Difícil de entender

martes, 18 de marzo de 2008

El año pasado, mi amiga Rochelle, de Australia, se quedó a pasar unos días en Sevilla, y como quiera que vino por estas fechas, pensé que sería una buena oportunidad para enseñarle qué era la Semana Santa, una de las dos principales fiestas de la ciudad. Pero, por más esfuerzos que hice, la pobre no logró entender del todo el concepto, y al volver a su tierra me mandó un email contándome lo mucho que le había gustado Sevilla y lo poco que había asimilado estos días festivos.

No es de extrañar. Para la mente de un australiano, que vive en las antípodas a 20.000 kilómetros de aquí, tiene que resultar bastante chocante andar por una calle al lado de una persona ataviada con un antifaz largo que le acaba en un gran cucurucho del revés, con una túnica completamente negra, sujetada por un ancho cinturón de esparto, y por lo general descalzo. O ver desfilar, ante la mirada atenta de miles de personas, a toda una serie de personas con las citadas vestimentas, unos detrás de otros portando enormes y pesados cirios, sin pensar en estar asistiendo a una manifestación de miembros del Ku Klux Klan.

Nosotros porque estamos acostumbrados desde pequeños, pero Rochelle quedó profundamente impactada. Aún así, hizo sus esfuerzos por comprender la fiesta, y apreció el valor artístico de las tallas de vírgenes y cristos que se pasean en sus pasos a hombros de los sufridos costaleros. O el sentimiento de los saeteros cuando comenzaban a cantar frente a su procesión preferida.

Gracias a ella volví a ver algún paso después de muchísimos años. No me interesa mucho esta fiesta, pero sé reconocer que conmueve el respeto de los fieles durante la estación de penitencia de cualquier hermandad, la ilusión de los niños por conseguir bolas de cera y sobre todo, las auténticas obras de arte que año tras año salen a la calle para ser admiradas.

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