I am... agua

lunes, 17 de noviembre de 2008

Agua... esa es la palabra que más nos ha acompañado en Amsterdam. Agua desde el primer momento en el que llegamos y contemplamos con estupor desde las ventanillas que el avión aterrizaba en Schipol, y mientras se dirigía a la plataforma de estacionamiento nos acompañaba un riachuelo... dentro del mismo aeropuerto.

Agua en el cielo y agua en la tierra. De 8 días que estuvimos allí, nos llovió 7, por lo que no pudimos deshacernos de nuestros chubasqueros... a pesar de estar en julio. Bernardo, uno de los peligros de Costa Rica, lleva viviendo en Holanda 6 años y no está blanco por gusto: en los Países Bajos se pagaría porque saliera el sol. Y agua a ras de suelo, agua por todos lados (que más da si dulce o salada): la ciudad de los enormes canales, el Grachtengordel (cinturón de canales), que forma unos semicírculos concéntricos perfectos con respecto a la estación central de trenes. Es una aventura pasear por sus calles sin perderse, pues todas parecen iguales, con un canal central y caminos a ambos lados.

Amsterdam es fascinante. No destaca por ningún monumento en concreto, pero sin embargo dicen que tiene 3571. No nos dio tiempo a verlos todos, pero sí a pasear por unas calles donde las casas parecen todas iguales: un edificio de amplias ventanas con cerramientos de madera que se abren hacia fuera, estrechas pero muy altas, un poco inclinadas hacia delante y con una polea en lo más alto (todo tiene una explicación: la polea es para subir los muebles a los pisos de arriba, pues no deben caber por las empinadas escaleras que suele haber; y la fachada está inclinada para que el mueble no golpee al inmueble). Y nuevamente el agua es protagonista para muchos de su cerca de un millón de habitantes, pues abundan quienes han escogido el barco como medio de vida, amarrados a los bordes del canal. Sea por un tema de impuestos o por un toque bohemio, desde el barco en el que dimos el paseo pudimos ver a gente leyendo o fregando los platos en su vivienda flotante.

La ciudad se mueve al ritmo de las bicicletas. Los humos están mal vistos. Son las reinas de la ciudad y todo el mundo las utiliza. Junto a los tranvías y el metro, la ciudad apuesta por abandonar los coches, y eso en un lugar donde llueve la mayoría de los días del año. Es otra mentalidad, como lo demuestran otros muchos hechos que, a ojos de los tradicionalistas, pueden llegar a ser intolerables.

Pues no. En Amsterdam ocurre todo lo contrario. Es la ciudad de la tolerancia y las libertades. Por sus calles se ven personas de todo tipo (existen más de 150 nacionalidades) y puedes encontrar un restaurante de cualquier lugar del mundo. La prostitución no es un tabú; al contrario, se exhibe en el popular barrio rojo, donde alejándote un poco de la calle principal (que tiene más pinta de escaparate turístico que de negocio sexual) te das cuenta que el sistema se usa y tiene éxito. Las drogas son otro de sus atractivos, pues incluso a mí me choca que en un Coffee Shop se negocie cuánta marihuana quieres comprar sin tener que recurrir al trapicheo o el escondite. Eso sí, las leyes anti-tabaco también han llegado a la capital holandesa, y ya no se puede fumar el porrito mezclado con tabaco si el Coffee Shop no ha habilitado una sala especial para fumadores. Y los gays y lesbianas encuentran aquí su referente, pues Holanda fue el primer país que despenalizó la homosexualidad (en 1811) y que permitió los matrimonios entre personas del mismo sexo en 2002.

Por todo ello, conocer la ciudad de las 3X (que no tiene nada que ver con prohibiciones sino ciertos valores positivos) ha sido una experiencia inolvidable que se ve así con ojos de Lince:

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