Aires de guerra

viernes, 6 de marzo de 2009

En la escuela decidieron que el mejor día para poner la primera visita a exteriores fuese el día más lluvioso del año. Una pena pues el Museo del Aire en el aeródromo de Cuatro Vientos, al sur de Madrid, bien merece un recorrido tranquilo (y seco) para conocer de cerca todo lo que muestra.

El museo es una gozada para los seguidores de la aviación, tanto para aquellos cuya afición nació de un interés puramente personal, como para iniciados como yo a los que la escuela les ha "forzado" a descubrir este apasionante mundo. De todos modos, cualquiera puede disfrutar de un paseo a través de las historia reflejada en las 132 aeronaves que están expuestas ya sean bajo techo en los diversos hangares o al aire libre en las extensas explanadas del recinto.

La aviación, como tantos otros inventos (se me ocurren ahora el GPS o Internet) ha supeditado su desarrollo al uso militar que de ella se hacía. Los avances más importantes en este campo han tenido siempre un fin bélico (en las guerras era fundamental ir técnicamente por delante de tu enemigo) y así, mejoras como el uso de radares para determinar las posiciones o para identificar si te encontrabas con un amigo o enemigo (friend or foe), han sido y son utilizadas hoy en día para la aviación civil comercial. En el museo, la mayoría de las aeronaves expuestas son aparatos de combate que en su época supusieron innovaciones únicas.

Antonio, el guía que nos acompañó, nos detallaba historias de algunas de las piezas del museo. Él fue quien nos enseñó que Roland Garros nunca fue famoso por haber jugado al tenis, sino por ser un gran aviador, el primero en cruzar el Mediterráneo, a bordo de su hoy rudimentaria Morane-Saulnier. O que Anthony Fokker fue el inventor del sincronismo entre las hélices y las ametralladoras que se disparaban desde cabina, con el fin de no hacer agujeros a las palas en cada disparo.

Pero, quizás por su bajo tono de voz, o por algunos de sus comentarios bélicos poco apropiados desde mi punto de vista, me decidí por hacer más caso a mi compañero Inaki, auténtico amante de este mundo, que, aparte de saber de lo que habla, vive cada comentario. Con él me fijé en los modelos más antiguos, muy aparatosos, con sus alas de tela y sus cables y remaches; parece increíble que estas máquinas pudieran en algún momento elevarse por los aires, y más aún aterrizar con sus débiles ruedas de bicicleta. Alguno de las hangares está repleto de motores, de pistón y de turbinas; me habían explicado antes cómo eran, pero impresiona verlos in situ, con sus miles de piezas y sus exagerados tamaños (y pensar que alguien haya podido ser capaz de inventar algo así).

La visita la dedicamos a la parte techada, pues la lluvia nos impidió poder contemplar los aviones de fuera, también militares en su mayoría pero más modernos. Pero estoy seguro de que otro día volveremos, pues los primeros domingos de cada mes se realizan exhibiciones en el aeródromo de Cuatro Vientos en las que se vuelan algunos modelos antiguos. Dicen que es todo un espectáculo. Cita pendiente.

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