paredes de interior de monumentos tan importantes como el monasterio de Alcoçaba, las estaciones del metro de Lisboa... una tradición que no por antigua se pierde: al contrario, las nuevas construcciones utilizan el azulejo como un ornamento importante, y lo comprobamos en alguno de las modernas construcciones de la Expo del 98 o en el estadio del Sporting de Lisboa hecho para la Eurocopa de 2004.

El azulejo fue introducido en la península por los árabes, pero su gran impulsor en Portugal fue Manuel I, quien lo importó de Sevilla. Al principio, se mantuvo el estilo árabe de figuras geométricas, pero más adelante, con la reconquista, se dio paso a los clásicos temas religiosos y posteriormente a temas costumbristas, como las escenas de caza del Palacio Nacional de Sintra. En esta época, el uso del color se limitó al azul. Hoy en día, los azulejos muestran colores de todo tipo, y rellenan las paredes de toda la ciudad incluso con funciones divulgativas, como en aquel puente en el que se disponían una serie de diferentes mariposas con sus nombres latinos.

Los azulejos dan un toque de personalidad propia al país; de hecho, en Lisboa tienen su propio museo. Aunque bien es cierto que, los que decoran los exteriores de los edificios, los podrían tener un poco más cuidados, pues por Alfama se pueden ver muchos desgastados, rotos o caídos. A no ser, pensandolo bien, que esto sea también un signo de distinción.

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