Emulando a Tarzán

lunes, 6 de julio de 2009

De vez en cuando los controllers deben despejar su mente de tanto avioncito; por ello, el fin de semana pasado un osado grupo se propuso liberar estrés de una forma muy original. En Navafría, en Segovia, la empresa De Pino a Pino tiene organizado un recorrido de 4 circuitos de aventura en el aire, en un frondoso bosque de pinos de la Sierra de Guadarrama. La mecánica consiste en solventar todos los obstáculos de cada recorrido para poder pasar de un pino a otro por el aire, a través de juegos de dificultad creciente. Siempre atados a una línea de vida, y con dos mosquetones de seguridad yuna polea colgando de tu arnés, los monitores te dejan a tu libre albedrío mientras ellos vigilan desde el suelo.

La cosa prometía. El primer circuito era para niños así que empezamos directamente en el segundo. Al principio, la cosa parecía sencilla. Subir por una escala, pasar por un cable, unas cuerdas, unas anillas donde meter los pies, puentes tibetanos, alguna tirolina, un salto en liana para quedar enganchados en una red suspendida... Muy divertido y no excesivamente complicado. Así que decididos empezamos el segundo. En este, la altura de los juegos aumentaba desde el inicio, y también la dificultad. Unas cuerdas para subir daban paso a unos toneles que había que reptar. Nuevos puentes, tirolinas más altas con espectaculares pasos sobre el río agarrados simplemente con las manos a un tronco que se deslizaba, pasos entre redes, troncos cada vez más lejanos, subidas y bajadas por escalas... Al acabar, el cansancio se notaba, pero aún quedaban fuerzas.

Antes de entrar en el último circuito, un cartel avisaba de que si nos encontrábamos sin fuerzas no deberíamos comenzarlo. Pero el reto quedaba pendiente y las ganas de hacerlo pudieron al agotamiento. Pero ya desde el principio se vio que la cosa cambiaba. Cada juego costaba un mundo acabarlo: las distancias de paso aumentaban, la altura crecía y el cansancio hacía mella. Pero las propuestas eran chulísimas: toneles mucho más alejados (por momentos te quedabas casi suspendido en el aire), troncos en vertical, anillas, cuerdas sueltas... y el espectacular salto del ángel. En este juego, te tirabas sin manos atado a una cuerda y tenías que quedarte agarrado a una red que no estaba enganchada al suelo, por lo que subir por ella hasta la plataforma de seguridad costaba bastante. La sensación de no estar sujeto a nada mientas te dejabas caer era adrenalínica. Y ahí acabó mi aventura. Aunque me quedaba la mitad del circuito, las fuerzas flaqueron... pero daba igual, ya había disfrutado lo suficiente. Una última tirolina de escapatoria para regresar al suelo. Más de 3 horas de aventura que justificaron un gran día, algún moratón y unas buenas agujetas al día siguiente.

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