El jueves pasado acudimos al Hipódromo de la Zarzuela, donde cada semana de verano se celerabran carreras de caballos que últimamente han tenido una gran popularidad. Picado por la curiosidad de en qué consistiría un evento de este tipo, no pude evitar llevarme una gran sorpresa por lo que allí me encontré.
Las gradas estaban repletas, y la expectación era máxima. Una carrera estaba a punto de comenzar. Casi todos los asistentes portaban en sus manos los boletos donde figuraban sus apuestas que les podían hacer ganar unos cuantos euros. El juez da la salida y después de un minuto el caballo más veloz cruza la meta el primero. Algarabía entre los ganadores y resignación entre los muchos perdedores.
Animados por la competición, no dudamos en apostar. Un complicado folleto te trata de explicar las múltiples combinaciones y los estadísticas de los caballos. Las opciones eran tantas que preferimos que nuestras apuestas estuvieran más ligadas a la atracción por el nombre del caballo, los digitos de la hora o la serie númerica de Lost. Entre carrera y carrera pasa casi media insufrible hora en la que no hay muchas posibilidades de distracción. El momento álgido llega cuando se da la salida y el speaker anuncia por megafonía que tu caballo va el primero; el momento bajo llega cuando el favorito le rebasa y gana la carrera. Fin de la carrera y vuelta a empezar: apuestas, esperas y carrera.
Dado que el evento en sí no era especialmente entretenido, nos detuvimos en observar el tipo de gente que va a las carreras. Ir a las carreras se ha puesto de moda entre la gente mas cool de Madrid y por ello los modelos parecen sacados de una boda. Vestidos de noche con altos tacones y trajes de chaqueta con zapatos de marca se suceden curiosamente en un lugar que se halla en medio del campo, con césped, con un fétido olor a caballo y el humo de las barbacoas de los restaurantes inundándolo todo. Realmente, no pega ni con cola.
Pero llegué a la conclusión de que las carreras de caballos son la excusa para lo que denominamos el "postureo", es decir, el paseíllo de modelitos de un lado a otro del hipódromo. Entre carrera y carrera, la gente iba y venía mostrando sus mejores galas. Y había incluso quien durante la carrera no miraba los caballos, sino que se dedicaba a hablar y comentar con sus conocidos. Además, el hipódromo oferta una serie de discotecas y bares dentro del recinto para que todos los "posturantes" puedan encontrarse a gusto. De hecho, al acabar las carreras y salir por la entrada, la cola para entrar a la fiesta posterior era impresionante.
Nunca imaginé que las carreras de caballos se hubieran puesto de moda más por lo que generan alrededor de ellas que por la competición en sí; lo malo de las modas es que desaparecen casi tan rápico como llegan, y si las carreras siguen siendo tan aburridas (por el tiempo que se tarda entre una y otra) auguro que su éxito pervivirá sólo mientras a los más pijos les siga gustando como lugar de reunión.
Una noche en las carreras
jueves, 30 de julio de 2009
Publicado por Lince, viajero de culo inquieto en 0:10
Etiquetas: 019.Eventos, 100.España, 190.Madrid, 802.Promoción29
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1 comentarios:
q pijito te me estás volviendo madriles! :P
mil besooos!!
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