Todos los de la escuela teníamos un gusanillo en el estómago. Después de mucha clases de teoría, de parrafadas memorizadas difíciles de comprender por lo abstracto de sus planteamientos, por fin íbamos a poder dar algo de forma al etéreo mundo del control aéreo.
El otro día estuvimos de visita en el Centro de Control Aéreo de Torrejón, uno de los 4 centros de control desde los que se controlan todos los aviones que sobrevuelan los cielos españoles (en concreto desde éste se maneja la zona central y norte del país). Es la dependencia en la que trabajan más controladores aéreos y en la que se toman las decisiones más importantes. Es la referencia en control de España, y nosotros como neófitos acudíamos allí con la ilusión de un principiante.
La sala de control impresiona nada más entrar. Un cubículo enorme, sin paredes interiores, donde todos los días del año y a todas las horas del día hace la misma temperatura y se dan las mismas condiciones de iluminación. Tiene su lógica: el controlador tiene que estar cómodo en su puesto de trabajo, y estar inmenso en ese submundo le hace no distinguir, por ejemplo, el día de la noche (en los centros de control nunca se detiene el trabajo). Tres de sus 4 paredes están llenas de las posiciones UCS, un pareja de ordenadores donde aparecen todos los aviones que en ese momento surcan los cielos españoles; en la cuarta, el jefe de sala, aburrido mientras el resto de sus compañeros hagan bien su trabajo.
Nos acercamos a una de estas posiciones; los controladores en activo nos tratan con extrema amabilidad; se nota que ellos pasaron en su día por el trance en el que nos encontramos nosotros. Observamos su labor y les bombardeamos a preguntas. Julio, un conocido de mi compañero Migue, nos invita a pasar la tarde con él frente a su monitor. Durante la hora que pasamos con él, pasamos de la ignorancia inicial ante un galimatías de puntitos y letras de diversos colores, a entender un poco la mecánica del control, el principio de evitar que dos aviones estén en el mismo lugar a la misma hora, y de cómo prevenir posibles conflictos entre la marabunta de aviones que aparecen en pantalla. En realidad, un controlador no trata con todos, todo está sectorizado y el trabajo se hace más sencillo; se trata de ir colocando las piezas en su sitio. Y parece mentira pero todo encaja.
A la hora toca descanso. La mente acaba exhausta debido a la concentración que se requiere, y Julio nos da una vuelta por las instalaciones que tienen para descansar: una cafetería con precios muy asequibles, una sala de simuladores, un gimnasio y un rincón lúdico con mesas de billar y futbolín.
Al poco Julio vuelve a su puesto. Nosotros a nuestra casa. Y me voy de allí lleno de alegría con la sensación de que en el futuro voy a trabajar en algo que me encanta.
Todo bajo control
martes, 10 de marzo de 2009
Publicado por Lince, viajero de culo inquieto en 19:36
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3 comentarios:
In two words: A-mazing
Lo conseguiremos.
Ánimo con lo tuyo!
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