Que no se levante

jueves, 14 de febrero de 2008

Los tres últimos días he estado, por así decirlo, viviendo en Cádiz, y he podido comprobar in situ un fenómeno del que había oído hablar mucho pero del que no he sido auténticamente consciente hasta que lo he padecido en persona: el viento de Levante.

No se trata de un viento cualquiera. Supongo que la posición estratégica de la ciudad (a medio camino entre dos mares) influye en las veloces rachas de viento con las que el Levante azota a todo ser u objeto que encuentra a su paso. Cuando el Levante se levanta, pasear por la playa se torna tarea imposible por las continuas sacudidas de arena. En los edificios, los carteles del próximo partido del Cádiz apenas podían aguantar pegados a las paredes que los sostenían. Algún contenedor volcado impedía el paso de las personas por las calles, que a duras penas podían cruzarlas sin tambalearse por la fuerza del aire (sobre todo si eran perpendiculares a la línea de playa debido seguramente a alguna ley física que desconozco) mientras se esforzaban por apartarse el pelo de los ojos para poder llevar un rumbo adecuado. Las hojas de las palmeras perdían su desperdigada forma y apuntaban, como una veleta natural, a la dirección opuesta a la que venían las ráfagas.

Y así un día tras otro durante las 24 horas. Como para no tomárselo a guasa. Estando en Cádiz, mejor que no se levante.

1 comentarios:

Hanah M. dijo...

me encanta el viento :)