Resulta llamativo despedir la Navidad cuando Madrid sigue cubierta de un manto blanco y cuando aún hoy hemos visto caer (aunque en menor medida que el pasado viernes) algunos copos de nieve. Pero este período del año se dio por concluido la semana pasada cuando, el día siguiente al de Reyes, los operarios del ayuntamiento comenzaron a desmantelar toda la parafernalia navideña.
Este año, al igual que el anterior, me ha tocado vivir parte de esta fiesta en otra ciudad. Y por supuesto la Navidad en la capital da mucho que contar. Como ya he corroborado en más de una ocasión, en Madrid todo es más grande de lo normal. Y como tal, impresiona. Gallardón, el alcalde, en sus presupuestos (y quizás con algo de conciencia ecológica que nunca viene mal a un político) ha invertido menos dinero en la colocación de bombillas (aún así se han colocado casi 7 millones en toda la ciudad) que además son de menor consumo. A pesar de ello, el gasto municipal ha aumentado porque parte de ese dinero lo han destinado a pagar a diseñadores de lujo para establecer modelos de iluminación innovadores, únicos y, ciertamente, espectaculares.
De esta forma, la moda también ha llegado este año colgada de un lado a otro de la calle. Las tradicionales campanitas de bombillas amarillas han pasado la historia en favor de vanguardistas modelos de múltiples colores y parámetros minimalistas (menos es más). En Chueca la bandera multicolor pendía en tiras sobre las cabezas de los viandantes, y en el paseo de Recoletos eran millones de círculos los que se perdían en el horizonte. Merecía la pena hacer un recorrido pues cada calle ofrecía una imagen diferente; de hecho, este año han puesto un servicio de autobús (por un euro) para poder ver las principales con un extra de un de guía cantando villancicos incluido.
A ello hay que añadir los árboles. Tanto los de verdad (con lucecitas en vez de frutos) como los de mentira, los de Navidad, que por supuesto, también eran enormes. Hasta 17 metros medía el de la Puerta del Sol (una especie de cono gigante decorado con triángulos verdes asimétricos); pero se ve que había otro de 51 metros diseñado por Agatha Ruiz de la Prada (esta mujer hace de todo) en la plaza de Carlos V. Habría que haberlo visto.
Pero lo que más me ha sorprendido de Madrid no ha sido ni su espectacular cabalgata ni la inimaginable marabunta de gente que invade el centro en estas fechas (y que literalemente te impide avanzar por las calles). Pues no. Lo que más me ha llamado la atención es la extraña costumbre que tienen los madrileños de ponerse pelucas de extravagantes tonalidades en la cabeza, a cada cual más ridícula. Es un fenómeno digno de estudio, pues lo mismo te ves a un cabeza de familia con un gorro con dos cuernos de reno, que a un abuelete con una cabellera morada tipo Alaska. La gente compra en masa estos productos y se los pone sin pudor. Y preguntando preguntando, aún no he encontrado a nadie que me explique este sin sentido. Igual es para ir a juego con la iluminación.
Adiós a la navidad
martes, 13 de enero de 2009
Publicado por Lince, viajero de culo inquieto en 22:43
Etiquetas: 007.Costumbres, 100.España, 190.Madrid
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