De los errores se aprende

jueves, 23 de octubre de 2008

Siempre que voy a Cáceres acabo sucumbiendo a la tentación. No puedo evitar comprar una Torta del Casar. Todas las tiendas de alimentación te las venden, junto con otros productos típicos de la provincia como el pimentón de la Vera, el vino de Pitarra, el chorizo "patatera" o las perrunillas. Pero estas viandas no tienen el toque especial de este queso, eso algo que me hace gastarme unos buenos euros (la verdad es que es carísimo) y llevármelo siempre para mi casa a pesar de que allí nos lo acabamos en menos de 3 días.

Ese algo especial vino, como suele ocurrir con los grandes descubrimientos (preguntémosle a Newton), fortuitamente. Se creó en una localidad situada a 10 kilómetros al norte de Cáceres y que da nombre al queso: el Casar de Cáceres, la cual reunía unas condiciones idóneas para que sucediera. Allí se criaban (y se crían) ovejas, de cuya leche se obtiene el queso. Yo no entiendo mucho del tema pero sé que para fabricarlo, la leche hay que cuajarla, y para ello se utilizan recursos vegetales. En el Casar de Cáceres, como no tenían otra cosa, utilizaron un tipo de cardo que sólo crecía en aquellas tierras (un cardo llamado "Hierba cuajo" precisamente). Pero el queso que obtenían poseía una corteza muy blanda y no quedaba compacto, sino más bien líquido. Además, el queso por su propio peso se aplastaba y por su forma asemejada a una torta (y de ahí el nombre posterior).

Por el resultado obtenido, ese queso tenía un futuro destinado al fracaso. Pero hete aquí que a algún pastor le dio por probarlo y... cayó la manzana. El sabor era delicioso. A partir de entonces, ese queso amorfo pasó a ser más demandado, y hoy en día es un manjar de lujo, por su precio y por lo laborioso de se ejecución, ya que aunque el proceso de producción se ha industrializado, aún se usan técnicas manuales como añadirle la sal o voltearlo diariamente durante 2 meses mientras está reposando.

Aún hoy es un queso especial, pues como su corteza sigue siendo blanda, lo venden en cajitas de cartón cilíndricas para que no se estropee. Y la forma de cortarlo no tiene nada que ver con las clásicas porciones del Trivial. Para disfrutar de su sabor, hay que abrirlo por la parte de arriba, cuya corteza posteriormente servirá de tapa para que no se reseque. Y con un cuchillo, se unta en pan tostado o tierno (si está caliente mejor). Para que sepa totalmente delicioso, hay que sacarlo de la nevera un tiempecito antes de empezar a tomarlo, pues si no queda demasiado duro y no asienta el sabor.

Además de la torta que proviene del Casar, se han creado otras de regiones de Extremadura, como la torta de la Serena (que bien conocerá Teresa), con un regusto a roquefort que personalmente me encanta. Aunque la genuina y primeriza es la del Casar. Menos mal que el hombre tropieza dos veces con la misma piedra. Si no, igual no la podríamos disfrutar.

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