Tras muchos meses de intentos desvanecidos, por fin volvimos a disfrutar de esos encuentros ruteros tan especiales. Empezamos un viernes y los monitores se dividen en coches, 1, 2 y 3, aunque Gema no se enterá muy bien de en qué número va. Justo al empezar el encuentro nos deja un amigo una casa en Covanera, con lo que en vez de dormir vivaqueando lo haremos bajo techo. La ruta nuevamente sigue viva. Llegamos a Covanera y los coches 1 y 3 disfrutan de una cena burgalesa en casa de mis tíos, cosa rara porque la mayoría de la población de Covanera es familia mía. El coche 2, por llegar tarde (gracias a Alberto que decidió que los atascos se evitan mejor metiéndose por vías pecuarias) se queda sin morcillas, rabas, queso de Sasamón y langostinos. Por fin nos reunimos los 11 y pasamos la noche junto al río, algunos dentro del agua, claro. Sin faltar la historia de miedo de Agus, sobre Pechos Tocantes y Caos Rectantes.
Ya es sábado. Almu preguntaba si el encuentro iba a tener agua. No iba mal encaminada. Con parsimonia habitual nos levantamos, vamos al bar a tomar café aunque en verdad era para usar los servicios, y salimos en dirección a hacer la ruta de senderismo del cañón del río Rudrón. Aunque antes una sorpresita: un rally en coche por un estrecho camino de piedras, en el que dar la vuelta resultó casi imposible. El nuevo coche de Rebe superó la prueba. La subida por el río Rudrón nos dejó un primer baño en una cascada y un segundo en una cueva de la que emanaba agua prístina y congelada. A la vuelta nos paramos en el pueblo de inicio donde conocimos a una de sus dos habitantes y Alberto probó cómo de fresquita estaba el agua del pilón...
A la vuelta en Covanera fuimos al Pozo Azul, una surgencia kárstica de agua cristalina y gélida. Aunque Pablo no lo creyese, sus 10 metros de profundidad permitían tirarse desde 3, 4 o más metros de altura, incluso de cabeza... meritoria Gema, que superó su fobia. Y una subida al perentón para ver vistas del pueblo. Después, hubo que complacer a Gema y mis tíos nuevamente nos prepararon una suculenta cena. Increíbles las cerezas de la huerta.
Por la noche, visita al observatorio astronómico, donde se estropeó el telescopio, así que ninguno vio las estrellas... a excepción de la monitora que lo explicaba, que agobiada por las preguntas de Alberto chocó su cabeza con los contrapesos y cayó su cuerpo casi inerte sobre el regazo mío, de Jorge e Íñigo... la pobre se recuperó, y una vez pasado el susto las risas por la situación fueron más que inevitables.
Y el domingo. Llegó la hora del canorafting por el cañón del río Ebro, unas canoas biplaza para bajar los rápidos en un entorno super chulo. Los remansos dieron rienda suelta al Tata y a los vaivenes de canoas, remos, vuelcos y demás. Al acabar, una cuerda en una rama para lanzarse al río acrobáticamente, con Barrera en plan circense. Y pronto la recogida, que Pablo y Ángela tenían que coger el tren a Alicante y los demás tuvimos que soportar el atasco en la A-1... para llegar tarde a ver la final del mundial.
Pero todo sea por los encuentros. Este será recordado por esa cancioncilla del mundial que repetimos una y otra vez.
Ya es sábado. Almu preguntaba si el encuentro iba a tener agua. No iba mal encaminada. Con parsimonia habitual nos levantamos, vamos al bar a tomar café aunque en verdad era para usar los servicios, y salimos en dirección a hacer la ruta de senderismo del cañón del río Rudrón. Aunque antes una sorpresita: un rally en coche por un estrecho camino de piedras, en el que dar la vuelta resultó casi imposible. El nuevo coche de Rebe superó la prueba. La subida por el río Rudrón nos dejó un primer baño en una cascada y un segundo en una cueva de la que emanaba agua prístina y congelada. A la vuelta nos paramos en el pueblo de inicio donde conocimos a una de sus dos habitantes y Alberto probó cómo de fresquita estaba el agua del pilón...
A la vuelta en Covanera fuimos al Pozo Azul, una surgencia kárstica de agua cristalina y gélida. Aunque Pablo no lo creyese, sus 10 metros de profundidad permitían tirarse desde 3, 4 o más metros de altura, incluso de cabeza... meritoria Gema, que superó su fobia. Y una subida al perentón para ver vistas del pueblo. Después, hubo que complacer a Gema y mis tíos nuevamente nos prepararon una suculenta cena. Increíbles las cerezas de la huerta.
Por la noche, visita al observatorio astronómico, donde se estropeó el telescopio, así que ninguno vio las estrellas... a excepción de la monitora que lo explicaba, que agobiada por las preguntas de Alberto chocó su cabeza con los contrapesos y cayó su cuerpo casi inerte sobre el regazo mío, de Jorge e Íñigo... la pobre se recuperó, y una vez pasado el susto las risas por la situación fueron más que inevitables.
Y el domingo. Llegó la hora del canorafting por el cañón del río Ebro, unas canoas biplaza para bajar los rápidos en un entorno super chulo. Los remansos dieron rienda suelta al Tata y a los vaivenes de canoas, remos, vuelcos y demás. Al acabar, una cuerda en una rama para lanzarse al río acrobáticamente, con Barrera en plan circense. Y pronto la recogida, que Pablo y Ángela tenían que coger el tren a Alicante y los demás tuvimos que soportar el atasco en la A-1... para llegar tarde a ver la final del mundial.
Pero todo sea por los encuentros. Este será recordado por esa cancioncilla del mundial que repetimos una y otra vez.
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