Parece mentira

sábado, 25 de octubre de 2008

Parece mentira que hayan pasado 27 años hasta que por fin he visitado el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Y eso a pesar de que es gratis, de que he pasado por su puerta miles de veces, de que hablan maravillas de él... Pues no, no lo conocía, hasta que el otro día, de paseo con Otto, y buscando un sitio para tomar algo que no encontramos, nos topamos con él y nos animamos a entrar.

El museo me gustó mucho, pues no tiene afán acumulativo sino que gira principalmente en torno a un tema: el arte en Sevilla, pasando por diversas épocas y por los artistas principales de la escuela sevillana. Hay obras de una calidad excepcional, destacando sobre manera las de nuestros dos principales representantes, Murillo con sus inmaculadas y Zurbarán (aunque extremeño de nacimiento) con sus monjes siempre en contrastes blancos y negros. También hay alguna de Velázquez (tal vez debería haber más) e incluso de Bécquer. Todo ello en el entorno de un antiguo convento (el de la Merced Calzada) que da personalidad propia al museo y espectacularidad a alguna de sus salas, como la de la iglesia.

Es cierto de que si lo hubiese visitado antes quizás no habría sabido valorar las valiosas colecciones artistícas que posee; aunque también creo que a este museo, considerado la segunda pinacoteca más importante de España después del Prado, no se le da la publicidad que merece. Una campaña adecuada atraería a más visitantes (también oriundos de Sevilla) pues es algo de lo que creo que la ciudad debe sentirse orgullosa.

Además, coincidió que el museo presentaba una interesante exposición de esas itinerantes que me fascinó (está hasta el 5 de noviembre). Se trataba de una serie de fotografías del israelí Ilan Wolff que fueron tomadas de una forma innovadora: con una cámara oscura que, a diferencia de las que todos hemos hecho en algún taller de fotografía (con una caja de zapatos), el autor creaba a partir de objetos cilíndricos (como una lata de refresco o un bidón) en los que, aprovechando la curvatura de sus paredes, colocaba el papel fotográfico. Una vez captaba la imagen, el revelado ofrecía efectos espectaculares, pues los edificios retratados cambiaban sus rectas líneas de las fachadas por sinuosas curvas. Así, se puede ver la Torre Eiffel que parece que está andando o puentes similares a serpientes en movimiento. Las fotos parecen cuadros pintados pero no lo son.

La verdad es que impresiona ver cómo se puede captar la realidad de formas tan variadas e ingeniosas. Otto y yo, que precisamente habíamos quedado para hacer fotos artísticas de Sevilla, hemos encontrado a un innovador que nos ha aportado nuevas ideas.

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