De ermita a ermita

viernes, 26 de junio de 2009

Ermitaño, en su origen, era una palabra asociada a los monjes que voluntariamente rehuían de toda compañía y aceptaban una vida en soledad apartado de todo contacto con el exterior. Es por ello por lo que las ermitas donde profesaban su fe estaban ubicadas en lugares hinóspitos, de difícil acceso y de una sencillez extrema. El término ermita se ha generalizado para desginar cualquier capilla o iglesia, pero aún quedan muchos vestigios de aquellos aislados lugares de culto.

El mejor ejemplo de ello es la ruta de las ermitas, en el pre-pirineo oscense. Desde Yebra de Basa, un diminuto poblado cerca de Sabiñánigo, parte un sendero que asciende un empinado valle en el que se descubren poco a poco ermitas excavadas en las rocas. En dos horas y media se salvan 670 metros de desnivel hasta alcanzar los 1.550 metros de altitud a los que se asienta la ermita de Santa Orosia, punto final del camino al que cada año acuden en romería muchos fieles.

Una pequeña capilla con el cartel en flecha de Santuarios rupestres nos indica que vamos por el buen camino. La senda está marcada con las marcas amarillas y blancas de los PR; con su ayuda y la de los mojones la meta no tiene pérdida. Ascendemos por la ladera de la montaña y la sombra del bosque de pinos amortigua el fuerte calor. De fondo se oye el curso de un río y se vislumbra la enorme montaña que tenemos que ascender.

Pasamos una pequeña casa que resultó ser la segunda ermita en el camino; y enseguida la tercera, dedicada a San Lorenzo con una enorme piedra dentro de la ermita. Una disposición extraña para poder orar, aunque la leyenda dice que las aberturas de la roca eran usadas para hincar las rodillas y poder rezar genuflexionado. La obligada comprobación no pudo demostras más que la postura era muy incómoda.

Seguimos la ruta en ascenso, y de repente cruzamos un pequeño riachuelo para pasar al otro lado de la ladera. El pequeño curso de agua que acabábamos de saltar era sólo el anticipo de la enorme cascada que nos esperaba. Porque justo cuando la montaña parecía acabarse al toparnos con paredes verticales de roca, llegamos a lo más espectacular del camino: dos ermitas excavadas en la roca, una encima de la otra, acompañadas de un espectacular salto de agua de 35 metros.

Parece imposible poder construir edificaciones en lugares como este. Pero precisamente ese tuvo que ser el mtovio que animó a los ermitaños a decidirse: un lugar inalcanzable donde disfrutar su soledad con un paisaje natural único. Las ermitas de San Cornelio, abajo, y de La cueva, arriba, se fusionan con la roca y es un lugar ideal para sentirse sólo en el mundo.

No sólo, claro. La constante caída de agua les acompañaba, y realmente te deja hipnotizado. Te puedes quedar horas mirándola y viendo cómo cambia de posición con las ráfagas del viento. A un lado y a otro, con más agua y con menos; ningún segundo es igual. La ruta pasa por debajo de la cascada y para nuestra sorpresa, en nuestro camino, nos encontramos aún dos ermitas más excavadas en las rocas: las de Santa Bárbara y San Blas.

Unos metros más y ya se llega a lo alto de la montaña. Una enorme cruz al pie del precipio te marca el lugar desde el que observar vistas espectáculares del sur pre-pirenaico. Montañas y más montañas, algún pueblo y, por supuesto, ermitas, como la que hacía la número 8, junto a la cruz.

Ya estábamos en llano, y fondo del paisaje divisamos el final del camino. La Ermita de Santa Orosia, extraño nombre pero de gran devoción; situada ya en una extensa llanura toda verde, con agua para beber y una pequeña habitación en la ermita con función de refugio donde se permita pernoctar por las noches. Un magnífico lugar para descansar y coger fuerzas para el camino de vuelta, por el mismo sitio.

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